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Cassandra Clare: Ciudad de cristal

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Cassandra Clare Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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Luke no dijo nada. Miraba a su alrededor como si esperara obtener alguna ayuda de lo que le rodeaba. Clary siguió su mirada. Estaban sobre la amplia orilla de tierra de un lago de buen tamaño. El agua era de un azul pálido, moteada aquí y allí por el reflejo de la luz del sol. Se preguntó si era el origen de la luz dorada que había visto a través del entreabierto Portal. No había nada de siniestro en el lago ahora que estaba junto a él en lugar de en su interior. Estaba rodeado de colinas verdes salpicadas de árboles que empezaban a adquirir un tono rojizo y dorado. Más allá de las colinas se alzaban elevadas montañas cuyos picos estaban coronados de nieve.

Clary se estremeció

—Luke, cuando estábamos en el agua… ¿te convertiste en lobo a medias? Me pareció ver…

—Mi yo lobo nada mejor que mi yo humano —respondió él en tono brusco—. U es más fuerte. Tenía que arrastrarte por el agua, y tú no ofrecías demasiada ayuda.

—Lo sé —dijo ella—. Lo siento. No se… no se suponía que tú fueses a venir conmigo.

—Si no lo hubiese hecho, estarías muerta —señaló él—. Magnus te lo dijo, Clary. No puedes usar un Portal para entrar en la Ciudad de Cristal a menos que tengas a alguien esperándote al otro lado.

—Dijo que iba contra la Ley. No dijo que si intentaba llegar aquí rebotaría.

—Te contó que había salvaguardas instaladas alrededor de la ciudad que impedían abrir Portales que condujeran a ella. No es culpa suya que decidieras ponerte a jugar con magia apenas comprendes. Que poseas el poder no significa que sepas cómo usarlo. —Puso cara de pocos amigos.

—Lo siento —replicó Clary con un hilo de voz—. Es sólo… ¿dónde estamos ahora?

—En el lago Lyn —respondió él—. Creo que el Portal nos llevó tan cerca de la ciudad como pudo y luego nos soltó. Estamos en las afueras de Alacante. —Miró a su alrededor, meneando la cabeza medio asombrado y medio fastidiado—. Lo hiciste, Clary. Estamos en Idris.

—¿Idris? —dijo ella, y se levantó mirando tontamente al otro lado del lago, que le devolvió un centelleo, azul y quieto—. Pero… dijiste que estábamos en las afueras de Alacante. No veo la ciudad por ninguna parte.

—Estamos a kilómetros de distancia. —Luke señaló con un dedo —. ¿Ves esas colinas a lo lejos? Tenemos que cruzarlas; la ciudad queda al otro lado. Si tuviéramos un coche, podríamos llegar allí en una hora, pero vamos a tener que andar lo que probablemente nos llevará toda la tarde. —Miró al cielo entornando los ojos—. Será mejor que nos pongamos en marcha.

Clary se miró con consternación. La perspectiva de una caminata de todo un día con las ropas empapadas no resultaba atrayente.

—¿No hay alguna otra cosa…?

—¿Alguna otra cosa que podamos hacer? —dijo Luke, y había un repentino y cortante tono airado en su voz—. ¿Tienes alguna sugerencia, Clary, puesto que fuiste tú quién nos trajo aquí? —Señaló lejos del lago—. En esa dirección hay montañas. Transitables a pie únicamente en pleno verano. Moriríamos congelados en las cumbres. —Se volvió y movió el dedo en otra dirección—. Ahí hay kilómetros de bosques. Hasta la frontera. Están deshabitados, al menos por seres humanos. Más allá de Alacante hay tierras de labranza y casas de campo. Quizás podríamos salir de Idris, pero de todos modos tendríamos que atravesar la ciudad. Una ciudad, puedo añadir, donde los subterráneos como yo no son precisamente bien recibidos.

Clary le miró con la boca abierta.

—Luke, yo no sabía…

—Desde luego que no sabías. Tú no sabes nada sobre Idris. A ti ni siquiera te importa Idris. Simplemente estabas ofendida porque te habían dejado atrás, igual que una criatura, y tuviste una pataleta. Y ahora estamos aquí. Perdidos y helados y… —Se interrumpió; tenía el rostro tenso—. Vamos. Empecemos a andar.

