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Orson Card: La memoria de la Tierra

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Orson Card La memoria de la Tierra
  • Название:
    La memoria de la Tierra
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    2000
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-663-0082-1
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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La memoria de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde hace 40 millones de años la colonia humana del planeta Armonía ha sido regida por un poderoso ordenador conocido como Alma Suprema, que es venerado casi como un dios. Su misión consiste en mantener alejado al hombre de la capacidad destructiva que le obligó a abandonar la Tierra. La tecnología apenas existe en Armonía. Hay ordenadores y placas solares, pero el medio de transporte es el caballo y la única arma, la espada «energética». Alma Suprema, sin embargo, ha detectado fallos en sus propios sistemas y sólo podrá evitar una guerra catastrófica viajando a la Tierra de nuevo. Para ello debe escoger a un hombre íntegro y revelarle el antiguo conocimiento de los viajes a través de las estrellas.

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El muy canalla debía de haber celebrado la muerte de Roptat. Un asesino tendido en la calle, sólo que jamás lo castigarán por ello. Al contrario, intenta culparme a mí. Nafai estaba lleno de furia. Quiso apoyar el pie en la cabeza de Gaballufix y aplastarle el rostro en la calle cubierta de vómito. Sería magnífico, sería…

Mátalo.

El pensamiento fue tan nítido como si alguien hubiera hablado a sus espaldas.

No, pensó Nafai. No puedo. No puedo matar a un hombre.

¿Por qué crees que te he traído aquí? Es un asesino. La ley decreta su muerte.

La ley decretaba también mi muerte por haber visto el Lago de las Mujeres, respondió Nafai en silencio. Pero se me ofreció misericordia.

Yo te llevé al lago, Nafai. Así como te traje aquí. Para que hagas lo que debe hacerse. Nunca conseguirás el índice mientras él viva.

No puedo matar a un hombre. Un hombre indefenso. Sería un asesinato.

Sería simple justicia.

No si viniera de mi mano. Le odio demasiado. Deseo que muera. Por la humillación de mi familia. Por haber robado el título de mi padre. Por habernos quitado nuestra fortuna. Porque mis hermanos me pegaron. Por los soldados y los tolchocks, porque ha extinguido la luz de la esperanza en mi ciudad. Porque transformó a Rashgallivak, un buen hombre, en una herramienta débil y ciega. Por todo eso quiero que muera, quiero pisotearlo. Si lo mato ahora seré un cobarde y un asesino, no un justiciero.

Intentó matarte. Sus asesinos te buscaban para liquidarte.

Lo sé. Y por eso sería venganza personal matarle ahora.

Piensa en lo que haces, Nafai. Piensa.

No seré un criminal.

De acuerdo. Quieres salvar vidas. Sólo hay una esperanza de salvar este mundo del exterminio que asoló la Tierra hace cuarenta millones de años, y dejar con vida a este hombre anulará toda esperanza. ¿Los mil millones de almas del planeta Armonía deben morir para que conserves las manos limpias? Te aseguro que esto no es un crimen ni un asesinato, sino justicia. Yo lo he juzgado y lo he encontrado culpable. Él ordenó la muerte de Roptat, tu muerte, la muerte de tus hermanos y la muerte de tu padre. Planea una guerra que matará a millares y dejará a esta ciudad subyugada. No lo perdonas por misericordia, Nafai, porque sólo su muerte será misericordiosa para la ciudad y la gente que amas, sólo su muerte mostrará misericordia al mundo. Lo perdonas por pura vanidad. Para mirarte las manos y verlas limpias de sangre. Te digo que si no matas a este hombre, la sangre de millones pesará sobre tu cabeza.

¡No!

El grito de Nafai era aún más desgarrador por ser silencioso, por estar encerrado en su mente.

La voz continuó, implacable: El índice abre la biblioteca más profunda del mundo, Nafai. Con él, todo será posible para mis servidores. Sin él, no tendré una voz más clara que ésta, constantemente alterada y distorsionada por tus temores, esperanzas y expectativas. Sin el índice yo no puedo ayudarte ni tú puedes ayudarme a mí. Mis poderes seguirán extinguiéndose y mi ley perderá vigencia entre la gente, hasta que al fin regresará el fuego y otro mundo será devastado. El índice, Nafai. Quita a este hombre lo que exige la ley y luego ve a buscar el índice.

Nafai cogió la espada energética que colgaba del cinturón de Gaballufix.

No sé matar a un hombre con esto. No apuñala. No puedo apuñalar el corazón con esto.

La cabeza. Córtale la cabeza.

No puedo, no puedo, no puedo.

Pero Nafai se equivocaba. Podía.

