Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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Simon trató de recordar.

—Muy lujosa.

—Es una de las casas más magníficas de Alacante —repuso Samuel—. Y tienen otra, una casa solariega en el campo. Casi todas las familias ricas la tienen. Verás, existe otro modo de que los nefilim adquieran riquezas. Lo llaman «botin». Cualquier cosa propiedad de un demonio o un subterráneo que mate un cazador de sombras pasa a ser propiedad del cazador de sombras. Así pues, si un brujo adinerado infringe la Ley y un nefilim lo mata…

Simon se estremeció.

—¿Así que matar subterráneos es un negocio lucrativo?

—Puede serlo —repuso Samuel con amargura—, si no eres demasiado quisquilloso respecto a quién matas. Ya puedes imaginar por qué hay tanta oposición a los Acuerdos. Afecta a las carteras de la gente tener que ser cuidadoso respecto a asesinar subterráneos. A lo mejor me uní al Círculo por ese motivo. Mi familia jamás fue rica, y que te miren por encima del hombro por no aceptar dinero sucio… —Se interrumpió.

—Pero el Círculo también asesinaba subterráneos —dijo Simon.

—Porque consideraba que era su sagrado deber —repuso Samuel—. No por codicia. Aunque no puedo imaginar ahora por qué pensé jamás que eso importaba algo. —Parecía agotado—. Era Valentine. Tenía un modo de ser… Podría convencerte de cualquier cosa. Recuerdo haber estado de pie a su lado con las manos cubiertas de sangre, contemplando el cuerpo de una mujer muerta, y haber pensado únicamente que lo que hacía tenía que ser correcto porque Valentine decía que lo era.

—¿Una subterránea muerta?

Samuel suspiró entrecortadamente al otro lado de la pared. Por fin, dijo:

—Tienes que comprender que habría hecho cualquier cosa que él me pidiera. Cualquiera de nosotros lo habría hecho. Los Lightwood también. El Inquisidor lo sabe, y eso es lo que está intentando explotar. Pero deberías saber que… existe la posibilidad de que si cedes ante él y culpas a los Lightwood, él te mate de todos modos para cerrarte la boca. Depende de si la idea de ser compasivo le hace sentirse poderoso en ese momento.

—No importa —replicó Simon—. No voy a hacerlo. No traicionará a los Lightwood.

—¿De verdad? —Samuel sonó poco convencido—. ¿Existe algún motivo para que lo hagas? ¿Tanto te importan los Lightwood?

—Cualquier cosa que le contase sobre ellos sería mentira.

—Pero podría ser la mentira que quiere escuchar. Tú quieres volver a casa, ¿verdad?

Simon clavó la mirada en la pared como si de algún modo pudiera ver a través de ella al hombre del otro lado.

—¿Es eso lo que tú harías? ¿Mentirle?

Samuel tosió… una especie de tos espasmódica, como si no tuviera muy buena salud. Luego volvió a hacerlo, había humedad y hacía frío allí abajo, algo que no afectaba a Simon, pero que probablemente afectaría en gran medida a un ser humano normal.

—Yo no aceptaría asesoramiento moral de alguien como yo —dijo el hombre—. Pero, sí, probablemente lo haría. Siempre he preferido salvar el pellejo.

—Estoy seguro de que eso no es cierto.

—A decir verdad —repuso Samuel—, lo es. Algo que aprenderás a medida que te hagas mayor, Simon, es que cuando alguien te cuenta algo desagradable de sí mismo, suele ser cierto.

«Pero yo no me haré mayor», pensó Simon. En voz alta dijo:

—Es la primera vez que me llamas Simon. Simon y no vampiro diurno.

—Supongo que sí.

—Y en cuanto a los Lightwood —siguió Simon—, no se trata de que los aprecie tanto. Quiero decir que me cae bien Isabelle, y digamos que también Alec y Jace. Pero está esa chica. Y Jace es su hermano.

Cuando respondió, Samuel sonó, por primera vez, genuinamente divertido.

—¿No hay siempre una chica?

En cuanto la puerta se cerró detrás de Clary, Jace se desplomó contra la pared, como si le hubiesen cortado las piernas. Estaba lívido con una mezcla de horror, conmovió y lo que casi parecía alivio, como si se hubiese evitado una catástrofe por muy poco.

