Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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Exactamente igual que un callejón de Nueva York —como cualquier callejón del mundo, al parecer—, olía a orina de gato.

Clary asomó la cabeza por la esquina de uno de los edificios. Una calle más grande discurría colina arriba, bordeada de tiendas pequeñas y casas.

—No hay nadie por aquí —comentó con cierta sorpresa.

En la luz cada vez más tenue Luke tenía un aspecto gris.

—Debe de haber una reunión arriba en el Gard. Es la única cosa que podría sacar a todo el mundo de las calles a la vez.

—¿Y eso no es bueno? No hay nadie por aquí que pueda vernos.

—Es bueno y malo. Las calles están desiertas en su mayor parte, lo que es bueno. Pero será mucho más probable que cualquiera que ande por ahí advierta nuestra presencia y despierte su atención.

—Pensaba que habías dicho que todo el mundo estaba en el Gard.

Luke sonrió débilmente.

—No seas tan literal, Clary. Me refería a la mayor parte de la ciudad. Los niños, los adolescentes y cualquiera que esté eximido de la reunión no estarán allí.

Adolescentes. Clary pensó en Jace, y muy a su pesar, el pulso se le disparó como un caballo saliendo del cajón de salida de una carrera.

Luke frunció el ceño como si pudiese leerle el pensamiento.

—En estos momentos estoy infringiendo la ley al estar en Alacante sin darme a conoce a la Clave en la puerta. Si alguien me reconoce, podríamos meternos en un auténtico lío. —Echó un vistazo hacia la franja de cielo rojizo visible entre los tejados—. Tenemos que salir de las calles.

—Pensaba que íbamos a la casa de tu amiga.

—Eso hacemos. Y no es una amiga, precisamente.

—Entonces quién…

—Limítate a seguirme.

Luke se introdujo en un pasaje entre dos casas, tan angosto que Clary podía alargar los brazos y tocar las paredes de ambos edificios con los dedos mientras lo recorrían. Salieron a una sinuosa calle adoquinada bordeada de tiendas. Los edificios mismos parecían un cruce entre el paisaje de un sueño gótico y un cuento infantil. Los revestimientos de las fachadas estaban esculpidos con toda clase de criaturas sacadas de mitos y leyendas; destacaban las cabezas de monstruos, intercaladas con caballos alados, algo que parecía una casa sobre patas de gallina, sirenas, y, por supuesto, ángeles. De cada esquina sobresalían gárgolas, con sus gruñones rostros contraídos. Y en todas partes había runas bien visibles sobre puertas, ocultas en el dibujo de un grabado abstracto, oscilando de finas cadenas de metal igual que campanillas de viento que se agitaban en la brisa. Runas de protección, de buena suerte, incluso para la prosperidad en los negocios; contemplándolas fijamente todas ellas, Clary empezó a sentirse un poco mareada.

Anduvieron en silencio, manteniéndose en las sombras. La calle de adoquines estaba desierta, las puertas de las tiendas cerradas y atrancadas. Clary dirigía miradas furtivas al interior de los escaparates mientras pasaban. Resultaba extraño ver una exhibición de caros chocolates decorados en un escaparate y en el siguiente otra igualmente espléndida de armas de aspecto letal: alfanjes, mazas, garrotes tachonados de clavos, y un despliegue de cuchillos serafín en distintos tamaños.

—No hay pistolas —dijo, y su propia voz sonó muy lejana.

—¿Qué? —Luke la miró pestañeando.

—Los cazadores de sombras —dijo ella—. Jamás usan pistolas.

—Las runas impiden que la pólvora estalle —respondió él—. Nadie sabe el motivo. Con todo, se sabe de nefilim que han usado un rifle alguna que otra vez contra licántropos. No hace falta una runa para matarlos…, simplemente balas de plata.

Lo dijo con voz lúgrube. De improviso alzó la cabeza. En la débil luz era fácil imaginar sus orejas alzándose al frente como las de un lobo.

—Voces —dijo—. Deben de haber terminado en el Gard.

