George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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Sin embargo, York también hizo que el barco se retrasara. Por órdenes suyas, se realizaron seis paradas más, una en Greenville, otra en un embarcadero privado de Tennessee, dos en pequeñas poblaciones y dos más en unos puestos de leña. En un par de ocasiones, desapareció durante toda la noche En Memphis, York no tuvo que resolver nada en tierra, pero en todos los demás lugares hizo uso de sus prerrogativas de forma casi intolerable. Cuando atracaron en Helena, pasó toda la noche fuera, y en Napoleon les hizo perder tres días, con Simon, dedicándose a Dios sabía qué. En Vicksburg todavía fue peor; pasaron allí cuatro noches antes de que Joshua York regresara al fin al Sueño del Fevre .

El día que zarparon de Memphis, la puesta de sol fue especialmente hermosa. Los dispersos retazos de niebla adquirieron un tono anaranjado y las nubes del oeste tomaron un color rojo vívido y fiero, hasta que todo el firmamento pareció incendiarse. Sin embargo, Abner Marsh, de pie en la cubierta superior, sólo tenía ojos para el río. No había más vapores a la vista. El agua delante de ellos estaba en calma; aquí, el viento levantaba un pequeño oleaje, y allá, la corriente se deslizaba alrededor de los restos terriblemente oscuros de un árbol caído arrastrado desde la orilla, pero en general el viejo diablo estaba tranquilo. Al ponerse el sol, las aguas enfangadas adquirieron un tono rojizo, un tono que se hizo más y más intenso y oscuro hasta que el Sueño del Fevre pareció avanzar sobre un río de sangre. Luego el sol se ocultó tras los árboles y las nubes y, poco a poco, la sangre fue oscureciéndose, hasta tomar el color marrón de la sangre seca, y al fin llegó al negro, negro de muerto, negro de sepultura. Marsh contempló cómo se desvanecía el último remolino carmesí. Aquella noche no salieron las estrellas, y Marsh bajó a cenar con sangre en su mente.

Ya habían transcurrido días desde que dejaron Nueva Madrid, y Abner Marsh no había hecho nada, ni dicho nada. Pero había estado acumulando una gran cantidad de reflexiones sobre lo que había visto, o sobre lo que no había visto, en el camarote de Joshua. Naturalmente, no podía estar seguro de haber llegado a percibir una imagen concreta. Además, aunque así fuera… Quizás Joshua se había cortado en los bosques. Pero Marsh se había fijado muy bien en las manos de York la noche siguiente y no había apreciado rastros de cortes o arañazos. Quizás había matado algún animal, o había tenido que defenderse de unos ladrones. Había una docena de buenas razones, pero todas ellas resultaban inconsistentes ante el silencio de Joshua. Si éste no tenía nada que ocultar, ¿por qué se mostraba tan reservado? Cuanto más pensaba Abner Marsh en todo aquello, menos le gustaba.

Marsh había visto bastante sangre en su vida. Más bien demasiada: peleas, latigazos, duelos y enfrentamientos con armas. El río atravesaba territorio de esclavos, y allí la sangre de quienes tenían la piel negra corría con facilidad. Los estados sin esclavos no eran mucho mejores. Marsh había estado en la sangrienta Kansas durante una temporada y había visto quemar y fusilar a muchos hombres. De joven, había servido en la milicia de Illinois, y estado en la guerra con Halcón Negro. Todavía soñaba a veces con la batalla de Bad Axe, donde habían acabado con la gente de Halcón Negro, mujeres y niños incluidos, mientras trataban de cruzar el Mississippi para buscar la seguridad de la ribera occidental. Aquél había sido un día sangriento, pero necesario, pues Halcón Negro había arrasado y asolado todo Illinois.

En cambio, la sangre que pudiera o no haber habido en las manos de Joshua era algo distinto que tenía a Marsh inquieto, nervioso.

Sin embargo, se dijo Marsh, habían llegado a un acuerdo. Y un trato siempre era un trato, y todo hombre debía cumplirlos, para bien o para mal, los hiciera con un presidiario, con un tahúr o con el mismísimo diablo. Joshua York había mencionado que tenía enemigos, recordaba Marsh, y los arreglos de un hombre con sus enemigos eran asunto suyos. York había sido bastante sincero con Marsh.