Cogió a Gaballufix por el cabello, le estiró el cuello. Gaballufix se movió. ¿Se estaba despertando? Nafai casi le soltó el cabello, pero Gaballufix pronto cayó de nuevo en su sopor. Nafai encendió la espada y la apoyó en el gaznate. La hoja zumbó. Apareció un hilillo de sangre. Nafai apretó con más fuerza, el hilillo se convirtió en una herida abierta y la sangre mojó la hoja con un siseo. Demasiado tarde para detenerse, demasiado tarde. Apretó con más fuerza. La espada penetró. Halló resistencia en el hueso, pero Nafai alzó la cabeza hasta abrir una brecha entre las vértebras. La hoja pasó fácilmente y la cabeza quedó libre.

Nafai tenía los pantalones y la camisa manchados de sangre, al igual que las manos y el rostro: salpicados, embadurnados. He matado a un hombre y sostengo su cabeza en las manos. ¿Qué soy ahora? ¿Quién soy ahora? ¿En qué me diferencio de este hombre mutilado por mis manos?

El índice.

No podía soportar las ropas empapadas de sangre. En su desesperado afán de quitárselas, se las arrancó y se enjugó la cara con la espalda de la camisa. Éstas son las ropas que Luet me entregó cuando subí al bote en ese lugar bello y apacible, y ahora veo lo que hice con ellas.

Arrodillándose junto al cuerpo, dejando su ropa en el charco de sangre, comprendió que debido al declive de la calle y como la sangre brotaba del cuello, alejándose del cuerpo, las ropas de Gaballufix no estaban manchadas de sangre. Vómito y orina, sí, pero no sangre. Nafai tenía que usar algo. El traje holográfico no sería suficiente, pues por debajo estaría desnudo y descalzo.

Le repugnaba ponerse las ropas de Gaballufix, pero sabía que era necesario. Arrastró el cuerpo alejándolo de la sangre, lo desnudó con cuidado, tratando de no manchar la ropa. Tuvo náuseas al ponerse los pantalones fríos y húmedos, pero pensó con desdén que un hombre que acababa de matar como él lo había hecho no podía andarse con remilgos. La orina de otro hombre en las piernas no era nada, ni el hedor del ácido estomacal en la camisa y la coraza que Gaballufix usaba debajo. Ya nada es demasiado horroroso para mí, pensó Nafai. Ya estoy perdido.

Lo único que no pudo hacer fue colgarse la espada en la cintura, como había hecho Gaballufix. En cambio limpió sus huellas del puño y la arrojó cerca de la cabeza. Se echó a reír. Allá van mis ropas, con las que hoy me vieron muchísimos testigos. ¿Por qué tratar de ocultarme, si las dejo allí?

Y las dejaré allí, pensó Nafai. Las dejo como si ése fuera mi propio cadáver. El disfraz de un niño. Ahora uso ropa de hombre. Y no de cualquier hombre. El hombre más ruin y monstruoso que conozco. Sus ropas me quedan bien.

Se deslizó el manto del disfraz de soldado encima de la cabeza. No se sentía distinto, pero supuso que su apariencia había cambiado. Se alejó del cadáver. No sabía adonde ir. No sabía nada.

Regresó hacia el cuerpo. Había dejado algo, estaba seguro. Pero sólo había dejado la ropa y la espada. Así que cogió la espada a pesar de todo, enjugó la sangre en su vieja ropa y se la calzó en el cinturón.

Podía seguir el viaje. Hacia la casa de Gaballufix, desde luego. Ahora lo sabía con certeza. Ahora pensaba con claridad. Los pantalones le enfriaban e irritaban las piernas. La coraza era pesada. Le costaba andar con la espada energética. Ésta era la sensación de ser Gaballufix, pensó Nafai. Esta noche soy Gaballufix.

Tengo que darme prisa. Antes de que hallen el cuerpo.

No. El Alma Suprema les impedirá descubrir el cuerpo, al menos durante un rato. Hasta que por la mañana haya tantas personas que el Alma Suprema no pueda influir sobre todas al mismo tiempo. Así que tengo tiempo.

Subió por la Calle de la Fuente, cambió de parecer. Enfiló hacia Calle Larga y se aproximó a la casa de Gaballufix por detrás. En el callejón encontró la puerta donde Elemak había entrado tantos —o tan pocos— días antes. ¿Estaría trabada?

Lo estaba. ¿Qué hacer? Dentro habría alguien esperando. Vigilando. ¿Cómo podía él, vestido como un vulgar soldado, exigir la entrada a esas horas? ¿Y si en el interior le hacían desactivar el traje? Lo reconocerían de inmediato. Peor aún, reconocerían la ropa de Gaballufix y sabrían que sólo había un modo de entrar usando las ropas de su amo.

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