Le cogió el brazo y tiró de ella sacándola de la calle principal. Emergieron en una plaza pequeña con un pozo en el centro. Un puente de mampostería describía un arco que se desvanecía, el agua del canal parecía casi negra. Clary pudo entonces oír también las voces, procedentes de calles próximas. Sonaban alto y enojadas. El mareo de Clary aumentó; sintió como si el suelo se ladeara bajo sus pies, amenazando con hacerla caer de bruces. Se recostó en la pared del callejón, respirando con dificultad.

—Clary —dijo Luke—. Clary, ¿te encuentras bien?

La voz de Luke sonaba espesa, extraña. Le miró y se quedó sin aliento. Las orejas se habían vuelto largas y puntiagudas, los dientes afilados como cuchillas, los ojos tenían un feroz color amarillo…

—Luke —musitó—, ¿qué te está sucediendo?

—Clary —alargó los brazos hacia ella, las manos curiosamente alargadas, las uñas afiladas y de color óxido—¿sucede algo?

Ella lanzó un chillido, retorciéndose para apartarse de él. No estaba segura de por qué se sentía tan aterrada; había visto cambiar a Luke, y él jamás le había hecho daño. Pero el terror cobró viveza en su interior, incontrolable. Luke la agarró por los hombros y ella se encogió ante él, apartándose de sus ojos amarillos de animal, incluso mientras la acallaba, suplicándole que no hiciese ruido con su voz humana normal.

—Clary, por favor…

—¡Suéltame! ¡Suéltame!

Pero no lo hizo.

—Es el agua… tienes alucinaciones… Clary, intenta no perder el control. —La llevó hacia el puente, medio arrastrándola, y ella sintió cómo le corrían lágrimas por el rostro, refrescándole las ardientes mejillas—. No es real. Intenta controlarte, por favor —dijo él, ayudándola a subir el puente.

Clary pudo oler el agua bajo él, verde y estancada. Se movían cosas bajo su superficie. Mientras observaba, un tentáculo negro emergió del agua, la punta esponjosa cubierta de dientes como agujas. Se echó hacia atrás, lejos del agua, incapaz de chillar, mientras un quedo gemido se le escapaba de la garganta.

Luke la sujetó cuando las rodillas se le doblaron, tomándola en brazos. No la había llevado en brazos desde que tenía cinco o seis años. «Clary», dijo, pero el resto de sus palabras se desdibujó en un rugido absurdo mientras descendían del puente. Pasaron corriendo ante una serie de altas casas estrechas que le recordaron a Clary las casas adosadas de Brooklyn… ¿O tal vez simplemente tenía una alucinación sobre su propio vecindario? El aire alrededor de ambos pareció combarse a medida que seguían adelante, las luces de las casas llameando a su alrededor como antorchas, el canal titilando con un diabólico resplandor fosforescente. Clary sentía como si los huesos se le estuviesen disolviendo dentro del cuerpo.

—Aquí.

Luke se detuvo bruscamente frente a una casa alta del canal. Pateó con fuerza la puerta, gritando; estaba pintada de un rojo intenso, casi chillón, con una única runa trazada sobre ella en dorado. La runa se disolvió y destiñó mientras Clary la miraba fijamente, adquiriendo la forma de una repugnante calavera sonriente. «No es real», se dijo con fiereza, sofocando el grito con el puño, mordiéndoselo hasta que sintió el sabor de la sangre en la boca.

El dolor le despejó la cabeza momentáneamente. La puerta se abrió de golpe, y apareció una mujer con un vestido oscuro, el rostro crispado con una mezcla de cólera y sorpresa. Su cabello era largo, una enmarañada nube castaña salpicada de gris que escapaba de dos trenzas; los ojos azules resultaban familiares. Una luz mágica brillaba en su mano.

—¿Quién es? —exigió—. ¿Qué quieres?

—Amatis. —Luke fue a colocarse en el circulo luminoso de luz mágica, con Clary en los brazos—. Soy yo.

La mujer palideció y se tambaleó, alargando una mano para apuntalarse contra el umbral.

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