—Bésame —pidió Alec.
Magnus le puso la mano en el costado del rostro y con ternura, casi perdido en sus pensamientos, le acarició la mejilla con el pulgar. Cuando se inclinó para besarlo, olía a madera de sándalo. Alec agarró la manga de la chaqueta de Magnus, y la luz mágica, entre sus cuerpos, lanzó colores rosa, azul y verde.
Fue un beso lento y triste. Cuando Magnus se separó, Alec encontró que, de algún modo, sólo él sujetaba la luz mágica.
— Alu cinta kamu —dijo Magnus en voz baja.
—¿Qué quiere decir?
Magnus se soltó del abrazo de Alec.
—Quiere decir que te amo. Pero eso no cambia nada.
—Pero si me amas…
—Claro que te amo. Más de lo que pensé que podría. Pero aun así hemos acabado —repuso Magnus—. No cambia lo que has hecho.
—Pero fue sólo un error —susurró Alec—. Un error…
Magnus rió secamente.
—¿Un error? Eso es como decir que el viaje del Titanic fue un pequeño accidente en un bote. Alec, trataste de acortarme la vida.
—Era que… Ella me lo ofreció, pero lo pensé y no pude hacerlo… No podía hacerte eso.
—Pero tuviste que pensártelo. Y nunca me lo mencionaste. —Magnus meneó la cabeza—. No confiabas en mí. Nunca lo has hecho.
—Sí que confío —replicó Alec—. Lo haré… Lo intentaré. Dame otra oportunidad…
—No —contestó Magnus—. Y si te puedo dar un consejo, evita a Camille. Hay una guerra en ciernes, Alexander, y no quieres que se cuestione tu lealtad, ¿cierto?
Se volvió y se alejó lentamente, con las manos en los bolsillos, caminando despacio, como si estuviera herido, y no sólo por el corte del costado. Pero se alejaba de todos modos. Alec lo observó hasta que traspasó el brillo de la luz mágica y se perdió de vista.
Dentro del Instituto la temperatura había sido fresca durante el verano, pero en ese momento, con el invierno ya encima, Clary pensó que se estaba bastante caliente. La nave brillaba con filas de candelabros, y las vidrieras coloreadas refulgían suavemente. Dejó que la puerta principal se cerrara tras ella y fue hacia el ascensor. Estaba a mitad del pasillo principal cuando oyó reír a alguien.
Se volvió. Isabelle estaba sentada en uno de los viejos bancos de iglesia, con las largas piernas apoyadas en el respaldo del banco que tenía enfrente. Llevaba botas que le llegaban a medio muslo, vaqueros ajustados y un jersey rojo que le dejaba un hombro al descubierto. En la piel tenía dibujos negros; Clary recordó que Sebastian había dicho que no le gustaba que las mujeres se desfiguraran la piel con las Marcas, y se estremeció por dentro.
—¿No me has oído llamarte? —preguntó Izzy—. La verdad es que puedes ser increíblemente obcecada.
Clary se detuvo y se apoyó en un banco.
—No he pasado de ti a propósito.
Isabelle bajó las piernas y se puso en pie. Los tacones de las botas eran altos, y hacían que le pasara un buen trozo a Clary.
—Oh, ya lo sé. Por eso no he dicho «grosera» sino «obcecada».
—¿Estás aquí para decirme que me vaya? —A Clary le complació que no le temblara la voz. Quería ver a Jace. Quería verlo más que nada en el mundo. Pero después de todo por lo que había pasado ese mes, sabía que lo que importaba era que estuviera vivo, y que fuera él mismo. Todo lo demás era secundario.
—No —contestó Izzy, y comenzó a caminar hacia el ascensor. Clary fue con ella—. Creo que todo esto es ridículo. Le salvaste la vida.
Clary tragó para sacarse la sensación fría que tenía en la garganta.
—Antes has dicho que había cosas que yo no entendía.
—Y las hay. —Isabelle apretó el botón del ascensor—. Jace podrá explicártelas. He bajado porque creo que hay otras cosas que debes saber.
Clary escuchó esperando los familiares crujidos, gruñidos y traqueteos del viejo ascensor.
—¿Como cuáles?
