George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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Por fortuna, no habían almadías de troncos en las cercanías cuando arribaron a Paducah y tendieron amarras. Marsh echó una mirada a la carga que aguardaba en la ribera, entre la que se veía varias pilas enormes de cajas y varias balas de tabaco, y decidió que no costaría gran cosa acomodar un poco más de carga en la cubierta principal. Sería una vergüenza, pensó, zarpar de Paducah y dejarle todos aquellos bultos a otro barco.

Pronto el Sueño del Fevre estuvo amarrado y un enjambre de mozos de cuerda bajaron las planchas y empezaron a descargar. Hairy Mike se movía entre ellos gritando:

—Vamos, rápido, que no sois pasajeros de camarote incapaces de trabajar. Tú, chico, si se te cae eso, a mí se me va a caer encima de tu cabeza esta barra de hierro…

La pasarela tocó el suelo del muelle y unos cuantos pasajeros empezaron a desembarcar.

Marsh se decidió. Se dirigió a la oficina del sobrecargo, donde encontró a Jonathon Jeffers comprobando unos conocimientos de embarque.

—¿Tiene que hacer eso ahora, señor Jeffers? —le dijo.

—En absoluto, capitán Marsh —repuso Jeffers, al tiempo que se quitaba las gafas y las limpiaba con un pañuelo—. Son para Cairo.

—Bien —dijo Marsh—. Venga conmigo. Vamos a bajar a tierra y encontrar al amo de esa carga que está ahí al sol. Así sabremos para dónde va. Me imagino que irá camino de San Luis, o algún punto intermedio, y quizá podamos sacar algún dinero llevándola.

—Excelente —respondió Jeffers. Se levantó de su taburete, se enderezó su cuidada chaqueta negra, comprobó que su gran barra de acero estaba bien guardaba y cogió un bastón de estoque.

—Conozco una buena taberna en Paducah —añadió mientras salían.

La decisión de Marsh mereció la pena. Encontraron con bastante facilidad al propietario del tabaco, le llevaron a la taberna y allí Marsh le convenció de que consignara sus bienes al Sueño del Fevre , al tiempo que Jeffers conseguía arrancarle un buen precio. Llevó tres horas convencerlo, pero Marsh se sintió muy complacido de aquel pequeño esfuerzo cuando regresó paseando junto al río con Jeffers. Hairy Mike estaba descansando junto al muelle, frente al Sueño del Fevre , fumando un cigarro negro y charlando con el sobrecargo de otro barco.

—Esa carga es nuestra ahora —le dijo Marsh apuntando al tabaco con el bastón—. Haz que los muchachos la suban pronto y partamos en seguida.

Marsh se inclinó sobre la barandilla de la cubierta de calderas, cansado pero contento, y los observó mientras reunían y subían a bordo las balas de tabaco y Whitey preparaba el vapor para zarpar. También observó otra cosa: una fila de faetones tirados a caballo procedentes de algún hotel aguardaban en el camino, justo al lado del embarcadero de los vapores. Marsh se quedó mirándolos un instante con curiosidad, mesándose el mostacho, y luego entró en la cabina del piloto, quien estaba dando cuenta de un trozo de pastel y una taza de café.

—Señor Kitch —le dijo Marsh—, no suelte amarras hasta que yo le diga.

—¿Cómo es eso, capitán? La carga ya casi está arriba, y tenemos vapor suficiente.

—Mire ahí —respondió Marsh, alzando el bastón—. Esos faetones traen pasajeros al puerto, o aguardan a que lleguen. Pero no nuestros pasajeros, y me parecen demasiados carricoches para esperar un barco pequeño de palas en popa. Tengo un presentimiento.

Momentos después, su presentimiento se hizo realidad. Humeando y soltando chispas Ohio abajo, rápido como el diablo, apareció un vapor de gran tamaño, de ruedas en los costados y aspecto señorial. Marsh lo reconoció al instante, antes de poder leer su nombre: era el Sureño , de la “Cincinnati Louisville Packet Company”.

