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Orson Card: La memoria de la Tierra

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Orson Card La memoria de la Tierra
  • Название:
    La memoria de la Tierra
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    2000
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-663-0082-1
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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La memoria de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde hace 40 millones de años la colonia humana del planeta Armonía ha sido regida por un poderoso ordenador conocido como Alma Suprema, que es venerado casi como un dios. Su misión consiste en mantener alejado al hombre de la capacidad destructiva que le obligó a abandonar la Tierra. La tecnología apenas existe en Armonía. Hay ordenadores y placas solares, pero el medio de transporte es el caballo y la única arma, la espada «energética». Alma Suprema, sin embargo, ha detectado fallos en sus propios sistemas y sólo podrá evitar una guerra catastrófica viajando a la Tierra de nuevo. Para ello debe escoger a un hombre íntegro y revelarle el antiguo conocimiento de los viajes a través de las estrellas.

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Con el parloteo de Zdorab, era imposible ser sigiloso mientras enfilaban hacia el lugar donde Nafai había dejado a sus hermanos. Y Zdorab lo había llamado Gaballufix en voz alta. Nafai no se sorprendió de ver movimientos furtivos y oír pasos que se alejaban. Creían que habían apresado a Nafai, que él los había traicionado, que Gaballufix acudía a matarlos. ¿Qué podían ver excepto el traje?

Nafai tocó los controles. ¿Cómo saber si estaba desactivado o no? Al fin se quitó el manto y llamó en voz alta, con su propia voz:

—¡Elemak! ¡Issya! ¡Meb! ¡Soy yo! ¡No corráis! Dejaron de correr.

—¡Nafai! —exclamó Meb.

—¡Con la ropa de Gaballufix! —dijo Elemak.

—¡Lo lograste! —rió Issib.

Un jadeo recordó a Nafai que esta enternecedora reunión familiar resultaría poco conmovedora para Zdorab, quien acababa de descubrir que había seguido al hombre acusado de asesinar a Roptat pocas horas antes, y que seguramente había hecho lo mismo con Gaballufix.

Nafai se volvió y vio que Zdorab daba media vuelta y echaba a correr. «Tengo pies muy ágiles», había dicho antes Zdorab, pero Nafai comprobó que no era verdad. No tardó en alcanzarlo. Lo derribó y forcejeó con él en el suelo pedregoso hasta que logró dominarlo y le tapó la boca. Los guardias estaban a cincuenta metros. Sin duda el Alma Suprema les había impedido prestar atención a los gritos, pero la capacidad del Alma Suprema tenía sus límites.

—Escucha —jadeó Nafai—. Si obedeces mis órdenes, Zdorab, no te mataré. ¿ Comprendes ? Zdorab asintió con la cabeza.

—Te juro por el Alma Suprema que no asesiné a Roptat. Tu amo Gaballufix causó la muerte de Roptat y dio órdenes de matarme a mí y a mis hermanos. Él era el asesino, pero ahora he matado a Gaballufix y se ha hecho justicia. ¿Comprendes? No soy alguien que mate por placer. No quiero hacerte daño. ¿Guardarás silencio si te destapo la boca?

Otro cabeceó. Nafai le destapó la boca.

—Me alegra que no quieras matarme —susurró Zdorab—. No quiero morir.

—¿Te fías de mis palabras? —preguntó Nafai.

—¿Creerías en mi respuesta? —replicó Zdorab—. Es uno de esos trances donde alguien diría lo que el otro quiere oír. ¿No te parece?

Tenía razón.

—Zdorab, no puedo permitir que regreses a la ciudad, ¿entiendes? De esto se trata… Si eres hombre de Gaballufix, uno de los matones que contrata para hacer el trabajo sucio en Basílica no puedo confiar en lo que digas y más me valdría matarte y dar por terminado el asunto. Pero no creo que sea así. Creo que eres un bibliotecario, un archivista, un escribiente que no tenía ni idea de lo que significaba trabajar para Gaballufix.

—Veía cosas pero nadie parecía considerarlas extrañas y nadie respondía a mis preguntas, así que opté por callarme. En general.

—Iremos al desierto. Si nos acompañas y te quedas con nosotros, si me das tu palabra en nombre del Alma Suprema, serás un hombre libre, parte de nuestra casa, igual a cualquier otro. No te queremos como sirviente, sino como amigo.

—Por supuesto que prestaré el juramento. ¿Pero cómo sabrás si haces bien en creerme?

—Júralo por el Alma Suprema, amigo Zdorab, y lo sabré.

—Por el Alma Suprema, pues, juro quedarme contigo y ser tu leal amigo para siempre. A condición de que no me mates. Aunque si me mataras el resto sería ridículo, ¿verdad?

Nafai notó que sus hermanos se reunían alrededor. Habían oído el juramento y tenían su propia opinión.

