Gene Wolfe - La Garra del Conciliador

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La Garra del Conciliador: краткое содержание, описание и аннотация

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Este segundo libro nos continua mostrando el mundo del Sol Nuevo, poco a poco, a medida que Severian va tomando contacto con él. Aprendemos alguna cosa nueva, sobre todo en lo que respecta a clases sociales y al Autarca, pero todavia no queda muy claro nada. Está claro que para descubrir lo que hay realmente, la autentica realidad que vive Severian, hay que leer toda la saga descubriendo sus secretos poco a poco. El hecho de que Severian nos esté contando sus recuerdos ya es una pista, y empieza a vislumbrarse en qué se convertirá Severian pues entre los recuerdos de su pasado, deja entrever algo de su presente.

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—Pequeñas prendas de vestir. —Y Dorcas mantuvo apartadas un palmo las manos pequeñas y blancas.— Tal vez ropa para muñecas. Recuerdo en particular unas camisitas defino algodón. Por fin elijo una y le doy el dinero al anciano. Pero no se trata en absoluto de dinero, sólo un puñado de porquería.

Le temblaban los hombros, y le pasé el brazo por encima para confortarla.

—Entonces tengo ganas de gritar que están equivocados, que no soy el sucio espectro por el que me toman. Pero sé que si lo hago, cualquier cosa que diga será interpretada como la prueba definitiva de que tienen razón, y las palabras me ahogan. Lo peor de todo es que el siseo de la hebra de hilo se interrumpe justo entonces. —Ella había vuelto a cogerme la mano libre, y ahora la apretaba como para meter en mí lo que quería decir.— Sé que nadie que no haya tenido ese mismo sueño podría comprenderme, pero es terrible. Terrible.

—Tal vez ahora que estoy de nuevo contigo, terminarán esos sueños.

—Y después me quedo dormida, o por lo menos me hundo en la oscuridad. Si entonces no despierto, tengo un segundo sueño. Me encuentro en un bote que se mueve en un lago espectral empujado por una pértiga…

—Al menos en eso no hay misterio —dije—. Una vez fuiste en un bote así con Agia y conmigo. Pertenecía a un hombre llamado Hildegrin. Seguramente te acuerdas de ese viaje.

Dorcas —meneé la cabeza. —No es ese bote, sino uno más pequeño. Un hombre lo empuja con una pértiga, y yo me he tendido a sus pies. Estoy despierta, pero no puedo moverme. Mi brazo se arrastra en las aguas negras. Justo cuando vamos a llegar a la orilla, caigo del bote y el viejo no me ve, y mientras me hundo en el agua sé que él nunca ha sabido que yo estaba allí. Pronto desaparece la luz y siento un gran frío. Muy por encima de mí, oigo una voz que grita mi nombre, pero no me acuerdo de quien es esa voz.

—Es mi voz, que te llama para despertarte.

—Tal vez. —La marca del látigo que Dorcas traía desde la Puerta de la Piedad le ardía como una llama en la mejilla.

Durante un rato estuvimos sentados sin hablar. Los ruiseñores callaban ahora, pero los pardillos cantaban en todos los árboles, y vi un loro, vestido de escarlata y verde, como un pequeño mensajero con librea, que se precipitaba entre las ramas.

—Qué cosa tan terrible es el agua. No te debería haber traído aquí, pero no se me ocurrió otro lugar por aquí cerca. Ojalá nos hubiéramos sentado en la hierba debajo de aquellos árboles.

—¿Por qué la odias? A mí me parece hermosa.

—Porque está aquí a la luz del sol, pero por su propia naturaleza siempre desciende, más y más, alejándose de la luz.

—Pero vuelve a subir —dije—. La lluvia que vemos en primavera es la misma agua que vimos correr por las alcantarillas un año antes, o al menos así nos lo enseñó el maestro Malrubius.

La sonrisa de Dorcas destelló como un sol.

—Es bonito creerlo, sea o no verdad. Severian, sería tonto decirte que eres la mejor persona que conozco, porque eres la única persona buena que conozco. Pero creo que si conociera miles de otros, todavía seguirías siendo el mejor. Eso es lo que quería hablar contigo.

—Si necesitaras mi protección, ya sabes que la tienes.

—No es nada de eso —dijo Dorcas—. De algún modo, yo quiero darte la mía. Eso sí que suena tonto, ¿verdad? No tengo familia, no tengo a nadie más que a ti, y sin embargo pienso que puedo protegerte.

—Conoces a Jolenta, al doctor Talos y a Calveros.

