—El Finlandés creía que alguien había mandado a esos tres ninjas para que se lo cargaran —explicó Bobby—. Pero dijo que tenían cosas como para que antes respondiera sus preguntas...
—Otra vez la Maas —dijo Beauvoir—. Sea quien fuere, he aquí el acuerdo entre Kasuals y Gothicks. Sabríamos más, pero Alix el Lobe no cedió y no quiso dialogar con Raymond. No quería aceptar trabajar en conjunto con los odiados Kasuals. Hasta donde nuestros vaqueros pudieron determinar, el batallón está allí fuera para manteneros aquí dentro. Y para impedir que entre gente cómodo. Gente con armas y ese tipo de cosas. —Dio el Nambu cargado a Jackie .— ¿Sabes usar un arma? —preguntó a Bobby.
—Claro —mintió Bobby.
—No —dijo Jammer—, ya tenemos bastantes problemas sin darle un arma. Dios mío...
—Lo que todo esto me sugiere —continuó Beauvoir— es que es probable que alguien entre a buscarnos. Alguien un poco más profesional...
—A menos que hagan volar el Hipermart en pedazos —dijo Jammer—, junto con todos esos zombies...
—No —lo interrumpió Bobby—, si no ya lo habrían hecho.
Todos lo miraron fijamente.
—Hacedle caso al chico —dijo Jackie —. Tiene razón.
* * *
Treinta minutos después, y Jammer miraba con expresión lúgubre a Beauvoir. —Tengo que decírtelo. Es el plan más estúpido que he oído en mucho tiempo.
—Sí, Beauvoir —intervino Bobby—, ¿por qué no podemos trepar por el conducto, escabullimos por el techo y pasar al edificio de al lado? Usando la misma línea que tú usaste para venir.
—Hay más Kasuals en el techo que moscas en la mierda —dijo Beauvoir—. Algunos incluso pueden tener bastante cerebro como para encontrar la tapa que yo levanté para bajar hasta aquí. En camino dejé un par de minibombas. —Esbozó una sonrisa. — Aparte de eso, el edificio vecino es más alto. Tuve que subir a la azotea y disparar el monomol para descender hasta aquí. No se puede subir trepando por el filamento monomolecular; se te caen los dedos.
—¿Y entonces cómo diablos esperabas salir? —dijo Bobby.
—Ya está bien, Bobby —dijo Jackie , en voz baja—. Beauvoir hizo lo que tenía que hacer. Ahora está aquí dentro, con nosotros, y estamos armados.
—Bobby —dijo Beauvoir—, ¿por qué no nos repites el plan, para asegurarte de que lo entendamos...?
Bobby experimentó la incómoda sensación de que Beauvoir quería asegurarse de que él lo entendiese, pero se reclinó sobre la barra y comenzó:
—Nos armamos bien y esperamos, ¿correcto? Jammer y yo salimos con su consola y exploramos la matriz; tal vez nos hagamos alguna idea de lo que está sucediendo...
—Creo que de eso puedo encargarme yo solo —dijo Jammer.
—¡Mierda! —Bobby saltó de la barra.— ¡Beauvoir dijo! ¡Quiero salir! ¡Quiero conectar! ¿Cómo se supone que aprenda algo?
—No te preocupes, Bobby —dijo Jackie —, sigue adelante.
—Bueno —continuó Bobby, resentido—, entonces, tarde o temprano, los tipos que contrataron a los Gothicks y a los Kasuals para mantenernos aquí dentro van a venir a buscarnos. Cuando lo hagan, los acorralamos. Nos quedamos con al menos uno vivo. A la vez, salimos; los Goths y los otros no esperarán tanta artillería, así que ganamos la calle y vamos a los Proyectos...
—Creo que eso es más o menos todo —dijo Jammer, caminando tranquilamente hasta la puerta cerrada con llave y cubierta por la cortina. — Pienso que eso más o menos lo resume. —Apretó una placa de cierre codificada con el pulgar y entreabrió la puerta. — ¡Eh, tú! —gritó—. ¡Tú no! ¡Tú, el del sombrero! Ven aquí. Quiero hablar...
