—¿Qué es Gard? —preguntó Simon, cansado de no entender nada.
Jace le miró. Su expresión era fría, poco amistosa; tenía la mano sobre la de Aline, que descansaba sobre el muslo de la joven.
—Siéntate —dijo, moviendo bruscamente la cabeza en dirección a un sillón—. ¿O planeabas ir a revolotear al rincón como un murciélago?
«Fabuloso. Chistes de murciélagos.» Simon se acomodó, molesto en el sillón.
—Gard es el lugar de reunión de la Clave —explicó Sebastian, al parecer apiadándose de Simon—. Es donde se decreta la Ley, y donde residen el Cónsul y el Inquisidor. Sólo los cazadores de sombras adultos se les permite la entrada en la zona cuando la Clave está reunida.
—¿Reunida? —preguntó Simon, recordando lo que Jace había dicho un poco antes, arriba—. ¿No querrás decir… debido a mí?
—No. —Sebastian lanzó una carcajada—. Debido a Valentine y los Instrumentos Mortales. Es por eso que todo el mundo está allí. Para tratar de averiguar lo que Valentine va a hacer a continuación.
Jace no dijo nada, pero al oír el nombre de Valentine se le tensó el rostro.
—Bueno, irá tras el Espejo —repuso Simon—. El tercero de los Instrumentos Mortales, ¿verdad? ¿Está aquí en Idris? ¿Es por eso que todo el mundo está aquí?
Hubo un corto silencio antes de que Isabelle respondiera:
—Nadie sabe dónde está el espejo. De hecho, nadie sabe qué es.
—Es un espejo —respondió Simon—. Ya sabes… reflectante, cristal. Supongo.
—A lo que Isabelle se refiere —dijo Sebastian en tono amable—es que nadie sabe nada sobre el Espejo. Existen múltiples menciones a él en las historias de los cazadores de sombras, pero ningún detalle específico sobre dónde está qué aspecto tiene, o, lo que es más importante, qué poder posee.
—Suponemos que Valentine lo quiere —indicó Isabelle—, pero eso no ayuda mucho, ya que nadie tiene ni la más remota idea de dónde está. Los Hermano Silenciosos podrían haber sabido algo pero Valentine los mató a todos. No habrá más durante al menos cierto tiempo.
—¿A todos ellos? —inquirió Simon con sorpresa—. Creía que sólo había matado a los de Nueva York.
—La Ciudad de Hueso no está realmente en Nueva York —dijo Isabelle—. Es como…, ¿recuerdas la entrada a la corte seelie, en Central Park? Que la entrada estuviese allí no significa que la corte misma esté bajo el parque. Sucede lo mismo con la Ciudad de Hueso. Existen varias entradas, pero la Ciudad en sí… —Isabelle se interrumpió cuando Aline la hizo callar con un veloz ademán.
Simon paseó la mirada de su rostro al de Jace y luego al de Sebastian. Todos mostraban la misma expresión cauta, como si acabaran de advertir lo que habían estado haciendo: contar secretos nefilim a un subterráneo. A un vampiro. No al enemigo, precisamente, pero desde luego alguien en quien no se podía confiar.
Aline fue la primera en romper el silencio. Clavando la hermosa y negra mirada en Simon, dijo:
—Así pues… ¿cómo es ser un vampiro?
—¡Aline! —Isabelle parecía horrorizada—. No puedes ir por ahí preguntando a la gente cómo es ser un vampiro.
—NO veo el motivo —replicó ella—. No ha sido un vampiro tanto tiempo, ¿verdad? Así que debe de recordar lo que era ser una persona. —Giró la cabeza de nuevo hacia Simon—. ¿La sangre todavía te sabe a sangre? ¿O sabe a otra cosa ahora, como zumo de naranja o algo así? Porque imagino que el sabor de la sangre sería…
—Sabe a pollo —respondió Simon, simplemente para acallarla.
—¿De veras? —Aline pareció atónita.
—Se está burlando de ti, Aline —dijo Sebastian—, como tiene todo el derecho a hacer. Me disculpo por mi prima otra vez, Simon. Aquellos de nosotros que nos criamos fuera de Idris solemos estar un poco más familiarizados con lo subterráneos.
