Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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La escalera se ensanchó hasta convertirse en un rellano con un hueco en forma de ventana mirador que daba a la ciudad. Un chico estaba sentado en el hueco, leyendo. Alzó los ojos cuando Clary llegó a lo alto de la escalera, y pestañeó sorprendido.

—Yo te conozco.

—Hola, Max. Soy Clary…, la hermana de Jace, ¿Recuerdas?

Max se animó.

—Me enseñaste a leer Naruto —dijo, tendiéndole el libro—. Mira, conseguí otro. Éste se llama…

—Max, no puedo hablar ahora. Prometo que miraré tu libro más tarde… ¿Sabes dónde está Jace?

Max se mostró alicaído.

—En su habitación —dijo, y señaló la última puerta del pasillo—. Quise entrar, pero me dijo que tenía que hacer cosas de adultos. Todo el mundo se pasa la vida diciéndome lo mismo.

—Lo siento —repuso Clary, pero su mente ya no estaba puesta en la conversación.

Las ideas se agolpaban en su cabeza; ¿qué le diría a Jace cuando le viera, qué le diría él? Mientras avanzaba por el pasillo hasta la puerta, pensó: «Sería mejor mostrarse simpática, no enojada, chillarle no hará más que ponerlo a la defensiva. Tiene que comprender que pertenezco a este lugar, igual que él. No necesito que me protejan como una pieza de delicada porcelana. Soy fuerte también…».

Abrió la puerta de par en par. La habitación parecía ser una especie de biblioteca, con las paredes cubiertas de libros. Estaba brillantemente iluminada, la luz penetraba a raudales por un alto ventanal. En medio de la habitación estaba Jace de pie. No estaba solo, sin embargo… Ni por asomo. Había una chica de cabellos oscuros con él, una chica a la que Clary no había visto nunca, y los dos estaban fundidos en un abrazo apasionado.

6

Animosidad

Un vahído embargó a Clary, como si hubiesen absorbido todo el aire de la habitación. Intentó retroceder, pero tropezó y golpeó la puerta con el hombro. Ésta se cerró con un portazo, Y Jace y la chica se separaron.

Clary se quedó paralizada. Ambos la miraban fijamente. Reparó en que la chica tenía una lisa melena oscura que le llegaba hasta los hombros y que era sumamente bonita. Tenía desabrochados los botones superiores de la blusa, mostrando un trozo de sujetador de encaje. Clary sintió náuseas.

Las manos de la chica abrocharon rápidamente los botones de la blusa. No parecía complacida.

—Perdona —dijo con cara de pocos amigos—, ¿quién eres?

Clary no contestó; miraba a Jace, que la contemplaba fijamente con incredulidad. Se había quedado totalmente lívido, lo que destacaba las oscuras sombras que tenía alrededor de los ojos. Miró a Clary como quien mira fijamente el extremo del cañón de un arma.

—Aline. —La voz del muchacho no tenía calidez ni timbre—. Ésta es mi hermana Clary.

—Ah. —El rostro de Aline se relajó en una sonrisa levemente avergonzada—. ¡Lo siento! Vaya modo de conocerte. Hola, soy Aline.

Avanzó hacia Clary, todavía sonriendo, con la mano extendida. «No creo que pueda tocarla», pensó Clary con horrorizado desaliento. Miró a Jace, que pareció leer la expresión de sus ojos; con gesto adusto, sujetó a Aline por los hombros y le dijo algo al oído. Ella pareció sorprendida, se encogió de hombros, y se marchó sin decir nada más.

Clary se quedó sola con Jace. Sola con alguien que todavía la miraba como si fuese su peor pesadilla hecha realidad.

—Jace —dijo ella, y dio un paso hacia él.

Él se apartó de ella como si estuviese cubierta de algo venenoso.

—¿Qué? —.dijo—. En el nombre del Ángel, Clary, ¿qué estás haciendo tú aquí?

A pesar de todo, la aspereza del tonó le dolió.

—Al menos podrías fingir que te alegras de verme. Aunque fuese un poco.

—No me alegro de verde —dijo él.

