William Gibson - Conde Cero

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La historia tiene lugar 8 años después de lo sucedido en 'Neuromante'. Turner, un mercenario profesional, es encargado de la extracción del científico Mitchel de la empresa Maas para llevarlo a la competencia, la Hosaka, otra empresa de investigación de biochips. Al mismo tiempo, Marly, una marchante de arte caída en desgracia, es contratada por un excéntrico y misterioso multimillonario, Josef Virek, para encontrar al autor de una serie de obras de arte. Para cerrar el círculo, en Barrytown, cerca de los Proyectos, Bobby Newmark, alias Conde Cero, experimenta un Wilson que casi lo mata al conectar en la matriz usando un bioware prestado por Dos-por-Dia, un traficante de soft de los Proyectos.

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—Usted dijo que no me seguirían —dijo Marly—. Sabía que estaba mintiendo...

—Y ahora, Marly, creo que por fin seré libre. Libre de los cuatrocientos kilos de células enloquecidas que mantienen encerradas tras muros de acero quirúrgico en un parque industrial de Estocolmo. Libre, al fin, para habitar cualquier cantidad de cuerpos verdaderos. Marly. Para siempre.

—Mierda —dijo Jones—, éste está tan loco como Wig. ¿De qué crees que está hablando?

—De su salto —respondió ella recordando su conversación con Andrea, el olor de los langostinos en la abarrotada cocina—. El próximo estadio de su evolución...

—¿Tú lo entiendes?

—No —dijo ella—, pero sé que será malo, muy malo... —Sacudió la cabeza.

—Convenza a los habitantes de los núcleos para que dejen entrar a Paco y su equipo, Marly —dijo Virek—. Compré los núcleos, una hora antes de que usted saliera de Orly, a un contratista de Paquistán. Una ganga, Marly, una verdadera ganga. Paco cuidará de mis intereses, como siempre.

Y la pantalla quedó a oscuras.

—Bueno —dijo Jones, dando la vuelta a un manipulador plegado y tomándola de la mano—, ¿por qué es tan grave todo eso? Ahora esto es de él, y dice que usted ha hecho lo suyo... No sé para qué sirve el viejo Wig, excepto para escuchar las voces, pero ya le queda poco tiempo de vida. A mí me da igual quedarme o no...

—Tú no entiendes —dijo ella—. No puedes. Él ha llegado a algo, algo que ha buscado durante años. Pero nada que él quiera puede ser bueno. Para nadie... Yo lo he visto, he sentido eso...

Y entonces el brazo de acero del que ella se sostenía vibró y comenzó a moverse, y la tórrela entera rotó con un sordo zumbido de servos.

Capítulo 30

Hombre alquilado

Turner contempló el rostro de Conroy en la pantalla del teléfono. —Ve —dijo a Angie—. Ve con ella. —La alta chica negra con resistencias hilvanadas en el pelo se adelantó y suavemente abrazó a la hija de Mitchell, entonando en voz baja una canción en el mismo creóle infestado de sonidos fricativos. El chico de la camiseta seguía mirándola boquiabierto.

—Vamos, Bobby —dijo la muchacha negra. Turner miró al otro lado del escritorio al hombre de la mano herida, quien llevaba un arrugado esmoquin blanco y una corbata con cintas trenzadas de cuero negro. Jammer acunaba su mano en el regazo, sobre una toalla a rayas azules del club. Tenía una cara larga, el tipo de barba que requería constantes afeitadas, los ojos entrecerrados de un profesional de piedra. Cuando sus miradas se encontraron Turner se dio cuenta de que el hombre se había ubicado fuera del campo de visión de la cámara del teléfono.

El chico de la camiseta, Bobby, salió arrastrando los pies detrás de Angie y la muchacha negra, con la boca aún abierta.

—Podrías habernos evitado a ambos una buena cantidad de complicaciones, Turner —dijo Conroy—. Podrías haberme llamado. Podrías haber llamado a tu agente en Ginebra.

—¿Y la Hosaka? —preguntó Turner—. ¿Podría haberlos llamado a ellos?

Lentamente, Conroy meneó la cabeza.

—¿Para quién trabajas, Conroy? Esta vez hiciste doble juego, ¿verdad?

—Pero no contigo, Turner. Si todo hubiese marchado como yo lo planeé, ya estarías en Bogotá, con Mitchell. El misil no podía detenerse hasta que el jet despegara, y, si lo hacíamos bien, la Hosaka habría supuesto que la Maas había volado el sector entero para detener a Mitchell. Pero Mitchell no llegó, ¿no es así, Turner?

—Nunca pensó hacerlo —dijo Turner.

