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Ursula Le Guin: En el otro viento

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Ursula Le Guin En el otro viento

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Al hechicero Aliso le aterra conciliar el sueño, pues hacerlo significa trasladarse a la tierra de los muertos para encontrarse con su esposa. Ella falleció muy joven y desea tanto regresar a él que lo besó a través del bajo muro de piedra que separa nuestro mundo de la Tierra Seca, donde la hierba está marchita, las estrellas, siempre quedas, y los amantes se cruzan sin reconocerse. Cada noche, los muertos atraen a Aliso hacia ellos para, a través de él, liberarse e invador Terramar. Desesperado, Aliso acude al antiguo Archimago Gavilán, quien le indica que parta a Havnor en busca de Tenar, Tehanu y el joven Rey Lebannen. Todos juntos e Irian, el dragón de ojos color ámbar capaz de transformarse en una mujer, viajarán al Bosquecillo Inmanente, en Roke, pues la incursión de los muertos no es el único peligro que amenaza Terramar: los dragones han regresado y, después de siglos de paz, reclaman lo que creen les pertenece… La célebre saga iniciada con Un Mago de Terramar continúa en esta conmovedora historia de poderosa belleza repleta de magia, amor y fantasía.

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Sintió calidez sobre sus hombros y sus manos. El viento se agitaba entre las hojas sobre su cabeza. Oía voces, hablando, no llamándolo, ni gritando su nombre. Los ojos del Maestro de las Formas lo observaban desde el otro lado del círculo de hierba. El Maestro de Invocaciones también lo observaba. Miró hacia abajo, desconcertado. Intentó escuchar. Se concentró y escuchó.

Estaba hablando el Rey, utilizando toda su destreza y su fuerza para contener a aquellas mujeres y hombres feroces y tozudos que tenían, cada uno, que salirse con la suya.

—Permitidme que intente contaros, Maestros de Roke, lo que supe por la Suprema Princesa mientras navegábamos hacia aquí. Princesa, ¿puedo hablar por ti?

Sin velo alguno, Seserakh atravesó el círculo con la mirada para posar sus ojos sobre él, e hizo una reverencia como concediendo su permiso.

—Esta es su historia, entonces: en un tiempo muy remoto, los humanos y los dragones eran una misma especie, que hablaba una misma lengua. Sin embargo, como buscaban cosas diferentes, decidieron de mutuo acuerdo separarse, seguir caminos diferentes. Ese acuerdo recibió el nombre de Vedurnan.

La cabeza de Ónix se alzó, y los ojos oscuros y brillantes de Seppel se abrieron de par en par. —Verw nadan —susurró el mago de Paln.

—Los seres humanos fueron hacia el este, los dragones hacia el oeste. Los humanos renunciaron a su conocimiento del Lenguaje de la Creación, y a cambio recibieron todas las habilidades y las artes de las manos, y la propiedad de todas las cosas que pueden hacer las manos. Los dragones abandonaron todas esas cosas. Pero se quedaron con el Habla Antigua.

—Y con sus alas —dijo Irían.

—Y con sus alas —repitió Lebannen. Se había encontrado con la mirada de Azver—. Maestro de las Formas, tal vez puedas continuar tú con la historia mejor que yo.

—Los aldeanos de Gont y de Hur-at-Hur recuerdan lo que los hombres sabios de Roke y los sacerdotes de Karego olvidan —continuó Azver—. Sí, de niño me contaron esta historia, creo, o alguna otra muy parecida. Pero los dragones habían sido olvidados en aquella historia. Hablaba de cómo la Gente Oscura del Archipiélago rompía un juramento. Todos nosotros habíamos prometido renunciar a la magia y al lenguaje de la magia para hablar solamente nuestra lengua común. No pronunciaríamos nombres, ni urdiríamos sortilegios. Confiaríamos en Segoy, en los poderes de nuestra madre la Tierra, madre de los Dioses Guerreros. Pero la Gente Oscura rompió el convenio. Incluyeron al Lenguaje de la Creación en su arte, escribiéndolo en runas. Lo escribieron, lo enseñaron, lo utilizaron. Hicieron hechizos con él, con la destreza de sus manos, y con lenguas falsas que nombraban las palabras verdaderas. De modo que la gente de las Tierras de Kargad nunca más pudo confiar en ellos. Eso es lo que dice la historia.

En ese momento, Irian tomó la palabra: —Los hombres le temen a la muerte, los dragones no. Los hombres quieren poseer la vida, ser dueños de ella, como si se tratara de una joya en una caja. Aquellos antiguos magos ansiaban una vida eterna. Aprendieron a utilizar nombres verdaderos para evitar que los hombres murieran. Pero los que no pueden morir, nunca pueden renacer.

