Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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Jace se volvió hacia Simon con expresión severa.

—¿Qué te pasa, vampiro?

—¿Que qué me pasa? Eres tú quien prácticamente me ha arrastrado aquí por los cabellos.

—Porque estabas a punto de decirles que Clary jamás canceló sus planes de venir a Idris. ¿Sabes qué sucedería entonces? Se pondrían en contacto con ella y lo organización para que viniese. Y ya te dije que eso no puede suceder.

Simon sacudió negativamente la cabeza.

—No te comprendo —dijo—. A veces actúas como si todo lo que te importase fuese Clary, y luego actúas como…

Jace le miró fijamente. El aire estaba lleno de danzarinas motas de polvo que formana una cortina reluciente entre los dos muchachos.

—¿Actúo como qué?

—Estabas coqueteando con Aline —dijo Simon—. No parecía que te importase Clary entonces.

—Eso no es asunto tuyo —repuso Jace—. Y además, Clary es mi hermana. Eso sí lo sabes.

—Yo también estaba allí en la corte de las hadas —replicó Simon—. Recuerdo lo que la reina seelie dijo. «El beso que la muchacha más desea, la liberará.»

—Apuesto a que lo recuerdas. Grabado a fuego en tu cerebro, ¿verdad, vampiro?

Simon emitió un ruidito desde el fondo de la garganta que ni siquiera había advertido que fuera capaz de hacer.

—Ah, no lo harás. No voy a discutir sobre esto. No voy a pelear por Clary contigo. Es ridículo.

—Entonces, ¿por qué lo sacaste a relucir?

—Porque —dijo Simon—, si quieres que mienta…, no a Clary, sino a todos tus amigos cazadores de sombras…, si quieres que finja que fue decisión de la propia Clary no venir aquí, y si quieres que finja que no sé nada sobre sus poderes, o lo que en realidad puede hacer, entonces tú tienes que hacer algo por mí.

—Magnífico —respondió Jace—. ¿Qué es lo que quieres?

Simon permaneció en silencio por un momento, mirando más allá de Jace a la hilera de casas de piedra que daban al centelleante canal. Más allá de los almenados tejados podía ver las refulgentes partes superiores de las torres de los demonios.

—Quiero que hagas lo que sea que tengas que hacer para convencer a Clary de que no sientes nada por ella. Y no… no me digas que eres su hermano; eso ya lo sé. Deja de darle falsas esperanzas cuando sabes que lo que sea que los dos tenéis no tiene futuro. Y no estoy diciendo esto porque la quiera para mí. Lo estoy diciendo porque soy su amigo y no quiero que resulte lastimada.

Jace bajó la mirada a sus manos durante un largo rato, sin responder. Eran manos delgadas, y los dedos y nudillos presentaban marcas de viejas callosidades. Los dorsos estaban surcados con las finas líneas blancas de antiguas Marcas. Eran las manos de un soldado, no las de un adolescente.

—Ya lo hice —respondió—. Le dije que sólo estaba interesado en ser su hermano.

—Ah.

Simon había esperado que Jace peleara con él respecto a aquello, que discutiera, no que se limitara a ceder. Un Jace que simplemente cedía era alguno nuevo… y dejó a Simon sintiéndose casi avergonzado de haberlo pedido. «Clary jamás me lo mencionó», quiso decir, pero, de todos modos, ¿por qué tendría ella que haberlo hecho? Bien pensando, se había mostrado insólitamente callada y retraída últimamente cada vez que había surgido el nombre de Jace.

—Bueno, eso soluciona esa parte, supongo. Hay una última cosa.

—¿Sí? —Jace habló sin que pareciera sentir demasiado interés—. ¿Y cuál es?

—¿Qué fue lo que Valentine dijo cuando Clary dibujó aquella runa en el barco? Sonó como un idioma extranjero. ¿ Meme algo…?

Mene mene tekel upharsin —dijo Jace con una leve sonrisa—. ¿No lo reconoces? Es de la Biblia, vampiro. La antigua. Ése es tu libro, ¿verdad?

—Que sea judío no significa que me sepa el Antiguo Testamento de memoria.

—Es la Escritura sobre la Pared. «Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin; pesado has sido en la balanza y hallado falto.» Es un augurio de fatalidad; significa el fin de un imperio.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con Valentine?

