William Gibson - Conde Cero

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La historia tiene lugar 8 años después de lo sucedido en 'Neuromante'. Turner, un mercenario profesional, es encargado de la extracción del científico Mitchel de la empresa Maas para llevarlo a la competencia, la Hosaka, otra empresa de investigación de biochips. Al mismo tiempo, Marly, una marchante de arte caída en desgracia, es contratada por un excéntrico y misterioso multimillonario, Josef Virek, para encontrar al autor de una serie de obras de arte. Para cerrar el círculo, en Barrytown, cerca de los Proyectos, Bobby Newmark, alias Conde Cero, experimenta un Wilson que casi lo mata al conectar en la matriz usando un bioware prestado por Dos-por-Dia, un traficante de soft de los Proyectos.

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—¿A esos drogadictos de ahí fuera? —Turner sonrió. Estás quemado, Connie. Ya no sabes buscar ayuda profesional, ¿eh? Alguien se ha enterado de que jugaste doble, y un montón de profesionales han muerto. Entonces contrataste a esos imbéciles de peinados raros. Todos los profesionales saben que la Hosaka te está buscando, ¿verdad, Connie? Y todos saben lo que has hecho. —Ahora Turner sonreía; vio por el rabillo del ojo que el hombre del esmoquin también sonreía, una sonrisa delgada que mostraba muchos dientes pequeños y regulares, como blancos granos de maíz...

—Es esa maldita Slide —dijo Conroy—. Podría haberla liquidado en la plataforma... Se tecleó la entrada por alguna parte y empezó a hacer preguntas. No creo que haya llegado a nada todavía, pero ha estado haciendo ruido en algunos círculos... De todos modos, sí, así están las cosas. Pero eso no te sirve de nada, ahora no. Virek quiere a la muchacha. Ha retirado a su gente del otro asunto y ahora yo me estoy encargando de sus cosas. Dinero, Turner, dinero como un zaibatsu...

Turner contempló la cara, recordando a Conroy en el bar de un hotel de la selva. Recordándolo después, en Los Ángeles, haciendo su propuesta, explicando la economía sumergida de la deserción empresarial... —Hola, Connie —dijo Turner—. Te conozco, ¿no es así?

Conroy sonrió. —Seguro, muñeco.

—Y ya sé cuál es el negocio. Quieres a la muchacha.

—Así es.

—Y el reparto, Connie. Tú sabes que yo sólo trabajo a partes iguales, ¿verdad?

—Vaya —dijo Conroy—, ahí está lo bueno. Yo no lo haría de otro modo.

Turner miró la imagen del hombre.

—¿Y bien? —dijo Conroy, todavía sonriendo—, ¿qué dices?

Y Jammer estiró el brazo y arrancó el cable del teléfono del enchufe de la pared. —Escoger el momento —dijo—. Siempre es importante escoger el momento adecuado. —Soltó el enchufe.— Si se lo hubieses dicho, él se habría puesto en seguida en movimiento. Así ganamos tiempo. Él tratará de volver, de averiguar lo que ha pasado.

—¿Cómo sabes qué era lo que yo iba a decir?

—Porque he visto gente. Mucha gente, demasiada. Y sobre todo he visto gente como tú. Lo llevas escrito en el rostro, jefe, y tú le ibas a decir que comiera mierda y se muriese. —Jammer se acercó haciendo rodar la silla, gesticulando mientras su mano se movía dentro de la toalla. — ¿Quién es esa Slide que mencionó? ¿Una vaquera?

—Jaylene Slide. Los Ángeles. De primera.

—Ella fue la que secuestró a Bobby —dijo Jammer—. Así que le está pisando los talones a tu amigo del teléfono...

—Pero es probable que ella no lo sepa.

—Veamos cómo podemos solucionar eso. Dile al muchacho que venga.

Capítulo 31

Voces

—Será mejor que vaya a buscar al viejo Wig —dijo el muchacho.

Ella estaba mirando los manipuladores, hipnotizada por la forma en que se movían; a medida que se abrían paso entre el remolino de cosas, también lo provocaban asiendo y rechazando: los objetos rechazados se alejaban caracoleando, chocando con otros, flotando a la deriva para entrar en nuevas configuraciones. El proceso los movía de un modo lento, suave, perpetuo.

—Será mejor —dijo él.

—¿Qué?

—Que vaya a buscar a Wig. Si aparece la gente de tu jefe podría meterse en problemas. No quiero que se lastime, tú sabes. —Parecía sentirse incómodo, vagamente avergonzado.

