Gene Wolfe - La Garra del Conciliador

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Este segundo libro nos continua mostrando el mundo del Sol Nuevo, poco a poco, a medida que Severian va tomando contacto con él. Aprendemos alguna cosa nueva, sobre todo en lo que respecta a clases sociales y al Autarca, pero todavia no queda muy claro nada. Está claro que para descubrir lo que hay realmente, la autentica realidad que vive Severian, hay que leer toda la saga descubriendo sus secretos poco a poco. El hecho de que Severian nos esté contando sus recuerdos ya es una pista, y empieza a vislumbrarse en qué se convertirá Severian pues entre los recuerdos de su pasado, deja entrever algo de su presente.

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Dos demonios (disfrazados)

El Inquisidor

Un familiar

Seres angélicos

El Sol Nuevo

El Sol Viejo

La Luna

La parte trasera del escenario está a oscuras. GABRIEL aparece bañado en una luz dorada; lleva un clarín de cristal.

GABRIEL. Saludos. Vengo para describiros la escena; después de todo, es mi cometido. Estamos en la noche del último día y la noche antes del primero. El Sol Viejo se ha puesto. Nunca más aparecerá. Mañana se levantará el Sol Nuevo, y mis hermanos y yo lo saludaremos. Esta noche… esta noche nadie sabe. Todos duermen.

(Ruido de pasos pesados y lentos. Entra Non.)

GABRIEL. ¡Omnisciencia! ¡Defiende a tu servidor!

NOD. ¿Le sirves a él? Pues nosotros a Nephilim. No te haré daño, pues, a menos que él lo pida.

GABRIEL. ¿Perteneces tú a su casa? ¿Cómo se comunica contigo?

Non. A decir verdad, no lo hace. Me veo obligado a adivinar lo que quiere de mí.

GABRIEL. Me temía eso.

NOD. ¿Has visto al hijo de Mesquia?

GABRIEL. ¿Que si lo he visto? Pero, pedazo de memo, si ni siquiera ha nacido aún. ¿Para qué lo quieres?

Non. Ha de venir a vivir conmigo en mi tierra, al este de este jardín. Le daré por esposa a una de mis hijas.

GABRIEL. Amigo, te has equivocado de creación; llegas con cincuenta millones de años de retraso.

(Entran MESQUIA y MESQUIANA y les sigue JAHI. Todos están desnudos, aunque JAHI lleva joyas.)

MESQUIA. ¡Qué lugar tan agradable! ¡Delicioso! Flores, fuentes y estatuas. ¿No es maravilloso?

MESQUIANA. (Tímidamente.) Vi un tigre doméstico cuyos colmillos eran más largos que mi mano. ¿Cómo lo llamaremos?

MESQUIA. Como él quiera. (A GABRIEL.) ¿A quién pertenece este bello lugar?

GABRIEL. Al Autarca.

MESQUIA. Y él nos permite vivir aquí. Es una merced que nos hace.

GABRIEL. No exactamente. Alguien te ha venido siguiendo, amigo. ¿Lo conoces?

MESQUIA. (Sin mirar.) También hay algo detrás de ti.

GABRIEL. (Blandiendo el clarín, que es el símbolo de su oficio.) ¡Sí, Él está detrás de mí!

MESQUIA. Y también cerca. Si vas a soplar en esa tuba para pedir auxilio, es mejor que lo hagas ahora.

GABRIEL. Sí que eres observador. Pero aún no ha llegado el momento.

(La luz dorada se desvanece y GABRIEL desaparece del escenario. Non permanece inmóvil apoyado en su porra.)

MESQIIANA. Encenderé una hoguera, y será mejor que comiences a construimos una casa. Aquí debe de llover mucho. Mira qué verde está la hierba.

MESQUIA. (Estudiando a Non.) Pero si no es más que una estatua. No me extraña que no le tuviera miedo.

MESQULANA. Tal vez tome vida. Hace tiempo oí algo sobre criar hijos con piedras.

MESQUIA. ¡Hace tiempo! Pero si tú has nacido justo ahora. Creo que fue ayer.

MESQUIANA. ¡Ayer! No me acuerdo… Soy tan infantil, Mesquia. No me acuerdo de nada hasta que salí andando hacia la luz y te vi hablando con un rayo de sol.

MESQUIA. ¡No era un rayo de sol! Era… A decir verdad, todavía no he pensado ningún nombre para lo que era.

MESQUIANA. Entonces me enamoré de ti.

(Entra el AUTARCA.)

AUTARCA. ¿Quiénes sois?

MESQUIA. Y hablando de eso, ¿quién eres tú? AUTARCA. El propietario de este jardín.

(MESQUIA inclina la cabeza y MESQUIANA hace una reverencia, aunque no lleva ninguna falda para sostenérsela.)