Marsh llegó a esta conclusión y, seguidamente, intentó quitarse de la cabeza todo el asunto.

Sin embargo, el Mississippi se volvía sangre, y también sus sueños eran sangrientos. A bordo del Sueño del Fevre el ambiente se hacía cada vez más tenso y sombrío. Un fogonero se descuidó y el vapor le produjo quemaduras, por lo que tuvieron que bajarle a tierra en Napoleon. Un estibador se marchó en Vicksburg, lo cual era una tontería, pues aquél era territorio de esclavos, y él un emancipado. Entre los pasajeros de cubierta empezaron las reyertas. Jeffers lo achacaba al aburrimiento y al calor húmedo, sofocante y denso del mes de agosto. La escoria se vuelve loca cuando llega el calor, le apoyó Hairy Mike. Abner Marsh no estaba muy seguro. Casi parecía que eran objeto de un castigo.

Pasaron Missouri y Tennessee y Marsh se corroía. Las ciudades, pueblos y puestos de leña se sucedían unos a otros, los días se transformaron en semanas angustiosamente lentas y las ausencias de York les hicieron perder pasajeros y carga. Marsh bajó a tierra, a los bares y hoteles frecuentados por los marineros del río, y escuchó, y no le gustó nada lo que oyó respecto a su barco. Según alguien, pese a todas sus calderas, el Sueño del Fevre era demasiado grande y pesado, y bastante lento. Otro rumor afirmaba que tenían problemas con los motores, y que fácilmente podía producirse la explosión de alguna caldera. Ese rumor era muy perjudicial, pues las explosiones de calderas eran uno de los accidentes más temidos. El primer oficial de un barco de Nueva Orleans le dijo a Marsh, en Vicksburg, que el Sueño del Fevre parecía bastante bueno, pero que su capitán era un tipo de la parte norte del río que no tenía el valor suficiente para aprovechar sus posibilidades. Marsh de poco le rompe la cabeza al individuo. También se hablaba de York, de él y de sus extraños amigos, y de sus costumbres. El Sueño del Fevre estaba empezando a hacerse una cierta reputación, desde luego, pero no del tipo que Abner Marsh había previsto.

Cuando se acercaban a Natchez, Marsh ya había llegado al límite.

El cielo empezaba a oscurecerse cuando avistaron a Natchez en la distancia, unas cuantas luces brillando en la tarde ya rojiza y unas sombras cada vez más alargadas por el oeste. Había sido un buen día, a pesar del calor. Habían hecho el mejor tiempo desde que salieran de Cairo. El río tenía una pátina dorada y el sol brillaba sobre su superficie dándole aspecto de cobre bruñido, meciéndose y bailando cuando el viento soplaba sobre el agua. Marsh se había acostado por la tarde, un tanto afectado por el clima, pero salió en seguida del camarote al escuchar el sonido de la sirena en respuesta a la llamada de otro vapor que venía hacia ellos, alto y grácil. Era una conversación entre dos barcos, uno río arriba y otro río abajo, para decidir cuál pasaría por la derecha y cuál por la izquierda cuando se cruzaran. Era algo normal, que se repetía una docena de veces cada día, pero había algo en la sirena del otro barco que llamó la atención de Marsh, que le arrancó de sus sudadas sábanas y le hizo salir a la cubierta principal justo a tiempo de verlo pasar: Era el Eclipse , rápido y altivo, con su anagrama brillante entre las chimeneas reluciendo al sol, sus pasajeros agolpados en las cubiertas y su humareda espesa y poderosa. Marsh contempló el barco que se alejaba río arriba hasta que sólo se divisó de él su humareda, con una extraña sequedad en la garganta.

Cuando el Eclipse se hubo desvanecido como se desvanecen los sueños por la mañana, Marsh se volvió y miró hacia Natchez, muy próxima ya. Escuchó las campanas que indicaban la señal del próximo amarre y la sirena que volvía a sonar.

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