Los dos pilotos que Marsh había buscado tenían, sin embargo, sus propios estilos individuales de holgazanear. Dan Albright, delgado, taciturno y elegante, subió a bordo del Sueño del Fevre el día que atracó, revisó el barco, los motores y la cabina del piloto, asintió satisfecho e inmediatamente tomó posesión de su camarote. Se pasaba los días leyendo en la bien provista biblioteca del vapor y jugó unas partidas de ajedrez con Jonathon Jeffers en el salón principal, aunque Jeffers le ganaba invariablemente. Karl Framm, por su parte, era fácilmente localizable en los salones de billares junto al río, sonriendo con gesto taimado bajo su sombrero de fieltro de ala ancha, ufanándose de que él y su nuevo barco iban a ganar a cualquier otro barco del río. Framm tenía una reputación impresionante, y solía contar, en broma, que tenía una esposa en San Luis, otra en Nueva Orleans y una tercera en Natchez.
Abner Marsh no tenía mucho tiempo para preocuparse de lo que hacían los pilotos; estaba demasiado ocupado con una tarea u otra. Tampoco veía mucho a York ni a sus amigos, aunque sabía que Joshua York se dedicaba a pasear con frecuencia de noche por las calles de la ciudad, acompañado a menudo de Simon, el silencioso. Simon estaba aprendiendo también a preparar combinados, pues Joshua le había dicho a Marsh que tenía previsto utilizarle como camarero de barra durante la noche en el trayecto a Nueva Orleans.
Marsh solia ver a su socio durante la cena, que Joshua tenía por costumbre compartir con los oficiales en la cabina principal. Una vez acabada la cena York se retiraba a su propio camarote o a la biblioteca para leer los periódicos, que recibía a montones todos los días de los vapores recién llegados. En una ocasión, anunció que iba a la ciudad para ver actuar un grupo de actores de teatro. Invitó a Abner Marsh y a los demás oficiales a que le acompañaran, pero Marsh no estaba dispuesto, y York consiguió que Jonathon Jeffers, le acompañara.
—Poemas y comedias —murmuró Marsh a Hairy Mik Dunne mientras se levantaban de la mesa—. Esto hace que me pregunte adónde irá a parar este maldito río.
Después, Jeffers empezó a enseñarle a jugar al ajedrez a York.
—Tiene una mente prodigiosa, Abner —le dijo Jeffers al cabo de unos días, la mañana del octavo de su estancia en San Luis.
—¿Quién?
—Joshua, naturalmente. Hace un par de días le enseñé a mover las piezas. Pues bien, anoche lo encontré en el Salón intentando resolver una de las partidas de Morphy, aparecida en uno de esos periódicos de Nueva York que él tiene. Es un hombre extraño. ¿Qué sabes de él?
Marsh frunció el ceño. No quería que sus hombres se mostraran curiosos en exceso respecto a Joshua York; era su parte del trato.
—A Joshua no le agrada mucho que se hable de él. Yo no le hago preguntas. Supongo que no es asunto mío su pasado. Usted debería tomar esa misma actitud, señor Jeffers. Más aún: procure hacerlo.
El empleado enarcó sus cejas negras y delgadas.
—Si usted lo dice, capitán —replicó. Sin embargo, mostró en el rostro una sonrisa fría que inquietó a Abner Marsh.
Jeffers no era el único en hacer preguntas. Hairy Mik acudió también a Marsh y le dijo que los mozos de cuerda y los marineros de cubierta estaban divulgando algunos rumores acerca de York y sus cuatro amigos.
—¿Qué tipo de rumores?
Hairy Mike se encogió de hombros, elocuentemente.
—Sobre que sólo aparece de noche, igual que esos extraños amigos suyos. ¿Conoce a Tom, el marinero que se ocupa de la parte central de babor? Ha estado explicando cosas… Dice que la noche que dejamos Louisville… Bueno, ya sabe usted lo enormes que son allí los mosquitos, ¿no? Pues bien, dice que vio a Simon en la cubierta principal, dando una vuelta, cuando un mosquito se le posó al tipo en la mano, y Simón alzó la otra y lo aplastó. Ya sabe cómo son a veces esos mosquitos, que están llenos de sangre y, cuando los aplastas, te dejan una mancha. Tom dice que así sucedió con el mosquito que Simon aplastó sobre su mano. Entonces, según Tom, ese Simon se quedó inmóvil, mirándose la mano durante un largo momento, y luego la levantó, se la llevó a la boca, y lamió la sangre hasta no dejar rastro.
