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Lois Bujold: Fronteras del infinito

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Lois Bujold Fronteras del infinito

Fronteras del infinito: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles Vorkosigan, el entrañable personaje que se dio a conocer en , emprende gracias a la habilidad de la exitosa escritora de Lois McNaster Bujold nuevas aventuras. En esta ocasión se abordan asuntos de gran interés: los prejuicios sociales y sus consecuencias, una posible reflexión antirracista nacida en torno a la manipulación genética y una amena exploración de temas cuya conjunción resulta particularmente curiosa: religión, supervivencia y estrategia militar. Incluye los relatos: Las Montañas de la Aflicción Laberinto Fronteras del Infinito Premio Hugo a la mejor novela corta 1990 por .

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Después de un silencio, Tris dijo:

—Hasta un ejército de voluntarios patrióticos tiene que comer. Y no vamos a ganar a los cetagandanos escupiéndoles a la cara.

—Habrá ayuda financiera y militar a través de un canal secreto que no seré yo. Si hay un ejército de resistencia a quién entregarla.

Tris miró a Oliver, midiéndolo. El fuego que había en ella ardía más cerca de la superficie que nunca desde que Miles la conocía, y le corría por los músculos duros. El gemido de los primeros transbordadores que volvían horadó la niebla. Tris dijo en voz muy suave:

—Y yo que pensé que era atea, sargento, y que tú eras el que creía. ¿Vienes conmigo… o te vas?

Los hombros de Oliver se hundieron. Con el peso de la historia, sintió Miles, no el de la derrota, porque el calor que había en sus ojos era similar al que ardía en Tris.

—Voy —dijo.

Miles miró a Tung.

—¿Cómo vamos?

Tung movió la cabeza y alzó la mano.

—Seis minutos de retraso arriba.

—Bien. —Miles se volvió hacia Tris y Oliver—. Quiero que subáis los dos. Esta vez, en transbordadores distintos. Cuando lleguéis arriba, acelerad la descarga de gente. El teniente Murka os dirá en qué transbordador ir… —Hizo un gesto a Murka y los envió a su tarea.

Beatrice se quedó.

—Creo que voy a aterrorizarme —informó a Miles en tono distante. Con el dedo gordo del pie, desnudo, trazaba círculos en el polvo, cada vez más húmedo.

—Ya no necesito guardaespaldas —sonrió Miles—. Tal vez una niñera…

Una sonrisa iluminó los ojos de ella sin llegar a los labios. Más tarde, se prometió Miles. Más tarde haría reír a esa boca.

La segunda ola de transbordadores despegó mientras lo que quedaba de la primera aterrizaba de nuevo. Miles rezaba para que todos los sensores estuvieran funcionando a la perfección: los transbordadores se pasaban unos a otros en medio de la niebla. De ahora en adelante, el factor tiempo sólo podía empeorar. La niebla se estaba condensando en una lluvia fría, agujas de plata que caían desde el cielo.

El foco de la operación se afinaba rápidamente, más máquinas, más números, más cálculos de tiempo, menos lealtades y almas. Y obligaciones aterrorizantes. Una mente emocionalmente patológica, incapaz de sentir amor o miedo, tal vez lo habría encontrado divertido, pensó Miles. Empezó a hacer cuentas con el dedo en el polvo, números en tránsito, números en tierra, pero el polvo se estaba transformando en un barro pegajoso y negro y no retenía el dibujo.

—Mierda _exclamó Tung de pronto a través de los dientes apretados. El aire que había frente a su cara estalló en una onda de información proyectada en holovídeo y sus ojos la leyeron a la velocidad que da la práctica. Su mano derecha se crispo y se dobló, como si tuviera ganas de arrancarse el equipo de la cabeza y aplastarlo en el barro en un gesto de frustración y disgusto— Eso acaba con todo. Acabamos de perder dos transbordadores.

¿Cuales?, gritó la mente de Miles. Oliver. Tris … Pero se obligó a preguntar primero:

—¿Cómo?

Juro que si chocaron uno contra otro voy a ir a buscar una pared para golpearme hasta que ya no sienta nada…

—Una nave de combate cetagandana atravesó el cordón. Iba contra las de combate, pero la eliminamos a tiempo. Casi a tiempo.

—¿Y la identificación de los transbordadores? ¿Cargados o de regreso?

Los labios de Tung se movieron en una subvocalización.

