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Orson Card: La memoria de la Tierra

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Orson Card La memoria de la Tierra
  • Название:
    La memoria de la Tierra
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    2000
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-663-0082-1
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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La memoria de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde hace 40 millones de años la colonia humana del planeta Armonía ha sido regida por un poderoso ordenador conocido como Alma Suprema, que es venerado casi como un dios. Su misión consiste en mantener alejado al hombre de la capacidad destructiva que le obligó a abandonar la Tierra. La tecnología apenas existe en Armonía. Hay ordenadores y placas solares, pero el medio de transporte es el caballo y la única arma, la espada «energética». Alma Suprema, sin embargo, ha detectado fallos en sus propios sistemas y sólo podrá evitar una guerra catastrófica viajando a la Tierra de nuevo. Para ello debe escoger a un hombre íntegro y revelarle el antiguo conocimiento de los viajes a través de las estrellas.

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—Gracias —dijo Nafai.

—Consigue el índice —replicó Elemak—. Tú eres el chico del Alma Suprema. Consigue el índice.

Nafai los abandonó y enfiló hacia el Embudo. Al aproximarse, oyó el murmullo de los guardias. Había demasiados. Seis o siete, en vez de los dos habituales. ¿Por qué? Se aplastó contra la pared y se acercó con sigilo para oír lo que decían.

—Yo digo que es Gaballufix —dijo un guardia—. Tal vez mató primero al hijo del Wetchik, para que no pudiera abandonar la ciudad, y luego mató a Roptat y culpó a quien no podía defenderse.

—Parece cosa de Gaballufix —respondió el otro—. Pura bazofia, él y sus hombres.

Roptat había muerto. Nafai sintió un escalofrío de miedo. Después de tantas conspiraciones frustradas, había sucedido. Gaballufix había asesinado. Y había culpado a un hijo de Wetchik.

A mí, comprendió Nafai. Me ha culpado a mí. Soy el único que no salió de la ciudad por una puerta vigilada. Para el ordenador de la ciudad, aún estoy dentro. Gaballufix se percató y aprovechó la oportunidad, hizo matar a Roptat y propagó el rumor de que el hijo menor de Wetchik era el culpable.

Pero las mujeres saben. Las mujeres saben que miente. Él no se da cuenta, pero mañana todas las mujeres de Basílica conocerán la verdad: que cuando daban muerte a Roptat yo estaba en el lago con Luet. Ni siquiera tengo que entrar esta noche. Gaballufix será destruido por su propia estupidez y podremos aguardar riendo frente a las murallas.

Sólo que no le convencía la idea de aguardar fuera. No era el deseo del Alma Suprema. Al Alma Suprema no le interesaba que Gaballufix fuera víctima de sus mentiras. Al Alma Suprema le interesaba el índice, y la caída de Gaballufix no pondría el índice en manos de Padre.

¿Cómo burlo a los guardias?, se preguntó Nafai.

Por toda respuesta, sólo sintió su propio miedo. Sabía que eso no venía del Alma Suprema. Así que esperó. Al cabo de un rato, los guardias dejaron de conversar.

—Demos un paseo por Villa del Perro —sugirió uno.

Cinco de ellos salieron para internarse en la oscuridad de las calles. Si hubieran dado la vuelta para mirar hacia la puerta, habrán visto a Nafai, apoyado contra la muralla a dos metros de la entrada. Pero no miraron hacia atrás.

Era el momento; aún sentía temor, pero ahora también ansiaba actuar, ponerse en movimiento. ¿El Alma Suprema? resultaba difícil de saber, pero tenía que hacer algo. Conteniendo el aliento, Nafai avanzó hacia la luz.

Un guardia sentado en un taburete se apoyaba en la puerta. Dormido, o casi. El otro orinaba contra la pared de enfrente, de espaldas a la entrada. Nafai pasó sigilosamente. Ninguno de los dos cambió de posición hasta que Nafai se alejó de la luz. Luego oyó las voces a sus espaldas. Pero no hablaban de él ni daban la alarma. Así debía de haber sido cuando Luet fue a prevenirnos. El Alma Suprema interfiriendo para permitirle pasar como si fuera invisible. Tal como he pasado yo.

Despuntaba la luna. Había transcurrido buena parte de la noche. La ciudad dormía, excepto Villa de las Muñecas y el Mercado Interior, e incluso allí reinaría cierta calma en esos días de tensión y turbulencia en que los soldados patrullaban las calles. Pero en aquel barrio, bastante protegido, sin vida nocturna, no había nadie merodeando. Nafai no sabía si las calles desiertas eran favorables. Le convenían porque había menos gente para verlo; pero también eran desfavorables porque si alguien lo veía no pasaría inadvertido.

