Inyanna hizo numerosos robos, y los hizo bien. Su primera y terrible aventura en el mundo del robo tuvo continuación en muchas otras durante los siguientes días. Vagó libremente por el Gran Bazar, a veces acompañada de cómplices, a veces sola, sirviéndose lo que le apetecía. Fue tan fácil que casi llegó a pensar que no era un delito. El Bazar siempre estaba atestado: la población de Ni-moya, al parecer, se acercaba a los treinta millones de habitantes, y era como si todos estuvieran constantemente en los locales comerciales. Había un constante, aplastante flujo de gente. Los vendedores eran muy descuidados dado el acoso que sufrían; siempre estaban atormentados por preguntas, discusiones, clientes difíciles, inspectores. Actuar entre el río de seres, cogiendo todo lo que se deseaba, apenas era difícil.
La mayor parte del botín se vendía. Un ladrón profesional podía conservar algún artículo para su uso personal, y siempre comía mientras trabajaba, pero casi todo lo robaba con la intención de efectuar una inmediata reventa. Esa tarea era responsabilidad de los yorts que vivían con la familia de Agourmole. Eran tres, Beyork, Hankh y Mozinhunt, y formaban parte de una amplia red de distribución de genero hurtado, una cadena de yorts que sacaban mercancías del Bazar y las introducían en canales de venta al por mayor (muchas veces el producto robado era adquirido otra vez por el mismo comerciante que había sufrido el robo). Inyanna no tardó en aprender qué cosas interesaban a los yorts y qué artículos no merecían fatigas. Puesto que era nueva en Ni-moya, Inyanna tuvo especiales facilidades en su trabajo. No todos los comerciantes del Gran Bazar se mostraban complacientes con el gremio de ladrones, y algunos conocían de vista a Liloyve, Athayne, Sidoun y otros miembros de la familia y les ordenaban salir de la tienda en el mismo instante que los veían. Pero el joven que se llamaba Kulibhai era desconocido en el Bazar, y puesto que Inyanna elegía todos los días un sector distinto del casi infinito lugar, pasarían años antes de que las víctimas llegaran a familiarizarse con ella.
Los riesgos del trabajo no provenían tanto de los vendedores, empero, como de los ladrones de otras familias. Estos últimos tampoco conocían a Inyanna, y su vista era más rápida que la de los tenderos. Tres veces durante los diez primeros días Inyanna fue sorprendida por otro ladrón. Al principio era terrible notar una mano apretada en la muñeca. Pero Inyanna conservaba la serenidad y, mirando al otro sin pánico, se limitaba a decir, «Estás cometiendo un abuso. Soy Kulibhai, hermano de Agourmole». El rumor se propagó con rapidez. Después del tercer incidente de ese tipo, Inyanna no sufrió más molestias.
Hacer ella misma esas intervenciones fue problemático. Al principio le era imposible diferenciar a los ladrones legítimos de los ilegítimos, y dudaba en el momento de aferrar la muñeca de alguien que, por lo que ella sabía, podía haber estado hurtando en el bazar desde los tiempos de lord Kinniken. Con el tiempo le fue sorprendentemente fácil detectar los hurtos, pero si no iba acompañada de otro ladrón del clan de Agourmole para consultarle, no tomaba medidas. Poco a poco fue conociendo a muchos ladrones autorizados de otras familias, pero prácticamente todos los días veía un rostro desconocido que manoseaba los artículos de algún vendedor, y por fin, después de varias semanas en el Bazar, Inyanna se sintió impulsada a actuar. Si topaba con un ladrón auténtico, siempre podía pedir perdón. Pero la esencia del sistema era que ella era vigilante además de ladrona, y sabía que no estaba cumpliendo la primera tarea. Inyanna actuó por primera vez con una mugrienta jovencita que estaba robando verduras; apenas tuvo tiempo para abrir la boca, porque la chica soltó el botín y huyó aterrorizada. El siguiente caso fue el de un ladrón veterano, un pariente lejano de Agourmole que le explicó amistosamente el error que había cometido. Y el tercer ladrón, desautorizado pero impasible, respondió a las palabras de Inyanna con despreciativas maldiciones y veladas amenazas; Inyanna replicó, tranquila y falsamente, que otros siete ladrones del gremio estaban observando y tomarían inmediatas medidas si había problemas. Después de este incidente Inyanna perdió el miedo, y actuó con gran resolución y confianza siempre que le pareció apropiado.
