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Ursula Le Guin: En el otro viento

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Ursula Le Guin En el otro viento

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Al hechicero Aliso le aterra conciliar el sueño, pues hacerlo significa trasladarse a la tierra de los muertos para encontrarse con su esposa. Ella falleció muy joven y desea tanto regresar a él que lo besó a través del bajo muro de piedra que separa nuestro mundo de la Tierra Seca, donde la hierba está marchita, las estrellas, siempre quedas, y los amantes se cruzan sin reconocerse. Cada noche, los muertos atraen a Aliso hacia ellos para, a través de él, liberarse e invador Terramar. Desesperado, Aliso acude al antiguo Archimago Gavilán, quien le indica que parta a Havnor en busca de Tenar, Tehanu y el joven Rey Lebannen. Todos juntos e Irian, el dragón de ojos color ámbar capaz de transformarse en una mujer, viajarán al Bosquecillo Inmanente, en Roke, pues la incursión de los muertos no es el único peligro que amenaza Terramar: los dragones han regresado y, después de siglos de paz, reclaman lo que creen les pertenece… La célebre saga iniciada con Un Mago de Terramar continúa en esta conmovedora historia de poderosa belleza repleta de magia, amor y fantasía.

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Se acercaron el uno al otro y permanecieron allí cara a cara, y él le dijo a ella: —Hija de Kalessim, bienvenida a casa.

—Mi hermana está aquí conmigo, Azver —dijo Irían.

Él volvió su rostro, un rostro duro y de piel clara, un rostro kargo, pudo ver claramente Tenar, y miró a Tehanu directo a los ojos. Se acercó a ella. Se dejó caer sobre las rodillas ante ella. —¡Rama Gondun! —dijo, y una vez más—: Hija de Kalessin.

Tehanu se quedó inmóvil durante algunos instantes. Lentamente, extendió su mano hacia él, su mano derecha, la mano quemada, la garra. Él la cogió, inclinó la cabeza y la besó.

—Mi honor es haber sido tu profeta, Mujer de Gont —dijo él, con una especie de exultante ternura. Luego, levantándose, finalmente se dirigió a Lebannen, hizo su reverencia, y dijo—: Mi Rey, bienvenido.

—¡Es un placer para mí volver a verte, Maestro de las Formas! Pero traigo a una multitud a invadir tu soledad.

—Mi soledad ya está atestada —dijo el Maestro de las Formas—. Puede que unas cuantas almas con vida mantengan el equilibrio.

Sus ojos, de un color entre gris azulado y verde claro, miraron a todos aquellos que había a su alrededor. De repente, sonrió, una sonrisa de gran calidez, sorprendente en su duro rostro. —Pero si hay aquí mujeres de mi pueblo —dijo en kargo, y se acercó a Tenar y a Seserakh, quienes estaban una junto a la otra.

—Yo soy Tenar de Atuan… de Gont —dijo—. Y aquí conmigo está la Suprema Princesa de las Tierras de Kargad.

El Maestro de las Formas hizo una reverencia. Seserakh hizo su reverencia rígida, pero sus palabras salieron disparadas, tumultuosas, en kargo: —¡Oh, Señor Sacerdote, me alegro de que estés aquí! Si no fuera por mi amiga Tenar me hubiese vuelto loca, pensando que ya no quedaba nadie en el mundo que pudiera hablar como un ser humano excepto las idiotas mujeres que enviaron conmigo desde Awabath, pero estoy aprendiendo a hablar como ellos, y estoy aprendiendo a tener coraje, Tenar es mi amiga y mi maestra, ¡pero anoche rompí un tabú! ¡Rompí un tabú! ¡Oh, Señor Sacerdote, por favor dime qué debo hacer para repararlo! ¡Caminé por el Camino del Dragón!

—Pero si estabas a bordo del barco, princesa —dijo Tenar.

—Soñé —dijo Seserakh, impaciente.

—Pero el Señor Maestro de las Formas no es un sacerdote sino un, un mago… —añadió Tenar.

—Princesa —dijo Azver, el Maestro de las Formas—, creo que todos estamos caminando por el Camino del Dragón. Y todos los tabúes bien pueden ser quebrantados o rotos. No solamente en sueños. Hablaremos de esto más tarde, debajo de los árboles. No temas. Pero déjame saludar a mis amigos, ¿puede ser?

Seserakh asintió con la cabeza regiamente, y él se volvió para saludar a Aliso y a Ónix.

La princesa lo observaba. —Es un guerrero —le dijo a Tenar en kargo, con satisfacción—. No es un sacerdote. Los sacerdotes no tienen amigos.

Todos avanzaron lentamente hasta quedar bajo las sombras de los árboles.

