SEGUNDO SOLDADO. Eso no era oro.
JAHI. Pero lo has visto.
SEGUNDO SOLDADO. En mi pueblo hay una vieja que también cambia el tiempo. No lo hace tan de prisa como tú, lo admito, pero claro que es mucho más vieja y más débil.
JAHI. Digas lo que digas, soy mil veces más vieja.
(Entra la ESTATUA, moviéndose Lentamente y como si estuviera ciega.)
JAHI. ¿Qué es esa cosa?
SEGUNDO SOLDADO. Una de las mascotas del Padre Inire. No te oye ni hace ruido. Ni siquiera estoy seguro de que esté viva.
JAHI. Ni yo tampoco, desde luego.
(La estatua pasa junto a Jahi; ella le acaricia la mejilla con la mano libre.)
JAHI. Amor… amor… amor… ¿No me saludas? ESTATUA. ¡Iiiiii…!
SEGUNDO SOLDADO. ¿Qué es esto? ¡Basta! Mujer, dijiste que no tenías ningún poder mientras yo no te soltara.
JAHI. Contempla a mi esclavo. ¿Puedes combatirlo? Adelante. Rompe tu lanza en ese pecho amplio.
(La ESTATUA se arrodilla y le besa el pie a JAHI)
SEGUNDO SOLDADO. No, pero corro más que él.
(Carga con JAHI al hombro y corre. Se abre la puerta de la colina. Entra por ella y la cierra de un portazo. La ESTATUA la aporrea con golpes poderosos, pero la puerta no cede. Las lágrimas le corren por la cara. Al fin se vuelve y empieza a cavar con las manos.)
GABRIEL. (Fuera del escenario.) Así, las imágenes de piedra se mantienen fieles a un día que ha pasado, solas en el desierto que el hombre ha abandonado.
(Mientras la ESTATUA continúa cavando, el escenario se oscurece. Cuando vuelve la luz, el AUTARCA se encuentra sentado en su trono. Está solo en el escenario, pero las siluetas proyectadas sobre unas pantallas laterales indican que está rodeado de cortesanos.)
AUTARCA. Heme aquí sentado como si fuera el señor de cien mundos, y sin embargo ni siquiera domino éste.
(Fuera del escenario se oyen los pasos de hombres que desfilan. Se oye una voz de mando.)
AUTARCA. ¡Generalísimo!
(Entra un PROFETA. Lleva puesta una piel de cabra y en la mano un cayado con una talla rudimentaria en la cabeza: un extraño símbolo.)
PROFETA. En el exterior hay cien portentos. En Incusus nació un ternero que no tenía cabeza, sino bocas en las rodillas. Una mujer de conocida alcurnia ha soñado que espera un niño engendrado por un perro. La noche pasada una lluvia de estrellas cayó silbando sobre los hielos del sur, y los profetas salen a los campos.
AUTARCA. Tú mismo eres un profeta.
PROFETA. ¡El Autarca en persona los ha visto!
AUTARCA. Mi archivero, que está muy versado en la historia de este lugar, me informó una vez que más de cien profetas han sido asesinados aquí, lapidados, quemados, despedazados por animales, y ahogados. A algunos hasta se los ha clavado a nuestras puertas, como si fueran bichos. Ahora querría saber de ti algo de advenimiento de Sol Nuevo, profetizado desde hace tantos años. ¿Cómo ocurrirá? ¿Qué significa? Habla, o le daremos otro caso al viejo archivero para que lo añada a la cuenta, y enseñaremos al pálido dondiego a trepar por ese cayado.
PROFETA. No tengo esperanzas de satisfacerte, pero lo intentaré.
AUTARCA. ¿Es que no lo sabes?
PROFETA. Lo sé. Pero sé también que eres un hombre práctico, que sólo te ocupas de los asuntos de este universo, que raramente miras más alto que las estrellas.
AUTARCA. Sí, desde hace treinta años, y me siento orgulloso.
PROFETA. Entonces, hasta tú has de saber que el cáncer carcome el corazón del viejo sol. La materia central cae hacia dentro, como si hubiera allí un pozo sin fondo.
AUTARCA. Mis astrónomos me lo vienen diciendo desde hace mucho.
PROFETA. Imagínate una manzana que tiene el corazón podrido. Todavía es bonita por fuera, pero acabará descomponiéndose en podredumbre.
AUTARCA. Todo aquel que todavía se siente fuerte en la segunda mitad de su vida ha pensado en esa fruta.
