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Lois Bujold: Fronteras del infinito

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Lois Bujold Fronteras del infinito

Fronteras del infinito: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles Vorkosigan, el entrañable personaje que se dio a conocer en , emprende gracias a la habilidad de la exitosa escritora de Lois McNaster Bujold nuevas aventuras. En esta ocasión se abordan asuntos de gran interés: los prejuicios sociales y sus consecuencias, una posible reflexión antirracista nacida en torno a la manipulación genética y una amena exploración de temas cuya conjunción resulta particularmente curiosa: religión, supervivencia y estrategia militar. Incluye los relatos: Las Montañas de la Aflicción Laberinto Fronteras del Infinito Premio Hugo a la mejor novela corta 1990 por .

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Pitt, según parecía, había agradecido su barra de rata, no con un gracias sino con una burla, una risa sardónica y un taco. Por lo menos, tres de las mujeres estaban tratando de reducirlo sin mucho éxito. El hombre era musculoso y fuerte, y no tenía inhibiciones: se defendía. Una de las mujeres, no mucho más alta que Miles, salió volando como una pelota y no volvió a levantarse. Mientras tanto, la columna estaba parada y el flujo civilizado de futuros comensales totalmente perturbados. Miles maldijo entre dientes.

—Tú, tú, tú— y tú. —Miles tocó los hombros de los elegidos— Atrapad a ese tipo. Sacadlo de aquí. A la pared de la cúpula…

Los que Miles había tocado no parecían muy contentos con la misión encomendada; pero, para ese momento, Tris y Beatrice habían atacado con más ciencia. Pitt, salvaje y malhablado, desapareció entre las líneas. Miles se aseguró de que la distribución se reanudaba antes de centrar su atención en él. Oliver y Suegar se le habían unido.

—Voy a arrancarle las pelotas —decía Tris—. Ordeno…

—Una orden militar —interrumpió Miles—. Si este tipo está acusado de conducta desordenada, deberías formarle una corte marcial.

—Es un violador y un asesino —le replicó ella, con voz helada—. La ejecución es demasiado buena para él. Tiene que morir despacio.

Miles apartó un poco a Suegar.

—Es tentador, pero por alguna razón no me gusta la idea de entregárselo a ella… no me gusta nada. ¿Por qué?

Suegar lo miró con respeto.

—Creo que tienes razón. Hay… hay demasiados culpables.

Pitt, furioso, casi echando espuma, acababa de ver a Miles.

—¡Tú! Tú, debilucho lamecoños, ¿crees que ellas pueden protegerte? —Hizo un gesto con la cabeza hacia Tris y Beatrice—. No les alcanzan los músculos. Las vencimos antes y las volveremos a vencer. No habríamos perdido la maldita guerra si hubiéramos tenido soldados de verdad, como los barrayanos. Ellos no llenaron su ejército de coños y lamecoños. Y sacaron corriendo a los cetagandanos de su planeta…

—No sé por qué —gruñó Miles, a pesar de sí mismo—, dudo que seas experto en la defensa de los barrayanos en la primera guerra cetagandana. O tal vez hayas aprendido algo…

¿Por qué estoy aquí discutiendo con este loco de mierda?, se preguntó Miles mientras Pitt seguía insultándolo. No hay tiempo. Terminemos.

Se volvió hacia atrás y cruzó los brazos.

—¿Se os ha ocurrido que este hombre es a todas luces un agente de los cetagandanos?

Hasta Pitt quedó tan impresionado que se calló.

—Creo que es evidente —siguió Miles, levantando la voz para que todos los que estaban cerca pudieran oírlo—. Es un líder en la división y destrucción del grupo. Corrompió con Su ejemplo y su maña a soldados honestos que lo siguieron y los enfrentó unos contra otros. Vosotros erais lo mejor de Marilac— Los cetagandanos no podían estar seguros de que cayeseis. Así que plantaron la semilla del mal entre vosotros. Para asegurarse. Y funcionó… funcionó muy bien. Nunca sospechasteis… —

Oliver cogió a Miles del brazo y le murmuró al oído:

—Hermano Miles… conozco a ese tipo. No es ningún agente cetagandano. Es sólo uno de tantos…

—Oliver —ordenó Miles con los dientes apretados—. Silencio. —Y siguió hablando con su tono de arenga— Claro que es un agente cetagandano. Un espía. Un topo. Y pensar que todo este tiempo pensabais que esto era algo que os hacíais vosotros mismos…

Donde no existe el diablo, pensó Miles, tal vez sea conveniente inventarlo. Se le revolvía el estómago, pero mantuvo el rostro tranquilo en una expresión de rabia justa. Miró las caras a su alrededor. Había unas cuantas tan pálidas como debía de estar la suya propia, pero por otras razones. Un murmullo, bajo se deslizó entre ellas, un murmullo atónito y amenazador,

—Quitadle la camisa —dijo Miles— Y acostadlo boca abajo. Suegar, dame tu taza.