—Métalo —dijo Meb—. Es hombre de Gaballufix, no puedes fiarte.

—Lo haré yo, si es preciso —intervino Elemak.

—¿Cómo podemos saber? —terció Issib. Pero Nafai no los oyó. Estaba escuchando al Alma Suprema, y la respuesta era clara. Confía en este hombre.

—Acepto tu juramento. Y juro por el Alma Suprema que ni yo ni nadie de mi familia te dañará mientras cumplas con tu palabra. Todos vosotros… juradlo.

—¡Es absurdo! —protestó Mebbekew—. Nos pones en peligro.

—Por esta noche el Alma Suprema me ha puesto al mando, y prometisteis obedecer. He salido de la ciudad con el índice, ¿verdad? Y Gaballufix ha muerto. ¡Juradlo!

Todos prestaron el juramento.

—Ahora —le dijo Nafai a Zdorab—, dame el índice.

—No puedo —dijo Zdorab.

—¿Ves? —exclamó Meb.

—Cuando me derribaste, se me cayó.

—Perfecto —bufó Elemak—. Tantas molestias para conseguir el famoso índice, y ahora recogeremos los pedazos por todo el desierto.

Pero Issib lo encontró a un metro, y cuando Elemak lo recogió parecía intacto. A la luz de la luna, al menos, no mostraba el menor rasguño.

Mebbekew le echó un vistazo, lo sopesó, lo alzó.

—Sólo una pelota. Una pelota de metal.

—Ni siquiera parece un índice —se lamentó Issib. Nafai le arrebató el objeto a Mebbekew. Inmediatamente empezó a fulgurar. Aparecieron luces debajo.

—Creo que lo has cogido al revés —dijo Zdorab.

Nafai le dio la vuelta. En el aire, encima de la esfera, una flecha holográfica señalaba al sudoeste. Encima de la flecha había varias palabras, pero en un idioma que Nafai no entendía.

—Es puckyi antiguo —explicó Issib—. Ya nadie lo habla. Las letras cambiaron. Era una sola palabra. Silla.

La flecha señala hacia donde dejé la silla —dijo Issib.

—Déjame ver —le pidió Elemak.

Nafai le entregó el índice. En cuanto se lo dio, la proyección se esfumó.

Nafai extendió las manos para recobrar el índice. Elemak lo miró con ojos gélidos, pero al fin le devolvió la esfera de metal. Nafai la tocó y la proyección reapareció. Nafai se volvió hacia Zdorab.

—¿Qué significa esto?

—No lo sé —respondió Zdorab—. Nunca había funcionado. Pensé que estaba roto.

—Déjeme intentar —dijo Issib.

—No, por favor. Lo envolveremos y se lo llevaremos a Padre sin mirarlo de nuevo. Elemak conoce el camino. Él podrá guiarnos.

—Perfecto —asintió Mebbekew.

—Como digas —convino Issib.

—¿Quién es Elemak? —preguntó Zdorab.

Elemak echó a andar hacia la Calle Mayor, hacia el lugar donde aguardaba la silla de Issib. Cuando regresaron al barranco, el cielo comenzaba a clarear en el este. Nafai envolvió el índice y se lo dio a Elemak para que lo guardara en un fardo.

—Tú deberías dárselo a Padre —dijo Nafai.

Elemak cogió la camisa de Nafai —no, de Gaballufix— entre el pulgar y el índice.

—No te des ínfulas, Nafai —masculló—. Veo cómo son las cosas y te lo diré sin rodeos. No recibiré poder ni honor como un regalo tuyo. Tendré lo que me corresponde porque es mi derecho. ¿Comprendes?

Nafai asintió. Elemak le soltó la camisa y echó a andar. Sólo entonces Nafai comprendió que sería imposible sanar la herida que lo separaba de su hermano mayor. El índice había cobrado vida en manos de Nafai. Había permanecido inerte en manos de Elemak. El Alma Suprema había hablado y Elemak jamás perdonaría ese mensaje.

16. EL ÍNDICE DEL ALMA SUPREMA

Nafai y Padre estaban sentados e Issib yacía recostado en una alfombra, en la tienda de Padre. El índice reposaba en la alfombra. Nafai tocó el índice con los dedos. Padre lo acarició con una mano. Luego, con la otra, cogió el brazo de Issib y le hizo tocar el índice. Con los tres en contacto al mismo tiempo, el índice habló.

—Despierto, después de tanto tiempo —susurró.

Nafai no sabía si le oía con los oídos, o si su mente transformaba los ruidos del entorno —la brisa del desierto, la respiración de ellos tres— en una voz.

—Te hemos traído a un alto precio —dijo Padre.

—Aguardé largo tiempo para recobrar esta voz —respondió el índice.

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