—Jace —dijo Alec, dando un paso hacia su amigo—, ¿realmente crees…?

Jace habló en voz baja, interrumpiéndole.

—Salid —dijo—. Los dos.

—¿Para que puedas hacer qué? —exigió Isabelle—. ¿Destrozar un poco más tu vida? ¿De qué demonios iba todo esto?

Jace negó con la cabeza.

—La he enviado a casa. Era lo mejor para ella.

—Has hecho muchísimo más que enviarla a casa. La has destruido. ¿Has visto su cara?

—Ha valido la pena —dijo Jace—. No lo comprenderías.

—Para ella, quizá —dijo Isabelle—. Espero que acabe mereciendo la pena para ti.

Jace desvió la cabeza.

—Déjame solo, Isabelle. Por favor.

Isabelle lanzó una mirada sobresaltada a su hermano. Jace jamás pedía nada por favor. Alec le puso una mano en el hombro.

—Olvídalo, Jace —dijo, con toda la amabilidad que pudo—. Estoy seguro de que ella estará bien.

Jace alzó la cabeza y miró a Alec sin mirarle en realidad; parecía tener la vista puesta en la nada.

—No, no lo estará —dijo—. Pero ya lo sabía. Por cierto, ¿podrías decirme qué viniste a contarme? Hace un momento parecía muy importante.

Alec retiró la mano del hombro de Isabelle.

—No quise decírtelo delante de Clary…

Los ojos de Jace finalmente se concentraron en Alec.

—¿No quisiste decirme qué?

Alec vaciló. Raras veces había visto a Jace tan trastornado, y sólo podía imaginar qué efecto podría tener en él más sorpresas desagradables. Sin embargo, no había modo de ocultar aquello. Jace tenía que saberlo.

—Ayer —dijo, en voz baja—, cuando llevé a Simon arriba al Gard, Malachi me contó que Magnus Bane esperaría a Simon en el otro extremo del Portal. Recibí noticias suyas esta mañana. No recogió a Simon. De hecho, dice que no ha habido actividad de Portales en Nueva York desde que Clary cruzó.

—A lo mejor Malachi se equivocó —sugirió Isabelle, tras una rápida mirada al rostro ceniciento de Jace—. A lo mejor otra persona recibió a Simon en el otro lado. Y Magnus podría equivocarse sobre lo de la actividad de los Portales…

Alec negó con la cabeza.

—Subí al Gard esta mañana con mamá. Mi intención era preguntarle yo mismo a Malachi sobre ello, pero cuando le vi…, no sé por qué…, me escondí tras una esquina a toda prisa. Entonces le oí hablar a uno de los guardas. Les ordenaba que hicieran subir al vampiro porque el Inquisidor quería volver a hablar con él.

—¿Estás seguro de que se refería a Simon? —preguntó Isabelle sin convicción en voz—. Quizá…

—Hablaban sobre lo estúpido que había sido el subterráneo al creer que lo enviarían así sin más de vuelta a Nueva York sin interrogarlo. Uno de ellos dijo que para empezar no podía creer que nadie hubiese tenido la desfachatez de intentar introducirlo a hurtadillas en Alacante. Y Malachi dijo: «Bueno, ¿qué esperáis del hijo de Valentine?».

—Oh —musitó Isabelle—. Oh, Dios mío. —Echó una ojeada al otro lado de la habitación—Jace…

Las manos de Jace estaban firmemente cerradas a los costados del cuerpo. Los ojos parecían hundidos, como si se estuviesen adentrando en el cráneo. En otras circunstancias, Alec le habría puesto la mano en el hombro, pero no ahora; algo en Jace lo contuvo.

—De no haber sido yo quien lo trajo —dijo Jace en una voz queda y mesurada, como si estuviese recitando algo—, a lo mejor simplemente lo habrían dejado volver a casa. Quizá habrían creído…

—No —repuso Alec—. No, Jace, no es culpa tuya. Le salvaste la vida.

—Lo salvé para que la Clave pudiera torturarlo —respondió él—. Menudo favor le he hecho. Cuando Clary lo averigüe… —Sacudió la cabeza ciegamente—. Pensará que lo traje aquí a propósito, que lo entregué a la Clave sabiendo lo que ellos le harían.

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