William Gibson - Conde Cero

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La historia tiene lugar 8 años después de lo sucedido en 'Neuromante'. Turner, un mercenario profesional, es encargado de la extracción del científico Mitchel de la empresa Maas para llevarlo a la competencia, la Hosaka, otra empresa de investigación de biochips. Al mismo tiempo, Marly, una marchante de arte caída en desgracia, es contratada por un excéntrico y misterioso multimillonario, Josef Virek, para encontrar al autor de una serie de obras de arte. Para cerrar el círculo, en Barrytown, cerca de los Proyectos, Bobby Newmark, alias Conde Cero, experimenta un Wilson que casi lo mata al conectar en la matriz usando un bioware prestado por Dos-por-Dia, un traficante de soft de los Proyectos.

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—Turner...

Apagó la recopilación de noticias y se volvió para encontrar a Angie en la puerta del despacho.

—¿Cómo estás, Angie?

—Bien. No tuve sueños. —Abrazó el enorme jersey negro que la envolvía, y lo miró desde el fondo de un lacio flequillo de pelo castaño.— Bobby me enseñó dónde hay una ducha. Una especie de vestuario. Iré allí dentro de poco. Tengo el pelo horrible.

Turner se acercó a ella y le puso las manos en los hombros. —Has aguantado todo esto muy bien. Pronto estarás fuera de aquí.

Angie suspiró. — ¿Fuera de aquí? ¿Adonde? ¿Quizás en Japón?

—Bueno, puede que no sea Japón. Puede que no sea la Hosaka.

—Ella vendrá con nosotros —dijo Beauvoir.

—¿Por qué querría yo ir?

—Porque —explicó Beauvoir— nosotros sabemos quién eres. Esos sueños tuyos son reales. Conociste a Bobby en uno de ellos, y le salvaste la vida, lo libraste del hielo negro. Dijiste: «¿Por qué te están haciendo esto...?».

Angie abrió los ojos asombrada, miró fugazmente a Turner, y de nuevo a Beauvoir.

—Es una larga historia —continuó Beauvoir, y está abierta a distintas interpretaciones. Pero si vienes con nosotros, si regresas con nosotros a los Proyectos, podremos enseñarte cosas. Podemos enseñarte cosas que nosotros no entendemos, pero que tú quizá sí...

— ¿Por qué?

—Por lo que tienes dentro de la cabeza —Beauvoir hizo un gesto solemne, para luego subirse la montura plástica de sus gafas—. No tienes por qué quedarte con nosotros, si no quieres. De hecho, sólo estamos aquí para servirte...

—¿Servirme a mí?

—Como he dicho, es una larga historia... ¿A usted qué le parece, señor Turner?

Turner se encogió de hombros. No se le ocurría ningún otro lugar a donde ella pudiera ir; la Maas pagana por recuperarla, sin duda, viva o muerta, y la Hosaka también. —Tal vez eso sea lo mejor —dijo.

—Quiero quedarme contigo —dijo Angie—. Jackie me cae bien, pero, claro, ella...

—No te preocupes —dijo Turner—. Ya lo sé. —No sabes nada, gritó una voz dentro de él.— Estaremos en contacto... —Nunca volverás a verla.— Pero hay una cosa que será mejor que te diga ahora. Tu padre ha muerto. Se suicidó. Los equipos de seguridad de la Maas lo mataron; los mantuvo a raya mientras tú salías de la meseta con el ultraligero.

—¿En serio? ¿Es cierto que los mantuvo a raya? Quiero decir, podía sentirlo, que estaba muerto, pero...

—Sí —dijo Turner. Sacó de su bolsillo la cartera negra de Conroy, y le puso el lazo al cuello—. Ahí dentro hay un biosoft. Para cuando seas mayor. No cuenta toda la historia. Recuerda eso. Nada cuenta toda la historia, nunca...

Bobby estaba de pie junto a la barra cuando el tipo grandote salió del despacho de Jammer. El tipo grandote fue hasta donde la muchacha había estado durmiendo y recogió su sufrido abrigo militar, se lo puso, y caminó hasta el borde del escenario donde yacía Jackie , tan pequeña, bajo el abrigo negro. El hombre se metió la mano en el abrigo y sacó el arma, la descomunal Smith & Wesson táctica. Abrió el cilindro y extrajo los cartuchos, los metió en el bolsillo de su abrigo y luego dejó el arma junto al cuerpo de Jackie , con cuidado de no hacer ningún ruido.

—Lo hiciste bien, Conde —dijo, volviéndose hacia Bobby, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo.

—Gracias, hermano. — Bobby sintió que una marejada de orgullo atravesaba su aturdimiento.

