George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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Joshua York se desabrochó los botones de su abrigo gris oscuro. Llevaba un cinturón monedero. Sacó una pieza de oro de veinte dólares y la colocó sobre la estufa; el oro relució suavemente contra el hierro negro.

—Veinte —dijo York. Puso otra moneda de oro sobre la anterior—. Cuarenta —dijo. Y una tercera—. Sesenta.

Cuando la cuenta llegó a trescientos, York volvió a abrocharse el abrigo.

—Me temo que eso es todo lo que llevaba encima, señor Framm, pero le aseguro que no estoy escaso de recursos. Fijemos la cantidad en setecientos dólares para usted, y otra cantidad igual para el señor Albright, si ambos acceden a instruirme en los rudimentos del pilotáje, y si le refrescan al capitán Marsh sus conocimientos para que también pueda pilotar su propio barco. El dinero lo pagaría de inmediato, no a partir de futuros salarios. ¿Qué me dice?

Marsh pensó que Framm había reaccionado con extrema frialdad a la proposición. Aspiró la pipa un instante, pensativo, como si estuviera considerando la propuesta, y por último tendió la mano y tomó las monedas de oro.

—No puedo hablar por el señor Albright pero, por lo que a mí respecta siempre me ha atraído el color del oro. Está bien, le enseñaré. ¿Qué le parece si viene mañana, durante el día, al principio de mi turno?

—Esa será una buena hora para el capitán Marsh —dijo York—, pero yo prefiero empezar inmediatamente.

—Diablos —dijo Framm, mirando a su alrededor— ¿Es que no lo ve? Es de noche… Jody lleva ya un año aprendiendo conmigo, y sólo hace un mes que le dejo llevar el timón de noche. Pilotar de noche nunca es fácil. No —insistió en tono firme—. Primero le enseñaré de día, cuando uno puede ver por dónde pasa.

—Aprenderé de noche. Yo llevo un horario bastante extraño, señor Framm, pero no tiene de qué preocuparse. Tengo una excelente visión nocturna, mucho mejor que la suya, sospecho.

El piloto desplegó sus largas piernas, se puso en pie, avanzó unos pasos y tomó la rueda del timón.

—Ve abajo, Jody —le dijo a su aprendiz. Cuando el joven se hubo marchado, prosiguió—: No hay nadie que vea lo suficiente para atravesar un tramo difícil del río en la oscuridad.

Se quedó de espaldas a ellos, concentrado en las negras aguas rieladas de estrellas que tenía delante. Río arriba, a lo lejos, se veían las luces de otro vapor.

—Hoy hace una buena noche, muy clara y sin nubes, con una media luna decente y mucha calma en el río. Mire esas aguas de ahí delante. Son como un cristal negro. Mire las orillas. Resulta fácil saber dónde están, ¿verdad?

—Sí —contestó York. Marsh, sonriente, no dijo nada.

—Bien —continuó Framm—, no siempre es así. A veces no hay luna y las nubes lo cubren todo. Entonces, la oscuridad se hace terrible. Cuando sucede esto nadie puede ver nada. Las orillas se difuminan hasta el punto de que es imposible saber dónde están, y si uno no domina lo que está haciendo es muy fácil encallar contra ellas. Otras veces, las sombras forman unas siluetas que parecen tierra firme, y uno debe saber cuándo son una cosa u otra, pues de lo contrario puede perderse media noche evitando algo que no existe en realidad. ¿Cómo supone usted que un piloto llega a conocer estas cosas, capitán York?—Framm no le dio tiempo a contestar. Se llevó el dedo a la sien y continuó—: De memoria, naturalmente. Uno observa el maldito río durante el día y lo aprende de memoria, todo él, cada curva y cada casa de la ribera, cada puesto de leña, los puntos donde el curso es profundo y donde no lo es, y por donde debe pasar. Uno pilota un vapor con lo que sabe, capitán York, y no con lo que ve. Pero para conocerlo es necesario verlo primero, y uno no puede ver bien en plena noche.

—Eso es cierto, Joshua —asintió Abner Marsh, colocando una mano sobre el hombro de York. Este habló entonces en tono tranquilo.