Pero esa noche el Alma Suprema le ayudaba a pasar desapercibido. Se ocultó en las sombras para no tentar al destino y cuando vio un grupo de soldados, se aplastó contra un portal mientras pasaban de largo.

Este debe de ser el límite del poder del Alma Suprema, pensó Nafai. Con Luet, con Padre y conmigo, el Alma Suprema puede comunicar ideas. Y a través de una máquina, la silla de Issib, pero quién sabe cuánto le costó al Alma Suprema. Al llegar directamente a la mente de estas otras personas no puede hacer más que distraerlas, tal como cuando impide que alguien conciba ideas prohibidas. No puede desviar a los soldados, pero puede impedir que vean al sujeto que se oculta en un portal, puede quitarles el afán de investigar, de averiguar qué hace. No puede impedir que los guardias de la puerta cumplan con su deber, pero puede ayudar al guardia adormilado a soñar, para que el ruido de mis pasos forme parte de la trama del sueño y él no mire.

E incluso para eso el Alma Suprema debe de tener toda su atención concentrada en esta calle esta noche, pensó Nafai. En este mismo lugar. En mí.

¿Adonde voy?

No importa. Debo desconectar la mente y dejarme guiar. Dejar que el Alma Suprema me lleve de la mano, como hizo Luet.

Pero resultaba difícil vaciar la mente, abstenerse de reconocer las calles, renunciar a pensar en las personas y las tiendas que conocía en esa calle, y en cómo podían relacionarse con el índice. Su mente era un hervidero.

¿Y cómo evitarlo? ¿Qué he de hacer, dejar de ser una criatura consciente? ¿Idiotizarme al extremo de que el Alma Suprema pueda controlarme? ¿Mi mayor ambición en la vida es ser un títere?

No, acudió la respuesta. Era tan clara como aquella noche en el desierto. No eres un títere. Estás aquí porque has escogido estar aquí. Pero ahora, para oír mi voz, debes vaciar la mente.

No porque quiera idiotizarte, sino porque tienes que estar alerta a mis palabras. Pronto necesitarás contar nuevamente con toda tu inteligencia. Los tontos no me sirven.

Nafai se apoyó en una pared, respirando entrecortadamente, cuando cesó la voz. Esa intrusión del Alma Suprema en sus pensamientos era abrumadora. ¿ Qué hicieron nuestros antepasados a sus hijos cuando nos alteraron de tal modo que un ordenador podía insertarnos pensamientos de este modo? ¿En esos días todos los niños oían la voz del Alma Suprema tal como la oigo ahora? ¿O siempre fue una rareza el hecho de que alguien oyera esa voz?

Muévete. Era como un hambre. Y se movió. Se movió tal como había hecho dos veces en las últimas semanas: de una calle a la otra casi en trance, sin saber dónde estaba. Igual que esa misma tarde, al escapar de los matones.

Ni siquiera tengo un arma.

Este pensamiento lo detuvo en seco, lo arrancó del trance. No sabía dónde estaba. Pero en medio de las sombras había un hombre tendido en la calle. Nafai se le acercó con curiosidad. Un borracho, tal vez. O una víctima de los tolchocks, los soldados o los matones. Una víctima de Gaballufix.

No. No era una víctima. Era uno de los muchos soldados idénticos de Gaballufix, y a juzgar por el hedor a orina y alcohol, no lo había tumbado ninguna herida.

Nafai estaba a punto de marcharse cuando comprendió que allí tenía el mejor disfraz que podía pretender. Sería mucho más simple acercarse a Gaballufix si usaba un traje holográfico: y allí estaba el traje, como un obsequio.

Se arrodilló y giró al hombre. Era imposible ver la caja que controlaba el holograma, pero al palpar la imagen con las manos la descubrió, cerca de la cintura. La desabrochó, pero no lograba quitársela.

Claro, pensó Nafai. Elemak dijo que era una especie de manto, y que la caja formaba parte de él.

Logró empujar la caja hacia arriba. Moviendo al hombre de aquí para allá, consiguió deslizarle el traje holográfico por las extremidades y la cabeza.

Sólo entonces Nafai comprendió que el Alma Suprema le había dado algo más que un disfraz. El que usaba el disfraz no era un matón. Era Gaballufix en persona.

Borracho como una cuba, tendido en sus orines y sus vómitos, pero sin duda Gaballufix.

¿Pero qué podía hacer Nafai con aquel borracho? Desde luego, no llevaba el índice encima. Y Nafai no abrigaba la ilusión de que por llevarlo a casa fuera a conquistar la gratitud de Gaballufix.

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