—Pero ¿tú no te criaste en Idris? —inquirió Isabelle—Pensaba que tus padres…
—Isabelle —interrumpió Jace, pero ya era demasiado tarde. La expresión de Sebastian se ensombreció.
—Mis padres están muertos —dijo—. Un nido de demonios cerca de Calais…, no pasa nada, fue hace mucho tiempo —frenó las muestras de condolencia de Isabelle—. Mi tía… la hermana de mi padre… me crió en el Instituto de Paris.
—¿De modo que hablas francés? —Isabelle suspiró—. Ojalá yo hablara otro idioma. Pero Hodge jamás pensó que necesitaríamos aprender nada que no fuese griego y latín clásicos, y nadie habla esas lenguas ya.
—También hablo ruso e italiano. Y un poco de rumano —indicó Sebastian con una sonrisa humilde—. Podría enseñarte algunas frases…
—¿Rumano? Eso es impresionante —dijo Jace—. No muchas personas lo hablan.
—¿Lo hablas tú? —preguntó Sebastian con interés.
—En realidad, no —repuso Jace con una sonrisa tan encantadora que Simon supo que mentía—. Mi rumano se limita a frases útiles como: «¿Son estas serpientes venenosas?» y «Pero usted parece muy joven para ser un oficial de policia».
Sebastian no sonrió. Había algo en su expresión, se dijo Simon. Era afable —todo en él era sosegado—, pero Simon tuvo la sensación de que la afabilidad ocultaba algo debajo que desmentía la tranquilidad externa.
—Me encanta viajar —dijo él, con los ojos puestos en Jace—. Pero es agradable estar de vuelta, ¿verdad?
Jace dejó de jugar con los dedos de Aline.
—¿Qué quieres decir?
—Simplemente que no hay ningún otro sitio como Idris, por mucho que nosotros los nefilim nos creemos hogares en otras partes. ¿No estás de acuerdo?
—¿Por qué me preguntas? —La expresión de Jace era gélida.
Sebastian se encogió de hombros.
—Bueno, tu viviste aquí de niño, ¿no es cierto? Y no has regresado en años. ¿O lo entendí mal?
—No lo entendiste mal —intervino Isabelle con tono impaciente—. A Jace le gusta fingir que nadie habla sobre él, incluso cuando sabe que sí lo hacen.
—Desde luego que lo hacen.
Aunque Jace le miraba con expresión iracunda, Sebastian parecía no inmutarse. Simon sintió una especie de medio renuente simpatía por el joven cazador de sombras de cabellos oscuros. Era raro encontrar a alguien que no reaccionase a las pullas de Jace.
—Estos días es de lo que habla todo el mundo en Idris. De ti, de los Instrumentos Mortales, de tu padre, de tu hermana…
—Se suponía que Clarissa vendría con vosotros, ¿no es cierto? —dijo Aline—. Tenía ganas de conocerla. ¿Qué sucedió?
Si bien la expresión de Jace no cambió, retiro la mano de la de Aline, crispándola en un puño.
—No quiso abandonar Nueva York. Su madre está enferma en el hospital.
«Jamás dice “nuestra madre” —pensó Simon—. Siempre es su madre.»
—Es extraño —comentó Isabelle—; pensaba que realmente quería venir.
—Quería —dijo Simon—. De hecho…
Jace se había puesto en pie a tal velocidad que Simon ni siquiera le había visto moverse.
—Ahora que lo pienso, necesito discutir con Simon en privado. —Movió violentamente la cabeza en dirección a las puertas dobles del otro extremo de la habitación, con una mirada desafiante—. Vamos, vampiro —dijo, en un tono que dejó a Simon con la clara sensación de que una negativa probablemente acabaría en alguna clase de violencia—. Vamos a hablar.
Entrada la tarde, Luke y Clary habían dejado ya el lago muy atrás y caminaban por lo que parecían interminables extensiones llanas de pastos altos. Aquí y allá se alzaba una suave elevación hasta convertirse en una colina coronada de rocas negras. Clary estaba agotada de tanto subir y bajar colinas, una tras otra, dando traspiés con las botas resbalando en la hierba húmeda como si se tratase de mármol engrasado. Cuando por fin dejaron atrás los campos y llegaron a una estrecha carretera de tierra, las manos le sangraban y estaban completamente manchadas de hierba.
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