—Clary, ese fuego… aún está dentro de mí.
Ella lo miró fijamente.
—¿Qué quieres decir?
Jace respiró hondo y tendió las manos, con las palmas arriba. Ella las miró, delgadas y conocidas, con la runa de visión en su mano derecha desdibujada y cicatrices blancas sobre ella. Mientras ambos las miraban, las manos comenzaron a temblarle ligeramente, y luego, bajo la mirada incrédula de Clary, se fueron volviendo transparentes. Como si la hoja de Gloriosa hubiera comenzado a arder, la piel de Jace pareció volverse de cristal, cristal que contenía en su interior un oro que se movía, se oscurecía y ardía. Clary vio el contorno de su esqueleto a través de la piel trasparente, huesos dorados conectados a tendones de fuego.
Lo oyó tragar aire secamente. Entonces, él alzó la cabeza y la miró a los ojos. Los de él eran dorados. Siempre habían sido dorados, pero Clary podría jurar que ese dorado también vivía y ardía. Jace respiraba pesadamente, y el sudor le relucía sobre las mejillas y la clavícula.
—Tienes razón —dijo Clary—. Nuestros problemas no son como los de las otras parejas.
Jace la miró incrédulo. Lentamente, cerró los puños, y el fuego se desvaneció, dejando sólo sus manos de siempre, intactas.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó él, medio ahogado por la risa.
—No, tengo mucho más que decir. ¿Qué está pasando? ¿Ahora tus manos son armas? ¿Eres la Antorcha Humana? ¿Qué diablos…?
—No sé qué es la Antorcha Humana, pero… Muy bien, mira, los Hermanos Silenciosos me han dicho que ahora porto dentro el fuego celestial. En mis venas. En mi alma. Cuando me desperté, sentí como si respirara fuego. Alec e Isabelle pensaron que sería un efecto temporal de la espada, pero al ver que no desaparecía, llamaron a los Hermanos Silenciosos. El hermano Zachariah me dijo que no sabría cuán temporal sería. Y lo quemé; me estaba tocando con la mano cuando lo dijo, y sentí una descarga de energía pasando a través de mí.
—¿Una quemadura grave?
—No. Menor, pero aun así…
—Por eso no quieres tocarme. —Clary se dio cuenta de repente—. Tienes miedo de quemarme.
Él asintió.
—Nadie ha visto nunca nada igual, Clary. Ni antes, ni nunca. La espada no me mató. Pero me dejó esto…, esta parte de algo letal dentro de mí. A veces es tan fuerte que probablemente mataría a un humano corriente, quizá incluso a un cazador de sombras. —Exhaló un profundo suspiro—. Los Hermanos Silenciosos están trabajando para ver cómo podría controlarlo, o librarme de ello. Pero como puedes imaginar, no soy su principal prioridad.
—Porque lo es Sebastian. Has oído que destruí el apartamento. Sé que tiene otras maneras de ir por ahí, pero…
—¡Ésa es mi chica! Pero tiene reservas. Otros escondites. No sé cuáles son. No me lo dijo nunca. —Se inclinó hacia ella, tan cerca que Clary pudo ver los colores cambiantes de sus ojos—. Desde que desperté, los Hermanos Silenciosos no han dejado de acompañarme. Tuvieron que realizar de nuevo la ceremonia, la que les hacen a los cazadores de sombras al nacer para mantenerlos a salvo. Y luego se me metieron en la cabeza. Buscando, tratando de sacar el más mínimo detalle de información sobre Sebastian, cualquier cosa que yo haya podido saber pero que no recuerdo. Pero… —Jace movió la cabeza, frustrado—. No hay nada. Conocía sus planes hasta la ceremonia en el Burren. Más allá de eso, no tengo ni idea de lo que va a hacer ahora. Dónde puede atacar. Saben que ha estado trabajando con demonios, así que están reforzando las salvaguardas, sobre todo alrededor de Idris. Pero me siento como si nos hubiéramos olvidado de algo importante en todo este asunto, algún conocimiento secreto que yo tengo…, y ni siquiera tenemos eso.
—Pero si supieras algo, Jace, él cambiaría sus planes —objetó Clary—. Sabe que te ha perdido. Los dos estabais atados. Oí un grito terrible cuando te clavé la espada. —Se estremeció—. Era un terrible sonido de pérdida. De algún modo extraño, sí que le importabas, creo. Y aunque todo fuera horroroso, ambos sacamos algo que puede resultar útil.
