CONDESA. Entonces son más que nosotros, a menos que mi doncella esté cuerda.
DONCELLA. Alteza…
CONDESA. Cosa que dudo. Esta tarde se puso una estola púrpura con mi capote verde. Parecía un poste cubierto con dondiegos de día.
(MESQUIA, que se ha ido enfadando cada vez más a medida que ella habla, la golpea, tirándola al suelo. Sin ser visto, el AUTARCA huye por detrás de él.)
MESQUIA. ¡Mocosa! No tomes a la ligera las cosas sagradas cuando yo esté cerca, y haz sólo lo que yo te diga.
DONCELLA. ¿Quién sois, señor?
MESQUIA. Soy el padre de la raza humana, hija, y tú eres mi hija, lo mismo que ella.
DONCELLA. Espero que la perdonéis… y a mí también. Habíamos oído que estabais muerto. MESQUIA. Eso no necesita perdón. Los muertos son mayoría, al fin y al cabo. Pero como puedes darte cuenta, he vuelto por aquí a dar la bienvenida al nuevo amanecer.
NOD. (Habla y se mueve tras haber estado todo este tiempo en silencio e inmóvil) Hemos venido demasiado temprano.
MESQUIA. (Señalando.) ¡Un gigante! ¡Un gigante!
CONDESA. ¡Oh! ¡Solange! ¡Kyneburga! DONCELLA. Aquí estoy, Alteza. Lybe está aquí.
NOD. Aún es demasiado pronto para el Sol Nuevo.
CONDESA. (Echándose a llorar.) El Sol Nuevo se acerca. Nos derretiremos como sueños.
MESQUIA. (Viendo que Non no pretende recurrir a la violencia.) Malos sueños. Pero será lo mejor para ti. Lo comprendes, ¿verdad?
CONDESA. (Recuperándose.) Lo que no comprendo es cómo vos, que de pronto parecéis tan sabio, pudisteis confundir al Autarca con la Mente Universal.
MESQUIA. Sé que vosotras sois mis hijas en la vieja creación. Tenéis que serlo, pues sois mujeres humanas y en esta otra creación no he tenido ninguna.
NOD. Su hijo tomará a mi hija por esposa. Es un honor que nuestra familia poco ha hecho por merecer; no somos más que gente humilde, hijos de Gea, pero seremos elevados a la condición de exultantes. Seré… ¿qué seré, Mesquia? El suegro de vuestro hijo. Puede ser, si no ponéis objeción, que algún día mi mujer y yo visitemos a nuestra hija el mismo día que vos vengáis a verle a él. No nos negaríais un lugar a la mesa, ¿verdad? Naturalmente, nos sentaríamos en el suelo.
MESQUIA. Pues claro que no. El perro ya lo hace, o lo hará cuando lo veamos. (A la CONDESA.) ¿No te ha llamado la atención que yo sepa más de aquel a quien llamáis la Mente Universal que tu Autarca en persona? No sólo vuestra Mente Universal, sino otros muchos poderes inferiores, se echan la humanidad encima como una capa cuando se les antoja, a veces sólo a dos o tres de nosotros. Nosotros, que somos los vestidos, raramente nos damos cuenta de que, pareciéndonos a nosotros mismos, somos sin embargo un Demiurgo, un Paracleto o un Enemigo para los demás.
CONDESA. Tarde he sabido eso, si he de desaparecer con el advenimiento del Sol Nuevo. ¿Ha pasado la medianoche?
DONCELLA. Casi, Alteza.
CONDESA. (Señalando al auditorio.) ¿Y qué le sucederá a toda esta hermosa gente?
MESQUIA. ¿Qué le sucede a las hojas cuando el año ha pasado y el viento se las lleva?
CONDESA. Si…
(MESQUIA se vuelve para observar el cielo oriental, como espiando el primer signo del amanecer.)
CONDESA. Si…
MESQUIA. ¿Si qué?
CONDESA. Si mi cuerpo contuviera una parte del vuestro… gotas de tejido licuescente apresadas en mis ijadas…
MESQUIA. Si lo tuvieras, quizás errarías más tiempo por Urth, como criatura perdida que nunca podría encontrar el camino a casa. Pero no me acostaré contigo. ¿Crees que eres más que un cadáver? Eres menos que eso.
(La DONCELLA se desmaya.)
CONDESA. Decís que sois el padre de todo lo que es humano. Así parece, pues sois la muerte para una mujer.
