Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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—Por supuesto —respondió Malachi—. El bujo Magnus Bane. Puesto que imprudentemente fue quien permitió que el vampiro entrara en Idris, se ha hecho responsable de su regreso.

—Si Magnus no le hubiese dejado que cruzara el Portal, Simon habría muerto —replicó Alec, con cierta acritud.

—Quizá —dijo Malachi —.Eso es lo que tus padres dicen, y la Clave ha elegido creerles. En contra de mi consejo, de hecho. Con todo, uno no trae subterráneos a la Ciudad de Cristal a la ligera.

—No fue a propósito. —La ira invadió el pecho de Simon—. Nos atacaban…

Malachi volvió la mirada hacia Simon.

—Hablarás cuando se te hable, subterráneo, no antes.

La mano de Alec se cerró con más fuerza sobre el brazo de Simon. Había una expresión en su rostro… entre vacilante y suspicaz, como si dudara de lo acertado de conducir a Simon allí después de todo.

—¡Pero bueno, Cónsul, por favor!

La voz que sonó a través del patio era aguda, ligeramente entrecortada; Simon comprobó con cierta sorpresa que pertenecía a un hombre… un hombre menudo y regordete que avanzaba apresuradamente por el sendero hacia ellos. Llevaba una holgada capa gris sobre la indumentaria de cazador de sombras, y su cabeza calva relucía bajo la luz mágica.

—No hay necesidad de alarmar a nuestro invitado.

—¿Invitado? —Malachi parecía indignado.

El hombrecillo se detuvo ante Alec y Simon y le sonrió radiante.

—Nos alegramos tanto… nos sentimos complacidos en realidad… de que decidieses cooperar con nuestra petición de que regresaras a Nueva York. Lo hace todo mucho más fácil.

Guiñó un ojo a Simon, que le devolvió la mirada confuso. No creía haber conocido jamás a un cazador de sombras que pareciese complacido de verle; ni cuando era mundano, ni definitivamente ahora que era un vampiro.

—¡Ah, casi lo olvidaba! —El hombrecillo se dio una palmada en la frente, compungido—. Debería haberme presentado. Soy el Inquisidor… el nuevo Inquisidor. Inquisidor Aldertree es mi nombre.

Aldertree le tendió la mano a Simon y, en medio de la confusión, Simon la tomó.

—Y tú. ¿Tu nombre es Simon?

—Sí —dijo Simon, retirado la mano tan pronto como pudo pues el apretón de Aldertree era desagradablemente húmero y sudoroso—. No hay necesidad de agradecerme nada. Todo lo que quiero es ir a casa.

—¡Estoy seguro de ello, estoy seguro de ello!

Aunque el tono de Aldertree era jovial, algo pasó raudo por su rostro mientras hablaba…, una expresión que Simon no consiguió definir. Desapareció al instante, mientras Aldertree sonreía e indicaba en dirección a un sendero estrecho que zigzagueaba junto al Gard.

—Por aquí, Simon, si eres tan amable.

Simon avanzó, y Alec hizo intención de seguirle. El Inquisidor alzó una mano.

—Eso es todo, Alexander. Gracias por tu ayuda.

—Pero Simon… —empezó Alec.

—Estará perfectamente —le aseguró el Inquisidor—. Malachi. Por favor, acompaña a Alexander afuera. Y dale una piedra runa de luz mágica para que le ayude a regresar a casa si no ha traído ninguna. El sendero puede ser traicionero por la noche.

Y con la sonrisa beatífica, se llevó a toda prisa a Simon, mientras Alec los seguía fijamente con la mirada.

El mundo llameó alrededor de Clary en una masa borrosa casi tangible mientras Luke cruzaba con ella el umbral de la casa y recorrían un largo pasillo, precedidos de Amatis, que avanzaba presurosa con su luz mágica. Delirando, la muchacha miró con ojos desorbitados cómo el corredor se desplegaba ante ella, alargándose más y más como un pasillo en una pesadilla.

El mundo se tumbó de lado. De improviso descansaba sobre una superficie fría, y unas manos alisaban una manta sobre ella. Unos ojos azules la contemplaron.

