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Lois Bujold: Hermanos de armas

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Lois Bujold Hermanos de armas

Hermanos de armas: краткое содержание, описание и аннотация

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El inefable Miles Vorkosigan se encuentra en esta ocasión en la Tierra, sin dinero y con los dolores de cabeza que le da el interpretar a dos personajes a la vez con sus respectivos enemigos. La situación se complica cuando algunos de sus hombres organizan un escándalo en una tienda de licores cuando la máquina no les acepta la tarjeta de crédito. Por culpa de una periodista perspicaz Miles se ve obligado a dar una nueva vuelta de tuerca en su farsa: decide que su otra identidad es en realidad un clon suyo, y engaña a la periodista. Sin embargo, lo que no se podía esperar es que realmente un clon suyo estuviera dispuesto a reemplazarle.

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—Mientras dejes tu uniforme dendarii en mi armario, ¿quién va a hacer la conexión?

—Ivan, ¿cuántos jorobados de metro y medio, morenos y de ojos grises puede haber en este maldito planeta? ¿Crees que aquí se tropieza uno con enanos deformes a cada esquina?

—En un planeta de nueve mil millones de habitantes tiene que haber al menos seis. ¡Cálmate! —Ivan hizo una pausa—. Sabes, es la primera vez que te oigo emplear esa palabra.

—¿Qué palabra?

—Jorobado. En realidad no lo eres.

Ivan lo miró con amistosa preocupación.

Miles cerró el puño, lo abrió con gesto de desdén.

—Volvamos a los cetagandanos. Si tienen a alguien haciendo lo mismo que haces tú…

Ivan asintió.

—Lo conozco. Se llama ghem-teniente Tabor.

—Entonces saben que los dendarii están aquí, y saben que el almirante Naismith ha sido visto. Probablemente tienen una lista de todas las órdenes de compra que hemos introducido en la red de comunicación… o la tendrán pronto, cuando le presten atención. Están en guardia.

—Quizá lo estén, pero no pueden recibir órdenes de arriba más rápido que nosotros —razonó Ivan—. Y en cualquier caso, van faltos de gente. Nuestro personal de seguridad es cuatro veces superior al suyo, gracias a los komarreses. Quiero decir que esto puede ser la Tierra, pero sigue siendo una embajada menor, aún más para ellos que para nosotros. No temas —adoptó una pose en su asiento, la mano sobre el pecho—, el primo Ivan te protegerá.

—Eso no es ninguna garantía —murmuró Miles.

Ivan sonrió por el sarcasmo y volvió a su trabajo.

El día se arrastró interminablemente en la habitación tranquila e inamovible. Su claustrofobia, descubrió Miles, estaba mucho más desarrollada de lo que solía. Asimiló las lecciones de Ivan y caminó de pared a pared entre tanto.

—Podrías hacer eso el doble de rápido, ¿sabes? —observó Miles, señalando su análisis de datos.

—Pero entonces habría acabado justo después de almorzar y no tendría nada más que hacer.

—Sin duda Galeni te encontraría algo.

—Eso es lo que me temo —dijo Ivan—. El cambio de turno llegará pronto. Luego nos vamos de parranda.

—No, luego tú te vas de parranda. Yo me voy a mi habitación, como me han ordenado. Tal vez pueda recuperar el sueño, por fin.

—Eso es, piensa en positivo —dijo Ivan—. Entrenaré contigo en el gimnasio de la embajada, si quieres. No tienes buen aspecto, ¿sabes? Pálido y, um… pálido.

«Viejo —se dijo Miles—, es la palabra que acabas de evitar.» Contempló la imagen distorsionada de su rostro en el cromado de la consola. ¿Tan mal?

Ivan se golpeó el pecho.

—El ejercicio te sentará bien.

—Sin duda —murmuró Miles.

Los días adoptaron rápidamente una pauta monótona. Ivan lo despertaba en la habitación que compartían. Miles hacía un poco de ejercicio en el gimnasio, se duchaba, desayunaba y acudía a trabajar a la sala de datos. Empezaba a preguntarse si le permitirían volver a ver la maravillosa luz solar de la Tierra. Al cabo de tres días, Miles le quitó a Ivan el trabajo del ordenador y empezó a terminarlo a mediodía con el fin de disponer al menos de las horas de tarde para leer y estudiar. Devoró los procedimientos de la embajada y de seguridad, historia terrestre, noticias galácticas. Más tarde, se agotaban en el gimnasio otra vez. Las noches en que Ivan no salía, Miles veía dramas de vid con él; las noches en que salía, leía guías de viaje de todos los lugares de interés que no le permitían visitar.

