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Lois Bujold: Fronteras del infinito

Здесь есть возможность читать онлайн «Lois Bujold: Fronteras del infinito» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1992, ISBN: 84-406-2526-X, издательство: Ediciones B, категория: Космическая фантастика / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Lois Bujold Fronteras del infinito

Fronteras del infinito: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles Vorkosigan, el entrañable personaje que se dio a conocer en , emprende gracias a la habilidad de la exitosa escritora de Lois McNaster Bujold nuevas aventuras. En esta ocasión se abordan asuntos de gran interés: los prejuicios sociales y sus consecuencias, una posible reflexión antirracista nacida en torno a la manipulación genética y una amena exploración de temas cuya conjunción resulta particularmente curiosa: religión, supervivencia y estrategia militar. Incluye los relatos: Las Montañas de la Aflicción Laberinto Fronteras del Infinito Premio Hugo a la mejor novela corta 1990 por .

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—Quiero felicitar a los líderes de grupo por su trabajo excelente y al sargento Oliver por haberlos elegido. Esto nos ha permitido lograr, no sólo la alianza con la gran mayoría de los habitantes del campo, sino también tiempo. De ahora en adelante cada comida funcionará un poco mejor que la anterior y será un ejercicio para la siguiente.

»Y no os equivoquéis. Esto es un ejercicio militar. Estamos en guerra otra vez. Ya hemos logrado que los cetagandanos hayan quebrado su muy calculada rutina y hayan hecho un movimiento nuevo. Nosotros actuamos. Y ellos reaccionaron. Aunque os parezca increíble, la ventaja de la ofensiva ha estado en nuestras manos.

»Ahora empezaremos a planear la estrategia siguiente. Quiero que penséis cuál será el próximo desafío a que nos enfrentarán los cetagandanos. — En realidad, quiero que penséis. Y pun to—. Aquí termina el sermón. Comandante Tris, usted sigue. —Miles se obligó a sentarse con las piernas cruzadas para dejar el campo libre a su elegida, lo quisiera ella o no. Se recordó que Tris había sido oficial de campo, no de oficinas y que necesitaba la práctica más que él.

—Por supuesto, pueden enviarnos menos comida, como ya hicieron antes —empezó ella después de aclararse la garganta—. Se dice que así fue como empezó todo. —Su mirada se cruzó con la de Miles, que asintió como para darle ánimo—. Eso quiere decir que vamos a tener que empezar a contar cuánta gente hay y hacer turnos rotativos estrictos para dividir las raciones en caso de que no haya para todos. Cada líder de grupo elegirá un lugarteniente y un par de ayudantes para controlar las cifras.

—Otro movimiento igualmente perturbador que podrían intentar los cetagandanos —interrumpió Miles sin poder resistirse a la tentación—, es enviar demasiada comida para enfrentarnos al problema, muy interesante por cierto, de cómo dividir los extras. Creo que tenemos que pensar en eso. —Sonrió a Tris con gesto inocente.

Ella alzó una ceja y siguió adelante:

—Tal vez también traten de dividir la comida en varios montones, para complicarnos el problema de controlar el reparto correctamente. ¿Se os ocurre algún otro truco sucio en que podamos pensar? —preguntó y no pudo dejar de mirar a Miles.

Uno de los líderes de grupo levantó la mano con algunas dudas.

—Señora… ellos nos están escuchando. ¿No le parece que les estamos dando ideas?

Miles se levantó para contestar a eso con toda su fuerza.

—Claro que nos escuchan. Sin duda, tenemos toda su atención. —Hizo un gesto obsceno hacia la cúpula— Que escuchen. Cada movimiento que hagan es un mensaje desde fuera, una sombra que marca la forma que tienen, una información acerca de ellos. Sabremos utilizarla.

—¿Y si nos vuelven a cortar el aire? —dijo otro líder de grupo con un tono tan cargado de dudas como el primero.

—Entonces —dijo Miles con suavidad—, perderán la posición que tanto les ha costado ganar en la Comisión judicial. Es un golpe de propaganda que les ha servido de mucho últimamente, sobre todo desde que nuestro lado, en medio de la presión de la crisis que tenemos en casa, no ha sido capaz de mantener a sus propias tropas en buenas condiciones, y mucho menos a los cetagandanos que capturamos. Los cetagandanos, cuyo punto de vista propagandístico es que están compartiendo el gobierno imperial con nosotros por generosidad cultural, dicen que esto es una muestra de la superioridad de su civilización y sus buenos modales…

Algunas risas burlonas indicaron el punto de vista de los prisioneros al respecto y Miles sonrió y siguió adelante.