MESQUIA. Hace sólo un momento hablábamos con uno de vuestros servidores. Ahora que lo pienso, estoy asombrado de lo mucho que se parecía a vuestra augusta Persona. Salvo que era… ah…

AUTARCA. ¿Más joven?

MESQUTA. Al menos en apariencia.

AUTARCA. Bueno, tal vez sea inevitable. No es que esté tratando de justificarlo. Pero yo fui joven, y aunque sería mejor limitarse a mujeres que están más cerca de nuestra posición social, hay momentos (como tú, joven, comprenderías si hubieras estado alguna vez en mi situación) en que una doncellita o una muchachita del campo, a las que se puede camelar con un puñado de plata o una pieza de terciopelo, y que no exigirá, en el momento más inoportuno, la muerte de ningún rival ni una embajada para su marido… En fin, momentos en que una personita así se convierte en una proposición de lo más seductora.

(Mientras que el AUTARCA ha estado hablando, JAHI, se ha arrastrado detrás de MESQUIA. Ahora le pone una mano en el hombro.)

JAHI. Ya ves que aquel a quien tienes por tu divinidad apoyaría y aconsejaría cuanto te he propuesto. Volvamos a empezar antes de que el Sol Nuevo se levante.

AUTARCA. He aquí una adorable criatura. ¿Cómo es, hija, que veo las llamas vivas de las velas reflejadas en cada uno de tus ojos mientras que allí tu hermana continúa soplando la leña fría?

JAHI. ¡No es mi hermana!

AUTARCA. Tu adversaria, entonces. Mas ven conmigo. Daré a estos dos licencia para que acampen aquí, y esta noche te pondrás un rico vestido, y por tu boca correrá el vino, y esa grácil figura quizá lo será un poco menos gracias a las alondras rellenas de almendras, y a los higos confitados.

JAHI. Vete, viejo.

AUTARCA. ¡Cómo! ¿Sabes quién soy?

JAHI. Soy aquí la única que lo sabe. Eres un fantasma y todavía menos, una columna de cenizas levantada por el viento.

AUTARCA. Ya veo, está loca. ¿Qué quiere ella que hagas, amigo?

MESQUIA. (Aliviado.) ¿No le guardáis ningún rencor?

Eso dice bien de vos.

AUTARCA. ¡Ninguno en absoluto! Incluso una querida que estuviera loca sería una experiencia interesante… Créeme que mi intención es conseguirla, y hay pocas cosas que yo tenga intención de conseguir después de haber visto y hecho todo lo que yo he visto y hecho. La chica no muerde, ¿verdad? Quiero decir, ¿no mucho?

MESQUIANA. Sí muerde, y tiene los colmillos emponzoñados.

(JAHI da un salto hacia delante para atenazarla. MESQUIANA sale como una flecha del escenario, perseguida.)

AUTARCA. Haré que mis piqueneros las busquen por el jardín.

MESQIA. No os preocupéis, las dos volverán pronto. Ya lo veréis. Mientras, me alegro sinceramente de poder estar así un momento a solas con vos. Hay cosas que deseo preguntaros.

AUTARCA. No concedo favores después de las seis; es una norma que me ha ayudado a mantenerme cuerdo. Estoy seguro de que lo comprendes.

MESQUIA. (Un poco sorprendido.) Está bien que me lo digáis. Pero en realidad no iba a pedir nada, sólo buscaba información, sabiduría divina.

AUTARCA. En ese caso, adelante. Pero te lo advierto, has de pagar un precio. Me propongo que ese ángel demente sea para mí esta noche.

(MESQUIA se pone de rodillas.)

MESQUIA. Hay algo que nunca he llegado a comprender. ¿Por qué tengo que hablaros cuando conocéis cada uno de mis pensamientos? Mi primera pregunta era ésta: sabiendo que ella pertenece a la progenie que habéis desterrado, ¿no debería yo hacer lo que propone? Pues ella sabe que lo sé, y creo de corazón que ella propone lo correcto, y que a la vez piensa que lo despreciaré porque viene de ella.

AUTARCA. (Aparte.) Ya veo que este hombre también está loco. Y me considera divino por mis prendas amarillas. (A MESQUIA.) A ningún hombre le hace daño un poco de adulterio, a menos, por supuesto, que el adulterio lo cometa su propia mujer.

MESQUIA. ¿Entonces el mío le dolería a ella? Yo…

(Entra la CONDESA y Su DONCELLA.)

CONDESA. ¡Mi señor soberano! ¿Qué hacéis aquí? MESQUIA. Hija, me encuentro en oración. Quítate al menos los zapatos. Pues este suelo es sagrado. CONDESA. Señor, ¿quién es este idiota?

AUTARCA. Un loco que encontré vagabundeando con dos mujeres tan locas como él.

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