George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—Reúna a los mozos de cuerda y a los marineros de cubierta —le dijo al primer oficial—. Quiero que estén atentos para equilibrar el barco.

Hairy Mike asintió, se levantó, apagó el cigarro y empezó a gritar órdenes.

En unos instantes, la mayor parte de la tripulación se reunió a babor y popa, para compensar en parte el peso de los pasajeros, la mayoría de los cuales se apretujaba a proa y estribor para observar la carrera.

—Malditos pasajeros —murmuró Marsh. El Sueño de Fevre, ya un poco mejor equilibrado, empezó a acercarse a Sureño una vez más. Marsh regresó a la cabina del piloto.

Ambos barcos estaban ahora a pleno rendimiento, y avanzaban muy igualados. Abner Marsh pensaba que el Sueño de Fevre tenía más potencia, pero no la suficiente. Iba muy cargado y surcaba el agua muy hundido, tras la estela del Sureño , de modo que el oleaje pasaba ligeramente por encima del casco, frenándolo. El Sureño , en cambio, avanzaba ligero de peso, sin nada a bordo, salvo pasajeros, ni nada delante, salvo el río despejado y tranquilo. Ahora, si no surgían accidentes o imprevistos, el asunto estaba en manos de los pilotos. Kitch estaba atento al timón, manejándolo con facilidad y haciendo todo lo posible para ganar unos minutos en cada ocasión propicia. Tras él, Daly y los pilotos vagabundos parloteaban, dando consejos sobre el río, su peligros y cómo recorrerlo mejor.

Durante más de una hora, el Sueño del Fevre persiguió al Sureño , perdiéndolo de vista en un par de ocasiones tras los recodos del río, pero acercándose de nuevo cada vez que Kitch conseguía un buen tramo en línea recta. En una ocasión, se situaron tan cerca que Marsh logró distinguir los rostros de los pasajeros que se agolpaban en las barandilla de popa del otro vapor, pero el Sureño volvió a acelerar y restableció la distancia entre ambos.

—Apuesto a que acaban de cambiar de piloto —dijo Kitch, escupiendo una hebra de tabaco en una escupidera próxima—. ¿Ve cómo se anima?

—Lo he visto —gruñó Marsh—. Ahora quiero ver cómo nosotros nos animamos también un poco.

Entonces les llegó el gran momento. El Sureño se mantenía a una distancia estable frente a ellos, expandiendo a su alrededor un denso humo de leña. Entonces de un modo súbito, empezó a sonar su sirena y disminuyó la velocidad con un temblor, mientras sus palas empezaban a invertir la marcha.

—Cuidado —le gritó Daly a Kitch. Kitch escupió otra vez y movió el timón con precaución. El Sueño del Fevre metió la proa en la estela turbulenta del Sureño para cruzarla y colocarse a estribor del mismo. Cuando estaban a media maniobra, vieron la causa del problema; otro gran vapor, con la cubierta casi invisible bajo un montón de balas de tabaco, había embarrancado en un banco de arena. El primer oficial y la tripulación estaban aplicados con las perchas y bastones, tratando de hacerlo pasar sobre el obstáculo. El Sureño casi se le había echado encima.

Durante largos minutos, el río fue un caos. Los hombres del barco encallado gritaban y hacían señales, el Sureño retrocedía como el demonio, y el Sueño del Fevre navegaba hacia las aguas tranquilas. Luego, el Sureño volvió a marchar hacia delante, giró la proa y dio la impresión de que intentaba cruzar justo frente al Sueño del Fevre .

—Maldito idiota —rugió Kitch, girando el timón un poco más al tiempo que ordenaba a Whitey que diera más potencia a la rueda de babor. Sin embargo, en ningún instante dio marcha atrás o intentó detener el avance del barco. Los dos grandes vapores se aproximaron más y más el uno al otro. Marsh escuchó a los pasajeros que gritaban alarmados en las cubiertas inferiores, y por un segundo hasta él pensó que iban a colisionar.

