Robert Silverberg - Crónicas de Majipur

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Crónicas de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en
y
, aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores.
Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas...
En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo.
Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención.
La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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—La Galería Telaraña —dijo Liloyve—, el sitio donde los ricos compran sus juguetes. A lo mejor un día gastas tu dinero en esas tiendas. Pero no hoy. Ya hemos llegado: Paseo Rodamaunt. Pronto aclararemos lo de tu herencia.

La calle era amplia y curvada, con torres de lisa fachada e idéntica altura a un lado, y una sucesión de edificios altos y bajos al otro. Los últimos eran, al parecer, edificios oficiales. Inyanna se asustó al ver tanta complejidad, y de haber estado sola habría errado durante horas, confusa, sin atreverse a entrar. Pero Liloyve averiguó los misterios del lugar con una serie de rápidas pesquisas y guió a Inyanna por los pasillos y recovecos de un laberinto poco menos intrincado que el Gran Bazar. Por fin se sentaron en un banco de madera de una sala de espera brillantemente iluminada, y contemplaron los nombres que aparecían y desaparecían en un tablón de anuncios. Al cabo de media hora surgió el nombre de Inyanna en el tablero.

—¿Es ésta la sección de validación? —preguntó Inyanna en el momento de entrar.

—Al parecer no existe nada con ese nombre —dijo Liloyve—. Aquí están los agentes imperiales. Si alguien puede ayudarte, son ellos.

Un yort de aspecto severo, inflado y de ojos saltones como casi todos sus hermanos de raza, inquirió el motivo de la consulta, e Inyanna, primero vacilante, luego verbosa, explicó la historia: los desconocidos de Ni-moya, la asombrosa revelación de la herencia, los documentos, el sello pontificio, los veinte reales para gastos. El yort, durante la exposición, fue hundiéndose detrás del escritorio, se frotó las mejillas y, de forma desconcertante, hizo girar sus grandes ojos globulares, primero uno, luego otro. Cuando Inyanna acabó, el funcionario cogió el recibo que le tendía la joven y pasó sus gruesos dedos por los bordes del sello imperial, muy pensativo.

—Con usted ya son diecinueve los demandantes de Vista de Nissimorn que se han presentado en Ni-moya este año —dijo tristemente—. Habrá más, me temo. Habrá muchos más.

—¿Diecinueve?

—Que yo sepa. Es posible que otros no se hayan tomado la molestia de comunicar el fraude a los agentes imperiales.

—El fraude —repitió Inyanna—. ¿Es un fraude? Los documentos que me enseñaron, la genealogía, los papeles que llevaban mi nombre… ¿Viajaron nada menos que de Ni-moya a Velathys simplemente para timarme veinte reales?

—Oh, no simplemente para timarla a usted —dijo el yort—. Seguramente habrán tres o cuatro herederos de Vista de Nissimorn en Velathys, otros cinco en Narabal, siete en Til-omon, una docena en Pidruid… Cuesta poco trabajo obtener genealogías, ¿sabe usted? Igual que falsificar los documentos y llenar los huecos en blanco. Veinte reales de ésta, treinta de aquél… Una bonita forma de ganarse la vida si uno va moviéndose, ¿comprende?

—Pero… ¿cómo es posible? ¡Estas cosas van contra la Ley!

—Cierto —convino cansinamente el yort.

—Y el Rey de los Sueños…

—Castigará a los culpables con suma severidad, puede estar segura de ello. Y nosotros les aplicaremos las correspondientes sanciones civiles en cuanto los detengamos. Sería una gran ayuda que describiera a esos individuos.

—¿Y mis veinte reales?

El yort se encogió de hombros.

—¿No hay esperanzas de recuperar un solo peso? —dijo Inyanna.

—Ninguna.

—¡Entonces lo he perdido todo!

—En nombre de su majestad, le ofrezco mi más sincera condolencia —dijo el yort, y ahí concluyó la entrevista. Una vez fuera, Inyanna tuvo un repentino impulso.

—¡Llévame a Vista de Nissimorn! —dijo a Liloyve.

—No seguirás creyendo que…

—¿Que me pertenece? No, claro que no. ¡Pero quiero verlo! ¡Quiero saber qué clase de lugar me vendieron por veinte reales!

—¿Por qué quieres atormentarte?

—Por favor —dijo Inyanna.

