Gene Wolfe - La Garra del Conciliador

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La Garra del Conciliador: краткое содержание, описание и аннотация

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Este segundo libro nos continua mostrando el mundo del Sol Nuevo, poco a poco, a medida que Severian va tomando contacto con él. Aprendemos alguna cosa nueva, sobre todo en lo que respecta a clases sociales y al Autarca, pero todavia no queda muy claro nada. Está claro que para descubrir lo que hay realmente, la autentica realidad que vive Severian, hay que leer toda la saga descubriendo sus secretos poco a poco. El hecho de que Severian nos esté contando sus recuerdos ya es una pista, y empieza a vislumbrarse en qué se convertirá Severian pues entre los recuerdos de su pasado, deja entrever algo de su presente.

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FAMILIAR. (Sotto voce.) ¡Qué hermosa es! Ojalá que ella y yo… nos encontráramos en mejor momento.

(El escenario se oscurece; se oye el correr de los pies de JAHI. Después, una luz tenue muestra a NOD andando deprisa por los pasillos de la Casa Absoluta. Las imágenes en movimiento de urnas, cuadros y muebles detrás de él indican cómo va de un lado a otro. JAHI aparece entre ellas, y él se precipita fuera, persiguiéndola. JAHI entra en el escenario por la izquierda, con el SEGUNDO DEMONIO pisándole los talones.)

JAHI. ¿Adónde puede haber ido? Los jardines están calcinados. Apenas tienes apariencia de carne… ¿No puedes convertirte en búho y traerla?

SEGUNDO DEMONIO. (Burlándose.) Aaah… ¿A quién?

JAHI. ¡A Mesquia! Espera a que el Padre se entere de cómo me has tratado, traicionando todos nuestros esfuerzos.

SEGUNDO DEMONIO. ¿Tú se lo dirás? Fuiste tú quien dejaste a Mesquia, embaucada por la mujer. ¿Qué le dirás? ¿Que la mujer te sedujo? Hemos terminado con eso hace ya tanto que nadie lo recuerda, salvo tú y yo, y ahora has echado a perder la mentira haciendo que se convierta en verdad.

JAHI. (Volviéndose hacia él.) ¡Sucio mocoso! ¡Garabateador de ventanas!

SEGUNDO DEMONIO. (Retrocediendo de un salto.) Y ahora serás desterrada a la tierra de Nod, al este del Paraíso.

(Fuera del escenario se oyen las pisadas de NOD. JAHI se esconde detrás de una clepsidra y el SEGUNDO DEMONIO saca una pica y la sostiene como un centinela mientras entra NOD.)

NOD. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

SEGUNDO DEMONIO. (Saludando.) Tanto como vos lo deseéis, sieur.

NOD. ¿Qué noticias hay?

SEGUNDO DEMONIO. Todas las que queráis, sieur. Un gigante como una torre ha matado a los guardianes del trono y el Autarca ha desaparecido. Hemos buscado tanto por los jardines que si en vez de lanzas hubiéramos llevado estiércol, las margaritas serían grandes como paraguas. Baja la ropa de dril y suben las esperanzas, y también los nabos. Mañana tendría que hacer buen día, con sol y calor… (mira con intención hacia la clepsidra) , y una mujer desnuda ha estado corriendo por los salones.

NOD. ¿Qué es esa cosa?

SEGUNDO DEMONIO. Un reloj de agua, sieur. Ved, sabiendo qué hora es, podéis adivinar cuánta agua ha corrido.

NOD. (Examinando la clepsidra.) En mi tierra no hay nada así. ¿Mueve el agua a estas muñecas?

SEGUNDO DEMONIO. A la grande, no, sieur.

(JAHI sale del escenario como un rayo, perseguida por NOD, pero antes de que él desaparezca, ella vuelve a entrar colándose entre las piernas del gigante. Él continúa fuera, dándole tiempo a ella a esconderse en un baúl Mientras tanto, el SEGUNDO DEMONIO se ha desvanecido.)

NOD. (Vuelve a entrar.) ¡Eh! ¡Detente! (Corre al otro lado del escenario y regresa.) ¡La culpa es mía, mía!

Una vez pasó cerca de mí en el jardín. Tenía que haberla agarrado y aplastado como un gato, un ratón, un gusano, una serpiente. (Se vuelve hacia el público.) ¡No os riáis de mí! ¡Podría mataros a todos! ¡A toda vuestra ponzoñosa raza! ¡Y esparcir por los valles vuestros huesos blancos! ¡Estoy acabado, acabado! ¡Y Mesquiana, que confió en mí, está perdida!

(NOD golpea la clepsidra y manda el agua y los cazos de metal al otro lado del escenario.)

NOD. Qué tiene de bueno este don del habla, sino para poder maldecirme. Madre buena de todas las bestias, quítamelo. Volvería a ser lo que fui y a chillar sin palabras entre los montes. La razón indica que la razón no puede traer más que dolor; ¡qué sabio es olvidar y volver a ser feliz!

