Cassandra Clare - Ciudad de las almas perdidas

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Ciudad de las almas perdidas: краткое содержание, описание и аннотация

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Jace es ahora un sirviente del mal, vinculado a Sebastian por toda la eternidad. Sólo un pequeño grupo de Cazadores de Sombras cree posible su salvación. Para lograrla, deben desafiar al Cónclave, y deben actuar sin Clary. Porque Clary está jugando a un juego muy peligroso por su propia cuenta y riesgo. Si pierde, el precio que deberá pagar no consiste tan solo en entregar su vida, sino también el alma de Jace.
Clary está dispuesta a hacer lo que sea por Jace, pero ¿puede seguir confiando en él? ¿O lo ha perdido para siempre? ¿Es el precio a pagar demasiado alto, incluso para el amor?

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—Sólo han pasado tres días, y ha estado inconsciente dos —contestó Isabelle. Había voces tras ella, y Clary aguzó el oído para saber quién estaba hablando. Pensó que distinguía la voz de Maryse, pero ¿estaría hablando con Jace? ¿Alec?—. Los Hermanos Silenciosos siguen examinándolo. Dicen que aún no debe tener visitas.

—¡Jódete… con los Hermanos Silenciosos!

—No, gracias. Una cosa son los tíos fuertes y silenciosos, y otra, que seas un friki.

—¡Isabelle! —Clary se dejó caer contra los blandos cojines. Era un brillante día de otoño, y el sol entraba a raudales por las ventanas de la sala, aunque eso no servía de nada para ponerla de buen humor—. Sólo quiero saber si está bien. Que no tiene ninguna lesión permanente, que no se ha hinchado como un melón…

—Claro que no se ha hinchado como un melón, no seas ridícula.

—¡Y yo qué sé! No lo sé porque nadie me cuenta nada.

—Se encuentra bien —explicó Isabelle, aunque había un deje en su voz que le dijo a Clary que se estaba guardando algo—. Alec ha estado durmiendo en la cama junto a la suya, y mamá y yo hemos hecho turnos para estar todo el día con él. Los Hermanos Silenciosos no lo están torturando. Sólo tienen que averiguar lo que sabe. Sobre Sebastian, el apartamento…, todo eso.

—Pero no me puedo creer que Jace no me haya llamado. A no ser que no quiera verme.

—Igual no quiere —repuso Isabelle—. Puede haber sido todo eso de que le clavaras una espada.

—Isabelle…

—Sólo estaba bromeando, lo creas o no. En el nombre del Ángel, Clary, ¿por qué no tienes un poco de paciencia? —Isabelle suspiró—. No importa. Me olvido de con quién estoy hablando. Mira, Jace dijo…, aunque se supone que no debo repetir esto, tenlo en cuenta; dijo que necesitaba hablar contigo en persona. Si pudieras esperar…

—Eso es todo lo que he estado haciendo —replicó Clary—. Esperar.

Era cierto. Se había pasado las dos últimas noches tumbada en su habitación de la casa de Luke, esperando noticias sobre Jace y reviviendo la última semana de su vida una y otra vez, con doloroso detalle. La Cacería Salvaje; la tienda de anticuarios de Praga; peceras llenas de sangre; los túneles que eran los ojos de Sebastian; el cuerpo de Jace contra el suyo; Sebastian pegándole la Copa Infernal a los labios, tratando de que los abriera, y el hedor amargo del icor de demonio. Gloriosa ardiendo en su mano, atravesando a Jace como un rayo de fuego, y el calor del corazón de Jace bajo sus dedos. Ni siquiera había abierto lo ojos, pero Clary había gritado que estaba vivo, que le latía el corazón, y su familia se lanzó sobre ellos, incluso Alec, que había estado sujetando a medias a un Magnus excepcionalmente pálido.

—No paro de darle vueltas a la cabeza. Me estoy volviendo loca.

—Y en eso estamos todos de acuerdo. ¿Sabes qué, Clary?

—¿Qué?

Hubo un silencio.

—No necesitas mi permiso para venir a ver a Jace —contestó Isabelle—. No necesitas el permiso de nadie para hacer nada. Eres Clary Fray. Te lanzas a la carga en toda situación sin saber qué diablos va a pasar, y luego la superas por puras narices y locura.

—No en lo que se refiere a mi vida personal, Izzy.

—Hum —masculló Isabelle—. Bueno, pues quizá deberías. —Y colgó el teléfono.

Clary se quedó mirando el auricular, oyendo el distante pitido de marcar. Luego, con un suspiro, colgó y se fue a su dormitorio.