—Hasta la vista, Bobby. —El hombre fue hasta la puerta y se puso a manipular los distintos cerrojos.

— ¿Quieres salir? —Bobby corrió hacia la puerta.— Aquí, Jammer me enseñó. ¿Te vas? ¿Adonde quieres ir? —Y la puerta quedó abierta, y Turner se alejaba entre los puestos desiertos.

—No lo sé —contestó, sin detenerse—. Primero tengo que comprar ochenta litros de queroseno, des pues pensaré en eso...

Bobby se quedó mirándolo hasta que desapareció por la detenida escalera mecánica; entonces cerró la puerta y echó el cerrojo. Sin mirar hacia el escenario, pasó junto a Jammer, llegó a la puerta del despacho y se asomó. Angie estaba llorando, con la cara apoyada en el hombro de Beauvoir, y Bobby sintió un cuchillazo de celos que lo tomó por sorpresa. El teléfono estaba reciclando, a espaldas de Beauvoir, y Bobby vio que era la recopilación de noticias.

—Bobby —dijo Beauvoir—, Ángela se viene a los Proyectos a vivir con nosotros. ¿Quieres venir tú también?

En la pantalla del teléfono apareció la cara de Marsha Newmark, Marsha-mamá, su madre: «...ticias de interés humano de esta mañana, la policía de un barrio suburbano de Nueva Jersey comunicó que una ve ciña cuyo edificio fue objeto de un reciente bombardeo, se sorprendió anoche cuando regresaba de descu...».

—Sí —se apresuró a decir Bobby—, claro que sí, hermano.

Capítulo 35

Tally Isham

—Es buena —dijo el director del equipo, dos años más tarde, mojando un trozo de pan en la laguna de aceite oscuro que había en el fondo de su cuenco de ensalada—. Realmente, es muy buena. Un trabajo muy rápido. Hay que concederle eso, ¿verdad?

La estrella rió y cogió su vaso de resina helada. —La detestas, ¿no es así, Roberts? Te parece que tiene demasiada suerte, ¿verdad? Todavía no ha dado ni un paso en falso... —Estaban apoyados contra la tosca balaustrada de piedra, mirando el barco de la noche que salía para Atenas. Dos niveles más abajo, en dirección del puerto, la chica yacía a sus anchas sobre una cama de agua, bañada, desnuda, con los brazos extendidos, como si estuviese abrazando lo que quedaba de sol.

Él se metió el pan remojado en aceite en la boca y lamió sus estrechos labios. —De ninguna manera. No la detesto. No se me ocurriría ni por un minuto.

—Su novio —dijo Tally cuando una segunda figura, un muchacho, apareció en el techo debajo de ellos. El chico tenía pelo oscuro y llevaba puesta ropa deportiva francesa, informal pero costosa. Mientras miraban, fue hasta la cama de agua y se acuclilló junto a la chica, estirando el brazo para tocarla—. Es hermosa, Roberts, ¿no te parece?

—Bueno —dijo el director del equipo—, he visto sus «antes». Es todo cirugía. —Se encogió de hombros sin dejar de observar al chico.

—Si has logrado ver mis «antes» —dijo ella—, alguien lo pagará muy caro. Pero ella sí que tiene algo. Buenos huesos... —Bebió un sorbo de vino.— ¿Será ella? ¿La nueva Tally Isham?

Él volvió a encogerse de hombros. —Mira a ese imbécil —dijo—. ¿Te das cuenta de que en este momento está ganando un sueldo casi tan grande como el mío? ¿Y qué es lo que hace para ganarlo, exactamente? Un guardaespaldas... —Frunció los labios, estrechos y amargos.

—Él la mantiene feliz. —Tally sonrió.— Fueron contratados en bloque. Es una cláusula extra de su contrato. Ya lo sabes.

—Ese hijo de puta me repugna. Es un cualquiera y lo sabe y no le importa. Es basura. ¿Sabes lo que lleva entre su equipaje? ¡Una consola de ciberespacio! Ayer estuvimos detenidos tres horas, en la aduana turca, cuando encontraron el maldito aparato... —Meneó la cabeza.

Ahora el chico se puso de pie y caminó hasta el extremo del techo. La chica se irguió, mirándolo, quitándose el pelo de los ojos. Él permaneció parado allí durante un buen rato, observando las estelas de los barcos que iban a Atenas; ni Tally Isham, ni el director del equipo, ni Angie sabían que lo que veía era una gris extensión de edificios de Barrytown con las oscuras torres de los Proyectos como cresta.

La chica se levantó, cruzó el techo hasta donde él estaba, y le tomó la mano.

—Y mañana, ¿qué? —preguntó Tally, finalmente.

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