—Mi padre ha vuelto —contestó Isabelle, sin mirarla a los ojos.
—¿De visita o para quedarse?
—Para quedarse. —Isabelle parecía calmada, pero Clary recordaba lo dolida que se había sentido Isabelle al descubrir que Robert se había presentado para el cargo de Inquisidor—. Básicamente, Aline y Helen nos salvaron de meternos en un auténtico lío por lo que pasó en Irlanda. Cuando fuimos a ayudarte, lo hicimos sin decírselo a la Clave. Mi madre estaba segura de que, si se lo decíamos, enviarían guerreros para matar a Jace. No podía hacerlo. Me refiero a que ésta es nuestra familia.
El ascensor se paró con un repiqueteo y un golpe antes de que Clary pudiera decir nada. Siguió adentro a la otra chica, mientras contenía el extraño impulso de abrazar a Isabelle. Dudaba que a Izzy le gustara.
—Así que Aline le explicó a la Cónsul, ya que a fin de cuentas es su madre, que no había habido tiempo de avisar a la Clave, que a ella la habíamos dejado aquí con órdenes estrictas de avisar a Jia, pero que había pasado algo con los teléfonos y no habían funcionado. Básicamente, mintió todo lo que pudo. De todas formas, ésa es nuestra historia y nos mantenemos en ella. No creo que Jia la creyera, pero no importa; tampoco es que Jia fuera a castigar a mamá. Pero tenía que tener alguna explicación a la que aferrarse para no tener que sancionarnos. Después de todo, la operación no fue ningún desastre. Fuimos, recuperamos a Jace, matamos a la mayoría de los nefilim oscuros e hicimos huir a Sebastian.
El ascensor dejó de subir y se paró con una buena sacudida.
—Hicimos huir a Sebastian —repitió Clary—. Así que no tenemos ni idea de dónde está, ¿verdad? Pensé que, como destruí el apartamento, el agujero dimensional, lo podríais localizar.
—Lo hemos intentado —explicó Isabelle—. Dondequiera que esté, sigue hallándose más allá de nuestras capacidades de rastreo. Y según los Hermanos Silenciosos, la magia que hizo Lilith… Bueno, Sebastian es fuerte, Clary. Muy fuerte. Tenemos que suponer que está por ahí, con la Copa Infernal, planeando su siguiente paso. —Abrió la puerta del ascensor y salió—. ¿Crees que volverá a por ti, o Jace?
Clary pensó un momento.
—No ahora mismo —contestó por fin—. Para él éramos las últimas piezas de un puzzle. Primero querrá tenerlo todo organizado. Querrá un ejército. Querrá estar preparado. Nosotros somos… como los premios que puede ganar. Para no tener que estar solo.
—La verdad es que debe de sentirse muy solo —dijo Isabelle. No había compasión en su voz; era únicamente una observación.
Clary pensó en él, en el rostro que había tratado de olvidar, que le perseguía en sus pesadillas nocturnas y sus ensoñaciones diurnas.
«Me preguntaste a quién pertenecía yo.»
—No tienes ni idea.
Llegaron a la escalera que daba a la enfermería. Isabelle se detuvo, con la mano en el cuello. Clary vio la silueta cuadrada de su colgante con el rubí bajo el jersey.
—Clary…
De repente, Clary se sintió incómoda. Se enderezó, sin querer mirar a Isabelle.
—¿Cómo es? —preguntó Isabelle de repente.
—¿Cómo es qué?
—Estar enamorada —contestó Isabelle—. ¿Cómo sabes si lo estás? ¿Y cómo sabes si la otra persona te ama?
—Hum…
—Como Simon —añadió Isabelle—. ¿Cómo viste que estaba enamorado de ti?
—Bueno —respondió Clary—. Eso me dijo.
—Eso te dijo.
Clary se encogió de hombros.
—Y antes de eso, ¿no tenías ni idea?
—No, la verdad es que no —contestó Clary, recordando el momento—. Izzy… Si sientes algo por Simon, o si quieres saber si él siente algo por ti… quizá deberías decírselo.
Isabelle jugueteó con un inexistente hilillo en el puño del jersey.
—¿Decirle qué?
Читать дальше