Tampoco los robos turbaron su conciencia, después de superado el aprendizaje. Le habían enseñado a temer la venganza del Rey de los Sueños si se aventuraba en el pecado —pesadillas, tormentos, fiebre en el alma en cuanto cerrara los ojos— pero una de dos: o el Rey no consideraba pecado esta clase de ratería, o él y sus sirvientes no tenían tiempo para ocuparse de Inyanna por tener que castigar a peores criminales. Fuera cual fuera el motivo, el Rey no hizo ningún envío a la ex tendera. De vez en cuando Inyanna soñaba con él, un viejo y feroz ogro que emitía malas noticias desde el ardiente desierto de Suvrael, mas eso no era anormal; el Rey se introducía de tiempo en tiempo en los sueños de todos los ciudadanos, y ello carecía de importancia. Algunas veces Inyanna soñó también con la bendita Dama de la Isla, la apacible madre de la Corona, Lord Malibor, y tuvo la impresión de que aquella dulce mujer sacudía tristemente la cabeza, como si quisiera decir que estaba muy desilusionada con su hija Inyanna. Pero la Dama estaba facultada para hablar con más vigor a las personas que se habían apartado de su camino, y no había hablado así a Inyanna. Falta de corrección moral, la nueva ladrona no tardó en considerar su profesión como algo natural. No era un delito, se trataba de una simple redistribución de artículos. Al fin y al cabo, nadie sufría graves perjuicios.
Un día aceptó como amante a Sidoun, el hermano mayor de Liloyve. Era un joven de menor estatura que Inyanna, y tan huesudo que era difícil abrazarle sin hacerse daño. Pero se trataba de un hombre amable y considerado, que tocaba muy bien el arpa de bolsillo y cantaba viejas baladas con una clara voz de tenor. Cuanto más salía con él a robar, más agradable le resultaba su compañía. Se hicieron ciertos arreglos en el cubil de Agourmole, y los amantes pudieron pasar juntos las noches. Liloyve y el resto de ladrones consideraron encantador el inesperado acontecimiento.
Acompañada de Sidoun, Inyanna erró cada vez más lejos por la gran ciudad. Eran tan eficientes actuando en equipo que a menudo completaban su cupo de hurtos en un par de horas, y así tenían libre el resto de la jornada, porque no era conveniente exceder el cupo personal: el contrato social del Gran Bazar permitía a los ladrones robar ciertas cantidades de artículos, y nada más, con impunidad. De ese modo Inyanna hizo excursiones a las deliciosas afueras de Ni-moya. Uno de sus lugares favoritos era el Parque de Bestias Fabulosas del montañoso barrio de Gimbeluc, donde se podía pasear entre animales de otras eras, desalojados de sus dominios por el avance de la civilización en Majipur. Inyanna vio rarezas tales como dimiliones de temblorosas patas, frágiles tajahojas de largo cuello que doblaban la estatura de un skandar, delicados sigimoines que andaban de puntillas y tenían peludas colas a ambos lados, y los torpes zampidunes de enorme pico que en otros tiempos oscurecían el cielo de Ni-moya cuando volaban en grandes bandadas y que en la actualidad sólo existían en el parque y en los emblemas oficiales de la ciudad. Mediante cierta magia ideada en tiempos remotos, la proximidad de una de esas criaturas iba acompañada por voces que surgían del suelo para informar a los visitantes del nombre y hábitat original del animal correspondiente. Además el parque poseía claros encantadoramente apartados, donde Inyanna y Sidoun pasearon cogidos de la mano sin apenas hablar, ya que éste era hombre de pocas palabras.
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