Encontraron una mesa con una buena vista del bullicio y pidieron café au lait y las pastas fritas azucaradas por lasque tenía fama el establecimiento. Sour Billy probó una y el azúcar en polvo le cayó sobre la chaqueta y las mangas. Soltó una maldición en voz alta.
Damon Julian se echó a reír con unas carcajadas dulces como la luz de la luna.
—¡Ah, Billy!, qué divertido eres.
Sour Billy odiaba que se rieran de él más que cualquier otra cosa en el mundo, pero alzó la mirada hacia los ojos oscuros de Julian y se esforzó por sonreír.
—Sí, señor —dijo con un triste movimiento de cabeza.
Julian se comió su pasta con delicadeza, de modo que ni una pizca de azúcar manchó de blanco el magnífico gris oscuro de su traje, ni el brillo de su corbata escarlata. Cuando hubo terminado, bebió el café au lait mientras su mirada recorría el embarcadero y la multitud de paseantes que llenaba las calles.
—Ahí —dijo de repente—, esa mujer que está bajo el ciprés —los demás miraron en la dirección indicada—. ¿No es sorprendente?
Era una dama criolla, escoltada por dos caballeros de aspecto inquietante. Damon Julian se quedó mirándola como un colegial enamorado, con su pálido rostro sereno y sin arrugas, su cabello de delicados rizos oscuros y los ojos tristes y cargados de melancolía. Sin embargo, incluso al otro extremo de la mesa, Sour Billy podía sentir el calor de aquellos ojos, y tuvo miedo.
—Es exquisita —dijo Cynthia.
—Tiene el cabello de Valerie —añadió Armand.
—¿Vas a tomarla, Damon? —dijo Kurt con una sonrisa.
La mujer y sus compañeros se alejaron de ellos, paseando frente a una complicada verja de hierro forjado. Damon Julian los observó con aire pensativo.
—No —dijo al fin, volviendo los ojos a la mesa y apurando la taza—. La noche es demasiado joven, las calles están demasiado concurridas y yo me siento cansado. Quedémonos un rato más.
Armand tenía un aspecto abatido y nervioso. Julian le sonrió un instante, se inclinó hacia adelante y posó una mano en la manga de su compañero.
—Beberemos antes de que llegue el alba, Armand —le dijo—. Tienes mi palabra.
—Sé de un lugar —intervino Sour Billy con aire de conspirador—, una casa de auténtico lujo con bar, sillas de terciopelo rojo y buenas bebidas. Allí hay muchachas, todas hermosas. Se puede tener a una toda la noche por una pieza de oro de veinte dólares. Y por la mañana… Bueno —sonrió—, cuando encuentren lo que encuentren ya nos habremos ido. Eso será más barato que comprar negras de lujo, vaya que sí.
Los ojos oscuros de Damon Julian le observaron, divertidos.
—Billy hace que me sienta miserable —comentó a los demás— pero, ¿qué haríamos sin él? —Miró nuevamente a su alrededor, hastiado—. Debería venir a la ciudad más a menudo. Cuando uno está saciado, pierde de vista todos los demás placeres. Billy, ¿puedes notarlo? El aire está lleno de ello, ¿lo notas?
—¿El qué? —dijo Sour Billy.
—La vida, Billy —contestó Julian con una sonrisa de ironía. Billy se obligó a devolverle la sonrisa—. La vida, el amor y el deseo, la buena mesa y los buenos vinos, los grandes sueños y esperanzas. Todo eso flota a nuestro alrededor. Posibilidades —continuó con un fulgor en los ojos—. ¿Por qué debería perseguir a esa belleza que acaba de pasar, cuando hay tantas otras, tantas y tantas posibilidades? ¿Puedes responderme?
—Yo, señor Julian, yo no…
—No, Sour Billy. Tú no, ¿verdad?—se rió Julian—. Mis caprichos significan la vida o la muerte para todo ese ganado, Billy. Si quieres llegar a ser uno de los nuestros, debes comprender estas cosas. Yo soy placer, Billy. Soy poder. Y la esencia de lo que soy, del poder y del placer, se basa en las posibilidades. Mis posibilidades son vastas, no tienen límite, igual que no lo tienen nuestras vidas. En cambio, yo soy el límite para toda esta gente, este ganado, pues yo soy el final de sus esperanzas y de sus posibilidades. ¿Empiezas a comprender? Apagar la sed roja no es nada, para eso sirve cualquier viejo negro a punto de morir. En cambio, cuánto mayor placer hay en los jóvenes, los ricos, los bellos, esos que tienen la vida ante sí, cuyos días y noches refulgen y brillan llenos de promesas. La sangre es sólo sangre, cualquier animal sirve para proporcionarla, cualquiera.
