Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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—No he ido de compras —replicó Alec, furioso—. He ido…

La puerta volvió a abrirse. Con un revuelo de vestido blanco, Isabelle entró como una flecha, cerrando la puerta tras ella. Miró a Clary y meneó la cabeza.

—Te dije que se pondría hecho una furia —dijo—. ¿No es cierto?

—Ah, el «ya te dije» —dijo Jace—. Siempre es una jugada excelente.

Clary le miró con horror.

—¿Cómo puedes bromear? —musitó—. Acabas de amenazar a Luke. A Luke, alguien a quien le caes bien y que confía en ti. Por ser un subterráneo. ¿Qué te pasa?

Isabelle pareció horrorizada.

—¿Luke está aquí? Vaya, Clary…

—No está aquí —dijo Clary—. Se ha ido esta mañana…, y no sé adónde. Pero me doy perfecta cuenta de sus motivos para irse. —Apenas podía soportar mirar a Jace—. Genial. Tú ganas. Nunca deberíamos haber venido. Jamás debería haber creado ese Portal…

—¿Creado un Portal? —Isabelle parecía perpleja—. Clary, únicamente un brujo puede hacer un Portal. Y no existen muchos. El único Portal que está aquí en Idris está en el Gard.

—Precisamente quería hablarte sobre eso —siseó Alec a Jace, que tenía un aspecto, como advirtió Clary con sorpresa, aún peor del que tenía antes, como si estuviese a punto de desmayarse—. Sobre el recado que llevé acabo anoche… aquello que tuve que entregar en el Gard…

—Alec, para. Stop —dijo Jace, y la acerba desesperación de su voz acalló al otro muchacho; Alec cerró la boca y se quedó mirando a Jace, con el labio apretado entre los dientes.

Pero Jace no parecía verle; miraba a Clary, y sus ojos eran inflexibles como el cristal.

—Tienes razón —dijo con voz entrecortada, como si tuviese que forzar las palabras—Jamás deberías haber venido. Sé que te dije que no es seguro para ti estar aquí, pero eso no es cierto. La verdad es que no te quiero aquí porque eres impetuosa e irreflexiva y lo embrollarás todo. Es simplemente tu forma de ser. No eres cuidadosa, Clary.

—¿Embrollar…lo… todo? —Clary no consiguió introducir aire suficiente en los pulmones para emitir otra cosa que un susurro.

—Oh, Jace —dijo Isabelle con tristeza, como si fuese él quien había resultado herido.

Él no la miró. Tenía los ojos fijos en Clary.

—Tú siempre te limitas a correr hacia adelante sin pensar —dijo—. Lo sabes, Clary. Jamás habríamos acabado en el Dumort de no haber sido por ti.

—¡Y Simon estaría muerto! ¿Eso no te importa? Tal vez fue imprudente, pero…

—¿Tal vez? —inquirió Jace, elevando la voz.

—¡Pero eso no significa que cada decisión que haya tomado fuese equivocada! Dijiste, después de lo que hice en el barco, dijiste que había salvado la vida de todo el mundo…

Todo el color que quedaba en el rostro de Jace desapareció. Habló con repentina y pasmosa brutalidad.

—Cállate, Clary, CÁLLATE…

—¿En el barco? —La mirada de Alec fue de uno a otro, perpleja—. ¿Qué sucedió en el barco? Jace…

—¡Sólo te dije eso para evitar que lloriqueases! —chilló Jace, ignorando a Alec, ignorándolo todo excepto a Clary.

Ésta pudo sentir la fuerza de su repentina cólera igual que una ola que amenazaba con derribarla.

—¡Eres un desastre para nosotros, Clary! Eres una mundana, siempre lo serás, jamás serás una cazadora de sombras. No sabes pensar como lo hacemos nosotros, en lo mejor para el bien de todos… ¡Sólo piensas en ti misma! Pero ahora estamos en guerra, o lo estaremos, ¡y no tengo tiempo ni ganas de andar persiguiéndote por ahí, intentando asegurarme de que no acabes consiguiendo que maten a uno de nosotros!

Ella se limitó a mirarle atónita. No se le ocurría nada que decir; nunca le había hablado de aquel modo. Por muy furioso que hubiese conseguido ponerlo en el pasado, nunca antes le había hablado como si la odiase.

—Vete a casa, Clary —dijo.

Parecía muy cansado, como si el esfuerzo de expresar sus sentimientos lo hubiese dejado sin fuerzas.

