George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—Abner —dijo en tono educado cuando Marsh irrumpió tras unos breves y furiosos golpes en la puerta—. ¿Cree que causaré muchas molestias a Toby si le pido que me prepare algo de cenar a estas horas?

—Antes, le molestaré yo a usted preguntándole a qué se ha debido esta pérdida de tiempo —rugió Marsh—. Maldita sea, Joshua, ya sé que dijo que haría cosas extrañas, pero dos días sin aparecer es demasiado. Así no hay manera de llevar bien un vapor de línea, ¿comprende?

York terminó de secarse meticulosamente sus manos largas y blancas y se volvió.

—Era muy importante. Y le advierto que puedo volver a hacerlo. Tendrá que acostumbrarse a mi manera de actuar, Abner, y procurar no hacerme muchas preguntas.

—Tenemos carga que entregar, y pasajeros que han pagado un billete para llegar a su lugar de destino, y no para pasarse días vagando por la ciudad. ¿Qué he de decirles, Joshua?

—Dígales lo que usted quiera. Tiene usted ingenio, Abner. Escuche, yo puse el dinero en nuestra sociedad ahora, espero que usted ponga las excusas —hablaba en un tono de voz cordial, pero firme—. Si le sirve de consuelo, le diré que este primer viaje es el peor. En el futuro, creo que podré prever algunas de estas misteriosas excursiones. Ya verá cómo consigue esa carrera definitiva sin problemas por mi parte —añadió con una sonrisa—. Espero que se sienta satisfecho con esto. Refrene su impaciencia, amigo mío. Acabaremos por llegar a Nueva Orleans, y todo será más sencillo ¿Puede usted aceptar lo que le digo, Abner? ¿Abner? Sucede algo?

Abner Marsh había estado con la vista muy aguzada, aunque casi sin atender a las palabras de York. Pensó que la expresión de su rostro debía ser bastante extraña.

—No —respondió con presteza—, sólo que hemos perdido dos días, nada más. Pero no importa, no importa en absoluto. Lo que usted diga, Joshua.

York asintió, con gesto satisfecho.

—Voy a cambiarme de ropa y molestaré a Toby para que me haga algo de comer; después subiré a la cabina del piloto para aprender más sobre su río. ¿Quién tiene la guardia nocturna?

—El señor Framm —dijo Marsh.

—Bien —murmuró York—. Karl es un individuo muy divertido.

—Sí que lo es —contestó Marsh—. Perdóneme, Joshua, tengo que bajar a revisarlo todo si queremos partir esta misma noche.

Se dio la vuelta bruscamente y abandonó el camarote. Sin embargo, una vez fuera, al calor de la noche, Abner Marsh se apoyó pesadamente en su bastón y contempló la oscuridad punteada de estrellas, intentando evocar con detalle lo que le había parecido ver en el interior del camarote.

Si su vista hubiera sido más aguda. Si York hubiera encendido las dos lámparas de aceite, en lugar de una sola. Si se hubiera atrevido a acercarse un poco más. Desde la distancia a que se hallaba de la cómoda, le era imposible precisar. Con todo, Marsh no podía quitarse de la cabeza que la toalla en que se había secado las manos su socio estaba llena de manchas. Manchas oscuras, rojizas. Manchas que, maldita sea, tenían todo el aspecto de ser sangre.

CAPITULO NUEVE

A bordo del vapor SUEÑO DEL FEVRE ,
río Mississippi,
agosto de 1857

Los días se sucedieron, tediosos, mientras el Sueño del Fevre se deslizaba Mississippi abajo.

