Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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Jace estaba sentado en el muro bajo de piedra que bordeaba el jardín delantero de los Penhallow, con los cabellos muy brillantes bajo la luz de la farola más cercana. Llevaba sólo una cazadora fina, como advirtió Alec, y había refrescado desde la puesta de sol. El olor a rosas tardías flotaba en el aire gélido como un tenue perfume.

Alec se dejó caer sobre la pared junto a Jace.

—¿Has estado aquí fuera esperándome todo este tiempo?

—¿Quién dice que te estoy esperando?

—Todo fue perfectamente, si es lo que te preocupaba. Dejé a Simon con el Inquisidor.

—¿Le dejaste? ¿No te quedaste para asegurarte de que todo fuera bien?

—Todo fue perfectamente —repitió Alec—. El Inquisidor dijo que lo llevaría adentro personalmente y lo enviaría de vuelta…

—«El Inquisidor dijo, el Inquisidor dijo» —interrumpió Jace—. La última Inquisidora que conocimos abusó totalmente de su autoridad… Si no hubiese muerto, la Clave la habría relevado de su puesto, quizás incluso la habría maldecido. ¿Quién puede decir que este inquisidor no sea también un chiflado?

—Parecía digno de confianza —dijo Alec—. Simpático, incluso. Se mostró de lo más educado con Simon. Mira, Jace…, así es como funciona la Clave. No nos es posible controlar todo lo que sucede. Pero tienes que confiar en ellos, porque de lo contrario todo se convierte en un caos.

—Pero ellos han metido la pata una barbaridad recientemente; eso tienes que admitirlo.

—Es posible —repuso Alec—, pero si empiezas a pensar que sabes más que la Clave y que estás por encima de la Ley, ¿qué te hace mejor que un Inquisidor? ¿O mejor que Valentine?

Jace se estremeció. Parecía como si Alec le hubiese golpeado, o algo peor.

A Alec se le cayó el alma a los pies.

—Lo siento. —Alargó una mano—. No quería decir que…

Un haz de brillante luz amarilla atravesó el jardín repentinamente. Alec levantó la vista y se encontró con Isabelle enmarcada en una abierta puerta principal, rodeada de luz. Era sólo una silueta, pero pudo darse cuenta por sus brazos en jarra de que estaba enojada.

—¿Qué estáis haciendo vosotros dos aquí fuera? —llamó—. Todo el mundo se pregunta dónde estáis.

Alec volvió la cabeza de nuevo hacia su amigo.

—Jace…

Pero éste, poniéndose en pie, hizo caso omiso de la mano extendida de Alec.

—Será mejor que tengas razón respecto a la Clave —fue todo lo que dijo.

Alec contempló cómo Jace regresaba con paso majestuoso a la casa. Motu propio, la voz de Simon regresó a su mente. «Ahora me pregunto todo el tiempo cómo volver atrás después de algo así. Si podremos volver a ser amigos alguna vez, o si lo que teníamos se ha roto en mil pedazos. No por culpa suya, sino mía».

La puerta principal se cerró, y Alec se quedó sentado en el tenuemente iluminado jardín, a solas. Cerró los ojos por un momento y la imagen de un rostro flotó tras los párpados. No era el rostro de Jace, por una vez. Los ojos de aquella cara eran verdes, con pupilas rasgadas. Ojos de gato.

Abrió los ojos, introdujo la mano en su bolsa y sacó un bolígrafo y un trozo de papel, arrancado del cuaderno de espiral que usaba como diario. Escribió unas pocas palabras en él y luego, con su estela, trazó la runa que significaba fuego al final de la hoja. Ardió más deprisa de lo que pensaba; soltó el papel mientras se quemaba, y éste flotó en el aire como una libélula. Pronto todo lo que quedó de él fue un fino montón de cenizas en el aire que se esparcían como polvillo blanco por los rosales.

5

Un problema de memoria

La luz de la tarde despertó a Clary cuando un haz de pálida claridad se posó directamente sobre su cara, iluminándole la parte interior de los párpados hasta alcanzar un rosa intenso. Se removió nerviosamente y abrió los ojos con cautela.