Había recuperado algo de color, pero las sombras bajo los ojos seguían siendo manchurrones grises sobre la piel. Clary aguardó a que añadiese algo, pero pareció contentarse con mirarla fijamente, horrorizado. Advirtió con aturdida claridad que llevaba un suéter negro que le venía ancho en las muñecas como si hubiese perdido peso, y que tenía las uñas de las manos en carne viva de tanto mordérselas.

—Ni siquiera un poco.

—Éste no eres tú —dijo ella—. Odio cuando actúas así…

—Vaya, lo odias, ¿no es cierto? Bueno, pues será mejor que deje de hacerlo, entonces, ¿verdad? Quiero decir… que tú haces todo lo que te pido que hagas.

—¡No tenías derecho a hacer lo que hiciste! —le soltó ella, repentinamente enfurecida—. Mentirme de ese modo. No tenías derecho…

—¡Tenía todo el derecho! —gritó él, y ella no recordó que le hubiese chillado nunca antes—Tenía todo el derecho, estúpida. Soy tu hermano y…

—¿Y qué? ¿Te pertenezco? ¡No eres mi dueño, tanto si eres mi hermano como si no!

La puerta detrás de Clary se abrió de golpe. Era Alec, sobriamente vestido con una larga chaqueta azul oscuro y los cabellos negros desordenados. Llevaba unas botas embarradas y mostraba una expresión incrédula en su por lo general tranquilo rostro.

—Por todas las dimensiones posibles, ¿qué sucede aquí? —dijo mirando alternativamente a Jace y a Clary con asombro—. ¿Estáis intentando mataros, vosotros dos?

—En absoluto —respondió Jace.

Como por arte de magia, advirtió Clary, todo había desaparecido: la cólera y el pánico, y le envolvía una calma glacial.

—Clary ya se iba.

—Estupendo —dijo Alec—, porque necesito hablar contigo, Jace.

—¿Es que nadie en esta casa dice alguna vez: «Hola, encantado de verte»? —inquirió Clary sin dirigirse a nadie en particular.

Era muchísimo más fácil hacer sentir culpable a Alec que a Isabelle.

—Me alegro de verte, Clary —dijo éste—, excepto por el hecho de que en realidad no tendrías que estar aquí, claro. Isabelle me ha contado que has llegado aquí por tu cuenta de algún modo, y me siento impresionado…

—¿Podrías dejar de animarla? —inquirió Jace.

—Pero es que realmente…, realmente necesito hablar con Jace sobre algo. ¿Puedes darnos unos minutos?

—Yo también necesito hablar con él —replicó ella—. Sobre nuestra madre…

—Pues yo no tengo ganas de hablar —dijo Jace—, con ninguno de vosotros, si queréis que os diga la verdad.

—Te equivocas —indicó Alec—. Realmente sí quieres hablar conmigo.

—Lo dudo —dijo Jace, que había vuelto la mirada de nuevo hacia Clary—. No viniste sola, ¿verdad? —preguntó lentamente, como dándose cuenta de que la situación era aún peor de lo que había pensado—¿Quién vino contigo?

No parecía tener sentido mentir sobre ello.

—Luke —respondió Clary —. Luke vino conmigo.

Jace palideció.

—Pero Luke es un subterráneo. ¿Sabes lo que la Clave les hace a los subterráneos no registrados que entran en la Ciudad de Cristal, que cruzan las salvaguardas sin permiso? Venir a Idris es una cosa, pero ¡entrar en Alacante! ¡Sin decírselo a nadie!

—No —dijo Clary en un medio susurro—, pero sé lo que vas a decir…

—¿Que si tú y Luke no regresáis a Nueva York inmediatamente lo descubriréis?

Por un momento Jace permaneció en silencio, trabando la mirada con ella. La desesperación de su expresión la impresionó. Era él quién la amenazaba no ella, después de todo, y no al contrario.

—Jace. —Alec interrumpió el silencio, con un dejo de pánico deslizándose en su voz—. ¿No te has preguntado dónde he estado durante todo el día?

—Eso que llevas es un abrigo nuevo —respondió él, sin mirar a su amigo—. Imagino que has ido de compras. Aunque desconozco por qué estás tan ansioso por darme la lata con eso.

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