Ursula Le Guin - En el otro viento

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En el otro viento: краткое содержание, описание и аннотация

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Al hechicero Aliso le aterra conciliar el sueño, pues hacerlo significa trasladarse a la tierra de los muertos para encontrarse con su esposa. Ella falleció muy joven y desea tanto regresar a él que lo besó a través del bajo muro de piedra que separa nuestro mundo de la Tierra Seca, donde la hierba está marchita, las estrellas, siempre quedas, y los amantes se cruzan sin reconocerse. Cada noche, los muertos atraen a Aliso hacia ellos para, a través de él, liberarse e invador Terramar.
Desesperado, Aliso acude al antiguo Archimago Gavilán, quien le indica que parta a Havnor en busca de Tenar, Tehanu y el joven Rey Lebannen. Todos juntos e Irian, el dragón de ojos color ámbar capaz de transformarse en una mujer, viajarán al Bosquecillo Inmanente, en Roke, pues la incursión de los muertos no es el único peligro que amenaza Terramar: los dragones han regresado y, después de siglos de paz, reclaman lo que creen les pertenece…
La célebre saga iniciada con Un Mago de Terramar continúa en esta conmovedora historia de poderosa belleza repleta de magia, amor y fantasía.

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No supo cómo explicarse, y juntó las manos de su «este» y de su «oeste», y Lebannen dijo: —¿En el medio?

—¡Ah! ¡Sí! ¡En el medio! —Rió por el placer de encontrar la palabra—. En el medio, ¡vosotros! ¡Gente hechicera! ¿Eh? Vosotros, gente del medio, hablar lengua hárdica pero también, además, quedan para hablar lengua Habla Antigua. Vosotros la aprendéis. Como yo aprendo hárdico, ¿eh? Aprender a hablar. Luego, luego, esto es lo malo. La cosa mala. Luego vosotros decir, en esa lengua de hechicería, en esa lengua de Habla Antigua, decir: Nosotros no morir. Y así es. Y se rompe el Vedurnan.

Sus ojos eran como un fuego azul. Después de un momento preguntó:

—¿Seyneha?

—No estoy seguro de estar entendiendo.

—Vosotros quedar vida. Vosotros quedar. Demasiado tiempo. Vosotros nunca dejar. Pero morir… —Desplegó las manos en un enorme gesto de apertura como si arrojara algo muy lejos, en el aire, sobre el agua.

Lebannen sacudió la cabeza con pesar.

—Ah —dijo ella. Pensó unos instantes, pero ninguna palabra salió de su boca. Dándose por vencida, movió sus manos con las palmas hacia abajo en una pantomima de renuncia—. Tengo aprender más palabras —dijo.

—Princesa, el Maestro de las Formas de Roke, el Maestro del Bosquecillo… —La miró buscando comprensión, y volvió a comenzar—. En la Isla de Roke, hay un hombre, un gran mago, que es kargo. Puedes decirle a él lo que me has dicho a mí… en tu propia lengua.

Ella escuchó atentamente y asintió con la cabeza. Luego dijo: —El amigo de Irian. De mi corazón hablaré con este hombre. —Se le iluminó la cara ante aquella idea.

Esto conmovió a Lebannen. Y dijo: —Siento mucho que te hayas sentido sola aquí, princesa.

Ella lo miró, atenta y luminosa, pero no respondió.

—Espero que, a medida que vaya pasando el tiempo, a medida que vayas aprendiendo el idioma…

—Aprendo rápido —dijo ella. Él no supo si se trataba de una declaración o de una predicción.

Estaban mirándose fijo a los ojos.

Ella volvió a su postura majestuosa y habló formalmente, tal como lo había hecho al principio: —Agradezco que haber escuchado a mí, Señor Rey. —Bajó suavemente la cabeza y se tapó los ojos como señal formal de respeto e hizo una vez más la reverencia con la rodilla doblada, diciendo alguna fórmula convencional en kargo.

—Por favor —dijo él—, dime lo que has dicho.

Ella hizo una pausa, dudó, pensó, y respondió: —Vuestros, vuestros, eh, ¿pequeños reyes?, ¡hijos! Hijos, vuestros hijos, dejar que sean dragones y reyes de dragones. ¿Eh? —En su rostro se dibujó una sonrisa radiante, dejó caer el velo sobre él, se apartó cuatro pasos, dio media vuelta y se alejó, ágil y con pie firme recorriendo toda la extensión del barco. Lebannen permaneció allí de pie, como si el relámpago de la noche anterior lo hubiera alcanzado finalmente.

CAPÍTULO V

La unión

La última noche de travesía fue tranquila, cálida, sin estrellas. El Delfín se movía con un balanceo largo y relajado sobre el terso oleaje hacia el Sur. Resultaba fácil dormir, y la gente durmió, y durmiendo soñó.

