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Orson Card: La memoria de la Tierra

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Orson Card La memoria de la Tierra
  • Название:
    La memoria de la Tierra
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    2000
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-663-0082-1
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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La memoria de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde hace 40 millones de años la colonia humana del planeta Armonía ha sido regida por un poderoso ordenador conocido como Alma Suprema, que es venerado casi como un dios. Su misión consiste en mantener alejado al hombre de la capacidad destructiva que le obligó a abandonar la Tierra. La tecnología apenas existe en Armonía. Hay ordenadores y placas solares, pero el medio de transporte es el caballo y la única arma, la espada «energética». Alma Suprema, sin embargo, ha detectado fallos en sus propios sistemas y sólo podrá evitar una guerra catastrófica viajando a la Tierra de nuevo. Para ello debe escoger a un hombre íntegro y revelarle el antiguo conocimiento de los viajes a través de las estrellas.

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No, dos modos.

Gaballufix debía de haber regresado borracho en otras ocasiones.

Nafai trató de recordar la voz de Gaballufix. Áspera y ronca. Con un susurro gutural. Nafai podía imitarla, y además no tenía que ser perfecta, pues Gaballufix estaba borracho —era evidente, pues apestaba—, así que la voz podía resbalar, y él se tambalearía y caería y…

—¡Abrid la puerta! —rugió. Eso era pésimo, no se parecía en nada a Gaballufix.

—¡Abrid las puertas, idiotas, soy yo!

Eso estaba mejor. Además, el Alma Suprema los distraería un poco, los alentaría a pensar en otras cosas para que Gaballufix no les pareciera tan cambiado esa noche.

La puerta se abrió unos centímetros. Nafai la empujó bruscamente y se abrió paso a empellones.

—Me impedías entrar en mi propia casa. Debería enviarte de regreso en un ataúd, debería devolverte a tu padre en pedazos.

Nafai no sabía cómo hablaba habitualmente Gaballufix, pero imaginó que sería desagradable y violento, sobre todo cuando estaba borracho. Nafai no había visto a muchos borrachos. Algunas veces en las calles, y con mayor frecuencia en los teatros, aunque ésos eran actores que fingían estar borrachos.

Pensó: Soy un actor, a fin de cuentas. Pensaba que terminaría por serlo, y aquí estoy.

—Déjame ayudarte, señor —dijo el hombre.

Nafai no lo miró. Tropezó y cayó de rodillas, se arqueó.

—Creo que voy a vomitar —jadeó. Se tocó la caja del cinturón y desactivó el traje. Sólo un instante. Sólo para que quien estuviera en la habitación viera la ropa de Gaballufix, mientras Nafai ocultaba el rostro y el cabello al encorvarse. Luego activó de nuevo el traje. Trató de imitar arcadas, y lo hizo tan bien que tuvo náuseas y sintió la bilis y el ácido en la garganta.

—¿Qué necesitas, señor? —preguntó el hombre.

—¿Quién guarda el índice? —ladró Nafai—. Hoy todos quieren el índice… Pues bien, yo lo quiero ahora.

—Zdorab —dijo el hombre.

—Llámalo.

—Está dormido…

Nafai se levantó penosamente.

—¡Nadie duerme en esta casa cuando yo ordeno lo contrario!

—Lo traeré, señor, perdona. Sólo pensé…

Nafai se volvió torpemente hacia él. El hombre se alejó con una mueca de horror. ¿Exagero demasiado? No había modo de saberlo. El hombre se alejó pegado a la pared y se escabulló por una puerta. Nafai ignoraba si regresaría con soldados para arrestarlo.

Regresó con Zdorab. O, al menos, Nafai supuso que era Zdorab. Pero tenía que asegurarse. Se le acercó y le respiró en el rostro.

—¿Eres Zdorab?

Para que el hombre imaginara que Gaballufix estaba tan borracho que no veía bien.

—Sí, señor —dijo el hombre. Parecía asustado. Bien.

—Mi índice. ¿Dónde está?

—¿Cuál?

—El que querían esos hijos de puta… los chicos del Wetchik… ¡ El índice, por el Alma Suprema!

—¿El índice Palwashantu?

—¿Dónde lo has puesto, canalla?

—En la bóveda. No sabía que querías tenerlo a mano. Nunca lo usaste antes, así que pensé…

—¡Puedo mirarlo si quiero!

Deja de hablar tanto, se dijo. Cuanto más digas, más le costará al Alma Suprema evitar que este hombre dude de tu voz.