Tenar levantó la vista para mirar las arcadas y las ojivas de ramas, las capas y las galerías de hojas. Vio robles y un gran árbol hemmen, pero la gran mayoría eran los árboles del Bosquecillo. Sus hojas ovaladas se movían fácilmente en el aire, como las hojas de álamo alpino o de álamo temblón; algunas se habían puesto amarillas, y había algo así como una apariencia moteada de dorado y de marrón en el suelo junto a sus raíces, aunque el follaje bajo la luz de la mañana era del color verde del verano, lleno de sombras y de profunda luz.

El Maestro de las Formas los condujo por un sendero entre los árboles. A medida que iban avanzando, Tenar volvía a pensar una y otra vez en Ged, recordando su voz cuando le hablaba de aquel lugar. Se sintió más cerca de él que nunca desde que ella y Tehanu lo habían dejado en el patio de entrada de su casa, a comienzos del verano, y habían caminado hasta el puerto de Gont para subirse al barco del Rey e ir hasta Havnor. Sabía que Ged había vivido allí con el antiguo Maestro de las Formas, y que había caminado por allí con Azver. Sabía que el Bosquecillo era para él el lugar central y sagrado, el corazón de paz. Sintió que podría levantar la mirada y verlo al final de uno de aquellos claros moteados por el sol. Y pensar eso le alivió el corazón.

Porque los sueños que había tenido la noche anterior la habían dejado preocupada, y cuando Seserakh estalló con su sueño de romper el tabú, Tenar se había asustado mucho. Ella también había roto un tabú en su sueño, había cometido una trasgresión. Había subido los últimos tres escalones del Trono Vacío, los escalones prohibidos. El Lugar de las Tumbas en Atuan estaba muy lejos en tiempo y distancia, y tal vez el terremoto no había dejado ni trono ni escalones allí, en el templo en el que le habían quitado el nombre: pero los Antiguos Poderes de la Tierra estaban allí, y estaban aquí. No habían cambiado ni se habían movido. Eran el terremoto, y la tierra. Su justicia no era la justicia del hombre. Mientras caminaba junto a la colina redonda, el Collado de Roke, supo que estaba caminando por el lugar en el que se reunían todos los poderes.

Los había desafiado, hacía mucho tiempo, escapándose de las Tumbas, robando el tesoro, huyendo hacia poniente. Pero ellos estaban aquí. Debajo de sus pies. En las raíces de aquellos árboles, en las raíces de la colina.

De la misma manera, allí en el centro, en donde se reunían los poderes de la tierra, los poderes humanos también se habían reunido: un rey, una princesa, los Maestros de la magia. Y los dragones.

Y una sacerdotisa-ladrona convertida en campesina, y un hechicero de aldea con un corazón roto…

Buscó a Aliso con la mirada. Iba caminando junto a Tehanu. Estaban hablando muy suavemente. Tehanu hablaba de más buena gana con él que con nadie, incluyendo a Irian, y parecía estar cómoda cuando estaba con él. Tenar se puso muy contenta de verlos así, y siguió caminando debajo de los grandes árboles, dejando que su conciencia se escurriera en un medio trance de luz verde y hojas en movimiento. Lo lamentó cuando, después de haber caminado sólo un poco, el Maestro de las Formas se detuvo. Sentía que podría caminar para siempre por el Bosquecillo.

Se reunieron en el claro cubierto de hierba, abierto al cielo en el centro, donde las ramas no llegaban a unirse. Un afluente del Riacho de Zuil atravesaba con sus aguas uno de los lados del claro, había sauces y alisos creciendo a lo largo de su curso. No muy lejos del arroyuelo, había una casa baja y redonda construida de piedra y terrones herbosos, con un cobertizo más alto contra su pared, hecho de juncos y de alfombrillas de cañavera tejida. —Mi palacio de invierno, mi palacio de verano —dijo Azver.

Tanto Ónix como Lebannen se quedaron mirando fijamente y muy sorprendidos aquellas pequeñas estructuras, e Irian dijo: —¡Nunca supe que tenías una casa!

—No la tenía —dijo el Maestro de las Formas—. Pero los huesos se ponen viejos.

Con tan sólo un par de viajes al barco a buscar y cargar algunas cosas, la casa quedó en seguida equipada con camas para las mujeres y el cobertizo para los hombres. Casi todo el día unos muchachos estuvieron yendo y viniendo a la linde del Bosquecillo con abundantes provisiones provenientes de las cocinas de la Casa Grande. Y casi al atardecer, los Maestros de Roke acudieron en respuesta a la invitación del Maestro de las Formas para reunirse con la comitiva del Rey.

—¿Es aquí donde se reúnen para escoger al nuevo Archimago? —le preguntó Tenar a Ónix, porque Ged le había hablado de aquel claro secreto.

Ónix negó con la cabeza. —Creo que no —dijo—. El Rey seguramente lo sabe, puesto que estuvo allí la última vez que se reunieron. Pero tal vez únicamente el Maestro de las Formas pueda decírtelo. Porque las cosas cambian en este bosque, ¿sabes?, «no siempre está donde está». Ni los caminos que lo atraviesan son siempre los mismos, creo.

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