Elli informaba diariamente por el enlace seguro de la situación de la Flota Dendarii, todavía en órbita. Miles, a solas con el enlace, se sentía cada vez más ansioso de aquella voz externa. Los informes de ella eran sucintos. Pero después pasaban a charlas sin importancia, ya que a Miles le resultaba cada vez más difícil cortar la comunicación, y Elli nunca le colgó. Miles fantaseó con cortejarla en su propia personalidad: ¿aceptaría una comandante una cita de un simple teniente? ¿Le gustaría siquiera lord Vorkosigan? ¿Le dejaría Galeni alguna vez abandonar el complejo de la embajada para averiguarlo?

Miles decidió que diez días de vida ordenada, ejercicio y horarios regulares habían sido malos para él. Su nivel de energía estaba a tope. A tope y embotellado en la inmovilizada personalidad de lord Vorkosigan, mientras la lista de deberes a los que se enfrentaba el almirante Naismith aumentaba y aumentaba y aumentaba…

—¿Quieres dejar de moverte, Miles? —se quejó Ivan—. Siéntate. Inspira. Quédate quietecito durante cinco minutos. Puedes hacerlo si lo intentas.

Miles recorrió una vez más la sala del ordenador, luego se arrojó sobre una silla.

—¿Por qué no me ha llamado Galeni todavía? ¡El correo del cuartel general del Sector llegó hace una hora!

—Chico, dale tiempo para ir al cuarto de baño y tomarse una taza de café. Dale tiempo para leer sus informes. Estamos en época de paz, todo el mundo tiene tiempo de sobra para sentarse a escribir informes. Les molestaría si nadie los leyera.

—Ése es el problema de las tropas mantenidas por el Gobierno —dijo Miles—, estáis mal acostumbrados. Os pagan para no hacer la guerra.

—¿No hubo una flota mercenaria que hizo eso una vez? Aparecía en la órbita de cualquier parte y cobraba… para no hacer la guerra. Funcionaba, ¿no? No eres un comandante mercenario suficientemente creativo, Miles.

—Sí, la flota de LaVarr. Funcionó bastante bien hasta que la Armada de Tau Ceti los alcanzó, y entonces lo enviaron a la cámara de desintegración.

—No tienen sentido del humor, los taucetanos.

—Ninguno —reconoció Miles—. Ni mi padre tampoco.

—Muy cierto. Bien…

La comuconsola trinó. Ivan tuvo que hacerse a un lado mientras Miles se abalanzaba hacia ella.

—¿Sí, señor? —dijo Miles, sin aliento.

—Venga a mi despacho, teniente Vorkosigan —ordenó Galeni. Su cara, tan saturnina como siempre, nada dejaba entrever.

—Sí, señor; gracias, señor —Miles cortó la comunicación y corrió hacia la puerta—. ¡Mis dieciocho millones de marcos, por fin!

—O bien eso —bromeó Ivan—, o te ha encontrado un trabajito para que hagas inventario. Tal vez te ponga a contar los peces de colores de la fuente del patio principal.

—Seguro, Ivan.

—¡Eh, es un auténtico desafío! No paran de dar vueltas, ¿sabes?

—¿Y tú cómo lo sabes? —Miles hizo una pausa, los ojos encendidos—. Ivan, ¿te ordenó hacer eso?

—Tuvo que ver con un fallo de seguridad —dijo Ivan—. Es una larga historia.

—Apuesto a que sí. —Miles dio un pequeño redoble en la mesa, y la rodeó—. Más tarde. Me voy.

Miles encontró al capitán Galeni contemplando dubitativo la pantalla de su comuconsola, como si estuviera aún en código.

—¿Señor?

—Mm. —Galeni se arrellanó en su asiento—. Bien, han llegado sus órdenes del cuartel general del Sector, teniente Vorkosigan.

—¿Y?

La boca de Galeni se tensó.

—Y confirman su asignación temporal a mi personal. Oficial y públicamente. Ahora podrá obtener su paga de teniente en mi departamento con fecha de hace diez días. Respecto a sus órdenes, son las mismas que las de Vorpatril, con el nombre cambiado. Me ayudará en lo que se le pida, se mantendrá a disposición del embajador y su esposa para servicios de escolta y, cuando el tiempo se lo permita, se aprovechará de las ventajas educativas que son únicas en la Tierra y apropiadas para su condición de oficial imperial y lord de los Vor.

—¿Qué? ¡No puede ser! ¿Qué demonios son servicios de escolta?

«Suena a chica de alterne.»

Una leve sonrisa torció la boca de Galeni.

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