—París —respondió Roberts, abriendo su carpeta Hermés y revisando un delgado fajo de folios amarillos—. Esta mujer, Krushkhova.
—¿La conozco?
—No —dijo él—. El tema es el arte. Ella dirige una de las dos galerías más de moda de París. Su historial de vida no es gran cosa, aunque sí hay alguna insinuación de algo raro al inicio de su carrera.
Tally Isham asintió, ignorándolo, y miró cómo su sustituía abrazaba al chico de cabello oscuro.
Capítulo 36
El bosque de ardillas
Cuando el niño cumplió siete años, Turner tomó la vieja Winchester de caja de nailon de Rudy y caminaron juntos por la vieja carretera, en dirección al claro.
El claro era ya un sitio especial, porque su madre lo había llevado allí el año anterior, y le había enseñado un avión, un avión de verdad, entre los árboles. Se asentaba poco a poco en la tierra, pero te podías sentar en la cabina y fingir que lo pilotabas. Era un secreto, había dicho su madre, y sólo podía hablar de él con su padre y con nadie más. Si ponías la mano en la piel de plástico del avión, la piel cambiaba de color, y quedaba una huella del mismo color de tu mano. Pero esa vez su madre se había puesto rara, y lloró y quiso hablar del tío Rudy, a quien no recordaba. El tío Rudy era una de las cosas que él no comprendía, como algunos de los chistes de su padre. Una vez le había preguntado a su padre por qué era pelirrojo, de dónde lo había sacado, y su padre se había echado a reír y dijo que había sido cosa de un holandés. Entonces su madre arrojó una almohada a su padre, y él nunca supo quién era el holandés.
En el claro, su padre le enseñó a disparar, colocando ramas de pino contra el tronco de un árbol. Cuando el niño se cansó de aquello, se acostaron boca arriba a observar las ardillas. —Le prometí a Sally que no mataríamos nada —dijo su padre, y le explicó los principios básicos de la caza de ardillas. El niño escuchaba, pero parte de él soñaba con el avión. Hacía calor, y podías oír el zumbido de las abejas, cerca, y el agua entre las rocas. Cuando su madre se puso a llorar había dicho que Rudy era un buen hombre, que él le había salvado la vida, que una vez la había salvado de ser joven y estúpida, y otra vez de un hombre muy malo...
—¿Eso es verdad? —preguntó a su padre cuando éste terminó de explicarle lo de las ardillas—. ¿Son tan tontas que siguen viniendo aunque las maten?
—Sí —dijo Turner—, es cierto. —Y sonrió.— Bueno, casi siempre...
Count zero, cuenta a cero, y, a la vez, Count Zero, Conde Cero. (N. del traductor.)