—De acuerdo, vamos —contestó Liloyve.

Liloyve llamó un flotador callejero y tecleó las instrucciones. Con los ojos muy abiertos, Inyanna observó el panorama, maravillada, mientras el vehículo avanzaba por las nobles avenidas de Ni-moya. Con el calor del sol de mediodía todo estaba bañado en luz, y la ciudad resplandecía, no con el gélido fulgor de la cristalina Dulorn sino con un esplendor vibrante y agradable que se reflejaba en las calles y en las blanqueadas fachadas. Liloyve describió los lugares más notables que encontraron en el camino.

El Museo Universal —dijo al tiempo que señalaba con el dedo una gran estructura coronada por una diadema de cúpulas de vidrio—. Tesoros de mil planetas, incluso algunos objetos de Vieja Tierra. Y ese edificio es el Salón de la Magia, también una especie de museo. Nunca lo he visitado. Y allí… ¿ves los tres pájaros de la ciudad en la fachada?… el Palacio de la Ciudad, donde vive el alcalde.

El vehículo dio la vuelta para descender hacia el río.

—Los restaurantes flotantes están en esta parte del puerto —dijo Liloyve mientras su mano describía un amplio arco—. Hay nueve, parecidos a islotes. He oído decir que te ofrecen platos de todas las provincias de Majipur. Algún día comeremos en esos sitios, en los nueve, ¿eh?

Inyanna sonrió tristemente.

—Me gustaría pensar así.

—No te preocupes. Tenemos toda una vida por delante, y la vida de ladrona es cómoda. Recorreré todas las calles de Ni-moya antes de morir, y tú puedes acompañarme. En Gimbeluc, cerca de las montañas, ¿sabes?, está el Parque de Bestias Fabulosas, con animales que ya no existen en las selvas: sigimoines, galvares, dimiliones… Y está el Palacio de la Ópera, donde actúa la orquesta municipal… ¿has oído hablar de la orquesta de Ni-moya? Mil instrumentos, no hay nada parecido en el universo… Y también tenemos… ¡Oh, ya hemos llegado! Bajaron del flotador. Inyanna vio que el río estaba cerca. Ante ella se extendía el Zimr, el gran río, tan ancho en esa zona que apenas se distinguía la otra orilla, y era muy difícil ver la verde línea de Nissimorn en el horizonte. A la izquierda había una empalizada de varas metálicas dos veces más alta que un hombre normal. Las varas estaban separadas dos o tres metros y unidas por una malla nebulosa, casi invisible, que emitía un siniestro zumbido. Al otro lado de esa valla había un jardín de sorprendente belleza: elegantes arbustos con flores de color oro, turquesa y escarlata, y un césped tan podado que parecía estar pintado en el suelo. Más lejos, el terreno empezaba a ascender, y la mansión ocupaba un saliente rocoso con vista al puerto. Era un edificio de hermoso tamaño, con las paredes blancas según el estilo de Ni-moya, en cuya construcción se había hecho uso de casi todas las técnicas de suspensión e iluminación típicas de la ciudad, con pórticos que flotaban en el aire (ésa era la impresión) y balcones que sobresalían asombrosas distancias de la fachada. Igual que el Palacio Ducal (visible no muy lejos orilla abajo, esplendorosamente erguido sobre su pedestal). Vista de Nissimorn fue juzgado por Inyanna como el edificio más bello que había visto hasta la fecha en Ni-moya. ¡Y era el edificio que creía haber heredado! Se echó a reír. Corrió a lo largo de la empalizada, con esporádicas detenciones para contemplar la mansión desde diversos ángulos. Y la risa brotó de su garganta como si alguien le hubiera revelado la verdad más recóndita del universo, la verdad que explica los secretos del resto de verdades y que en consecuencia debe provocar un torrente de carcajadas. Liloyve fue detrás de Inyanna, gritándole que se detuviera, pero ésta corría como una posesa. Finalmente llegó a la puerta principal, donde dos gigantescos skandars con inmaculadas libreas blancas montaban guardia, con todos los brazos cruzados en un gesto categórico y dominante. Inyanna siguió riendo. Los skandars fruncieron el ceño. Liloyve, que llegaba en ese mismo momento, tiró de la manga de Inyanna y la instó a que se fuera antes de que surgieran complicaciones.

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