—Parece muy enferma, Lucian —dijo Amatis, en una voz que sonaba deformada y distorsionada como un disco antiguo—. ¿Qué le ha sucedido?

—Se bebió aproximadamente la mitad del lago Lyn.

El sonido de la luz de Luke se desvaneció, y por un momento la visión de Clary se despejó: yacía sobre el frío suelo de baldosas de una cocina, y en algún lugar por encima de su cabeza Luke rebuscaba en un armarito. La cocina tenía paredes amarillas desconchadas y una anticuada cocina negra de hierro colado contra una pared; brincaban llamas tras las rejillas de la cocina que le hirieron los ojos.

—Anis, belladona, eléboro… —Luke se apartó del armarito con los brazos llenos de botes de cristal—. ¿Puedes hervir todo esto junto, Amatis? Voy a acercarla a los fogones. Está tiritando.

Clary intentó hablar, decir que no necesitaba que le diesen calor, que estaba ardiendo, pero los sonidos que brotaron de su boca no fueron los que quería. Se oyó a sí misma gimotear mientras Luke la alzaba, y a continuación sintió calor que derretía su costado izquierdo; ni siquiera se había dado cuenta de que estaba helada. Los dientes la castañetearon violentamente, y notó el sabor de la sangre en la boca. El mundo empezó a temblar a su alrededor como agua agitada en un vaso.

—¿El lago de los Sueños?

La voz de Amatis estaba llena de incredulidad. Clary no podía verla claramente, pero parecía estar de pie cerca de los fogones, con una cuchara de madera de mango largo en la mano.

—¿Qué estabais haciendo allí? ¿Sabe Jocelyn dónde…?

Y el mundo desapareció, o al menos el mundo real, la cocina con las paredes amarillas y el reconfortante fuego tras la rejilla. En su lugar vio las aguas del lago Lyn, con fuego reflejado en ellas como si lo hiciera en la superficie de un trozo de cristal pulido. Andaban ángeles por el cristal…, ángeles con alas blancas que colgaban ensangrentadas y rotas de sus espaldas, y cada uno de ellos tenía un rostro de Jace. Y luego había otros ángeles, con alas de negras sombras, que acercaban las manos al fuego y reían…

—No deja de llamar a su hermano. —La voz de Amatis sonó hueca, como filtrándose hacia abajo desde una altura imposible—. Está con los Lightwood, ¿verdad? Se alojan con los Penhallow en la calle Princewater. Podría…

—No —dijo Luke, tajante—. No. Es mejor que Jace no lo sepa.

«¿He llamado a Jace? ¿Por qué tendría que hacerlo?», se preguntó Clary, pero el pensamiento duró poco; la oscuridad regresó, y las alucinaciones volvieron a apropiarse de ella. En esta ocasión soñó con Alec e Isabelle; ambos parecían haber librado una batalla feroz, y sus rostros estaban surcados de mugre y lágrimas. Entonces desaparecieron, y soñó con un hombre sin rostro con alas negras que le brotaban de la espalda como las de un murciélago. Fluía sangre de su boca cuando sonreía. Rezando para que las visiones desaparecieran, Clary cerró los ojos con fuerza…

Pasó mucho tiempo antes de que emergiera de nuevo el sonido de las voces de su alrededor.

—Bebe esto —le dijo Luke—. Clary, tienes que beber esto. —Y a continuación sintió unas manos en la espalda y le vertieron líquido en la boca desde un trapo empapado.

Sabía amargo y horrible y se atragantó y medio asfixió con él, pero las manos que sujetaban su espalda eran firmes. Tragó, pese al dolor de la inflamada garganta.

—Eso es —dijo Luke—. Eso es, esto debería hacerte sentir mejor.

Clary abrió los ojos despacio. Arrodillados junto a ella estaban Luke y Amatis, cuyos ojos, de un azul casi idéntico a los del hombre lobo mostraban una preocupación equiparable. Echó una ojeada detrás de ellos y no vio nada; ni ángeles ni demonios con alas de murciélago, únicamente paredes amarillas y una tetera de color rosa pálido en precario equilibrio sobre un alféizar.

—¿Voy a morir? —musitó.

Luke sonrió con expresión macilenta.

—No; tardarás un poco en volver a estar en forma, pero… sobrevivirás.

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