George Effinger - Cuando falla la gravedad

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El Budayén, los bajos fondos de una ciudad árabe anónima, está construido al lado del cementerio, y quien se interna en sus callejones lo hace consciente del peligro que corre: ni sus habitantes —prostitutas, proxenetas y traficantes de drogas— ni la policía se preocupan demasiado si un desconocido aparece acuchillado y tirado en la esquina.
Tal es el ambiente en el que se ha criado Marîd Audran, un hombretón que nunca ha necesitado llevar armas y que es respetado en su independencia.
Pero nadie podría haber imaginado la pesadilla en la que se convertiría su vida después de que un extraño muriera asesinado por alguien conectado a un módulo de James Bond…
Una novela vertiginosa, en la que se dan cita los logros de la informática, la novela negra y la ciencia ficción.

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Dejé la nota sobre su cuaderno y esperé a que la leyera. Me senté en una silla de plástico, dura y angulosa, frente al escritorio de Okking y esperé. Le vi acabar de leer. Cerró los ojos y se los frotó, fatigado.

—Jesús —murmuró.

—Quienquiera que fuese ese James Bond, ha cambiado de moddy. Dice que yo sabría cuál si lo pensaba. No se me ocurre nada.

Okking miró la pared que había a mi espalda, mientras recordaba la escena del asesinato de Selima. Primero, sus ojos se abrieron un poco; luego, su boca. Entonces gruñó.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó.

—¿Qué?

—¿Qué te parece Xarghis Moghadhíl Khan?

Yo había oído ese nombre antes, pero no estaba muy seguro de qué Khan se trataba. Sabía que no iba a gustarme.

—Háblame de él.

—Fue hace unos quince años. Ese psicópata se proclamó a sí mismo el nuevo profeta de Dios en Assam o Sikkim o uno de esos lugares del este. Dijo que un fulgurante ángel azul le hacía revelaciones y proclamas divinas. Lo más terrible fue que Khan salía y se follaba a cualquier mujer blanca que encontraba y asesinaba a cualquiera que se cruzara en su camino. Alardeaba de haber matado a doscientos o trescientos hombres, mujeres y niños antes de ser detenido. También antes de ser ejecutado asesinó a cuatro más en la cárcel. Le gustaba sacarle los órganos a sus víctimas y sacrificarlas a su ángel azul metálico. Diferentes órganos, según el día de la semana o las fases de la luna o alguna maldita razón.

Hubo un silencio nervioso durante unos segundos.

—Será mucho peor como Khan que como Bond —dije. Okking asintió, tétrico.

—Al lado de Xarghis Moghadhil Khan toda la pandilla de asesinos del Budayén parecerían dibujos animados del gato y el ratón.

Cerré los ojos, me sentía indefenso.

—Tenemos que averiguar si sólo se trata de un asesino lunático o trabaja para alguien.

El teniente volvió a mirar por encima de mí, a la pared mientras se le ocurría otra idea. Su mano derecha jugaba nerviosa con la figura de una barata sirena de bronce que tenía sobre su escritorio. Por fin me miró.

—Puedo ayudarte en eso —dijo con calma.

—Estaba seguro de que sabías más de lo que me contabas. Sabes para quién trabaja este James Bond-Khan. Sabías que yo tenía razón en que los crímenes eran ejecuciones, ¿no es así?

—No tenemos tiempo para pataletas ni medallas. Eso vendrá más tarde.

—Será mejor que me cuentes toda la historia. Si Friedlander Bey se entera de que has ocultado esta información, perderás tu empleo antes de que te dé tiempo a pedirle perdón.

—Yo no estaría tan seguro, Audran —dijo Okking—, pero no deseo comprobarlo.

—Pues dímelo, ¿para quién trabajaba James Bond? El policía parecía reacio. Cuando me miró, había angustia en su semblante.

—Trabajaba para mí, Audran.

La pura verdad es que no esperaba oír eso. No supe cómo reaccionar.

—Walláhnl-aztm —murmuré. Dejé que Okking lo explicara.

—Has tropezado con algo más importante que una serie de asesinatos —dijo—, pero no tienes ni idea de cuánto más importante. Creo que lo intuías. Está bien. Yo recibía dinero de un gobierno europeo para localizar a alguien que se ocultaba en la ciudad. Esa persona era el candidato para gobernar un país. Una facción política de su lugar de origen deseaba asesinarle. El gobierno para el que trabajo quería que le encontrara y le devolviera sano y salvo. No necesitas saber todos los detalles de la intriga, pero ésa es la idea básica. Contraté a James Bond para que encontrara al tío y también para impedir que el otro partido intentara asesinarle.

