George Effinger - Cuando falla la gravedad

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El Budayén, los bajos fondos de una ciudad árabe anónima, está construido al lado del cementerio, y quien se interna en sus callejones lo hace consciente del peligro que corre: ni sus habitantes —prostitutas, proxenetas y traficantes de drogas— ni la policía se preocupan demasiado si un desconocido aparece acuchillado y tirado en la esquina.
Tal es el ambiente en el que se ha criado Marîd Audran, un hombretón que nunca ha necesitado llevar armas y que es respetado en su independencia.
Pero nadie podría haber imaginado la pesadilla en la que se convertiría su vida después de que un extraño muriera asesinado por alguien conectado a un módulo de James Bond…
Una novela vertiginosa, en la que se dan cita los logros de la informática, la novela negra y la ciencia ficción.

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Era demasiado pronto para encontrar a «Medio-Hajj» y hablarle de convertirse en mi cómplice. Quizá a las tres o las cuatro estuviera en el Café Solace, junto con Mahmud y Jacques; hacía semanas que no les veía. Ni a Saied, desde la noche que mandó a Courvoisier Sonny a la Gran Ruta Circular del paraíso, o a algún otro lugar. Regresé a casa. Pensé sacar el moddy de N ero Wolfe, mirarlo y darle vueltas en mis manos un par de docenas de veces y quizá quitarle el envoltorio y averiguar si tendría que tragarme unas cuantas pastillas o una botella de tende para tener el valor de conectarme el maldito chip.

Cuando entré en mi apartamento, Yasmin se encontraba allí. Me sorprendió. Aunque ella estaba preocupada y dolida.

—Saliste ayer del hospital y ni siquiera me llamaste —gritó.

Se dejó caer en un rincón de la cama y me miró con enfado.

—Yasmin…

—Muy bien, dijiste que no querías que te visitara en el hospital y así lo hice. Pero pensé que nos veríamos en cuanto volvieses a casa.

—Quise hacerlo, pero…

—Entonces, ¿por qué no me llamaste? Apostaría a que estuviste aquí con otra.

—Anoche fui a ver a «Papa». Hassan me dijo que debía presentarme ante él.

Me dirigió una mirada de duda.

—¿Y estuviste allí toda la noche?

—No —admití.

—¿Pues a quién más viste? Respiré profundamente.

—Vi a Selima.

El mal humor de Yasmin se transformó en una repentina mueca de desprecio.

—Ah, ¿es eso lo que te mola ahora? ¿Cómo está? ¿Tan bien como su propaganda?

—Selima está en la lista, Yasmin. Con las «hermanas».

Me miró perpleja.

—Dime por qué no me sorprende. Le advertimos que tuviera cuidado.

—No basta con tener cuidado. No, a no ser que vivas en una cueva a cien leguas de tu vecino más cercano. Y ése no era el estilo de Selima.

—No.

Se hizo un breve silencio. Creo que Yasmin pensaba que ése tampoco era su estilo, que le estaba sugiriendo que eso mismo podía pasarle a ella. Bien, espero que lo pensase así porque era cierto. Siempre era cierto.

No le hablé del sangriento mensaje que el asesino de Selima me dejó en el baño de la suite del hotel. Alguien pensaba en Marîd Audran como en un tipo fácil, así que era el momento de que Marîd Audran se tomase las cosas a pecho. Además, decírselo no mejoraría el humor de Yasmin, ni el mío.

—Hay un moddy que quiero probar —dije. Levantó una ceja.

—¿Alguien que yo conozca?

—No, no lo creo. Es un detective sacado de unos viejos libros. Creo que puede ayudarme a poner fin a estos crímenes.

—Oh, oh. ¿Lo ha sugerido «Papa»?

—No. «Papa» no sabe lo que voy a hacer en realidad. Le dije que iría a la zaga de la policía y observaría las pistas a través de un cristal de aumento. Me creyó.

—A mí me parece una pérdida de tiempo.

—Y es una pérdida de tiempo, pero a «Papa» le gustan las cosas ordenadas. Él trabaja de modo firme, eficiente, más pesado y lento.

—A pesar de eso, lo hace.

—Sí. admito que lo consigue. Pero no quiero que me mire por encima del hombro, y coarte cada paso que yo dé. Voy a hacer este trabajo por él, sin embargo, lo haré a mi manera.

—No sólo haces el trabajo por él, Marîd. También por nosotros. Por todos nosotros. Y además, ¿recuerdas el 7 Ching? Decía que nadie te creería. Es ahora cuando debes obrar según lo que pienses que es correcto, y al final vencerás.

—Sí —repliqué con una sonrisa sombría—. Sólo espero que mi fama no sea póstuma.