—Vete a casa.

Todos los planes de la joven se evaporaron —las esperanzas de ir tras Fell, salvar a su madre, incluso la de encontrar a Luke—, nada importaba, no encontró palabras. Se dirigió hacia la puerta. Alec e Isabelle se apartaron para dejarla pasar. Ninguno de ellos quería mirarla; miraron hacia otro lado, con expresiones horrorizadas y turbadas. Clary sabía que probablemente debería sentirse humillada a la vez que enojada, pero no era así. Se sentía muerta en su interior.

Se volvió al llegar a la puerta y los miró. Jace mantenía los ojos clavados en ella. La luz que penetraba a raudales por la ventana a su espalda ensombrecía su rostro; tan sólo pudo ver los brillantes pedazos de luz solar que le espolvoreaban los rubios cabellos, como fragmentos de cristales rotos.

—Cuando me contaste que Valentine era tu padre, no te creí —dijo ella—. No porque no quisiera que fuera cierto, sino porque no te parecían en nada a él. Jamás he creído que te parecieras en nada a él. Pero te pareces. Te pareces.

Abandonó la habitación, cerrando la puerta tras ella.

—Van a dejarme morir de hambre —dijo Simon.

Estaba tumbado en el suelo de su celda, con la piedra fría bajo la espalda. Desde aquel ángulo, no obstante, podía ver el cielo a través de la ventana. En los días que había seguido a la conversión de Simon en vampiro, cuando pensaba que no volvería a ver la luz del día, se había descubierto pensando incesantemente en el sol y en el cielo. En los modos en que el color del cielo cambiaba durante el día; en el pálido cielo de la mañana, el ardiente azul del mediodía y la oscuridad cobalto del crepúsculo. Había yacido despierto en la oscuridad repasando un desfile de azules en su cerebro. Ahora, tendido de espaldas en la celda situada bajo el Gard, se preguntó si le habían devuelto la luz diurna y todos sus azules simplemente para que pudiera pasar el corto y desagradable resto de su vida en aquel espacio diminuto tan sólo con un trozo de cielo visible a través de la única ventana con barrotes de la pared.

—¿Has escuchado lo que te decía? —Alzó la voz—. El Inquisidor va a matarme de hambre. No más sangre.

Se oyó un susurro. Un suspiro audible. Entonces Samuel habló:

—Sí. Pero no sé qué quieres que haga al respecto. —Hizo una pausa—. Lo siento por ti, vampiro diurno, si eso te sirve de algo.

—En realidad, no —dijo Simon—. El Inquisidor quiere que mienta. Quiere que le diga que los Lightwood están confabulados con Valentine. Entonces me enviará a casa. —Giró sobre su barriga, y las piedras se le fueron clavando en la carne—. No importa. No sé por qué te cuento todo esto. Probablemente no tienes ni idea de sobre qué estoy hablando.

Samuel emitió un sonido a medio camino entre una risa y una tos.

—La verdad es que sí. Lo sé. Conocí a los Lightwood. Estuvimos en el Círculo junto. Los Lightwood, los Wayland, Los Pangborn, los Heraldene, los Penhallow. Todas las distinguidas familias de Alacante.

—Y Hodge Starkweather —dijo Simon, pensaba en el tutor de los Lightwood—. Él también estaba allí, ¿verdad?

—Sí —respondió Samuel—. Pero su familia no era precisamente de las más respetadas. Hodge prometía en un principio, pero me temo que jamás estuvo a la altura. —Calló un momento—. Aldertree siempre odió a los Lightwood, desde luego, desde que éramos niños. Él no era ni rico ni listo ni atractivo, y, bueno, ellos no fueron demasiado amables con él. No creo que lo haya superado jamás.

—¿Rico? —inquirió Simon—. Pensaba que a todos los cazadores de sombras les pagaba la Clave. Como… no sé, el comunismo y esas cosas.

—En teoría se les paga a todos los cazadores de sombras equitativamente —respondió Samuel—. Algunos, como aquellos que ocupan posiciones elevada en la Clave, o los que tienen una gran responsabilidad, como dirigir un Instituto, por ejemplo, reciben un salario más elevado. Luego están los que viven fuera de Idris y eligen ganar dinero en el mundo de los mundanos; no está prohibido, siempre y cuando entreguen el diezmo correspondiente a la Clave. Pero… —Samuel vaciló—. Tú viste la casa de los Penhallow, ¿verdad? ¿Qué te pareció?

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