Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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Clary se quedó sentada totalmente inmóvil. Pensando de un modo racional, las palabras de Amatis tenían sentido, pero no hacían gran cosa para acallar la voz de su interior que chillaba que no podía esperar. Tenía que encontrar a Ragnor Fell ya. Reprimió el pánico que sentía e intentó hablar con tranquilidad.

—Luke nunca me contó que tuviese una hermana.

—No —dijo Amatis—; claro. No estamos… unidos.

—Luke dijo que tu apellido era Herondale —siguió Clary—. Pero ése era el apellido de la Inquisidora, ¿verdad?

—Lo era —dijo Amatis, y su rostro se tensó como si las palabras la apenaran—. Era mi suegra.

¿Qué era lo que Luke había contado a Clary sobre la Inquisidora? Que había tenido un hijo que se había casado con una mujer con «conexiones familiares indeseables».

—¿Estuviste casada con Stephen Herondale?

Amatis pareció sorprendida.

—¿Sabes quién era?

—Sí… Luke me lo dijo…, pero yo pensaba que su esposa había muerto. Pensaba que ése era el motivo de que la Inquisidora fuera una persona tan… —«Horrible», quiso decir, pero le pareció cruel hacerlo—. Amargada —dijo por fin.

Amatis alargó el brazo hacia el tazón que había llevado; la mano tembló un poco mientras lo alzaba.

—Sí, murió. Se mató. Ésa fue Céline, la segunda esposa de Stephen. Yo fui la primera.

—¿Os divorciasteis?

—Algo parecido. —Amatis tendió bruscamente el tazón a Clary—. Oye, bebe esto. Tienes que ponerte algo en el estómago.

Trastornada, Clary tomó el tazón y engulló un trago caliente. El líquido del interior era suculento y salado; no era té, como había pensado, sino sopa.

—De acuerdo —dijo—. ¿Qué sucedió, pues?

Amatis miraba a lo lejos.

—Estábamos en el Círculo, Stephen y yo, junto con todos los demás. Cuando Luke fue… Cuando le sucedió lo que le sucedió, Valentine necesitó un nuevo lugarteniente. Eligió a Stephen. Y cuando eligió a Stephen, decidió que tal vez no sería apropiado que la esposa de su amigo más íntimo y consejero fuese alguien cuyo hermano era…

—Un hombre lobo.

—Él usó otra palabra. —Amatis sonó resentida—. Convenció a Stephen para que anulara nuestro matrimonio y se buscara otra esposa, una que Valentine había elegido para él. Céline era tan joven…, tan absolutamente obediente.

—Eso es horrible.

Amatis sacudió la cabeza con una carcajada crispada.

—Fue hace mucho tiempo. Stephen era buena persona, supongo…, me dio esta casa y volvió a instalarse en la casa solariega de los Herondale con sus padres y Céline. Jamás volví a verle después de eso. Abandoné el Círculo, desde luego. Ya no me habrían querido. La única de ellos que seguía visitándome era Jocelyn. Incluso me contó que fue a ver a luke… —Se apartó los canosos cabellos tras las orejas—. Me enteré de la muerte de Stephen días después de que sucediese. Y Céline… La había odiado, pero sentí lástima por ella entonces. Se cortó las muñecas, dicen… Había sangre por todas partes… —Inspiró profundamente—. Vi a Imogen más tarde en el funeral de Stephen, cuando pusieron su cuerpo en el mausoleo de los Herondale. Ni siquiera pareció reconocerme. La hicieron Inquisidora no mucho después de eso. La Clave consideró que nadie habría perseguido a los antiguos miembros del Círculo más despiadadamente de cómo ella lo hizo…, y tenía razón. De haber podido quitarse el recuerdo de Stephen lavándolo con la sangre de aquellas personas, lo habría hecho.

Clary pensó en los ojos fríos de la Inquisidora, la fija mirada dura e intolerante, e intentó sentir lástima por ella.

—Creo que la volvió loca —dijo—. Realmente loca. Fue horrible conmigo, pero principalmente con Jace. Era como si quisiera verle muerto.

—Eso tiene sentido —repuso Amatis—. Tú te pareces a tu madre, y tu madre te crió, pero tu hermano… —Ladeó la cabeza—. ¿Se parece tanto a Valentine como te pareces tú a tu madre?

