William Gibson - Conde Cero

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La historia tiene lugar 8 años después de lo sucedido en 'Neuromante'. Turner, un mercenario profesional, es encargado de la extracción del científico Mitchel de la empresa Maas para llevarlo a la competencia, la Hosaka, otra empresa de investigación de biochips. Al mismo tiempo, Marly, una marchante de arte caída en desgracia, es contratada por un excéntrico y misterioso multimillonario, Josef Virek, para encontrar al autor de una serie de obras de arte. Para cerrar el círculo, en Barrytown, cerca de los Proyectos, Bobby Newmark, alias Conde Cero, experimenta un Wilson que casi lo mata al conectar en la matriz usando un bioware prestado por Dos-por-Dia, un traficante de soft de los Proyectos.

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Wigan Ludgate echó la cabeza hacia atrás y lanzó un aullido salvaje que resonó contra las paredes de acero y piedra.

—La mayor parte del tiempo, ¿sabes? —dijo Jones mientras Marly se arrastraba detrás de él, sujetando una cuerda con nudos tendida a lo largo de un pasillo que parecía no tener fin—, es bastante silencioso. Escucha sus voces, ¿sabes?. Habla consigo mismo, o tal vez con las voces, no lo sé, y a veces le viene algo y queda así... —Cuando dejó de hablar, ella todavía podía oír tenues ecos de los aullidos de Ludgate. — Quizás te parezca una crueldad de mi parte el que yo lo deje así, pero en realidad es lo mejor. Pronto se cansará. Tendrá hambre. Y entonces vendrá a buscarme. Quiere su cena, ¿sabes?.

—¿Eres australiano? —preguntó Marly.

—De Nueva Melbourne —dijo él—. O lo era, antes de subir por el pozo...

—¿Te importa si te pregunto por qué estás aquí? Quiero decir, aquí en este, esta... ¿Qué es lo que es?

El muchacho rió. —En general, lo llamo el Lugar. Lud le da muchos nombres, pero más que nada lo llama el Reino. Piensa que ha encontrado a Dios. Supongo que lo ha hecho, si quieres verlo de esa manera. Hasta donde yo conozco, él era una especie de maleante de consola antes de que subiera por el pozo. No sé cómo fue que llegó hasta aquí, sólo sé que al pobre diablo esto le gusta... Yo, yo vine aquí huyendo, ¿entiendes? Tuve problemas en otro lado, no voy a ser demasiado específico, y tuve que salir de allá. Llegué hasta aquí, ésa es otra larga historia, y me encontré con el loco de Ludgate casi muriéndose de hambre. Se había armado una especie de negocio vendiendo desechos que recogía, y esas cajas que tú buscas, pero ya estaba demasiado ido para seguir con aquello. Los compradores venían, digamos, tres veces por año, pero él los echaba. Bueno, pensé yo, aquí puedo esconderme tan bien como en cualquier sitio, así que me puse a ayudarlo. Eso es todo, supongo...

—¿Puedes llevarme a ver al artista? ¿Está aquí? Es sumamente urgente...

—Te llevaré, no te preocupes. Pero, ¿sabes?, este lugar no fue construido para que viviera gente, quiero decir, no para moverse dentro, así que es un viaje un poco largo... Pero no es muy probable que se vaya a ningún lado. No puedo asegurarte que haga una caja para ti. ¿De veras trabajas para Virek? ¿Ese viejo de mierda fabulosamente rico que aparece en la tele? Es alemán, ¿verdad?

—Sí, trabajé para él —respondió Marly— durante algunos días. En cuanto a su nacionalidad, imagino que Virek es el único ciudadano de una nación constituida por Herr Virek...

—Entiendo lo que quieres decir —dijo Jones, alegremente—. Con estos viejos tan ricos supongo que da igual, aunque es más divertido que observar a un maldito zaibatsu... No es muy probable que un zaibatsu se meta en problemas que lo destruyan, ¿no lo crees? Por ejemplo, el viejo Ashpool, que era compatriota mío, que construyó todo esto; dicen que su propia hija lo degolló, y ahora está tan loca como el viejo Lud, encerrada en algún lado en el castillo de la familia. El Lugar era antes parte de todo eso, ¿sabes?

—Rez..., quiero decir, la dueña de la nave que me trajo, dijo algo por el estilo. Y una amiga mía, en París, mencionó a los Tessier-Ashpool hace poco... ¿El clan está decayendo?

