George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—¿Me está pidiendo que incumpla la orden?

—No —respondió precipitadamente Abner. Pensó que York debería haberle advertido, pero el pacto que mantenían le daba a Joshua el derecho de impartir las órdenes más excéntricas—. ¿Sabe cuánto tiempo tenemos que permanecer aquí?

—He oído que York tiene asuntos que atender en tierra y, si no se levanta hasta que oscurece, tendremos que quedarnos todo el día.

—Demonios. Nuestro plan de horario… Los pasajeros no pararán de hacernos preguntas molestas —murmuró Marsh frunciendo el ceño—. Bueno, supongo que no hay nada que hacer. Aprovechemos para cargar un poco más de leña, ya que estamos aquí. Me encargaré de ello.

Marsh llegó a un trato con el muchacho que se ocupaba del puesto de leña, un esbelto negro vestido con una delgada camiseta de algodón. El muchacho no tenía idea de regatear; Marsh le sacó madera de haya al precio de otra muy inferior, y además le obligó a añadir algunos troncos de pino. Mientras llegaban los estibadores para transportarla a bordo, Marsh se quedó mirando al negro con el rabillo del ojo, sonrió y le dijo:

—Tú eres nuevo en esto, ¿verdad?

—Sí, capitán —asintió el muchacho. Marsh asintió a su vez, e iniciaba ya el regreso al vapor cuando el muchacho añadió—: Sólo llevo una semana aquí, capitán. El anciano blanco que estaba al cuidado de esto murió devorado por los lobos.

Marsh miró de frente al muchacho.

—Estamos sólo a unos tres kilómetros al norte de Nueva Madrid, ¿no es eso, muchacho?

—Sí, capitán.

De vuelta en el Sueño del Fevre , Abner Marsh se sintió muy agitado. Aquel maldito Joshua York, se dijo. ¿Qué se proponía y por qué tenían que perder toda una jornada en aquel estúpido puesto de leña? Marsh tenía la suficiente memoria como para no volver a irrumpir en el camarote de York y empezar a discutir con él. Le pasó la idea por la cabeza un instante y luego la desechó. No era asunto suyo, se obligó a aceptar Marsh. Se dispuso, pues, a continuar esperando.

Las horas transcurrieron con lentitud mientras el Sueño del Fevre se mecía suavemente en las aguas, frente al pequeño embarcadero. Una docena de vapores pasó sin esfuerzo río abajo, para desesperación de Abner Marsh. Otra cantidad semejante pasó con esfuerzo río arriba. Una breve pelea a navajazos entre dos pasajeros de cubierta, en la que nadie resultó herido, proporcionó los momentos de máximo entretenimiento de la jornada. La mayor parte del pasaje y la tripulación del barco holgazaneaba en las cubiertas, con las sillas colocadas hacia el sol, fumando y mascando o discutiendo de política. Jeffers y Albright jugaron una partida de ajedrez en la cabina del piloto, Framm relató sus historias en el gran salón. Algunas mujeres empezaron a hablar de organizar un baile. Y Abner Marsh se fue impacientando cada vez más.

Al anochecer. Marsh estaba sentado en el porche de la cubierta superior, bebiendo café y ahuyentando mosquitos, cuando se le ocurrió mirar hacia la orilla a tiempo de ver a Joshua York abandonando el barco. Con él iba Simon. Ambos se detuvieron en la cabaña y cambiaron cuatro palabras con el muchacho encargado de la leña, esfumándose luego por un camino enfangado y lleno de raíces que se internaba en el bosque.

—¡Pero bueno! —exclamó Marsh, levantándose—. Se van sin decir adiós, ni cuándo volverán —frunció el ceño—. Así que tampoco cenaremos…

Sin embargo, estas palabras le recordaron que estaba hambriento y se encaminó a la cabina principal para comer algo.

Llegó la noche y el pasaje y la tripulación se pusieron aún más nerviosos. En el bar se bebía mucho. Un plantador empezó a organizar un juego de naipes, y otros empezaron a cantar. Un joven muy estirado recibió un golpe por haberse mostrado a favor de la abolición de la esclavitud.