Clary siguió a Luke a lo largo de la orilla del lago Lyn en abatido silencio. Mientras andaban, el sol le secó el cabello y la piel, pero el abrigo de terciopelo retenía agua como una esponja. Colgaba sobre ella como una cortina de plomo mientras andaba a toda prisa, dando traspiés, sobre rocas y barro, tratando de mantenerse a la altura de la larga zancada de Luke. Efectuó unos cuantos intentos más de entablar conversación, pero Luke se mantuvo obstinadamente callado. Ella jamás había hecho nada tan grave como para que una disculpa no hubiese ablandado el enojo de Luke. En esta ocasión, al parecer, era diferente.

Los precipicios se alzaron más altos alrededor del lago a medida que avanzaban, perforados de zonas oscuras, igual que brochazos de pintura negra. Cuando Clary miró con mayor atención, advirtió que se trataba de cuevas en la roca. Algunas daban la impresión de ser muy profundas y hundirse serpenteantes en la oscuridad. Imaginó murciélagos y desagradables criaturas reptantes ocultándose en las tinieblas, y se estremeció.

Por fin una senda estrecha que se abría paso a través de los precipicios los condujo a una calzada amplia revestida de piedras trituradas. El lago describió una curva alejándose de ellos, índigo bajo la luz de las últimas horas de la tarde. La calzada discurría por una llanura cubierta de pastos que se iba elevando hasta convertirse a lo lejos en ondulantes colinas. A Clary se le cayó el alma a los pies, la ciudad no se divisaba por ninguna parte.

Luke miraba fijamente en dirección a las colinas con una expresión de intenso desaliento.

—Estamos más lejos de lo que pensaba. Ha transcurrido tanto tiempo…

—A lo mejor si encontramos una carretera más grande —sugirió Clary—, podríamos hacer autostop, o conseguir que alguien nos llevase a la ciudad, o…

—Clary, no hay coches en Idris. —Al ver su expresión atónita Luke rió sin demasiada alegría—. Las salvaguardas impiden que las máquinas funcionen bien. La mayor parte de la tecnología no sirve aquí: teléfonos móviles, ordenadores, cosas así. La misma Alacante está iluminada… y funciona… en su mayor parte mediante luz mágica.

—Vaya —dijo Clary con un hilo de voz—. Bien… ¿más o menos a qué distancia de la ciudad estamos?

—Bastante lejos. —Sin mirarla, Luke se pasó ambas manos hacia atrás por los cortos cabellos—. Hay algo que será mejor que te diga.

Clary se puso tensa. Todo lo que había querido antes era que Luke le hablara; en aquellos momentos ya no lo deseaba.

—No pasa nada…

—¿Observaste —dijo Luke—que no había ninguna embarcación en el lago Lyn…, ni embarcaderos…, nada que pudiera sugerir que el lago lo utilizan de algún modo las gentes de Idris?

—Simplemente pensé que era porque estaba muy alejado.

—No está tan alejado. A unas pocas horas de Alacante a pie. El hecho es que el lago… —Luke se interrumpió y suspiró—. ¿Reparaste alguna vez en el dibujo del suelo de la biblioteca en el Instituto en Nueva York?

Clary parpadeó.

—Lo hice, pero no conseguí adivinar qué era.

—Era un ángel alzándose del interior de un lago, sosteniendo una copa y una espada. Es un motivo que se repite en las decoraciones de las nefilim. La leyenda cuenta que el ángel Raziel surgió del lago Lyn cuando se apareció por primera vez a Jonathan Cazador de Sombras, el primero de los nefilim, y le entregó los instrumentos Mortales. Desde entonces el lago se ha considerado…

—¿Sagrado? —sugirió Clary.

—Maldito —dijo Luke—. El agua del lago es de algún modo venenosa para los cazadores de sombras. No hace ningún daño a los subterráneos; los seres mágicos lo llaman el Espejo de los Sueños, y beben su agua porque afirman que les proporciona visiones auténticas. Pero para un cazador de sombras beber su agua es muy peligroso. Provoca alucinaciones, fiebre… puede llevar a una persona a la locura.

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