Los jardineros estaban confusos. Intercambiaron miradas, y después miraron al cielo, como si quisieran comprobar lo tarde que era. Con el ceño fruncido, ambos se levantaron, limpiaron de arena sus rodillas y, lo mismo que sonámbulos, avanzaron hacia la orilla del mar. Se metieron entre el suave oleaje, rodearon la roca para pasar a la playa más extensa y se dirigieron a la base del risco, donde aquel sendero vertical iniciaba su ascenso hacia el cielo.
Namurinta seguía allí, pero casi dispuesta para partir. Valentine habló con ella.
—Agradecemos profundamente su ayuda —dijo.
—¿Se quedan aquí?
—Hemos encontrado un camino que va a las terrazas.
La capitana sonrió, sinceramente contenta.
—No estaba ansiosa por abandonarles, pero Rodamaunt Graun me llama. Les deseo lo mejor en su peregrinación.
—Y yo le deseo un feliz regreso al hogar.
Valentine dio media vuelta.
—Una cosa más —dijo la capitana.
—¿Sí?
—Cuando esa mujer gritó desde la roca —dijo Namurinta—, a usted le llamó lord Valentine. ¿Con qué fin?
—Una broma —dijo Valentine—. Sólo una broma.
—Lord Valentine es el nombre de la nueva Corona, eso me dijeron, el hombre que gobierna desde hace uno o dos años.
—Cierto —dijo Valentine—. Pero es un hombre moreno. Sólo fue una broma, un juego de nombres, porque yo también me llamo Valentine. Feliz viaje, Namurinta.
—Provechosa peregrinación, Valentine.
Valentine se acercó al acantilado. Los jardineros habían sacado varios trineos de la cabaña, y los habían puesto en orden de partida sobre la placa de arranque. En silencio, por señas, Valentine indicó a los viajeros que tomaran asiento. Valentine ocupó el primer trineo, con Carabella, Deliamber, Shanamir y Khun. La jardinera entró en la cabaña, donde al parecer se encontraban los controles de los dispositivos de flotación, porque un instante después el trineo se alzó sobre la placa e inició el vertiginoso y terrorífico ascenso del imponente risco blanco.
—Acabáis de llegar —dijo el acólito Talinot Esulde— a la Terraza de Evaluación. Aquí se os pondrá en la balanza. Cuando llegue la hora de avanzar, vuestro camino os llevará a la Terraza de Iniciación, y luego a la Terraza de los Espejos, donde contemplaréis vuestra propia imagen. Si lo que veis es satisfactorio para vosotros y para vuestros guías, ascenderéis al Segundo Risco, donde os aguardará otro grupo de terrazas. Y así iréis avanzando hasta llegar a la Terraza de Adoración. Allí, si gozáis del favor de la Dama, obtendréis invitación para entrar en el Templo Interior. Pero yo no esperaría que eso suceda con rapidez. En realidad no esperaría que suceda nunca. Los que esperan llegar hasta la Dama son los que menos posibilidades tienen de verla.
El ánimo de Valentine se ensombreció al escuchar las últimas palabras, puesto que no sólo esperaba ver a la Dama, sino que además era absolutamente vital que la viera. Y sin embargo, comprendía el significado de las palabras del acólito. En ese lugar sagrado nadie hacía pedidos a la fábrica de la existencia. Si se esperaba lograr paz, había que rendirse, había que renunciar a demandas, necesidades y deseos, había que entregarse. No era un lugar para la Corona. La esencia de ser la Corona consistía en ejercer el poder, con sabiduría si se era capaz de hacerlo así, pero en cualquier caso de un modo firme; la esencia de un peregrino era la rendición. Valentine podía extraviarse fácilmente en esa contradicción. No obstante, no tenía más remedio que ver a la Dama.