—La tasa de mortalidad de este campo es tan extraordinaria que ha llamado la atención del Comité judicial. Los cetagandanos se las han arreglado para justificarla en tres inspecciones distintas del comité, pero un ciento por ciento sería demasiado alto e injustificable hasta para ellos. —Un temblor como para expresar acuerdo, la rabia reprimida, recorrió al auditorio como una corriente amarga.

Miles se sentó de nuevo. Oliver se inclinó hacia él y le susurró:

—¿Cómo diablos sabes todo eso?

Miles hizo una mueca.

—¿Ha sonado convincente? Bien.

Oliver volvió a acomodarse en la silla, muy tenso.

—No tienes ningún tipo de inhibición, ¿verdad?

—No en un combate.

Tris y su grupo de líderes pasaron las siguientes dos horas preparando cuadros de posibles lugares y circunstancias para la aparición de la comida y diseñando respuestas tácticas para cada una. Hicieron un descanso para pasar los resultados a los líderes de grupo, para que ellos, a su vez, se los pasaran a sus subordinados y Oliver a su personal de apoyo suplementario.

Tris se detuvo frente a Miles, que había sucumbido a la gravedad en algún momento de la segunda hora y que ahora yacía en el polvo, mirando sin ver hacia la cúpula y parpadeando en un esfuerzo para mantener los ojos abiertos. No había dormido nada durante el día y medio anteriores a su llegada al campo. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde entonces.

—He pensado en otra posibilidad —dijo Tris—. ¿Qué hacemos si no hacen nada? No cambian nada.

Miles sonrió, medio dormido.

—Es lo más probable. Ese intento por engañarnos en el último reparto de comida fue un desliz por su parte, creo yo.

—Pero sin enemigo, ¿cuánto tiempo podemos seguir fingiendo que somos un ejército? —Insistió ella—. Con esto nos has sacado de lo más profundo del pozo, pero cuando esto se termine, ¿qué pasará?

Miles se acurrucó y dejó fluir pensamientos extraños o informes, arrastrado por el comienzo de un sueño erótico sobre una pelirroja alta y agresiva. Soltó un bostezo.

—Entonces, pediremos un, milagro. Recuérdame que debo discutir lo de los milagros contigo… más tarde…

Se despertó a medias una vez, cuando alguien le metió una manta debajo del cuerpo. Sonrió a Beatrice entre sueños.

—Mutante loco —le soltó ella y lo hizo rodar sobre la manta—. No vayas a creer que esto ha sido idea mía.

—Suegar —murmuró Miles—, Dios mío, creo que le justo. —Se enroscó otra vez entre los brazos dulces de la Beatrice de ensueño a disfrutar de una paz temporal.

Por desgracia, el análisis de Miles fue correcto. Los cetagandanos volvieron a su rutina original con las barras de rata y no respondieron a los cambios de sus prisioneros. Miles no estaba seguro de que eso le gustara. En realidad le daba muchas oportunidades para afinar el sistema de distribución, pero algún tipo de ataque de la cúpula habría servido para dirigir la atención de los prisioneros hacia fuera, les habría devuelto un enemigo que aliviara en algo el aburrimiento paralizante de sus vidas. Si la cuestión se alargaba demasiado, Tris acabaría teniendo razón.

—Odio a los enemigos que no cometen errores —murmuró Miles, irritado, y puso todos sus esfuerzos en las cosas que sí podía controlar.

Buscó un prisionero flemático con un buen latido cardíaco y le pidió que se acostara en el polvo y contara los latidos para marcar el tiempo de la distribución para después trabajar sobre cómo reducir ese tiempo.

—Es un ejercicio espiritual —anunció cuando ordenó que sus catorce hombres distribuyeran las barras de rata a grupos de doscientos con descansos de treinta minutos entre un grupo y otro.

—Es un cambio de ritmo —explicó a Tris, apartándola de los demás—. Si no podemos inducir a los cetagandanos a que provean algo de variedad, tendremos que hacerla nosotros mismos.

También ordenó que se contabilizaran con exactitud a los prisioneros supervivientes. Estaba siempre en todas partes, exhortando, buscando, empujando, reprimiendo.

—Si realmente quieres que lo hagamos más rápido, será mejor que nos des más montones, mierda —protestó Oliver.

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