—El nombre y el dragón son uno —dijo Kurremkarmerruk, el Maestro de los Nombres—. Nosotros, los hombres, perdimos nuestros nombres en el verw nadan, pero aprendimos a recuperarlos. El nombre es el ser. ¿Por qué debería la muerte cambiar eso?

Miró al Invocador; pero Brand seguía sentado, pesado y adusto, escuchando, sin hablar.

—Sigue hablando de esto, Nombrador, por favor —le pidió el Rey.

—Digo que medio he aprendido, medio he adivinado, no de los cuentos de las aldeas sino de los libros más antiguos de la Torre Solitaria. Mil años antes de que existieran los primeros Reyes de Enlad, había hombres en Ea y Solea, los primeros y más grandiosos magos, los Hacedores de Runas. Fueron ellos quienes aprendieron a escribir el Lenguaje de la Creación. Hicieron las runas, las cuales los dragones nunca llegaron a aprender. Nos enseñaron a darle a cada alma su propio nombre: cuál es su verdad, su ser. Y con su poder les garantizaron a los que llevan su nombre verdadero, una vida más allá de la muerte del cuerpo.

—Vida inmortal. —La voz suave de Seppel tomó entonces la palabra. Hablaba sonriendo un poco—. En una gran tierra de ríos y montañas y hermosas ciudades, en donde no hay ni sufrimiento ni dolor, y en donde el ser perdura, sin alterarse, inmutable, para siempre… Ese es el sueño del antiguo Saber Popular de Paln.

—¿Dónde —preguntó el Maestro de Invocaciones—, dónde está esa tierra?

—En el otro viento —dijo Irían—. En el Oeste, más allá del Oeste. —Miró a todos los que estaban a su alrededor, despectiva, iracunda—. ¿Vosotros creéis que nosotros los dragones volamos solamente en los vientos de este mundo? ¿Creéis que nuestra libertad, por la que renunciamos a todas las posesiones, no es más grande que la de las estúpidas gaviotas? ¿Qué nuestro reino son sólo unas cuantas rocas junto a vuestras ricas islas? Vosotros sois dueños de la tierra, sois dueños del mar. Pero nosotros somos el fuego del sol, ¡nosotros volamos el viento! Vosotros queríais poseer tierras. Vosotros queríais cosas para hacer y quedaros con ellas. Y eso es lo que tenéis. Esa fue la división, el verw nadan. Pero no os contentasteis con vuestra parte del trato. Queríais no solamente vuestras cosas, sino también nuestra libertad. ¡Queríais el viento! Y con los sortilegios y los hechizos de aquellos que rompieron el juramento, nos robasteis la mitad de nuestro reino, lo rodeasteis de murallas alejándolo de la vida y de la luz, para poder vivir para siempre. ¡Sois unos ladrones, unos traidores!

—Hermana —dijo Tehanu—, éstos no son los hombres que nos robaron. Son los que pagan el precio.

Un silencio siguió a su voz áspera y susurrante.

—¿Cuál es el precio? —preguntó el Maestro de los Nombres.

Tehanu miró a Irían. Irían dudó, y luego respondió con una voz muy apagada: —La codicia apaga e/ sol. Éstas son las palabras de Kalessin.

Azver, el Maestro de las Formas, habló. Mientras lo hacía, miraba los corredores que se formaban entre los árboles a través del claro, como siguiendo los suaves movimientos de las hojas.

—Los antiguos vieron que el reino de los dragones no era solamente del cuerpo. Que podían volar… fuera del tiempo, por decirlo de alguna manera… Y envidiándoles esa libertad, siguieron el camino de los dragones hacia el Oeste, más allá del Oeste. Allí reclamaron parte de ese reino como propio. Un reino sin tiempo, en donde el ser perdura para siempre. Pero no en el cuerpo, como entre los dragones. Los hombres podían estar allí sólo en espíritu… De modo que construyeron un muro que ningún cuerpo con vida pudiera atravesar, ni el de un hombre ni el de un dragón. Y sus artes de nombramiento tendieron una gran red de hechizos sobre todas las tierras occidentales, de manera que cuando la gente de las islas muriera, pudieron ir al Oeste, más allá del Oeste y vivir allí en espíritu para siempre.

"Pero, como el muro fue construido y el hechizo urdido, el viento dejó de soplar del otro lado de ese muro. El mar se alejó. Los manantiales dejaron de ofrecer sus aguas. Las montañas del amanecer se convirtieron en las montañas de la noche. Los que morían llegaban a una tierra oscura, a una tierra seca.

—Yo he caminado por esa tierra —dijo Lebannen, en voz baja y sin intención de hablar—. No le tengo miedo a la muerte, pero a esa tierra sí.

Un silencio se instaló entre todos ellos.

—Cob, y Thorion —dijo el Maestro de Invocaciones con su voz dura y recia—, ellos intentaron derribar el muro. Traer la muerte nuevamente a la vida.

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