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Lois Bujold: Fronteras del infinito

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Lois Bujold Fronteras del infinito

Fronteras del infinito: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles Vorkosigan, el entrañable personaje que se dio a conocer en , emprende gracias a la habilidad de la exitosa escritora de Lois McNaster Bujold nuevas aventuras. En esta ocasión se abordan asuntos de gran interés: los prejuicios sociales y sus consecuencias, una posible reflexión antirracista nacida en torno a la manipulación genética y una amena exploración de temas cuya conjunción resulta particularmente curiosa: religión, supervivencia y estrategia militar. Incluye los relatos: Las Montañas de la Aflicción Laberinto Fronteras del Infinito Premio Hugo a la mejor novela corta 1990 por .

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Unas manos lo aferraron, él se retorció espasmódicamente, dando patadas con todas sus fuerzas, pero sólo pudo soltarse en parte. Junto a él Suegar se retorcía, golpeaba, gritaba con energía demoníaca. Tenía alcance, pero no masa. Miles no tenía ni alcance ni masa. Pero Suegar se las arregló para anular a uno de los atacantes de Miles durante un momento.

De pronto, los hombres aferraron el brazo izquierdo de Suegar, que se había despegado de su cuerpo tratando de golpear. Miles hizo una mueca anticipando el ruido familiar de un hueso que se quiebra, pero en lugar de eso, uno de los hombres arrancó el harapo de la escritura de la muñeca de Suegar.

—¡Eh, Suegar! —se burló, bailando hacia atrás—. ¡Mira lo que tengo!

La cabeza de Suegar giró en redondo. Se había distraído de su defensa apasionada de Miles. El hombre sacó el pedazo arrugado de papel de su bolsa de tela y lo sacudió en el aire. Suegar lanzó un grito desesperado y se lanzó hacia él, pero otros dos cuerpos lo bloquearon. El hombre rompió el papel en pedazos y se detuvo, como si no supiera qué hacer con él. Después, con una sonrisa, se metió los trocitos en la boca y empezó a masticarlos. Suegar aulló.

—Mierda —gritó Miles, furioso—. ¡Me querías a mí! No tenías por qué hacer eso… —Golpeó con toda la fuerza de su puño la cara del atacante más cercano, que se había distraído un momento mirando a Suegar.

Sintió que sus huesos se estremecían desde la muñeca hacia arriba. Estaba tan harto de sus huesos, cansado de que le dolieran una y otra y otra vez…

Suegar chillaba, gritaba, lloraba y trataba de alcanzar al hombre que estaba masticando el papel. El hombre permanecía., quieto y sonreía mientras masticaba. Suegar perdió toda ciencia en sus ataques y se lanzó como un molino de viento. Miles lo, vio caer y después no le quedó atención, para otra cosa que no fuera el apretón de anaconda de la cuerda que se había enroscado en su cuello. Logró poner una mano entre el cuello y la cuerda, pero era la mano rota. Sintió sogas de dolor dentro del brazo que le corrían por la piel hasta el hombro. La presión en su cabeza llegó al paroxismo y le cerró la visión. Nubes de color púrpura oscuro y amarillo sucio hervían frente a sus ojos como cabezas de tormenta. Una imagen fugaz de un manojo de cabello rojo…

Después estaba en el suelo, y la sangre, la maravillosa sangre volvía a su cerebro hambriento de oxigeno. Dolía y era buena, caliente y palpitante. Se quedó un momento allí. Quieto. No le importaba nada. Hubiera sido tan bueno no tener que volver a levantarse…

La maldita cúpula, fría, blanca y sin rasgos, se burló de su visión que regresaba poco a poco. Miles se puso de rodillas y miró a su alrededor. Beatrice, algunos policías y algunos hombres del comando de Oliver perseguían a los casi asesinos de Miles por el campo. Seguramente, se había desmayado apenas unos segundos. Suegar estaba en el suelo, unos metros más allá.

Miles se arrastró hasta él. El hombre flaco yacía enroscado alrededor de su estómago, la cara pálida, verdosa y húmeda. Temblores involuntarios le sacudían el cuerpo. Nada bueno. Shock. Mantenga al paciente caliente y adminístrele sinergina. No había sinergina. Miles se sacó la túnica y la puso sobre el cuerpo de Suegar.

—¿Suegar? ¿Estás bien? Beatrice ha ahuyentado a esos bárbaros…

Suegar levantó la vista y sonrió, pero la sonrisa desapareció de inmediato en el remolino de una mueca de dolor.

Finalmente volvió Beatrice, jadeando, furiosa.