(El escenario se oscurece. Cuando vuelve la luz, MESQUIANA y JAHI yacen juntas bajo un serbal Detrás de ellas hay una puerta en la falda de la colina. JAHI tiene un labio partido e hinchado, lo que le da un mal aspecto. La sangre le gotea del labio a la barbilla.)
MESQUIANA. Aún tendría fuerzas para buscarlo, si al menos sólo supiera que tú no me seguirías.
JAHI. Me muevo con la fortaleza del Mundo de Debajo y te seguiré hasta la segunda terminación de Urth, si es necesario. Pero si vuelves a golpearme, lo pagarás.
(MESQUIANA levanta el puño y JAHI retrocede.)
MESQUIANA. Tus piernas temblaban más que las mías cuando decidimos descansar aquí.
JAHI. Sufro mucho más que tú. Pero la fortaleza del Mundo de Debajo consiste en aguantar más de lo que se puede aguantar; así como soy más hermosa que tú, soy también una criatura mucho más delicada.
MESQUIANA. Me parece que ya nos hemos dado cuenta.
JAHI. Te lo advierto de nuevo, y no lo haré por tercera vez. Si me golpeas, atente a lo que pase.
MESQUIANA. ¿Qué harás? ¿Llamara Erinys para destruirme? No me da miedo. Si pudieras, lo habrías hecho mucho antes.
JAHI. Peor aún. Golpéame otra vez y lo comprobarás.
(Entran el PRIMER SOLDADO y el SEGUNDO SOLDADO armados con picas.)
PRIMER SOLDADO. ¡Mira aquí!
SEGUNDO SOLDADO. (A las mujeres.) ¡Abajo, abajo!
No os pongáis de pie, si no queréis que os ensarte como un par de garzas. Vais a venir con nosotros.
MESQUIANA. ¿A gatas?
PRIMER SOLDADO. ¡Menos insolencias!
(La empuja con la pica y en ese momento se oye un quejido casi demasiado profundo para ser oído. El escenario vibra al unísono y el suelo tiembla.)
SEGUNDO SOLDADO. ¿Qué fue eso?
PRIMER SOLDADO. No lo sé.
JAHI. Es el fin de Urth, estúpidos. Adelante, ensartadla. Es vuestro fin de todos modos.
SEGUNDO SOLDADO. ¡Poco sabes tú! Para nosotros es el comienzo. Cuando nos llegó la orden de registrar el jardín, se os mencionó especialmente y se dieron órdenes de llevaros de vuelta. O nos dan diez crisos por vosotras o soy un zapatero.
(Agarra a JAHI, y MESQUIANA salta como catapultada hacia la oscuridad. El PRIMER SOLDADO Corre tras ella.)
SEGUNDO SOLDADO. Muérdeme, ¿quieres? (Golpea a JAHI con el asta de la pica. Luchan.)
JAHI. ¡Idiota! ¡Se va a escapar!
SEGUNDO SOLDADO. Eso es cosa de Ivo. Yo tengo a mi prisionera y él no tendrá a la suya, si no la alcanza pronto. Ven, vamos a ver al quiliarca.
JAHI. ¿No quieres hacerme el amor antes de irnos de este lugar tan atractivo?
SEGUNDO SOLDADO. ¡Y hacer queme corten la virilidad y me la metan en la boca? ¡No yo! JAHI. Primero tendrían que averiguarlo.
SEGUNDO SOLDADO. ¿Qué es eso? (La sacude.)
JAHI. Haces el trabajo de Urth, que ni siquiera se molesta por mí. Pero espera, suéltame sólo un momento y te mostraré cosas maravillosas.
SEGUNDO SOLDADO. Ya las veo ahora, y por ello daré gracias a la Luna.
JAHI. Puedo hacerte rico. Diez crisos no serán nada para ti. Pero no tengo ningún poder mientras me agarres el cuerpo.
SEGUNDO SOLDADO. Tus piernas son más largas que las de la otra mujer, pero ya he visto que no las mueves con tanta ligereza. Y creo que ni siquiera puedes tenerte en pie.
JAHI. Ya no puedo.
SEGUNDO SOLDADO. Te tendré por el collar, la cadena parece bastante sólida. Si con eso basta, muéstrame lo que puedes hacer. Si no, ven conmigo. No serás más libre mientras yo te tenga.
(JAHI levanta las dos manos, extendiendo los dedos pulgar, índice y meñique. Por un momento hay silencio, después una extraña y suave música llena de trinos. La nieve cae en copos blandos.)
SEGUNDO SOLDADO. ¡Para eso!
(Le agarra un brazo y lo baja de golpe. La música se detiene bruscamente. Algunos de los últimos copos se le posan sobre la cabeza.)
Читать дальше