Me costó unos segundos asimilar todo eso. Era demasiado grande para digerirlo de golpe.

—Bond mató a Bogatyrev y a Devi, y, después de convertirse en Xarghis Khan, a Selima —resumí—. De modo que yo estaba sobre la pista correcta desde el principio: Bogatyrev fue asesinado a propósito. No se trató de un desgraciado accidente como tú, «Papa» y todo el mundo insistíais. Y por eso no has excavado más hondo en estos crímenes. Sabes exactamente quién les mató a todos.

—Creía que lo sabía, Audran. —Okking parecía cansado y un poco enfermo—. No tengo la menor idea de quién trabaja por el otro lado. Tengo bastantes pistas, las señales y marcas de las manos en los cuerpos torturados, una descripción bastante buena de la talla y el peso del asesino, un montón de pequeños detalles forenses como éstos. Pero no sé quién es, y eso me asusta.

—¿Te asusta? Vaya mierda de ánimos tienes. Todo el Budayén está metido en sus escondrijos desde hace semanas porque se preguntan quién será la próxima víctima de esos dos psicópatas, y tú estás asustado. ¿De qué demonios estás asustado, Okking?

—El otro bando ha vencido, el príncipe ha sido asesinado, pero los crímenes no cesan. No sé por qué. El asesinato debería haber zanjado la cuestión. Los asesinos están eliminando a cualquiera que pueda identificarles.

Me mordí el labio y pensé.

— Necesito retroceder un poco —dije —. Bogatyrev trabajaba para la legación de uno de los reinos rusos. ¿Cómo liga eso con Devi y Selima?

— Te he dicho que no quiero darte todos los detalles. Es algo sucio, Audran. ¿No estás satisfecho con lo que te he contado?

— Volví a enfurecerme.

— Okking, tu jodido hombre viene a por mí. Tengo el maldito derecho a saber toda la historia. ¿Por qué no puedes decir a tu asesino que deje de trabajar?

— Porque ha desaparecido. Después de que el príncipe fuera asesinado por el otro partido, James Bond desapareció del mapa. No sé dónde está ni cómo ponerme en contacto con él. Ahora trabaja por su cuenta.

— O alguien le ha dado nuevas instrucciones.

— No pude evitar un escalofrío cuando el primer nombre que cruzó por mi mente no fue el de Seipolt —la elección lógica—, sino el de Friedlander Bey. Me había engañado a mí mismo sobre los motivos de «Papa»: el temor por su vida y un loable interés por proteger a los demás ciudadanos. No, «Papa» nunca había sido tan honrado. Pero ¿de qué manera podía estar detrás de esos terribles acontecimientos? Era una posibilidad que ya no podía desdeñar.

— Okking estaba perdido en sus propios pensamientos, con un destello de temor en sus ojos, mientras jugueteaba con su pequeña sirena.

—Bogatyrev no era un pequeño empleado de la legación rusa. Era el gran duque Vasili Petrovich Bogatyrev, el hermano menor del rey Vyacheslav de Bielorrusia y Ucrania. Su sobrino, el príncipe de la corona, se convirtió en un gran estorbo en la corte y hubo de ser enviado fuera. Los partidos neofascistas de Alemania querían encontrar al príncipe y devolverle a Bielorrusia, con la idea de utilizarle para destronar a su padre y sustituir la monarquía por un protectorado controlado por los alemanes. Partidarios del comunismo soviético les apoyaban, querían destruir la monarquía, pero planeaban reemplazarla por su propio gobierno.

— Una alianza temporal de la extrema derecha con la extrema izquierda — dije.

— Okking sonrió lánguidamente.

— Ya ocurrió antes.

— Y tú trabajas para los alemanes. —Exacto.

— ¿Por mediación de Seipolt? Okking asintió. No me gustaba nada.

— Bogatyrev quería que encontrases al príncipe —prosiguió —. Cuando lo hicieras, el hombre del duque, sea quien fuere, le mataría.

— Yo estaba asombrado.

— ¿Bogatyrev preparó el asesinato de su propio sobrino? ¿Del hijo de su hermano?

Sí, para preservar la monarquía en casa. Decidieron que era una pena, pero necesaria. Te dije que se trataba de algo sucio. Cuando indagas en los asuntos internacionales al más alto nivel, casi siempre hay algo sucio.

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