Un delgado haz de luz roja atravesó la puerta, la cortina y dos de los dedos de Jammer, y destelló por encima de la barra. Una botella estalló, y su contenido se volcó en forma de vapor y esteres gaseosos. Jammer dejó que la puerta volviera a cerrarse, miró su mano arruinada, y cayó sentado en la alfombra. El club se llenó inmediatamente del navideño olor a ginebra hervida. Beauvoir tomó una botella de presión plateada del mostrador del bar y roció la cortina con seltz hasta que agotó el cartucho de CO 2y el chorro perdió fuerza. —Estás de suerte, Bobby —dijo Beauvoir, arrojando la botella por encima de su hombro—, porque el hermano Jammer no va a teclear en ninguna consola...
Jackie estaba de rodillas atendiendo la mano de Jammer. Bobby alcanzó a ver la carne cauterizada, y rápidamente desvió la vista.
—Sabes —dijo Rez, colgando cabeza abajo frente a Marly— que no es asunto mío, pero, ¿habrá alguien esperándote cuando lleguemos? Quiero decir, yo te llevaré hasta allá, por supuesto, y si no puedes entrar, te traeré de regreso a la terminal de la JAL. Pero si nadie quiere dejarte pasar, no sé si querré quedarme allí mucho tiempo. Todo eso está para el desguace, y siempre hay gente rara merodeando alrededor de los cascos, ahí fuera. —Rez, o Thérése, supuso Marly, por la licencia de piloto sujeta a la consola del Sweet Jane, se había quitado la chaqueta de trabajo para el viaje.
Marly, aturdida por el arco iris de dermos que Rez le había pasado por la muñeca para contrarrestar la náusea convulsiva del síndrome de adaptación espacial, contempló la rosa tatuada. Había sido ejecutada en un estilo japonés de cientos de años de antigüedad y, en el mismo aturdimiento, Marly decidió que le gustaba. Que, de hecho, le gustaba Rez, quien era a la vez dura y aniñada y se preocupaba por su extraña pasajera. Rez había admirado su chaqueta y bolsa de cuero antes de meterlas en una especie de estrecha hamaca de red de nailon que ya estaba abarrotada de cassettes, libros impresos y ropa por lavar.
—No sé —alcanzó a decir—, lo iónico que puedo hacer es tratar de entrar...
—¿Sabes qué es ese lugar a donde vamos, hermana? —Rez ajustaba la red de gravedad en torno a los hombros y las axilas de Marly.
—¿Qué lugar?
—A donde vamos. Es parte de los antiguos núcleos de la Tessier-Ashpool. Eran los ordenadores principales del sistema de memoria de la empresa...
—He oído hablar de ellos —dijo Marly cerrando los ojos—. Me lo dijo Andrea...
—Seguro, todo el mundo ha oído hablar de ellos; eran los dueños de todo Zonalibre. Incluso lo construyeron. Luego se fueron al diablo y lo vendieron todo. Hicieron cortar la casa de la familia y la remolcaron a otra órbita, pero antes de eso borraron todas las memorias, las quemaron y las vendieron a un chatarrero. El chatarrero nunca hizo nada con ellas. Nunca oí decir que hubiera gente viviendo allí, pero aquí fuera uno vive donde puede... Supongo que eso vale para cualquiera. Como lo que dicen de la lady Jane, la hija del viejo Ashpool, que todavía vive en la vieja casa, loca de remate... —Dio a la red de gravedad un último tirón experto. — Bueno. Relájate. Voy a quemar duro al Jane durante unos veinte minutos, pero nos llevará rápido hasta allá, que es para lo que supongo que estás pagando...
Y Marly se dejó hundir en un paisaje construido todo con cajas, vastas construcciones de Cornell en madera donde los restos sólidos del amor y la memoria se exhibían tras hojas de cristal manchadas de polvo y salpicadas de lluvia, y la figura del misterioso hacedor de cajas huía delante de ella por avenidas pavimentadas con mosaicos de dientes humanos, las botas de París de Marly taconeando ciegamente sobre símbolos bosquejados con opacas coronas de oro. El hacedor de cajas era un hombre y llevaba puesta la chaqueta verde de Alain, y él le temía más que a nada en el mundo. —Lo siento —exclamaba corriendo detrás de él—, lo siento...
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