George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—¡No! —gritó Johnston—, ¡no! ¡Le he disparado, debería estar muerto! ¡Le he disparado!

—Los negros, a veces, dicen la verdad, señor Johnston —dijo Sour Billy Tipton—. Toda la verdad. Debería haberles hecho caso.

Raymond le quitó el sombrero al hombre y le asió fuertemente del cabello, tirando de la cabeza hacia atrás y dejando descubierto su cuello grueso y enrojecido. Alain se rió y abrió la garganta a Johnston con sus afilados dientes. Después, los demás se acercaron.

Sour Billy Tipton sacó su navaja y se acercó con ella a los dos negros.

—Vamos —les dijo—, el señor Julian no os necesita esta noche, pero vosotros no volveréis a escaparos. Al sótano. Vamos, un poco de rapidez u os dejo aquí con ellos.

Esa frase tuvo el efecto deseado, como bien sabía Sour Billy.

El sótano era pequeño y húmedo. Se llegaba a él a través de una trampilla que había bajo una alfombra. La tierra del sótano estaba demasiado mojada para que éste pudiera ser considerado como sótano. Cinco centímetros de agua estancada cubrían el suelo, el techo era tan bajo que un hombre no podía ponerse derecho, y las paredes estaban verdes a consecuencia de la humedad y los hongos. Sour Billy encadenó a los negros lo bastante cerca uno del otro como para que pudieran tocarse. Pensó que era toda una amabilidad por su parte. También les llevó una cena caliente.

Después, hizo su propia cena y la engulló con lo que había quedado de la segunda botella de coñac que habían abierto los Johnston. Estaba terminando cuando Alain entró en la cocina. Se le había secado la sangre en la camisa y se le apreciaba un agujero negro, chamuscado, donde le había atravesado la bala, pero por lo demás no tenía un aspecto peor que el de costumbre.

—Se acabó —le dijo Alain—. Julian quiere verte en la biblioteca.

Sour Billy apartó el plato y acudió a la cita. El comedor necesitaba una buena limpieza, apreció al pasar por él. Adrienne y Kurt y Armand estaban saboreando un buen vino en silencio, con los cuerpos —o lo que de ellos quedaba—, justamente a sus pies. Algunos de los otros se encontraban fuera, en la sala de juegos, charlando.

La biblioteca estaba muy oscura. Sour Billy había esperado encontrar a Damon Julian solo, pero cuando entró pudo ver tres figuras imprecisas entre las sombras, dos sentadas y una de pie. No logró reconocer de quiénes se trataba. Aguardó junto a la puerta hasta que Julian le habló al fin.

—En adelante, no traigas a esa clase de gente a mi biblioteca —dijo—. Eran repugnantes, y han dejado mal olor.

Sour Billy sintió un ligero aguijonazo de miedo.

—Sí, señor —dijo, dirigiéndose a la silla desde la que había hablado Julian—. Lo siento, señor Julian.

Tras un instante de silencio, Julian prosiguió:

—Cierra la puerta, Billy. Ven, puedes utilizar la lámpara.

La lámpara estaba hecha de suntuosos cristales coloreados rojos y su llama daba a la sucia habitación el tono rojo-marrón de la sangre seca. Damos Julian estaba sentado en una silla de respaldo alto, apoyaba la barbilla en sus dedos largos y finos y su rostro mostraba una leve sonrisa. Valerie estaba sentada a su derecha. La manga de su túnica se había roto en el forcejeo, pero no parecía haberlo advertido. Sour Billy pensó que su palidez era aún mayor de lo habitual. A unos pasos, Jean permaneció en pie tras otra de las sillas, con un aspecto nervioso y alertado, dando vueltas a un enorme anillo de oro que tenía en un dedo.

—¿Tiene que estar él?—preguntó Valerie a Julian. Dedicó una breve mirada a Sour Billy, con la irritación en sus grandes ojos púrpura.

—Claro, Valerie —replicó Julian. Extendió la mano y tomó la de ella. La muchacha tembló y apretó los labios con fuerza—. He traído a Sour Billy para que tengas más confianza —continuó Julian.

Jean reunió todo su valor y se quedó mirando fijamente a Sour Billy, con el ceño fruncido.

—Dijiste que ese Johnston tenía esposa.

Así que se trataba de eso, pensó Billy.

—¿Tienes miedo?—le preguntó a Jean, con aire de burla. Jean no era uno de los favoritos de Julian, así que no había peligro en mofarse de él—. En efecto, tenía esposa, pero eso no debe preocuparos. Nunca le contaba gran cosa de lo que hacía, ni adónde iba, ni cuándo regresaría. No va a perseguiros, está claro.