—¿Decayendo? ¡Dios! Más bien caídos del todo. Piensa en ello: estamos arrastrándonos, tú y yo, por lo que una vez fueron los núcleos de información de su empresa. Un contratista en Paquistán compró todo el asunto; el casco está en buen estado, y hay una buena cantidad de oro en los circuitos, pero no es tan barato rescatarlo como podría parecer... Ha estado a la deriva aquí arriba desde entonces, con el viejo Lud por única compañía, y a la vez acompañándolo a él. Hasta que llegué yo, quiero decir. Supongo que algún día vendrán los equipos de Paquistán y se pondrán a desarmarlo todo... Sin embargo, es curioso, porque parece que en gran medida sigue funcionando, al menos durante parte del tiempo. Una historia que me contaron los que me trajeron aquí la primera vez, decía que la T-A borró todos los núcleos antes de soltarlos del resto de huso...

—¿Pero tú piensas que siguen siendo operativos?

—Sí, por supuesto. Más o menos como Lud, si a eso se puede llamar operativo. ¿Qué crees que es tu hacedor de cajas?

—¿Qué sabes de los Biolaboratorios Maas?

—¿Los Moss qué?

—Maas. Fabrican biochips...

—Aja. Ésos. Bueno, eso es todo lo que sé...

—¿Ludgate habla de ellos?

—Tal vez. No puedo decirte que escuche todo lo que él dice. Lud habla mucho...

Capítulo 27

Las estaciones del aliento

Los condujo por avenidas transversales bordeadas de herrumbrosas laderas de vehículos muertos, grúas y negras torres de desguace y fundición. Continuó por las calles secundarias mientras se abrían camino hacia el flanco oeste del Sprawl, y luego dirigió el deslizador a lo largo de un cañón de ladrillo, haciendo saltar chispas de los laterales blindados cuando éstos rozaban la pared, y arremetió contra un muro de basura compactada cubierta de hollín. Una avalancha de desechos cayó sobre el vehículo, y él soltó los controles, viendo cómo los dados de plástico se balanceaban de atrás hacia adelante, de derecha a izquierda. El medidor de combustible indicaba cero desde hacía doce calles.

—¿Qué pasó allá? —dijo Angie, los pómulos verdes en el resplandor de los instrumentos.

—Derribé un helicóptero, no fue más que un accidente. Tuvimos suerte.

—No, quiero decir después de eso. Yo estaba... Tuve un sueño.

—¿Qué soñaste?

—Las cosas grandes, moviéndose...

—¿Tuviste una especie de rapto?

—¿Estoy enferma? ¿Crees que estoy enferma? ¿Por qué me quiso matar la compañía?

—No creo que estés enferma.

Angie se desató el arnés y trepó por el respaldo del asiento, para acurrucarse donde habían dormido. —Fue un pesadilla... —Se puso a temblar. Él salió del arnés y se acercó a ella, la abrazó, acariciándole el pelo, alisándolo sobre las delicadas sienes, echándoselo detrás de las orejas. El rostro de la muchacha, en el resplandor verde, como algo arrancado de los sueños y luego abandonado, la piel lisa y fina sobre los huesos. La camisa negra a medio abrir; él recorrió la línea frágil de su clavícula con un dedo. Tenía la piel fría, húmeda, con una película de sudor. Ella se aferró a él.

Él cerró los ojos y vio su propio cuerpo en una cama listada de sol, bajo un lento ventilador con aspas de dura y negra madera. El cuerpo bombeaba aire, contrayéndose como una extremidad amputada; la cabeza de Allison estaba echada hacia atrás y tenía, la boca abierta, los labios tensos contra los dientes.

Angie le hundió la cara en la cavidad del cuello.

Gruñó, se echó hacia atrás, rígida. —Hombre alquilado —dijo la voz. Y él volvió al asiento del conductor; el cañón de la Smith & Wesson reflejaba una línea del fulgor verde de los instrumentos, la cabeza luminosa del visor frontal eclipsaba la pupila izquierda de la muchacha.

—No —dijo la voz.

Él bajó el arma. —Has vuelto.

—No. Te ha hablado Legba. Yo soy Samedi.

—¿Sábado?

—El barón Sábado, hombre alquilado. Me conociste una vez en una colina. La sangre te cubría como el rocío. Aquel día bebí de tu corazón. —Su cuerpo se estremeció con violencia.— Tú conoces bien esta ciudad...

—Sí. —Contempló cómo los músculos de su cara se tensaban para luego relajarse, moldeando sus rasgos en una nueva máscara...

—Muy bien. Deja el vehículo aquí, como tenías pensado. Pero sigue las estaciones hacia el norte. A Nueva York. Esta noche. Yo te guiaré con el caballo de Legba, y tú matarás por mí...

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