—Muy bien —dijo Marly—. Yo estoy bien, observaré. —Recordó los ojos dementes de Wig, la locura que ella había sentido emanar de él en olas; recordó la desagradable astucia que había percibido en su voz, en la radio del Sweet Jane. ¿Por qué demostraría Jones semejante preocupación? Pero entonces pensó en cómo sería vivir en el Lugar, en los núcleos muertos de la Tessier-Ashpool. Cualquier cosa humana, cualquier cosa viva, podría llegar a parecer muy valiosa... —Tienes razón —dijo—. Ve a buscarlo.

El muchacho sonrió, nervioso, y se dio impulso, girando sobre sí mismo hasta llegar a la abertura donde estaba sujeta la cuerda. —Volveré por ti —dijo—. Recuerda dónde dejamos tu traje...

La torreta giró de un lado a otro, zumbando, los manipuladores empezaron a moverse, terminando un nuevo poema...

Nunca llegó a estar segura, cuando todo hubo terminado, de que las voces fuesen reales, pero en algún momento sintió que habían formado parte de una de esas situaciones donde lo real se reduce a un mero concepto más.

Se había quitado la chaqueta porque el aire en la cúpula parecía haberse calentado, como si el incesante movimiento de los brazos generase calor. Había sujetado la chaqueta y la bolsa a un puntal junto a la pantalla-púlpito. La caja ya casi estaba concluida, pensó, aunque se movía tan rápido, entre las garras acolchadas, que era difícil de ver.... De pronto la caja comenzó a flotar dando volteretas; Marly dio un salto instintivo para atraparla, y, cuando lo hubo hecho pasó girando junto a los destellantes brazos con su tesoro en las manos. Aturdida, incapaz de detenerse, acunó la caja, viendo a través del rectángulo de cristal una disposición de mapas viejos y marrones y espejos sin brillo. Los mares de los cartógrafos habían sido recortados, dejando al descubierto los descascarillados espejos, continentes a la deriva sobre plata sucia... Elevó los ojos a tiempo para ver un brazo cromado quedarse con la manga de su chaqueta de Bruselas. Su bolsa, medio metro detrás, fue la siguiente presa, enganchada por un manipulador rematado con un sensor óptico y una simple garra.

Vio cómo sus cosas eran arrastradas hacia la incesante danza de los brazos. Minutos más tarde la chaqueta volvió a salir, girando. Cuadrados y rectángulos parecían haber sido meticulosamente recortados, y se sorprendió de su propia risa. Soltó la caja que sostenía. —Adelante —dijo—. Es un honor. —Los brazos giraron y brillaron, y oyó el gemido de una sierra diminuta.

Es un honor es un honor es un honor... El eco de su voz en la cúpula creaba un susurrante bosque de sonidos menores, parciales, y detrás de ellos, muy débiles... Voces...

—Estás aquí, ¿verdad? —dijo, contribuyendo a la espiral de sonidos, olas y reflejos de su voz fragmentada.

—Sí, estoy aquí.

— Wigan diría que siempre has estado aquí, ¿no es así?

—Sí, pero no es cierto. Mi existencia comenzó aquí. Antes no era. Antes, durante un tiempo brillante, tiempo sin duración, yo estaba también en todas partes... Pero el tiempo brillante se cortó. El espejo tenía una falla. Ahora soy sólo uno... Pero tengo mi canción, y tú la has oído. Yo canto con estas cosas que flotan a mi alrededor, fragmentos de la familia que financió mi nacimiento. Hay otros, pero ellos no quieren hablarme. Vanidosos, los dispersos fragmentos de mí mismo, como niños. Como hombres. Ellos me envían cosas nuevas, pero yo prefiero las cosas viejas. Tal vez yo haga su voluntad. Ellos confabulan con los hombres, mis otras partes, y los hombres imaginan que son dioses...

—Tú eres lo que Virek busca, ¿no?

—No. Él imagina que puede traducirse a sí mismo, codificar su personalidad en mi materia. Ansia ser lo que yo una vez fui. Lo que él podría llegar a ser es lo que más se asemeja a la más insignificante de mis partes quebradas.

—¿Estás..., estás triste?

—No.

—Sin embargo, tus canciones son tristes.

—Mis canciones son del tiempo y la distancia. La tristeza está en ti. Observa mis brazos. Sólo existe la danza. Estas cosas que tú atesoras son cáscaras.

—Yo..., yo lo sabía. Una vez.

Pero ahora los sonidos eran sólo sonidos; no había detrás de ellos un bosque de voces que hablara como una sola voz, y Marly vio cómo salían girando los globos perfectos de sus lágrimas para sumarse a los olvidados recuerdos humanos en la cúpula del hacedor de cajas.

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