—¿Que es…?
—Lo entendemos. Quiero decir, tanto como alguien pueda llegar a entenderlo. Y eso no se puede borrar con un cambio de planes.
Jace asintió lentamente.
—¿Sabes a quién creo que entiendo ahora también? A mi padre.
—Valen… No —dijo Clary, observando su expresión—. Te refieres a Stephen.
—He estado leyendo sus cartas. Las cosas de la caja que me dio Amatis. Escribió una carta para mí, ¿sabes?, que pretendía que leyera después de su muerte. Me dijo que fuera un hombre mejor de lo que él había sido.
—Lo eres —repuso Clary—. Es esos momentos, en el apartamento, cuando eras tú, te importaba más hacer lo que debías hacer que tu propia vida.
—Lo sé —dijo Jace, mirándose los marcados nudillos—. Eso es lo raro. Lo sé. Tenía muchas dudas sobre mí mismo, siempre, pero ahora entiendo la diferencia entre Sebastian y yo. Entre Valentine y yo. Incluso la diferencia entre ellos dos. Valentine creía de verdad que estaba haciendo lo correcto. Odiaba a los demonios. Pero para Sebastian, la criatura que considera su madre es uno. Gobernaría contento sobre una raza de cazadores de sombras oscuros que obedecieran a los demonios, mientras éstos masacraran a su voluntad a los humanos corrientes de este mundo. Valentine aún creía que la misión de los cazadores de sombras era proteger a los seres humanos; Sebastian los considera cucarachas. Y no quiere proteger a nadie. Sólo quiere lo que quiere en el momento en que lo quiere. Y lo único que siente es enfado cuando se frustra.
Clary no estaba tan segura. Había visto a Sebastian mirar a Jace, incluso a sí misma, y sabía que había algo en él tan solitario como el más oscuro vacío del espacio. La soledad lo guiaba tanto como el deseo de poder; la soledad y la necesidad de ser amado sin tener la comprensión correspondiente de que el amor era algo que uno se ganaba. Sin embargo, se calló esas ideas.
—Bueno, entonces vamos a frustrarlo —dijo en su lugar.
Una sonrisa asomó en el rostro de Jace.
—Sabes que te quiero rogar que te quedes al margen de esto, ¿verdad? Va a ser una batalla despiadada. Más despiadada de lo que creo que la Clave ni siquiera comienza a comprender.
—Pero no vas a hacerlo —repuso Clary—. Porque eso te convertiría en un idiota.
—¿Te refieres a que necesitamos tu poder con las runas?
—Bueno, eso y… ¿Has escuchado algo de lo que acabas de decir? ¿Todo eso de protegernos el uno al otro?
—Te informo de que he practicado ese discurso. Delante del espejo, antes de que llegaras.
—¿Y qué crees que significa?
—No estoy seguro —admitió Jace—, pero sé que he quedado de lo mejor soltándotelo.
—Dios, había olvidado lo irritante que eres cuando no estás poseído —masculló Clary—. ¿Necesito recordarte que has dicho que tienes que aceptar que no me puedes proteger de todo? La única manera en que podemos protegernos es si estamos juntos. Si nos enfrentamos juntos a lo que sea. Si confiamos el uno en el otro. —Lo miró directamente a los ojos—. No debería haberte impedido que fueras a la Clave llamando a Sebastian. Debería haber respetado tu decisión. Y tú debes respetar la mía. Porque vamos a estar juntos mucho tiempo, y ésta es la única manera de que funcione.
Él acercó la mano hacia ella sobre la manta.
—Estar bajo la influencia de Sebastian… —dijo él con voz ronca—. Ahora me parece una pesadilla. Aquel lugar de locos, aquellos armarios llenos de ropa para tu madre…
—Así que lo recuerdas —susurró ella.
Jace le rozó las yemas de los dedos con las suyas, y Clary casi dio un bote. Ambos contuvieron el aliento mientras él la acariciaba; ella no se movió, pues observaba cómo a Jace poco a poco se le iban relajando los hombros y desaparecía la mirada ansiosa de su rostro.
Читать дальше