(NOD se sienta en el baúl donde se esconde JAHI y hunde la cara en las manos. A medida que la luz se apaga, el baúl empieza a resquebrajarse bajo el peso de NOD. Cuando la luz vuelve, la escena vuelve a ser la de la cámara del INQUISIDOR. MESQUIANA está en el potro. El FAMILIAR está moviendo la rueda. Ella grita.)

FAMILIAR. Eso hizo que te sintieras mejor, como te dije, ¿no? Además, así se enteran los vecinos de que aquí estamos despiertos. No lo creerías, pero toda esta ala está llena de cuartos vacíos y de sinecuras. Aquí todavía hacemos nuestro trabajo, mi señor y yo todavía lo hacemos, y así la Comunidad se mantiene. Y queremos que ellos lo sepan.

(Entra el AUTARCA. Tiene la túnica rasgada y manchada de sangre.)

AUTARCA. ¿Qué lugar es éste? (Se sienta en el suelo y hunde la cabeza en las manos en una actitud que recuerda la de Nod.)

FAMILIAR. ¿Qué lugar? ¡Pues las Cámaras de la Merced, so burro! ¿Cómo puedes venir aquí sin saber dónde estás?

AUTARCA. Esta noche me han perseguido tanto por mi casa, que podría estar ahora en cualquier sitio. Tráeme algo de vino, o de agua, si no tenéis vino aquí, y atranca la puerta.

FAMILIAR. Tenemos clarete, pero no vino. Y no puedo atrancar la puerta, pues estoy esperando que mi señor regrese.

AUTARCA. (Con más apremio.) Haz lo que digo.

FAMILIAR. (Muy suavemente.) Estás borracho, amigo. Márchate.

AUTARCA. Lo estoy, ¿qué importa? Ha llegado el fin. No soy ni peor ni mejor que tú.

(El pesado paso de Nod se oye a la distancia.)

FAMILIAR. ¡Ha fracasado, lo sé!

MESQUIANA. ¡Lo ha conseguido! No hubiera vuelto tan pronto con las manos vacías. ¡El mundo aún puede salvarse!

AUTARCA. ¿Qué queréis decir?

(Entra NOD. La locura que ha suplicado está en él, pero trae arrastrando a JAHI. EL FAMILIAR corre hacia él con unos grilletes.)

MESQUIANA. Alguien tiene que sujetarla o volverá a escapar como antes.

(El FAMILIAR echa unas cadenas sobre Nod y cierra los candados; después le encadena un brazo cruzándoselo sobre el cuerpo de modo que tenga aferrada JAHI. NOD!a aprieta contra él.)

FAMILIAR. ¡La está matando! ¡Suéltala, pedazo de bruto!

(El FAMILIAR alza la barra con la que ha estado cerrando el potro, y con ella se ocupa de NOD. NOD ruge, trata de agarrarlo y deja que JAHI se deslice inconsciente hasta el suelo. El FAMILIAR la toma por el pie y la arrastra a donde está sentado el AUTARCA.)

FAMILIAR. Ven, tú servirás.

(De un tirón pone en pie al AUTARCA y lo engrilla con tanta rapidez que una mano le queda sujeta a la muñeca de JAHI; después vuelve a torturar a MESQUIANA. Detrás de él, sin ser visto, NOD está quitándose las cadenas.)

XXV — La carga contra los hieródulos

Aunque nos encontrábamos al aire libre, donde tan fácilmente se pierden los sonidos contra la inmensidad del cielo, yo alcanzaba a oír el ruido metálico que producía Calveros mientras fingía luchar con sus ataduras. Entre el público había conversaciones que también podía oír —una sobre la obra, que descubría en ella significaciones que yo nunca había imaginado y que, a mi parecer, el doctor Tales nunca había pretendido; y otra sobre cierto pleito que a alguien que hablaba con la entonación arrastrada de un exultante le parecía seguro que el Autarca juzgaría incorrectamente. Al dar yo la vuelta al tomo del potro, dejando caer el trinquete con un clac satisfactorio, me aventuré a mirar de reojo a los espectadores.

No estaban siendo utilizadas más de diez sillas, aunque detrás y a ambos lados de la zona de asientos había personajes altos de pie. También había unas cuantas mujeres con vestidos de cortesanas muy parecidos a los que yo había visto una vez en la Casa Azur, vestidos con escotes muy bajos y faldas hasta los pies, frecuentemente abiertas o realzadas con paños de encaje. Los tocados eran sencillos, pero adornados con flores, joyas o larvas de luminoso brillo.

La mayoría de los asistentes parecían ser hombres, y por momentos aumentaban en número. Muchos eran tan altos o más que Vodalus. Permanecían de pie envueltos en sus capas, como si tuvieran frío en el tibio aire primaveral. Unos petasos de ala ancha y copa baja les ensombrecían las caras.

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