Conroy asintió. —Sí. Y el equipo de seguridad de la meseta detectó a la chica, cuando salía. Es ésa, ¿verdad?, la hija de Mitchell...

Turner no respondió.

—Claro —dijo Conroy—, es lógico...

—Maté a Lynch —lo interrumpió Turner, para apartar a Angie de la conversación—. Pero justo antes de que estallara la bomba, Webber me dijo que ella trabajaba para ti...

—Ambos lo hacían —dijo Conroy—, pero ninguno sabía acerca del otro. —Se encogió de hombros.

—¿Para qué?

Conroy sonrió. —Porque los habrías echado de menos si no hubiesen estado allí, ¿verdad? Porque conoces mi estilo, y si yo no hubiese jugado con las cartas de siempre habrías empezado a hacerte preguntas. Y yo sabía que tú no te venderías. El señor Lealtad Instantánea, ¿correcto? El señor Bushido. Eras confiable. La Hosaka lo sabía. Por eso insistieron en que te contratara...

—No has respondido a mi primera pregunta, Conroy. ¿Para quién más trabajabas?

—Un hombre llamado Virek —dijo Conroy—. El hombre de oro. Eso mismo, ése mismo. Hacía años que intentaba comprar a Mitchell. Si vamos a eso, pretendía comprar a la Maas. No pudo. Se están haciendo tan ricos que no podía tocarlos. Había en circulación una oferta permanente para Mitchell. Una oferta ciega. Cuando Mitchell contactó con la Hosaka y éstos me llamaron, decidí verificar el origen de esa oferta. Sólo por curiosidad. Pero antes de que pudiese hacerlo el equipo de Virek se puso en contacto conmigo. No fue un negocio difícil de concertar, Turner, créeme.

—Te creo.

—Pero Mitchell nos jodió a todos, ¿no es así, Turner? De pies a cabeza.

—Por eso lo mataron.

—Se suicidó —dijo Conroy—, según los topos que Virek tenía en la meseta. En cuanto vio a su chiquilla salir en aquel ultraligero. Se cortó la garganta con un escalpelo.

—En todo esto hay muchos muertos, Conroy —observó Turner—. Oakey está muerto, y el japonés que te pilotaba ese helicóptero.

—Fue lo que pensé al ver que no regresaban. —Conroy se encogió de hombros.

—Trataban de matarnos —dijo Turner.

—No, hombre, sólo querían hablar... De todos modos, en aquel momento no sabíamos lo de la chica. Sólo sabíamos que tú habías desaparecido y que el condenado jet no había llegado a la pista en Bogotá. No empezamos a pensar en la muchacha hasta que echamos un vistazo en la granja de tu hermano y encontramos el jet. Tu hermano no quiso decirle nada a Oakey. Estaba furioso porque Oakey le quemó los perros. Oakey dijo que parecía haber una mujer viviendo allí, también, pero ella no apareció...

—¿Qué pasó con Rudy?

El rostro de Conroy era un vacío perfecto. Luego dijo: — Oakey encontró lo que quería en los monitores. Fue entonces cuando supimos lo de la muchacha.

A Turner le dolía la espalda. La cinta de la funda le cortaba el pecho. No siento nada, pensó, no siento nada en absoluto...

—Quiero hacerte una pregunta, Turner. Tengo dos, pero la principal es: ¿qué mierda estás haciendo allí?

—He oído decir que es un club de moda, Conroy.

—Sí. De lo más exclusivo. Tan exclusivo que tuviste que romper a dos de mis porteros para entrar. Ellos sabían que irías, Turner, los negros y ese punk. Si no, ¿por qué te habrían dejado entrar?

—Eso lo tendrás que averiguar tú solo, Connie. Parece que tienes una cantidad de fuentes, últimamente...

Conroy se acercó más a la cámara del teléfono. —Tú lo has dicho. Hace meses que Virek tenía gente sembrada por todo el Sprawl, recogiendo un rumor, un comentario entre vaqueros, de que había un biosoft experimental flotando en el ambiente. Al fin su gente se centró en el Finlandés, pero se presentó otro equipo, un equipo de la Maas que obviamente andaba detrás de lo mismo. Así que el equipo de Virek se apartó y observó a los muchachos de la Maas, y los muchachos de la Maas empezaron a liquidar gente. Entonces el equipo de Virek dio con los negros y el pequeño Bobby y todo lo demás. Me lo explicaron cuando les dije que suponía que de la granja de Rudy irías hacia allí. Cuando vi lo que pensaban hacer contraté fuerza bruta para que los retuvieran hasta que pudiese encontrar a alguien en quien poder confiar para que los persiguiera...

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