—A-4, cargada, B-7, vacía. Pérdida total, ningún superviviente. El transbordador de combate 5 del Triunfo está destruido y el piloto en recuperación.

No había perdido a sus comandantes. Los sucesores del coronel Tremont, que había elegido y entrenado con tanto cuidado, estaban a salvo. Abrió los ojos llenos de dolor y descubrió a Beatrice que lo miraba, ansiosa porque para ella los números de los Dendarii no significaban nada.

—¿Doscientos muertos? —susurró.

—Doscientos seis —corrigió Miles. Las caras, nombres, voces familiares de los seis Dendarii pasaron por su memoria. Los doscientos prisioneros también debían de tener rostros. Pero los bloqueó en la mente porque hubieran representado un peso excesivo.

—Estas cosas pasan —murmuró Beatrice aturdida.

—¿Estás bien?

—Claro que sí. Estas cosas pasan. Son inevitables. No soy una llorona que se derrumba bajo el fuego… —Parpadeó con rapidez, levantando el mentón—. Dame… dame algo qué hacer. Cualquier cosa.

Y rápido, agregó Miles por ella. De acuerdo. Le señaló el campo.

—Ve a ver a Pel y a Liant. Divide los grupos que quedan en bloques de treinta y tres y agrégalos a los de la tercera ola. Tendremos que enviar la tercera sobrecargada. Después infórmame. Ve rápido, el resto de los transbordadores volverá en unos minutos.

—Sí, señor —dijo ella y saludó. Era ella la que lo necesitaba, no él. Orden, estructura, racionalidad, una cuerda a la que aferrarse. Él le devolvió el gesto con gravedad.

—Ya estaban sobrecargados —objetó Tung apenas ella estuvo lejos— Van a volar como ladrillos con 233 a bordo. Y tardaremos más en cargarlos y descargarlos.

—Sí. Dios. —Miles dejó de dibujar números en el barro inútil— Por favor, pasa los números al ordenador por mí, Ky. No confío en mí mismo. No sé si sabría sumar dos más dos en este momento. ¿Cuánto retraso llevaremos cuando llegue el cuerpo principal de cetagandanos? Lo más exacto que puedas, sin mentiras, por favor.

Tung murmuró en el equipo, recitó números, márgenes, cuentas de tiempo. Miles lo seguía detalle a detalle con gran intensidad. Tung terminó de repente.

—Al final de la primera ola, nos quedarán cinco transbordadores para descargar cuando nos ataquen.

Mil hombres y mujeres…

—¿Puedo sugerir, señor, con todo respeto, que ha llegado el momento de cortar las pérdidas? —dijo Tung.

—Sí, comodoro.

—Opción número uno, de eficiencia máxima. Bajar sólo siete transbordadores en la última vuelta. Dejar las últimas cinco cargas de prisioneros en tierra. Los volverán a encerrar, pero por lo menos estarán vivos. —La voz de Tung adquirió un tono persuasivo en la última línea.

—Un sólo problema, Ky. Yo no quiero quedarme aquí.

—Todavía puedes subir en el último transbordador, tal como prometiste. Y a propósito, ¿te he dicho ya que creo que esa decisión fue la mayor estupidez que haya oído en los últimos tiempos?

—De manera muy elocuente, con las cejas, hace un rato. Y aunque me inclino a estar de acuerdo contigo, ¿has notado la forma en que me miran constantemente los prisioneros que quedan? ¿Nunca has visto un gato mirando a un saltamontes?

Tung se sacudió, inquieto y observó el fenómeno que Miles le describía.

—No me gusta la idea de matar a los últimos mil para poder poner el transbordador en el aire.

—Tal vez no se den cuenta de que no vienen más transbordadores hasta que estemos arriba.

—¿Entonces los dejamos aquí… esperándonos? — Las ovejas levantan la vista, pero nadie las alimenta…

—Correcto.

—Te gusta esa opción, Ky?

—Me da ganas de vomitar, pero… hay que considerar a los otros nueve mil. Y a la flota. La idea de tirarlos a todos a la basura en un esfuerzo destinado al fracaso en favor de éstos… pecadores miserables tuyos me da todavía más ganas de vomitar. Nueve décimos de una carga es mucho mejor que nada.

—Entiendo. Pasemos a la opción dos, por favor. El vuelo para salir de la órbita está calculado según la velocidad de la nave más lenta, que es…

—Los cargueros.

—¿Y la más rápida sigue siendo el Triunfo?

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