—No sólo Valentine —dijo Jace—. Todos nosotros. La Clave y la Ley; lo que Clary puede hacer trastorna todo lo que ellos conocen como verdadero. Ningún ser humano puede crear runas nuevas, o dibujar la clase de runas que Clary puede dibujar. Únicamente los ángeles poseen ese poder. Y puesto que Clary puede hacer eso…, bueno, parece un augurio. Las cosas están cambiando. Las Leyes están cambiando. Puede que las antiguas costumbres no vuelvan a ser las costumbres correctas nunca más. Igual que la rebelión de los ángeles puso fin al mundo tal y como era…, partió el cielo por la mitad y creó el infierno…, eso podría significar el fin de los nefilim tal y como existen en la actualidad. Ésta es nuestra guerra en el cielo, vampiro, y sólo un bando puede vencer. Y mi padre tiene intención de que sea el suyo.

Aunque el aire seguía frío, Clary ardía en sus ropas húmedas. El sudor le corría por el rostro en pequeños riachuelos, humedeciéndole el cuello del abrigo mientras Luke, con la mano sobre su brazo, le hacía recorrer a toda prisa la carretera bajo un cielo que se oscurecía rápidamente. Avistaban ya Alacante. La ciudad estaba en un valle poco profundo, dividido en dos por un río plateado que penetraba por un extremo de la ciudad, parecía desvanecerse, y volvía a salir por el otro. Una confusión de edificios de color miel con tejados de pizarra roja y una maraña de calles oscuras que zigzagueaban vertiginosamente se extendía por la ladera de la colina empinada. En la cima de la colina se alzaba un edificio de piedra oscura, sostenido con pilares, que se elevaba alzándose imponente hacia el cielo, con una torre centelleante en cada punto cardinal: cuatro en total. Desperdigadas entre los otros edificios había las mismas torres altas y delgadas con aspecto cristalino, cada una reluciente como cuarzo. Eran como agujas de cristal perforando el cielo. La luz del sol que se desvanecía arrancaban apagados arcos iris a sus superficies igual que una cerilla provocando chispas. Era un espectáculo hermoso, y muy extraño.

«No has visto nunca una ciudad hasta que has visto Alacante la de las torres de cristal.»

—¿Qué era eso? —inquirió Luke, oyéndola—. ¿Qué has dicho?

Clary no se había dado cuenta de que había hablado en voz alta. Turbada, repitió las palabras, y Luke la miró con sorpresa.

—¿Dónde has oído eso?

—Hodge —respondió ella—. Fue algo que Hodge me dijo.

Luke la miró con más atención.

—Estás colorada —dijo—. ¿Cómo te sientes?

A Clary le dolía el cuello, le ardía todo el cuerpo, tenía la boca seca.

—Estoy perfectamente —respondió—. Pero lleguemos allí, ¿vale?

—De acuerdo.

Luke señaló; en el linde de la ciudad, donde finalizaban los edificios, Clary pudo ver un arco, dos lados curvándose hasta finalizar en punta. Un cazador de sombras con su indumentaria negra montaba guardia bajo la sombra del arco.

—Ésa es la Puerta Norte; es por donde los subterráneos pueden entrar legalmente en la ciudad, siempre y cuando posean la documentación adecuada. Hay guardas apostado allí día y noche. Si estuviésemos aquí por un asunto oficial, o tuviésemos permiso para estar aquí, entraríamos por ella.

—Pero no hay ninguna muralla alrededor de la ciudad —indicó Clary—. No parece gran cosa como puerta.

—Las salvaguardas son invisibles, pero están ahí. Las torres de los demonios las controlan. Lo han hecho durante mil años. Las sentirás cuando las atravieses. —Echó una ojeada una vez más a su rostro enrojecido, preocupado—, ¿Estás lista?

Ella asintió. Se alejaron de la puerta, siguiendo el lado este de la ciudad, donde los edificios estaban más densamente apelotonados. Con un ademán para que no hiciese ruido, Luke la condujo hacia una abertura estrecha entre dos casas. Clary cerró los ojos mientras se acercaban, como si esperase golpearse el rostro contra una pared invisible en cuando penetraran en las calles de Alacante. No fue así. Sintió una presión repentina, como si estuviese en un avión que caía. Los oídos se le destaparon… y a continuación la sensación desapareció, y se encontraba de pie en el callejón entre los edificios.

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