—Ese barco de ahí delante es un vapor de palas laterales, con lo que parece ser una gran K adornada entre las chimeneas y una cabina de pilotaje de techo curvo. Ahora mismo pasa ante un puesto de leña. Ahí hay un viejo muelle medio podrido en cuyo extremo está sentado un negro, contemplando el río.

Marsh había quitado la mano del hombro de York y avanzó hacia la ventana, oteando el exterior. El otro barco quedaba todavía a mucha distancia. Llegaba a apreciar que se trataba de un vapor con palas laterales, efectivamente, pero aquel adorno entre las chimeneas… Estas eran negras contra un cielo negro; apenas podía distinguirlas, a no ser por las chispas que surgían de ellas.

—Maldita sea —dijo.

Framm se quedó mirando a York con la sorpresa en los ojos.

—Yo no podría distinguir ni la mitad de lo que dice —murmuró—, pero creo que tiene razón.

Poco después, el Sueño del Fevre pasaba ante el puesto de leña y allí estaba el negro, tal como York había dicho.

—Está fumando en pipa —dijo Framm con una sonrisa—. Se le olvidó mencionarlo.

—Lo siento —contestó Joshua York.

—Bien, bien —dijo Framm, pensativo. Mordisqueó la pipa, con los ojos puestos en el río, y continuó—: Desde luego que tiene usted una vista aguda para la noche, lo admito. Pero sigo sin estar seguro. No es difícil ver un puesto de leña en una noche clara. Descubrir a un negro sentado en un muelle es un poco más difícil pero, aún así, una cosa es ver eso y otra muy distinta es recorrer el río. Hay muchísimos detalles que el piloto debe ver y que pasarían totalmente desapercibidos a los pasajeros de los camarotes. El aspecto del agua cuando debajo se esconde un tocón hundido o un tronco, los árboles muertos que le indican a uno el estado del río cien millas más adelante, el método para distinguir la ola producida por el viento de la producida por una roca sumergida. Uno debe ser capaz de leer en el río como si fuera un libro, y las palabras son simples remolinos y ondas, a veces tan leves que no se pueden distinguir con precisión, y entonces debe uno fiarse de lo que recuerde de la última ocasión en que leyó esa página. Y no se pondría usted a leer un libro en la oscuridad, ¿no es cierto?…

York no contestó a su pregunta.

—Puedo ver los remolinos en el agua con la misma claridad con que reconozco los puestos de leña, si sé lo que busco. Señor Framm, si usted no puede enseñarme el río, encontraré otro piloto que pueda. Le recuerdo que soy el amo y señor del Sueño del Fevre .

Framm echó una mirada en derredor, esta vez con el ceño Fruncido.

—Más trabajo nocturno —murmuró—. Si quiere aprender de noche, le costará ochocientos.

La expresión de York se mudó en una leve sonrisa.

—Hecho —contestó—. Y ahora, vamos a empezar.

Karl Framm se echó para atrás su sombrero gacho hasta que lo tuvo en la mismísima nuca y exhaló un profundo suspiro, como si estuviera tremendamente agobiado.

—Muy bien —dijo al fin—, se trata de su dinero, y también de su barco. Después no me venga con cuentos si le rompe el casco. Y ahora, escuche. El río baja muy recto desde San Luis hasta Cairo, antes de que desemboque el Ohio. Pero tiene que saber algo de entrada: esa extensión de ahí se denomina “el cementerio”, por la cantidad de barcos que se han hundido en ella. De algunos, todavía pueden verse las chimeneas sobresaliendo del agua o, cuando el río tiene poca agua, incluso todo el maldito casco recostado en el fango; sin embargo, de los que quedan permanentemente bajo la superficie, más vale que sepa usted la situación exacta, o el próximo barco que baje detrás habrá de aprenderse también dónde ha quedado el nuestro. Además debe conocer sus marcas, y cómo manejar el barco. Venga, pase aquí y tome la rueda. Tome contacto con ella. Aquí no hay peligro, no podría tocar el fondo ni con un campanario de iglesia puesto del revés —York y Framm cambiaron sus posiciones—. Bien, el primer punto debajo de San Luis…—empezó Framm.

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