—«No codicies aquello con lo que Alá ha distinguido a algunos de vosotros. De los hombres, la fortuna que han ganado; de las mujeres, la fortuna que han ganado. No os tengáis envidia, sino pedid la bondad de Alá. ¡Fijaos! ¡Alá es el conocedor de todas las cosas!»

—Muy bien, Yasmin, cítamelo. De repente, eres religiosa.

—Tú eres el que se preocupa por encontrar la devoción. Yo siempre he creído, aunque no lo practique.

—El ayuno sin la oración es como un pastor sin rebaño, Yasmin. Y tú ni siquiera ayunas.

—Sí, pero…

—Pero nada.

—Vuelves a cambiar de tema. Estaba en lo cierto, así que cambié de evasivas. —Ser o no ser, cariño, ésa es la cuestión. —Lancé el moddy al aire y lo recogí—. Qué es más noble…

—¿Vas a conectarte esa maldita cosa?

Respiré afondo.

— En el nombre de Dios —murmuré, y me lo conecté.

La primera sensación escalofriante fue la de ser engullido de repente por una fantástica masa de carne. Nero Wolfe pesaba un séptimo de tonelada, ciento cuarenta y cinco kilos, o más. Todos los sentidos de Audran creyeron que había ganado sesenta kilos en un instante. Cayó al suelo, aturdido, necesitado de aire. A Audran le habían advertido que pasaría un período de tiempo de adaptación a cada moddy que emplease; grabado de un cerebro vivo o programado para parecerse a un personaje de ficción, estaría pensado para el cuerpo ideal, no parecido al de Audran en muchos aspectos. Los músculos y nervios de Audran necesitaban un poco de tiempo para aprender a compensar. Nero Wolfe era mucho más gordo que Audran y también más alto. Cuando este último conectara el moddy, caminaría como Neto Wolfe; entendería las cosas con la facultad y la capacidad mental de Wolfe; acomodaría su imaginaría corpulencia a las sillas, con el cuidado y la delicadeza de Wolfe. A Audran le impresionó más de lo que esperaba.

Después de un momento, Wolfe oyó la voz de una mujer joven. Parecía preocupada. Audran seguía tendido en el suelo e intentaba respirar, además de, simplemente, tenerse en pie.

—¿Te encuentras bien? —preguntó la joven.

Los ojos de Wolfe se convirtieron en unas pequeñas hendiduras en las rollizas bolsas que los rodeaban. La miró.

—Perfectamente, señorita Nablusi —respondió.

Se sentó despacio y ella se le acercó para ayudarle a incorporarse. Con la mano, él le indicó que no, aunque se apoyó un poco en ella para ponerse en pie.

Los recuerdos de Wolfe, ingeniosamente contenidos en el moddy, se mezclaron con los pensamientos, sensaciones, sentimientos y recuerdos ocultos de Audran. Wolfe dominaba varios idiomas: inglés, francés, español, italiano, latín, serbocroata y otros. No había espacio para recoger tantos daddies de lenguaje en un único moddy. Audran se preguntó cómo se dice en francés al-kalb y lo sabía: le chien. Claro que Audran ya hablaba un perfecto francés. Se preguntó al-kalb en inglés y en croata, pero se le escapaban: los tenía en la punta de la lengua, un hormigueo mental, uno de esos frustrantes lapsus de memoria. Audran y Wolfe no podían recordar quiénes hablaban croata o dónde vivían. Audran no conocía ese lenguaje hasta entonces. Todo eso le hizo sospechar la profundidad de su ilusión. Esperaba que no ocurriera en algún momento crucial cuando Audran dependiera de Wolfe para sacarle de una situación de vida o muerte.

—Fin —silbó Wolfe.

Ah, pero Nero Wolfe pocas veces se encontraba metido en situaciones comprometidas. Dejaba que Archie Goodwin corriera con la mayor parte de los riesgos. Wolfe descubriría a los asesinos del Budayén sentado tras su viejo despacho familiar —imaginariamente, por supuesto—, y razonaría la identidad de los asesinos. Entonces, la paz y la prosperidad descenderían una vez más sobre la ciudad y en todo el Islam resonaría el nombre de Marîd Audran.

Wolfe miró a la señorita Nablusi. Solía mostrar cierto rechazo por las mujeres, rechazo que, a veces, lindaba con la hostilidad más descarada. ¿Qué sentiría ante un transexual? Después de un momento de reflexión, el detective pareció sentir la misma desconfianza que demostraba por el crecimiento orgánico, nada artificialmente añadido, femenino en general. Casi siempre, se mostraba flexible y objetivo al evaluar a las personas; de otro modo, no habría podido ser un detective tan brillante. Wolfe no hubiese tenido dificultad en interrogar a la gente del Budayén, o comprender sus extravagantes actitudes y motivaciones.

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