—No son nadie. ¿Es que no lo sientes, Severian? Incluso yo no soy nadie, pero ellos menos que yo. La pasada noche estuvimos los cinco en la tienda, y sin embargo tú estuviste solo. Una vez me dijiste que no tenías mucha imaginación, pero seguro que te diste cuenta.

—¿De eso quieres protegerme, de la soledad? Me agradaría contar con esa protección.

—Entonces te daré toda la que pueda, durante el tiempo que pueda. Pero sobre todo, quiero protegerte de la opinión del mundo. Severian, ¿recuerdas lo que te dije de mi sueño? ¿De cómo toda la gente en las tiendas y en la calle creía que yo no era más que un espectro horroroso? Tal vez tengan razón.

Estaba temblando, y la apreté contra mí.

—Por eso hay tanto dolor en el sueño. Pero hay dolor también porque en muchos sentidos sé que ellos están equivocados. El espectro sucio está en mí. Soy yo. Pero también hay en mí otras cosas, y soy esas cosas, tanto como eso otro.

—Nunca podrías ser un espectro sucio, ni nada sucio.

—Oh, sí —dijo con gravedad, y alzó la mirada hacia mí. Aquella carita levantada nunca fue más hermosa que entonces a la luz del sol, ni más pura—. Oh, sí, podría serlo, Severian. Igual que tú podrías ser lo que ellos te llaman, lo que a veces eres. ¿Recuerdas cómo vimos saltar la catedral hacia los cielos y arder en un instante? ¿Y cómo nos pusimos a andar por un camino entre árboles hasta que vimos una luz enfrente, y eran el doctor Talos y Calveros preparados para una representación junto con Jolenta?

—Me tenías de la mano —dije—. Y hablábamos de filosofía. ¿Cómo podría olvidarlo?

—Cuando salimos a la luz y el doctor Talos nos vio ¿recuerdas lo que dijo?

Pensé de nuevo en aquella tarde, al final del día en que ejecuté a Agilus. Volví a oír los rugidos del público, el grito de Agia, y después el redoble de tambor de Calveros.

—Dijo que ya habían venido todos, y que tú eras la Inocencia y yo la Muerte.

Dorcas asintió solemnemente.

—Exacto. Pero tú no eres de veras la Muerte, ¿sabes? No importa las veces que te lo diga. Tú no representas la muerte, como tampoco un carnicero aunque se pase el día degollando vacas. Para mí tú eres la Vida, eres un joven llamado Severian, y si quisieras ponerte otras ropas y convertirte en carpintero o en pescador, nadie podría impedírtelo.

—No deseo dejar mi gremio.

—Pero podrías, hoy mismo. Nunca lo olvides. La gente no quiere que otras gentes sean gente. Les ponen nombres y los encierran en esos nombres, y yo no quiero que tú te dejes encerrar. El doctor Talos es peor que la mayoría. A su manera, es un mentiroso…

Dejó inconclusa la acusación, y me aventuré a comentar: —En una ocasión le oí decir a Calveros que el doctor raras veces mentía.

—Dije a su manera. Calveros tiene razón, el doctor Talos no miente como los demás. Llamarte Muerte no era una mentira. Era una… una…

—Metáfora —sugerí.

—Pero era una metáfora peligrosa y malvada, que iba dirigida a ti como una mentira.

—¿Entonces crees que el doctor Talos me odia? Yo hubiera dicho que es uno de los pocos que se ha mostrado verdaderamente amable desde que dejé la Ciudadela. Tú, Jonas que ya se ha ido, una anciana que conocí mientras estuve en prisión, un hombre vestido de amarillo, que por cierto también me llamó Muerte, y el doctor Talos. Realmente, la lista es corta.

—No creo que odie como nosotros lo entendemos —replicó Dorcas—. Ni tampoco que ame. Lo que quiere es manipular todo aquello con que se topa, cambiarlo a voluntad, y puesto que destruir es más fácil que construir, es lo que hace con mayor frecuencia.

—Sin embargo, me parece que Calveros lo quiere —dije—. Yo tuve un perro tullido, y he observado que Calveros mira al doctor como Triskele me miraba a mí.

—Te comprendo, pero a mí no me da esa impresión. ¿Has pensado alguna vez qué aspecto debías haber tenido cuando mirabas a tu perro? ¿Sabes algo sobre el pasado de Calveros y el doctor?

—Sólo que vivían juntos cerca del Lago Diurtuma. Al parecer, la gente de allí les incendió la casa para que se fueran.

—¿Crees que el doctor Talos podría ser hijo de Calveros?

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