Aliso soñó con un pequeño animal que se acercaba en la oscuridad y le tocaba la mano. No podía ver qué era, y cuando estiraba la mano para tocarlo, había desaparecido, lo había perdido. Sintió una vez más el pequeño hocico aterciopelado tocándole la mano. Comenzó a despertarse, y el sueño se le escurrió, pero el agudo dolor de la pérdida se había instalado en su corazón.

En la litera que estaba debajo de la suya, Seppel soñaba que estaba en su propia casa en Ferao, en Paln, leyendo un antiguo libro de saber popular de la Época Oscura, contento con su trabajo; pero era interrumpido. Alguien quería verle. «Será tan sólo un minuto», se decía, e iba a hablar con quien le llamaba. Era una mujer; sus cabellos eran oscuros con un destello rojizo, su rostro era hermoso y estaba lleno de preocupaciones. —Tienes que enviármelo a míle decía—. Me lo enviarás, ¿verdad?

Y él pensaba: «No sé a quién se refiere, pero tengo que simular que sí lo sé», y entonces le respondía: —Eso no será fácil, ¿lo sabes, verdad? —En ese momento la mujer llevó su mano hacia atrás y él vio que llevaba una piedra en ella, una piedra pesada. Asustado, pensó que tendría intenciones de arrojársela o de golpearle con ella, y alejándose de ella, despertó en la oscuridad del camarote. Permaneció allí recostado, escuchando la respiración de los demás durmientes y el susurro del mar junto a los flancos del barco.

En su litera del otro lado del pequeño camarote, Ónix yacía sobre sus espaldas con la mirada fija y perdida en la oscuridad; pensaba que sus ojos estaban abiertos, pensaba que estaba despierto, pero pensaba que muchas finas y pequeñas cuerdas habían sido atadas alrededor de sus brazos y de sus piernas y de sus manos y de su cabeza, y que todas esas cuerdas se perdían en la oscuridad, sobre la tierra y el mar, sobre la curva del mundo: y las cuerdas tiraban de él, lo arrastraban, de manera que él y el barco en el que se encontraba y todos sus pasajeros estaban siendo atraídos suavemente, suavemente hasta el lugar en el que el mar se secaba, en donde el barco se encallaría silenciosamente sobre arenas invisibles. Pero él no podía hablar ni hacer nada, porque las cuerdas lo ataban y no le dejaban abrir la mandíbula, ni los párpados.

Lebannen había bajado al camarote para dormir un rato, ya que quería estar fresco al amanecer, cuando probablemente divisaran la Isla de Roke desde el barco. Se durmió rápida y profundamente, y sus sueños pasaban velozmente y cambiaban: una alta colina verde sobre el mar, una mujer que sonreía y, levantando su mano, le demostraba que podía hacer salir el sol, un demandante en su corte de justicia en Havnor por quien supo, para su horror y vergüenza, que la mitad de la gente del Reino se estaba muriendo de hambre en habitaciones cerradas con llave debajo de las casas, un niño que le gritaba: «¡Ven a mí!», pero él no podía encontrarlo. Mientras dormía, su mano derecha sujetaba la roca en la pequeña bolsa de amuleto que llevaba colgada del cuello, y la apretaba con fuerza.

En el camarote de cubierta sobre aquellos soñadores, soñaban las mujeres. Seserakh subía caminando las montañas, las hermosas y queridas montañas desiertas de su tierra. Pero caminaba por el camino prohibido, el camino del dragón. Los pies humanos no deben caminar por ese camino, ni siquiera deben atravesarlo. Sentía la tierra de aquel camino suave y cálida debajo de las plantas de sus pies desnudos, y aunque sabía que no debía caminar por allí, seguía haciéndolo, hasta que miraba hacia arriba y veía que las montañas no eran las que ella conocía, sino que eran negras, unos precipicios dentados a los que nunca podría subir. Pero tenía que hacerlo, tenía que subir a ellos.

Irian volaba jubilosa en el viento de tormenta, pero la tormenta enviaba lazos de relámpagos sobre sus alas, tirándola cada vez más y más hacia abajo, hasta las nubes, y mientras era empujada cada vez más y más cerca vio que no eran nubes sino rocas negras, una cordillera de montañas negras y dentadas. Se daba cuenta de que llevaba las alas atadas a los costados con cuerdas de relámpagos, y entonces se caía.

Tehanu se arrastraba a través de un túnel en las profundidades de la tierra. No había aire suficiente para respirar, y el túnel se hacía cada vez más estrecho a medida que ella iba avanzando. No podía volver atrás. Pero las brillantes raíces de los árboles, creciendo hacia abajo a través de la tierra dentro de aquel túnel, le ofrecían a veces asimientos con los que podía ayudarse para avanzar en la oscuridad.

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