La fiebre había desaparecido, y también la sensación de que los huesos se le estaban derritiendo y rompiendo dentro del cuerpo. Se incorporó en la cama y miró alrededor con ojos curiosos. Estaba en lo que debía de ser la habitación de invitados de Amatis; era pequeña, pintada de blanco, y la cama estaba cubierta con una manta de retazos de brillantes colores. Había cortinas de encaje corridas sobre ventanas redondas que dejaban entrar círculos de luz. Se sentó en la cama despacio, esperando verse invadida por una sensación de mareo, pero no sucedió nada, Se sentía perfectamente saludable, incluso muy descansada. Abandonó la cama y se contempló. Alguien le había puesto un almidonado pijama blanco, aunque ahora estaba arrugado y era demasiado grande para ella; las mangas colgaban cómicamente por encima de los dedos.

Se acercó a una de las ventanas circulares y atisbó fuera. Casas apelotonadas de piedra de color oro viejo se elevaban por la ladera de una colina, y los tejados daban la impresión de haber sido cubiertos con guijarros de bronce. Aquel lado de la casa estaba de espaldas al canal, daba a un estrecho jardín lateral que el otoño estaba volviendo marrón y dorado. Un enrejado trepaba por el costado de la casa; una última rosa colgaba de él, dejando caer pétalos marchitos.

El pomo de la puerta vibró, y Clary volvió rápidamente a la cama justo antes de que Amatis entrara sosteniendo una bandeja en las manos. Enarcó las cejas al ver que Clary estaba despierta, pero no dijo nada.

—¿Dónde está Luke? —inquirió Clary, arrebujándose bien en la manta para estar más abrigada.

Amatis depositó la bandeja sobre la mesa junto a la cama. Había un tazón de algo caliente en ella, y algunas rebanadas de pan untado con mantequilla.

—Deberías comer algo —dijo—. Te sentirás mejor.

—Me siento muy bien —respondió Clary—. ¿Dónde está Luke?

Había una silla de respaldo alto junto a la mesa; Amatis se sentó en ella, cruzó las manos sobre el regazo, y contempló a Clary con clama. A la luz del día, la muchacha pudo ver con más claridad las arrugas de su rostro; parecía mayor que la madre de Clary con una diferencia de muchos años, aunque no podían llevarse tanto. Los cabellos castaños estaban salpicados de canas, los ojos bordeados de un rosa oscuro, como si hubiese estado llorando.

—No está aquí.

—¿Acaba de bajar a la bodega de al lado en busca de un paquete de seis latas de cola light y una caja de cereales, o…?

—Se fue esta mañana, sobre el amanecer, tras velarte toda la noche. No ha dicho adónde ha ido. —El tono de Amatis era seco, y si Clary no se hubiese sentido tan desdichada, podría haberle divertido advertir que ello la hacía sonar aún más parecida a Luke—. Cuando vivía aquí antes de abandonar Idris, después de que lo… cambiaran… lideraba una manada de lobos que tenía su hogar en el bosque de Brocelind. Dijo que iba a regresar con ellos, pero no quiso decir por qué o durante cuánto tiempo… únicamente que regresaría en unos cuantos días.

—¿Me ha dejado aquí? ¿Se supone que debo quedarme aquí sentada y esperarle?

—Bueno, desde luego no podía llevarte con él, ¿verdad? —preguntó Amatis—. Y no te será fácil ir a casa. Infringiste la Ley al venir aquí como lo hiciste, y la Clave no pasará eso por alto, ni será generosa respecto a dejarte marchar.

—No quiero ir a casa. —Clary intentó serenarse—. Vine aquí a… a reunirme con alguien. Tengo algo que hacer.

—Luke me lo contó —dijo Amatis—. Deja que te informe de algo: únicamente encontrarás a Ragnor Fell si él quiere que le encuentres.

—Pero…

—Clarissa. —Amatis la contempló especulativamente—. Estamos esperando un ataque de Valentine en cualquier momento. Casi todos los cazadores de sombras de Idris están aquí en la ciudad, dentro de las salvaguardas. Permanecer en Alacante es lo más seguro para ti.

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