PROFETA. Pues otro tanto ocurre con el Sol Viejo. Pero, ¿y ese cáncer? ¿Qué sabemos de él, salvo que priva a Urth de calor y de luz, y por último de vida?
(Fuera del escenario se oyen ruidos de pelea, un grito de dolor, y un estruendo, como si un enorme jarrón hubiera caído de un pedestal)
AUTARCA. Pronto sabremos a qué se debe esa conmoción, profeta. Continúa.
PROFETA. Nosotros sabemos que se trata de mucho más, puesto que es una discontinuidad en nuestro universo, un desgarramiento de los tejidos que no corresponde a ninguna ley conocida. Nada sale de él, en él todo entra, y nada escapa. Sin embargo, todo puede aparecer en él, puesto que de todas las cosas que conocemos, sólo él no es esclavo de su propia naturaleza.
(Entra Non sangrando, empujado por picas tenidas fuera del escenario.)
AUTARCA. ¿Qué es esta deformidad?
PROFETA. La prueba misma de los portentos de que te hablé. En tiempos futuros, como se viene diciendo desde hace tiempo, la muerte del Sol Viejo destruirá Urth. Pero de su tumba surgirán monstruos, un pueblo nuevo y el Sol Nuevo. Entonces el antiguo Urth florecerá como una mariposa que se desprende de su seca envoltura, y el Nuevo Urth será llamado Ushas.
AUTARCA. ¿Y, todo lo que conocemos será barrido a un lado? ¿También esta antigua casa en la que estamos ahora? ¿Y tú? ¿Y yo?
NOD. No soy sabio. Pero no hace mucho oí decir a un hombre sabio (que pronto será familiar mío por matrimonio) que todo eso será para bien. Que no somos más que sueños, y los sueños no tienen vida propia. Ved, estoy herido. (Extiende la mano.) Cuando mi herida sane, no habrá más herida. ¿Y va a decir con labios sanguinolentos que lamenta curarse? Sólo estoy tratando de explicar lo que dijo otro, pero eso, pienso, es lo que quiso decir.
(Fuera del escenario se oye un grave repique de campanas.)
AUTARCA. ¿Qué es eso? Tú, profeta, ve a averiguar quién ha ordenado ese clamor y por qué. (Sale el PROFETA.)
NOD. Estoy seguro de que vuestras campanas han comenzado a saludar al Sol Nuevo. Eso es lo que yo mismo vine a hacer. Es costumbre entre nosotros que cuando llega un huésped de honor gritemos y nos golpeemos el pecho, y aporreemos el suelo y los troncos de los árboles de alrededor con alegría, y levantemos las rocas más grandes que podamos levantar, y las lancemos por precipicios en su honor. Haré eso esta mañana si me dejáis libre, y estoy seguro de que el propio Urth se unirá a mí. Las propias montañas se arrojarán al mar cuando hoy se levante el Sol Nuevo.
AUTARCA. ¿Y de dónde viniste? Dímelo y te dejaré en libertad.
NOD. Pues de mi propio país, al este del Paraíso.
AUTARCA. ¿Y dónde se encuentra eso?
(Non señala hacia el este.)
AUTARCA. ¿Y dónde está el Paraíso? ¿En la misma dirección?
NOD. Pero si esto es el Paraíso. Estamos en el Paraíso, o al menos debajo de él.
(Entra el GENERALÍSLMO, que avanza hasta el trono y saluda.)
GENERALÍSIMO. Autarca, hemos registrado toda la tierra por encima de esta Casa Absoluta como ordenaste. La condesa Carina ha sido encontrada y escoltada a sus aposentos, pues no tiene heridas graves. También hemos encontrado al coloso que veis ante vos, a la mujer enjoyada que describisteis, y a dos mercaderes.
AUTARCA. ¿Y los otros dos, el hombre desnudo y la mujer?
GENERALÍSIMO. Ni rastro de ellos.
AUTARCA. Repite la búsqueda, y esta vez mira bien. GENERALÍSIMO. (Saluda.) Como mi Autarca desee. AUTARCA. Y que me traigan a la mujer enjoyada.
(NOD intenta salir fuera del escenario, pero las picas le detienen. El GENERALÍSIMO saca una pistola.)
NOD. ¿No soy libre para irme?
GENERALÍSIMO. De ninguna manera.
NOD. (Al AUTARCA.) Os dije dónde se encontraba mi país, exactamente al este de aquí.
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