Zdorab lo condujo por un pasadizo. Nafai, como parte de su actuación, tropezaba con las paredes. Cuando chocó del lado donde Elemak le había pegado con mayor fuerza, sintió un aguijonazo en el flanco, desde el hombro hasta la cadera. Gruñó de dolor, pero supuso que eso volvería su actuación más convincente.

Mientras avanzaban por el piso inferior de la casa, comenzó a sentir nuevos temores. ¿Y si tenía que identificarse para abrir la bóveda? ¿Un registro retinal? ¿Una huella dactilar?

Pero la puerta de la bóveda estaba abierta. ¿El Alma Suprema había influido para que alguien se olvidara de cerrarla? ¿O era cuestión de suerte? ¿Soy un títere de la fortuna, se preguntó Nafai, o una marioneta del Alma Suprema? ¿O al menos estoy escogiendo libremente una parte de mi intervención en la labor de esta noche?

Ni siquiera sabía qué era preferible. Si escogía libremente, había escogido libremente matar a un hombre indefenso en la calle. Mejor creer que el Alma Suprema lo había obligado o lo había persuadido mediante un subterfugio. O que había algo en sus genes o en su educación que lo había obligado a cometer ese acto. Mucho mejor era creer que no había otra elección posible, en vez de atormentarse preguntándose si no hubiera bastado con robar la ropa de Gaballufix, sin necesidad de matarlo. Ser responsable de lo que hacía era una carga mayor de la que Nafai deseaba soportar.

Zdorab entró en la bóveda. Nafai lo siguió y se detuvo al ver una gran mesa donde la fortuna que Gaballufix les había robado esa tarde estaba cuidadosamente apilada.

—Como ves, señor, íbamos a terminar la evaluación —dijo Zdorab mientras ambulaba entre los anaqueles—. He mantenido todo muy limpio y organizado. Eres amable al visitarme.

¿Me está retrasando en la bóveda, pensó Nafai, aguardando a que llegue ayuda?

Zdorab salió de los anaqueles del fondo de la habitación. Era un hombre menudo, mucho más bajo que Nafai, y ya le raleaba el cabello, aunque no tenía más de treinta años. Un hombre cómico, en verdad… pero si sospechaba lo que estaba ocurriendo, podía causarle la muerte.

—¿Es esto?—preguntó Zdorab.

Nafai no tenía la menor idea. Había visto muchos índices, pero la mayoría eran pequeños ordenadores autónomos con acceso inalámbrico a una biblioteca importante. Éste no se parecía en nada a los que conocía Nafai. Zdorab sostenía una esfera metálica color bronce, de veinticinco centímetros de diámetro, un poco achatada en los polos.

—Déjame ver —gruñó Nafai.

Zdorab parecía reacio a desprenderse del objeto. Nafai sintió una oleada de pánico. No quiere dármelo porque sabe quién soy.

Zdorab explicó su preocupación.

—Señor, dijiste que siempre debemos mantenerlo muy limpio.

Temía que Gaballufix estuviera sucio debajo de su traje de soldado. A fin de cuentas, parecía borracho perdido y apestaba. Podía tener las manos sucias de cualquier cosa.

—Tienes razón —convino Nafai—. Llévalo tú.

—Como digas, señor.

—Es éste, ¿verdad? —preguntó Nafai.

Tenía que cerciorarse. Sólo esperaba que su actuación de borracho fuera tan convincente como para que las preguntas estúpidas no despertaran sospechas.

—Es el índice Palwashantu, si a eso te refieres. Sólo me preguntaba si es el que buscas. Nunca me lo habías pedido.

Conque Gaballufix ni siquiera lo había sacado de la bóveda. Nunca, ni por un momento, había pensado en darles el índice, por muy hábil que fuera Elemak en sus regateos. Nafai se sintió un poco más tranquilo. No se había perdido ninguna oportunidad. Cualquier negociación hubiera llevado al mismo resultado.

—¿Adonde lo llevamos? —preguntó Zdorab.

Excelente pregunta, pensó Nafai. No puedo decirle que se lo daremos a los hijos de Wetchik, que aguardan en la oscuridad frente al Embudo.

—Tengo que mostrárselo al consejo del clan.

—¿A estas horas de la noche?

—¡Sí, a estas horas de la noche! Los muy mamones me interrumpieron. Estaba de celebración y los imbéciles quisieron ver el índice porque temían que esos asesinos, embusteros y ladrones hijos de Wetchik lo hubieran robado.

Zdorab carraspeó, agachó la cabeza y continuó la marcha, precediendo a Nafai en el pasadizo.

Conque a Zdorab no le gustaba que Gaballufix hablara así de los hijos de Wetchik. Muy interesante. Pero no tan interesante como para que Nafai pensara en confiar sus problemas a Zdorab.

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