Un vapor rápido podía hacer el recorrido de San Luis a Nueva Orleans y regreso en unos veintiocho días, contando las paradas intermedias, en las que se perdía una semana o más en los muelles para cargar y descargar mercaderías, y sumando incluso algunos posibles días de mal tiempo. Sin embargo, al paso que llevaba el Sueño del Fevre , iba a tardar más de un mes sólo el trayecto de ida. A Abner Marsh le parecía como si el río, el tiempo y Joshua York se hubieran confabulado para retrasarlo. La niebla cayó sobre las aguas durante dos días, espesa y gris como algodón sucio. Dan Albright avanzó entre ella durante unas seis horas, manejando con cautela el vapor entre sólidos y móviles muros de niebla que se apartaban y dejaban un camino abierto tras el vapor, convirtiendo a Marsh en un manojo de nervios. Si por él hubiera sido, hubieran atracado en el mismo momento en que la niebla se cerró sobre el río antes que arriesgar el Sueño del Fevre , pero en el río era él piloto quien decidía estas cosas y no el capitán, y Albright había insistido en seguir. Sin embargo, al final, la niebla se hizo demasiado densa incluso para él, y perdieron un día y medio en un varadero cerca de Menphis, contemplando el paso del agua enlodada y escuchando chapoteos lejanos. En una ocasión, se acercó una balsa con un incendio en la cubierta, y oyeron a sus tripulantes llamarles con unos gritos vagos y difusos que resonaron por el río antes de que el gris engullera a la balsa y los sonidos al mismo tiempo.

Cuando la niebla se levantó lo suficiente para que Karl Framm juzgara seguro volver a navegar, consiguieron avanzar menos de una hora a buen ritmo antes de topar con un banco de arena, debido a que Framm había intentado colarse por un atajo poco conocido para recuperar algún tiempo. Los marineros de cubierta, los fogoneros y los estibadores se repartieron por la orilla, bajo la supervisión de Hairy Mike, y tiraron del vapor para arrancarlo de la arena, pero el proceso llevó más de tres horas, y después tuvieron que avanzar con precauciones, con Albright delante, en la yola, sondeando el fondo. Por fin salieron de la zona peligrosa y volvieron a las aguas tranquilas, pero no acabaron ahí sus dificultades. Tres días después hubo una tormenta y en más de una ocasión el barco hubo de seguir el camino más largo en los recodos del río debido a obstáculos o aguas poco profundas en los atajos, o tuvo que avanzar a marcha lenta, con las palas casi inmóviles, mientras el piloto libre de servicio, junto con un oficial y varios marineros, se adelantaba con la yola para realizar las mediciones y gritar los resultados: “Una cuarta y dos”, “una cuarta menos tres”, “marca tres”. Las noches eran negras y encapotadas cuando no estaban llenas de niebla. Cuando el barco se movía, lo hacía con precaución, a un cuarto de velocidad o menos, sin que se permitiera ni fumar en la cabina del piloto y con todas las ventanas cuidadosamente cerradas y cubiertas con las cortinas para que las luces del barco no estorbaran la visión del río al timonel. Las orillas parecían bajas y desoladas durante aquellas noches, y les rodeaban como cadáveres inquietos, cambiando aquí y allá de modo que no se podía discernir con exactitud dónde había aguas profundas, o siquiera dónde terminaban las aguas y empezaba tierra firme. El río estaba oscuro como un pecado, sin luna ni estrellas sobre él. Algunas noches, incluso resultaba difícil apreciar el “halcón nocturno”, como denominaban al aparato situado a media altura en el mástil de la bandera que servía al piloto para situar con precisión las marcas de la ribera que utilizaban para guiarse. Sin embargo, Framm y Albright, aunque muy diferentes entre sí, eran ambos excelentes pilotos y mantuvieron al Sueño del Fevre en movimiento siempre que fue posible. Las ocasiones en que permanecían fondeados eran momentos en los que nada en absoluto se movía en el río, salvo troncos y almadías y un puñado de barcos de fondo plano y vapores de pequeño tamaño que apenas transportaban nada.

Joshua York les ayudó bastante; todas las noches subía a la cabina del piloto y pasaba allí las horas como un buen aprendiz.

—Acabo de decirle que en una noche como ésta no puedo enseñarle nada —le comentó en cierta ocasión Framm a Marsh durante la cena—. Yo no puedo enseñarle las marcas cuando casi no las veo, ¿no cree? Pues bien, ese hombre tiene los ojos más agudos que he visto nunca para escrutar la oscuridad. Hay veces que juraría que puede ver a través del agua, y que no le importa en absoluto lo negra que esté. Lo he tenido junto a mí y he ido diciéndole cuáles son las marcas que me guían desde la orilla, y nueve veces de cada diez las ha visto él antes que yo. Anoche creo que hubiera metido el barco en otro banco de arena de no haber sido por Joshua.

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