La taza de plástico de Suegar tenía una punta afilada el, un, de sus lados rotos. Miles se sentó sobre Pitt, y usando la punta como una estilográfica escribió sobre esa espalda tensa, en letras grandes:

ESPÍA
CETA

Clavó bien hondo, sin piedad y la sangre lo salpicó de arriba a abajo. Pitt aulló, insultó, se retorció.

Miles se puso de pie, temblando, sin aliento, y no Sólo por el esfuerzo fisico.

—Ahora —ordenó—, quiero que le deis su barra de rata y lo escoltéis hasta la salida.

Los dientes de Tris se abrieron para objetar la última orden, y después se cerraron con fuerza. Sus ojos taladraron la espalda de Pitt mientras lo empujaban hacia fuera. Su mirada se volvió luego hacia Miles, dudosa.

—¿De verdad crees que era cetagandano? —le preguntó a Miles en voz baja.

—No puede ser —se burló Oliver—. ¿Para qué es toda esta charada, hermano Miles?

—No dudo de las acusaciones de Tris sobre sus otros crímenes —dijo Miles, tenso—. Quiero que lo sepáis. Pero no podemos castigarlo por ellos sin dividir al campo en dos, y eso debilitaría la autoridad de Tris. De esta forma, Tris y las mujeres se vengan sin ponerse a la mitad de los hombres en contra. Las manos de la comandante quedan limpias, se hace justicia contra un criminal y nos sacamos de encima un caso que, sin duda, afuera iría a la prisión militar. Además, es una advertencia para gente que pueda parecérsele. Funciona a todos los niveles.

Oliver se quedó mudo. Después de un momento, señaló:

—Juegas sucio, hermano Miles.

—No puedo permitirme una derrota. —Miles le clavó la mirada—. ¿Y tú?

—No —Oliver apretó los labios.

Tris no hizo ningún comentario.

Miles supervisó personalmente el reparto de raciones a los prisioneros demasiado enfermos débiles o heridos que no hubieran intentado acercarse a la línea.

El coronel Tremont estaba echado sobre su manta, tieso, enroscado, mirando sin ver. Oliver se arrodilló a su lado y le cerró los ojos fijos, secos. El coronel había muerto en las últimas horas, no importaba cuándo.

—Lo lamento —dijo Miles con sinceridad—. Lamento haber llegado tarde.

—Bueno, bueno —contestó Oliver. Se puso de pie, se mordió el labio, meneó la cabeza y no dijo ninguna otra cosa. Miles, Suegar, Tris y Beatrice le ayudaron a llevar el cadáver con ropa, taza y todo, a la pila de basura. Oliver puso la barra de rata que le había reservado bajo el brazo del muerto. Nadie trató de saquear el cuerpo cuando ellos se fueron, aunque ya habían saqueado a otro que yacía en las mismas condiciones, desnudo y de lado.

Poco después tropezaron con el cuerpo de Pitt. Probablemente había muerto por estrangulamiento, pero tenía la cara tan golpeada que el color rojo de las mejillas y los labios no era una señal segura.

Tris, en cuclillas junto al cuerpo, miró a Miles en una reestimación lenta de su forma de actuar.

—Creo que, después de todo, tal vez tenías razón sobre el poder, hombrecito.

—¿Y sobre la venganza?

—Pensé que nunca me saciaría de vengarme —suspiró ella, mirando el cuerpo que yacía a su lado—. Sí. … sobre eso también.

_Gracias. —Miles empujó el cuerpo con el dedo gordo del pie—. Y no te equivoques. Es una pérdida para nosotros.

Miles hizo que Suegar dejara que otro llevara el cadáver a la pila de basura.

Formó un consejo de guerra justo después del reparto de comida. Los que habían llevado el cuerpo de Tremont, que Miles consideraba ahora sus generales, y los catorce líderes de grupo se reunieron a su alrededor en un lugar cerca de las fronteras del grupo de las mujeres. Miles caminaba de un lado a otro frente a ellos, gesticulando con fuerza.

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