—Locos de mierda —saludó sin pasión—. No necesitáis un guardaespaldas. Lo que necesitáis es una niñera. —Se arrodillo junto a Miles para mirar a Suegar y apretó los labios. Miró a Miles y se le oscurecieron los ojos. Las arrugas de su frente se hicieron más profundas.

Acabo de cambiar de idea, pensó Miles. No empieces a preocuparte por mí, Beatrice, no te encariñes con nadie. Lo único que conseguirás es hacerte daño. Una y otra vez y otra y otra…

—Será mejor que volváis a mi grupo —sugirió Beatrice.

—No creo que Suegar pueda caminar.

Beatrice llamó a algunos musculosos que metieron al hombre flaco en una manta y se lo llevaron de vuelta al lugar en que siempre dormían. A gusto de Miles, se parecía demasiado al coronel Tremont.

—Quiero un médico —ordenó Miles.

Beatrice volvió llevando del brazo a una mujer mayor, muy enojada.

—Seguramente le han reventado el vientre —dijo la doctora—. Si tuviera un visor de diagnóstico, os diría qué se le ha roto. ¿Tenéis un visor de diagnóstico? Necesita plasma y sinergina. ¿Tenéis? Podría cortarlo y hacerle un parche y apresurar la curación con estimulación eléctrica si tuviera una sala de operaciones. Os aseguro que estaría en pie de nuevo en tres días. Sin problemas. ¿Tenéis una sala de operaciones? Supongo que no.

»Dejad de mirarme así. Hubo un tiempo en que yo creía que podía curar. Este lugar me ha enseñado que no soy más que la intermediaria entre la tecnología y el paciente. Y como ahora no tengo tecnología, no soy nada.

—¿Pero qué se puede hacer? —dijo Miles.

—Cubrirlo. En unos días, mejorará o morirá, según lo que se le haya roto dentro. Eso es todo. —Hizo una pausa y se quedó de pie con los brazos cruzados mirando a Suegar con rencor, como si sus heridas fueran una afrenta personal. Y así era, para ella. Otra carga de pena y fracaso que arrastraba por el polvo el viejo y querido orgullo de curar— Creo que se va a morir —agregó.

—Yo también lo creo —dijo Miles.

—¿Entonces para qué me habéis llamado? —La doctora se alejó a grandes zancadas.

Más tarde volvió con una manta y unos harapos y ayudó a colocarlos sobre Suegar para darle más calor. Después se fue, tan furiosa como antes.

Tris informó a Miles:

—Tenemos a los tipos que trataron de matarte. ¿Qué les hacemos?

—Suéltalos —dijo Miles—. No son el enemigo.

—¡Sí que lo son, mierda!

—Enemigos míos no, por lo menos. Fue un caso de error de identidad. Yo soy sólo un viajero sin sombrero que pasaba por ahí en ese momento.

—Despiértate, hombrecito. No comparto la creencia de Oliver en tu «milagro». No estás pasando por aquí. Aquí te quedas.

Miles suspiró.

—Estoy empezando a creer que tienes razón. —Miles miró a Suegar, escuchó su respiración: muy poco profunda, muy rápida. Se puso en cuclillas a su lado—. Seguramente, esta vez tienes razón. De todos modos… suéltalos.

—¿Por qué? —se quejó ella, furiosa.

—Porque yo lo digo. Porque te lo pido. ¿Quieres que te ruegue por ellos?

—¡Aaj! No, no. ¡De acuerdo! —Tris se volvió y se alejó, mientras se pasaba las manos a través del cabello cortado y murmuraba cosas entre dientes.

Pasó un tiempo sin tiempo. Suegar yacía de costado sin hablar, aunque abría los ojos de vez en cuando. Los abría sin ver. Miles le mojaba los labios con agua periódicamente. Llegó y pasó una comida, sin incidentes ni la participación de Miles. Beatrice se les acercó y dejó caer dos raciones junto a ellos, los miró con desaprobación y se fue.

Miles acunaba su mano herida. Estaba sentado con las piernas cruzadas revisando el catálogo de errores que lo habían llevado a ese punto. Pensó en su evidente capacidad para hacer matar a sus amigos. Tenía la premonición espantosa de que la muerte de Suegar iba a ser casi tan horrible como la del sargento Bothari hacía seis años, y había conocido a Suegar apenas hacía unas semanas, no unos años. Había aprendido que el dolor repetido una y otra vez hace que uno tenga más miedo de las heridas, no menos, un terror cada vez más grande, más profundo, más adentro, en las entrañas. De nuevo no, otra vez no, nunca más…

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