Sin embargo, el Sureño recuperó la línea recta y su piloto lo enderezó de nuevo corriente abajo; el Sueño del Fevre lo adelantó casi rozándolo; apenas había entre ellos unos palmos de separación. Abajo, alguien empezó a dar vítores.

—Mantenga la marcha —murmuró Marsh, en voz tan baja que nadie llegó a oírle. El Sureño levantaba espuma con las palas y corría a toda velocidad, pero se había quedado atrás. No por mucho, apenas la eslora de un barco, pero detrás del Sueño del Fevre .

Naturalmente, todos los malditos pasajeros del barco corrieron a popa y toda la tripulación hubo de correr a proa, de modo que el vapor se puso a temblar bajo las rápidas pisadas.

El Sureño volvía a la carga. Corría a babor, paralelo a ellos y justo detrás. Su proa llegaba ahora hasta la popa del Sueño del Fevre y le remontaba centímetro a centímetro. Los costados de ambos barcos estaban tan próximos que los pasajeros hubieran podido saltar de uno a otro si se les hubiera ocurrido, aunque el casco del Sueño del Fevre era más alto.

—Maldita sea —dijo Marsh, cuando el otro vapor estuvo casi a su altura—. Ya tengo suficiente. Kitch, llame a Whitey y dígale que utilice mi sebo de cerdo.

El piloto le dirigió una mirada, con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Sebo, capitán? ¡Vaya un tipo astuto que es usted! —gritó una orden por el conducto de comunicación con la sala de máquinas.

Los dos vapores corrían emparejados. El puño de Marsh, apretado en el bastón, era todo sudor. Abajo, probablemente, los marineros estarían discutiendo con algunos malditos pasajeros que se habrían subido a los toneles de grasa y que tenían que bajarse para que los marineros pudieran trasladarlos a la sala de máquinas. Marsh ardía de impaciencia, con el mismo calor que iba a producir aquella grasa. El buen sebo resultaba caro, pero era de gran utilidad en un vapor. Podía usarlo el cocinero, y producía un calor endemoniado, que era precisamente lo que ahora necesitaban: una buena cantidad de calor que les diera un vapor a alta presión, algo que la leña por sí sola no podía conseguir.

Cuando el sebo comenzó a hacer efecto, no hubo ya ninguna duda en la cabina del piloto. Largas columnas de humo blanco surgieron silbando de las válvulas de escape, se alzaron imponentes desde las altas chimeneas. El Sueño del Fevre vomitó fuego, se estremeció ligeramente, y empezó a echar chispas, chunkchunkchunka, rápido como una locomotora, con un impulso que hizo temblar la cubierta. Se despegó del Sureño y, cuando ya estuvo a una distancia considerable de éste, Kitch dio un golpe de timón a la derecha, colocándose frente a la proa del otro vapor y obligándole a surcar su estela. Todos aquellos pilotos sin valor y sin trabajo se reían, se pasaban cigarros y gritaban que vaya barco era el Sueño del Fevre , mientras el Sureño se perdía a sus espaldas y Abner Marsh se reía como un loco.

Le llevaban ya más de diez minutos de distancia al Sureño cuando divisaron Cairo, donde las anchas y claras aguas del Ohio se fundían con las del fangoso Mississippi. Por entonces, Abner Marsh ya casi se había olvidado de su pequeño incidente con Joshua York.

CAPITULO SEIS

Plantación Julian, Louisiana, julio de 1857

Sour Billy Tipton estaba frente a la casa, lanzando su cuchillo contra el gran árbol muerto situado junto al camino de grava, cuando vio a los jinetes que se aproximaban. Transcurría la mañana, pero ya el calor era infernal, y Sour Billy estaba sudando mucho y pensando en tomar un baño cuando terminara sus lanzamientos de cuchillo. Vio a los jinetes surgir de entre los árboles donde el viejo camino hacía un recodo. Se inclinó sobre el tronco muerto, tiró del cuchillo, lo devolvió a su funda y lo guardó. Todos los proyectos de nadar fueron olvidados.

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