Hizo un gesto lánguido para abarcar a los marineros del embarcadero, a los negros cargados de bultos y a los tipos ricamente vestidos del Vieux Carré.
—No es la sangre lo que ennoblece, lo que le convierte a uno en maestro. Es la vida, Billy. Bebe sus vidas y la tuya se hará más larga. Come su carne y te pondrás más fuerte. Devora su belleza y serás más hermoso.
Sour Billy Tipton le escuchó con atención. Rara vez la había visto tan extrovertido. Sentado en la oscuridad de la biblioteca, Julian solía ser brusco y temible. Fuera de allí, de nuevo en el mundo exterior, brillaba, recordándole a Sour Billy lo que había sido cuando llegó por primera vez, con Charles Garoux, a la plantación donde Billy era capataz. Se lo comentó a Julian, y éste asintió.
—Sí —dijo—, la plantación es un lugar seguro, pero en la seguridad y la saciedad está el peligro.
Al sonreír, mostró sus blancos dientes. Luego musitó:
—Charles Garoux… ¡Ah, cuántas posibilidades tenía ese joven! Era hermoso a su modo, fuerte y sano. Un purasangre, adorado por todas las damas, admirado por los demás hombres. Hasta los negros querían al amo Charles. ¡Hubiera tenido una vida tan espléndida! También su carácter era abierto, y era fácil hacerse amigo suyo, ganarse su inamovible confianza con sólo apartar de él al pobre Kurt —se interrumpió con una carcajada—. Y luego, una vez me introdujo en su casa, fue más fácil todavía llegar hasta él cada noche y sangrarlo poco a poco, de modo que pareciera haber enfermado, hasta morir. Una vez, se despertó mientras yo estaba en la habitación y creyó que había acudido a consolarle. Yo me incliné sobre su lecho y él alzó los brazos y me abrazó, y yo bebí y bebí. ¡Ah, qué dulzura la de Charles, tan bello y tan fuerte!
—Su padre estaba desesperado cuando se dio cuenta de que se iba a morir —añadió Sour Billy.
Personalmente él se había alegrado. Charles Garoux siempre le estaba diciendo a su padre que Billy era demasiado duro con los negros, e intentaba que lo despidieran. Como si siendo blando se pudiera conseguir que un negro trabaje.
—Sí, el viejo Garoux quedó destrozado —asintió Julian—. ¡Qué afortunado fue de que yo estuviera allí para ayudarle a soportar su dolor! El mejor amigo de su hijo… Cuántas veces me dijo después, mientras guardábamos luto por Charles, que me había convertido en un cuarto hijo.
Sour Billy lo recordaba bien. Julian había llevado el asunto a la perfección. Los hijos más jóvenes habían desamparado a su padre; Jean Pierre era un borracho empedernido y Philip un debilucho que lloró como una mujer en el funeral de su hermano. En cambio, Damon Julian había sido una torre de fortaleza varonil. Habían enterrado a Charles en la parte trasera de la plantación, en el cementerio familiar. En aquel lugar, la tierra era tan húmeda que le habían tenido que enterrar en un gran mausoleo de mármol con una victoria alada encima. Allí estaría cómodo y frío incluso en el calor de pleno agosto. Sour Billy había acudido a la tumba muchas veces durante aquellos años para beber, y orinarse sobre el ataúd de Charles. Una vez, había llevado hasta allí a una muchacha negra y la había azotado antes de poseerla tres o cuatro veces, sólo para que el fantasma de Charles pudiera ver cómo había que tratar a los negros.
Sour Billy recordó que Charles sólo había sido el principio. Seis meses después, Jean Pierre salió para la ciudad a jugar y acostarse con alguna prostituta, y jamás regresó. No mucho después, el pobre Philip resultó devorado por algún animal salvaje en los bosques. El viejo Garoux quedó muy afectado entonces, pero allí estaba Damon Julian, a su lado, para ayudarle en el mal trago. Por último, Garoux le adoptó y escribió un nuevo testamento dejándoselo todo.
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