Abner Marsh se enfureció.
—Dile a Tom que deje de contar chismes, o va a tener que cuidarse de la mitad del lado de babor en otro barco.
Hairy Mike asintió, y se volvió para irse. Pero Marsh le detuvo.
—No —dijo—. Aguarda. Dile que no vaya extendiendo rumores pero que, si ve algo más que le sorprenda, te lo comunique a ti, o a mí. Dile que le daré medio dólar.
—Por medio dólar, le contará cualquier mentira.
—Bueno, olvida entonces lo del medio dólar, pero dile todo lo demás.
Cuanto más pensaba Abner en el relato de Tom, más preocupado se sentía. Estaba tan satisfecho como Joshua York con la idea de tener en la barra del bar a Simon, donde estaría en público y podría vigilarlo. A Marsh no le habían gustado nunca los empleados de pompas fúnebres, y Simon todavía le traía el recuerdo de uno especialmente tenebroso, cuando no un verdadero cliente de una funeraria. Sólo deseaba que Simon no empezara a lamer mosquitos mientras servía una copa en el salón a los pasajeros de los camarotes. Era precisamente el tipo de cosas que podían arruinar la reputación de un barco con toda rapidez.
Pronto Marsh apartó de su mente este asunto y se sumergió de nuevo en sus negocios. La noche anterior a la fecha señalada para partir, sin embargo, algo le preocupó. Joshua York le había citado en su camarote para revisar unos detalles del viaje. York estaba sentado en su escritorio, con el pequeño cuchillo de mango de marfil en la mano, recortando un articulo de un periódico. York y Marsh charlaron brevemente de los asuntos que había que resolver, y Marsh se disponía ya a salir cuando vio un ejemplar del Democrat sobre el escritorio.
—Se supone que aquí tiene que salir hoy uno de nuestros anuncios —dijo Marsh, cogiendo el periódico—. ¿Ha terminado usted con él, York?
Joshua le indicó que si con un gesto de la mano.
—Lléveselo si quiere —dijo.
Abner se llevó el periódico bajo el brazo a la cabina principal y lo hojeó mientras Simon le preparaba una copa. Estaba sorprendido, pues no conseguía encontrar el anuncio. Naturalmente, podía no ser una omisión; York había recortado un artículo de la página a cuyo dorso venían las noticias navieras, por lo que había un agujero precisamente en dicha página. Marsh se quitó las gafas, plegó el periódico y se dirigió a la oficina del sobrecargo.
—¿Tiene el último ejemplar del Democrat ?—le preguntó a Jeffers—. Creo que ese condenado Blair ha dejado fuera mi anuncio.
—Aquí lo tiene —contestó Jeffers—, y el anuncio está. Mire en la página de actividades portuarias.
Efectivamente, el anuncio estaba allí, en un recuadro en medio de una columna de recuadros similares:
COMPAÑIA DE PAQUEBOTES DEL RIO FEVRE
El espléndido vapor de carga y pasaje Sueño del Fevre parte el jueves para Nueva Orleans, Louisiana y todos los puntos intermedios, con los mejores promedios de velocidad, manejado por la tripulación más experimentada. Para carga y pasaje, preguntar a bordo o en las oficinas de la compañía, al pie de Pine Street.
Abner Marsh, presidente
Marsh revisó el anuncio, asintió y volvió la página para ver qué había recortado Joshua York. El artículo parecía ser un resumen recogido de algún otro periódico de aquel sector, sobre un hombre desconocido, leñador, que había sido encontrado muerto en su choza, junto al río, al norte de Nueva Madrid. El primer oficial de un vapor que había bajado a tierra para comprarle leña lo había encontrado. Algunos pensaban que habían sido los indios y otros hablaban de los lobos, pues el cuerpo estaba totalmente desgarrado y medio devorado. Aquello era todo.
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