Valentine había llegado, por fin, a la periferia del dominio de la Dama. En la parte superior del risco, él y sus amigos fueron recibidos por impasibles acólitos, plenamente conscientes de que extemporáneos peregrinos llegaban flotando hacia ellos. Y en ese momento, respetuosos y ligeramente ridículos con la blanda y descolorida vestimenta de los peregrinos, se hallaban reunidos en una alargada construcción de lisa piedra rosada próxima a la cresta del risco. Losas de la misma piedra rosada formaban un gran paseo semicircular que se extendía, al parecer a gran distancia, a lo largo del borde del bosque que remataba el risco: la Terraza de Evaluación. Después de la terraza había más árboles. Las otras terrazas se encontraban a mayor distancia. Y hacia el interior, invisible desde el lugar en que se hallaban los peregrinos, se alzaba el segundo risco de creta dominando el llano que formaba el risco externo. Un tercer risco, por lo que sabía Valentine, se alzaba sobre el segundo a cientos de kilómetros isla adentro, y allí estaba el recinto sagrado, el Templo Interior habitado por la Dama. Pese a la enorme distancia recorrida hasta entonces, a Valentine le parecía imposible que alguna vez pudiera completar el recorrido de esos últimos cientos de kilómetros.
La noche caía con rapidez. Valentine miró por la ventana circular que había al lado de él y vio el cielo, cada vez más negro, y el extenso y oscuro fondo del mar, iluminado únicamente por la luz púrpura del sol que se esfumaba, que huía hacia Piliplok. A lo lejos había una mota, un rasguño en la lisa superficie del agua que Valentine supuso que era, y confió en no equivocarse, el trimarán Reina de Rodamaunt rumbo al hogar. Allí estaban también los volivantes, durmiendo en su eterno sueño, los dragones marinos que avanzaban hacia aguas más extensas, y más allá Zimroel, sus atestadas ciudades, sus reservas forestales, sus parques naturales, sus fiestas, sus millones de almas. Valentine tenía muchas cosas que recordar; pero debía concentrarse en el presente. Miró fijamente a Talinot Esulde, el primer guía que tenían en la Isla, una persona alta y delgada, piel de lechoso color y rasurado cuero cabelludo, que tanto podía ser varón como hembra. Valentine supuso que debía ser varón —la estatura y el ancho de la espalda así lo indicaban, aunque no de un modo concluyente— pero la delicadeza de los huesos faciales de Talinot Esulde, sobre todo la frágil curva de los suaves rebordes de sus extraños ojos azules, demostraba lo contrario.
Talinot Esulde estaba explicando cosas: la diaria rutina de la oración, el trabajo y la meditación, el servicio de interpretación de sueños, la disposición de las habitaciones, las restricciones dietéticas, que prohibían el vino y ciertas especias, y muchos detalles más. Valentine se esforzó en memorizarlo, pero había tantas reglas, exigencias, obligaciones y hábitos que se enmarañaron en su mente, y al cabo de un rato desistió del esfuerzo, confiando en que la práctica diaria fuera inculcándole las normas.
Al anochecer, Talinot Esulde les hizo salir de la sala de adoctrinamiento. Pasaron junto al rutilante estanque de roca, alimentado por un manantial, donde se habían bañado antes de recibir la ropa de peregrino y donde se bañarían dos veces diarias hasta que abandonaron esa terraza, y entraron en el comedor, más alejado del borde del risco. Les sirvieron una sencilla cena compuesta por sopa y pescado, las dos cosas insípidas y poco atractivas pese a que los recién llegados estaban furiosamente hambrientos. Los sirvientes eran igualmente novicios, vestidos con ropa de color verde claro. El comedor, muy grande, sólo se encontraba parcialmente ocupado, ya que la hora de cenar casi había pasado, señaló Talinot Esulde. Valentine observó a sus camaradas. Había todo tipo de razas; la mitad de los presentes eran humanos, pero también había muchos vroones y gayrogs, varios skandars, algunos líis, no muchos yorts y, muy apartados, un reducido grupo de raza susúheri. La red de la Dama capturaba miembros de todas las razas de Majipur, al parecer. De todas, excepto de una.
—¿Y los metamorfos, nunca vienen a ver a la Dama? —preguntó Valentine.
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