—No —dijo Clary—; Jace sólo se parece a sí mismo. —Un escalofrío la recorrió al pensar en Jace—. Está aquí en Alacante —dijo pensando en voz alta—. Si pudiera verle…

—No. —Amatis habló con aspereza—. No puedes abandonar la casa. Ni ver a nadie. Y menos a tu hermano.

—¿No puedo abandonar la casa? —Clary estaba horrorizada—. ¿Quieres decir que estoy confinada aquí? ¿Cómo una prisionera?

—Es sólo durante un día o dos —le reprendió Amatis—, y además, no estás bien. Necesitas recuperarte. El agua del lago casi te mató.

—Pero Jace…

—Es uno de los Lightwood. No puedes ir allí. En cuanto te vean contarán a la Clave que estás aquí. Y entonces no serás la única que tenga problemas con la Ley. Luke también los tendrá.

«Pero los Lightwood no me traicionarían a la Clave. Ellos no harían eso…»

Las palabras se ahogaron en sus labios. No había modo de convencer a Amatis de que los Lightwood que ella había conocido hacía quince años ya no existían, que Robert y Maryse ya no eran fanáticos ciegamente leales. Aquella mujer podía ser la hermana de Luke, pero seguía siendo una desconocida para Clary. Era casi una desconocida para Luke. Él no la había visto en dieciséis años; jamás había mencionado siquiera su existencia. Clary se recostó en los almohadones, fingiendo cansancio.

—Tienes razón —dijo—, no me siento bien. Creo que será mejor que duerma.

—Buena idea. —Amatis se inclinó sobre ella y le quitó el tazón vacío de la mano—. Si quieres darte una ducha, el baño está al otro lado del pasillo. Y hay un baúl con mis viejas ropas a los pies de la cama. Parece que tienes aproximadamente la misma talla que yo tenía a tu edad, de modo que podrían irte bien. A diferencia de ese pijama —añadió, y sonrió con una sonrisa débil que Clary no le devolvió, pues estaba demasiado ocupada conteniendo el impulso de golpear el colchón con los puños, llena de contrariedad.

En cuanto la puerta se cerró detrás de Amatis, Clary abandonó precipitadamente la cama y se dirigió al cuarto de baño, esperando que al agua caliente la ayudase a que se le despejara la cabeza. Con gran alivio por su parte, no obstante lo anticuados que eran, los cazadores de sombras parecían creer en las instalaciones de agua modernas y en el agua corriente caliente y fría. Incluso había jabón con un fuerte aroma cítrico que le permitió eliminar el persistente olor del lago Lyn de sus cabellos. Cuando emergió, envuelta en dos toallas, se sentía mucho mejor.

En el dormitorio hurgó en el baúl de Amatis. La ropa estaba guardada pulcramente entre capas de crujiente papel. Encontró lo que parecía ropa escolar; jerséis de lana merina con una insignia que simulaba cuatro «C» espalda contra espalda cosidas sobre el bolsillo superior, faldas plisadas y camisas abotonadas de arriba abajo con puños estrechos. Había un vestido blanco envuelto en capas de papel de seda: un vestido de novia, pensó Clary, y lo depositó a un lado con cuidado. Debajo había otro vestido, éste confeccionado en seda plateada, con finos tirantes adornados con joyas que sostenían el sutil peso. Clary no consiguió imaginarse a Amatis con aquello, pero… «Ésta es la clase de ropa que mi madre podría haber llevado cuando iba a bailar con Valentine», pensó sin poder evitarlo, y dejó que el vestido volviera a resbalar al interior del baúl, acariciando sus dedos con su textura suave y fría.

Por último, encontró el equipo de cazador de sombras, empaquetado justo al fondo.

Clary extrajo aquellas prendas y las extendió llena de curiosidad sobre el regazo. La primera vez que había visto a Jace y a los Lightwood, llevaban puesto su equipo de combate: ajustados cuerpos y pantalones de material resistente y oscuro. Al verlo de cerca advirtió que el material no era elástico sino firme, un cuero fino aplanado al máximo hasta convertirlo en flexible. La parte superior, tipo chaqueta, se cerraba con una cremallera, y los pantalones tenían complicadas presillas de cinturón. Los cinturones de los cazadores de sombras eran grandes y resistentes, pensados para colgar armas en ellos.

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