—No me gusta, Damon —gruñó Jean.

—¿Y qué hay de los esclavos?—preguntó Valerie—. Se escaparon hace dos años, y les contaron a los Johnston muchas cosas, algunas peligrosas. Lo mismo pueden haberles dicho a otros.

—¿Billy? —dijo Julian. Sour Billy se encogió de hombros.

—Supongo que les habrán dicho cosas a todos los malditos negros entre aquí y Arkansas, pero eso no me preocupen absoluto. Son sólo cuentos de negros, que nadie va a creer.

—Ojalá —musitó Valerie, volviéndose hacia Damon Julian en actitud suplicante—. Damon, por favor. Jean tiene razón. Hemos estado aquí demasiado tiempo. Esto ya no es seguro.

Recuerda lo que le hicieron a aquella señora Lalaurie de Nueva Orleans, aquella que torturaba a sus esclavos por placer. Al final, las murmuraciones la delataron. Y lo que ella hacía no era nada comparado con…—dudó, tragó saliva y añadió, en voz muy baja—… con lo que hacemos nosotros. Con lo que nos vemos obligados a hacer.

Al decir esto, apartó su rostro del de Julian.

Lenta y suavemente, Julian alzó una blanca mano, acarició la mejilla de la muchacha, le pasó un dedo por el perfil del rostro con ternura, y luego la tomó por debajo de la barbilla y la obligó a mirarle.

—¿Tan asustadiza te has vuelto, Valerie? ¿Tengo que recordarte quién eres? ¿Ya has estado haciéndole caso a Jean otra vez? ¿Es él el maestro ahora? ¿Es él el maestro de sangre?

—No —contestó ella, con sus profundos ojos violetas más abiertos que nunca y un deje de temor en la voz—. No.

—¿Quién es el maestro de sangre, querida Valerie?—inquirió Julian. Tenía en la mirada una expresión de paciencia, cansancio y aburrimiento.

—Tú, Damon —susurró ella—. Tú.

—Mírame, Valerie. ¿Crees de veras que he de preocuparme por los cuentos que expliquen un par de esclavos? ¿Qué me importa lo que digan de mí?

Valerie abrió la boca, pero no emitió palabra alguna.

Satisfecho, Damon Julian la soltó. La muchacha tenía profundas marcas rojas en la piel, donde los dedos de Julian la habían estado apretando. Julian le sonrió a Sour Billy mientras Valerie se retiraba.

—¿Qué opinas tú, Billy?

Sour Billy Tipton miró al suelo y se movió, inquieto. Sabía lo que debía decir, pero últimamente había dado algunas vueltas al tema en su cabeza, y había ciertas cosas que debía decirle a Julian y que éste no iba a tomar bien. Había estado postponiendo sus palabras, pero ahora se daba cuenta de que era su última oportunidad.

—No lo sé, señor Julian —dijo débilmente.

—¿No lo sabes, Billy? ¿Qué es lo que no sabes?—su tono era frío y vagamente amenazador. Sin embargo, Sour Billy siguió adelante.

—No sé cuánto tiempo más podremos continuar, señor Julian. He estado pensando en ello, y hay cosas que no me gustan. Esta plantación producía mucho dinero cuando la llevaba Garoux, pero ahora casi no vale nada. Ya sabe que puedo hacer trabajar a cualquier esclavo, vaya si puedo, pero no puedo hacer rendir lo que está muerto o huido. Cuando usted y sus amigos empezaron a llevarse a los pequeños de sus chozas, o a ordenar a las muchachas que acudieran a la casa grande, de donde jamás volvían a salir, empezaron nuestros problemas. Ahora, ya hace más de un año que no hay esclavos aquí, a excepción de esas muchachas bonitas, que permanecen muy poco tiempo —se rió, nervioso—. Ya no recogemos cosechas, y hemos vendido media plantación, las mejores parcelas. Además, esas muchachas cuestan mucho dinero, señor Julian. Nos hemos metido en problemas de dinero. Y no es eso todo. Abusar de los negros es una cosa, pero utilizar a los blancos para saciar la sed, es muy peligroso. En Nueva Orleans quizá sea más seguro, pero usted y yo sabemos que fue Cara quien mató al hijo menor de Henri Cassand. Se trata de un vecino, señor Julian. Ya todos saben que aquí sucede algo raro y, si empiezan a morir sus esclavos y sus hijos, nos vamos a ver en un buen lío.

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