Simon estaba tumbado en la cama, con los pies sobre los cojines y la barbilla apoyada en las manos. Su portátil estaba abierto a los pies de la cama, detenido en una escena de Matrix . Alzó la mirada cuando Clary entró.

—¿Ha habido suerte?

—No exactamente. —Clary fue al armario. Ya se había vestido para la posibilidad de ir a ver a Jace ese día, con vaqueros y un suave jersey azul que le gustaba a él. Se puso una chaqueta de pana y se sentó en la cama junto a Simon; luego se puso las botas—. Isabelle no me dice nada. Los Hermanos Silenciosos no quieren que Jace reciba visitas, pero me da igual. Voy a ir de todos modos.

Simon cerró el portátil y rodó hasta ponerse de espaldas.

—Ésa es mi valiente acosadora.

—Cierra el pico —replicó ella—. ¿Quieres venir conmigo? ¿Ver a Isabelle?

—Voy a ver a Becky —contestó él—. En el apartamento.

—Bien. Dale un beso de mi parte. —Acabó de abrocharse los cordones de las botas y se inclinó para apartarle a Simon el flequillo de la frente—. Primero tuve que acostumbrarme a que tuvieras la Marca. Ahora tendré que acostumbrarme a que no la tengas.

Él le recorrió el rostro con sus oscuros ojos.

—Con o sin ella, sigo siendo yo.

—Simon, ¿recuerdas qué había escrito en la hoja de la espada? ¿De Gloriosa ?

—«Quis ut Deus?»

—Es latín —dijo ella—. Lo he buscado. Significa: «¿Quién es como Dios?». Es una pregunta con trampa. La respuesta es que nadie: nadie es como Dios. ¿No lo ves?

Él la miró.

—¿Ver qué?

—Lo has dicho. Deus . Dios.

Simon abrió la boca y luego volvió a cerrarla.

—Yo…

—Y sé que Camille te dijo que ella podía decir el nombre de Dios porque no creía en Dios, pero me parece que tiene que ver lo que crees sobre ti mismo. Si crees que estás maldito, entonces lo estás. Pero si no lo crees…

Le tocó la mano; él le apretó los dedos brevemente y se los soltó, preocupado.

—Necesito tiempo para pensar en esto.

—Lo que necesites. Pero aquí estoy si necesitas hablar.

—Y yo aquí, si lo necesitas tú. Lo que fuera que pasó entre Jace y tú en el Instituto… Sabes que puedes venir a casa si quieres hablar.

—¿Cómo está Jordan?

—Bastante bien —contestó Simon—. Maia y él están saliendo juntos. Están en esa fase babosa en la que creo que debo dejarles espacio todo el tiempo. —Arrugó la nariz—. Cuando ella no está, él no para de darle vueltas a que se siente inseguro, porque ella ha salido con un puñado de tíos, y él se ha pasado los últimos tres años entrenando al estilo militar para el Praetor , y tratando de creer que era asexual.

—Oh, vamos. Dudo mucho que a ella le importe eso.

—Ya sabes cómo somos los hombres. Tenemos el ego muy delicado.

—No describiría el ego de Jace como delicado.

—No, Jace es una especie de tanque de artillería antiaérea de los egos masculinos —admitió Simon. Estaba estirado con la mano derecha sobre el estómago, y el anillo de oro de las hadas relucía en su dedo. Como el otro había sido destruido, ya no parecía tener ningún poder, pero de todas maneras, Simon lo llevaba. Clary se inclinó de manera impulsiva, y lo besó en la frente.

—Eres el mejor amigo que nadie podría tener, ¿lo sabes?

—Lo sabía, pero siempre es agradable volver a oírlo.

Clary se echó a reír y se puso en pie.

—Bueno, será mejor que vayamos juntos hasta el metro. A no ser que quieras quedarte por aquí con mis padres en vez de estar en tu pisito de soltero del centro.

—Bien. Con mi compañero enamorado y mi hermana. —Se levantó de la cama y la siguió al salón—. ¿No vas a usar ningún Portal?

Clary se encogió de hombros.

—No sé. Parece… un gasto inútil. —Cruzó el pasillo, y después de llamar, metió la cabeza en el cuarto principal—. ¿Luke?

—Pasa.

Clary entró, con Simon a su lado. Luke estaba sentado en la cama. El bulto del vendaje que le cubría el pecho se notaba bajo la camisa de franela. Había una pila de revistas en la cama frente a él. Simon cogió una.

Brilla como una Princesa del Hielo: La novia de invierno —leyó en voz alta—. No sé, tío. No sé si una tiara de copos de nieve te quedaría muy bien.

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