Cerca de medianoche, Simon regresó solo. Abner Marsh estaba en el salón cuando Hairy Mike le dio unos golpecitos en el hombro; Marsh había dado orden de que le avisaran en cuanto regresara York.

—Haga que suban los marineros y dígale a Whitey que prepare el vapor —le dijo al sobrecargo—. Tenemos que recuperar muchas horas.

Tras esto, se encaminó a ver a York. Sin embargo, York no había regresado.

—Joshua desea que siga usted adelante —le informó Simon—. El viajará por tierra y se reunirá con usted en Nueva Madrid. Aguárdele allí.

Las irritadas preguntas de Abner no consiguieron sacarle nada más; Simón se limitó a fijar en Marsh sus ojos pequeños y fríos y repitió el mensaje de que el Sueño del Fevre esperara a York en Nueva Madrid.

En cuanto hubo suficiente vapor, el viaje se reanudó con tranquilidad durante el breve trayecto. Nueva Madrid estaba a escasa distancia río abajo de donde habían permanecido fondeadas el día entero. Marsh se despidió contento del desolado lugar mientras avanzaban en la oscuridad de la noche.

—Maldito Joshua… —murmuró.

En Nueva Madrid, perdieron casi dos días enteros.

—Está muerto —fue la opinión de Jonathon Jeffers cuando ya llevaban día y medio fondeados. Nueva Madrid tenía hoteles, salones de billar, iglesias y lugares de recreo, inexistentes en los puestos de leña, por lo que el tiempo que pasaron allí no resultó tan aburrido. Sin embargo, todo el mundo estaba ansioso por reanudar la marcha. Media docena de pasajeros, impacientes con el retraso ante el magnífico tiempo que hacía, lo bien que parecía funcionar el barco y el elevado precio que habían tenido que pagar, acudieron a Marsh y le exigieron que les devolvieran el importe del pasaje. Marsh se negó, indignado, pero aun así estaba furioso y no cesaba de preguntarse en voz alta dónde diablos se habría metido aquel Joshua York.

—No está muerto —repetía—. Y con eso no quiero decir que no vaya a desear estarlo cuando lo tenga en mis manos; pero de momento no está muerto.

Detrás de sus gafas de montura de oro, Jeffers enarcó las cejas.

—¿No? ¿Cómo puede estar seguro, capitán? Estaba solo y atravesaba a pie y de noche esos bosques. Por ahí merodean muchos canallas, y también muchos animales. Me parece haber oído que durante los últimos años se han producido varias muertes en los alrededores de Nueva Madrid.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó Marsh, encarándose con él—. ¿Qué sabe usted de eso?

—Bueno, leo los periódicos… —contestó Jeffers. Marsh se quedó pensativo.

—Eso no quiere decir nada. York no está muerto, lo sé. Podría jurarlo.

—¿Se ha perdido, entonces?—apuntó Jeffers con una fría sonrisa—. ¿Quiere que organicemos una partida y salgamos en su busca, capitán?

—Lo pensaré —contestó Marsh.

Sin embargo, no fue necesario. Aquella noche, una hora después de ponerse el sol, Joshua York apareció caminando por el embarcadero. No tenía el aspecto de un hombre que hubiera pasado dos días fuera, perdido en los bosques. Llevaba las botas y las perneras de los pantalones llenas de polvo pero el resto de sus ropas parecían tan elegantes y limpias como la noche en que había desaparecido. Su paso era apresurado, pero elegante. Subió al barco y sonrió al ver a Jack Ely, el segundo maquinista.

—Busque a Whitey y dígale que prepare el vapor —le dijo—. Nos vamos.

Después, antes de que nadie pudiera preguntarle nada, se encaminó a toda prisa a la escalinata principal.

Marsh, pese a su furia e inquietud, se sintió notablemente aliviado ante el regreso de Joshua.

—Vamos, haga sonar esa maldita campana para que todos los que han bajado a tierra sepan que vamos a zarpar —le dijo a Hairy Mike—. Quiero que estemos en el río lo antes posible.

York estaba ya en su camarote, lavándose las manos en la jofaina de agua situada sobre la cómoda.

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