—¡Lo sabía! —gritó—. Debe haber salido de Louisville medio día después de nosotros, y ha hecho mejor tiempo hasta aquí.

Corrió a una ventana lateral, apartó las lujosas cortinas que impedían la entrada de los abrasadores rayos solares de la tarde y observó al otro vapor entrar en el embarcadero, amarrar y empezar a desembarcar pasajeros.

—No estarán ahí mucho rato —le dijo Marsh a su piloto—. No lleva carga, sino sólo pasajeros. Déjele que parta primero, ¿comprende? Déjele que se adentre un poco en el río, y luego vaya a por él.

El piloto terminó el último resto de pastel y se limpió de merengue la comisura de los labios con un pañuelo.

—¿Dice usted que dejemos que se adelante el Sureño y luego intentemos darle alcance? Capitán, vamos a estar respirando sus gases desde aquí hasta Cairo. Después, le perderemos de vista.

Abner Marsh se ensombreció como una tormenta antes de desatarse.

—¿Pero qué está usted diciendo, señor Kitch? No quiero oír nada semejante. Si no es usted lo bastante piloto para hacerlo, dígalo y sacaré al señor Daly de la cama a empujones y le haré que lleve el timón.

—Pero ese es el Sureño …—insistió el piloto.

—Y éste es el Sueño del Fevre , no lo olvide —aulló Marsh. Se volvió y salió de la cabina hecho una furia, gruñendo. Todos aquellos malditos pilotos se creían los reyes del río. Naturalmente que lo eran, cuando el barco estaba navegando, pero eso no les daba derecho a tantas lamentaciones por una pequeña carrera, ni a dudar de la capacidad de su propio barco.

Su furia se aplacó cuando vio que el Sureño ya estaba embarcando pasajeros. Llevaba esperando algo parecido desde que descubriera al Sureño en la otra ribera del río, allá en Louisville, pero no había osado mantener su esperanza. Si el Sueño del Fevre conseguía alcanzar al Sureño , su fama ya estaría conseguida a medias cuando llegara a los oídos de los tipos del río. Aquel barco y su gemelo, el Norteño , eran el orgullo de su compañía. Eran barcos especialmente construidos, en el año 53, para la velocidad pura. Más pequeños que el Sueño del Fevre , eran los únicos vapores que Marsh conocía que no transportaban carga, sino sólo pasajeros. No tenía la menor idea de cómo podían tener beneficios, pero eso no le importaba. Lo importante era su fama de veloces. El Norteño había marcado un nuevo record para el trayecto de Louisville a San Luis el año 54. El Sureño lo batió a su vez al año siguiente, y todavía ostentaba el mejor tiempo, un día y diecinueve horas. Arriba, en la cabina del piloto, lucía las cuernas brillantes que lo significaban como el barco más rápido del Ohio.

Cuanto más pensaba en la posibilidad de superarlo, más excitado se sentía Marsh. De repente, se le ocurrió que era algo que Joshua York no querría perderse, por mucho sueño que tuviera. Marsh se encaminó al camarote de York, dispuesto a despertarle. Golpeó la puerta perentoriamente con la empuñadura de su bastón.

No hubo respuesta. Marsh volvió a llamar, más fuerte y con más insistencia.

—¡Venga, hombre!—gritó—. Levántese de la cama, Joshua, ¡vamos a hacer una carrera!

No hubo respuesta alguna en el camarote. Marsh asió el picaporte y vio que la puerta estaba cerrada con llave. La golpeó nuevamente, llamó a la ventana, gritó; fue inútil.

—¡Maldita sea, York! —gruñó—. Levántese o se lo perderá.

Se le ocurrió una idea. Regresó a la cabina del piloto.

—Señor Kitch —gritó. Abner Marsh tenía un vozarrón imponente cuando vaciaba los pulmones. Kitch sacó la cabeza de la cabina y le miró—. Haga sonar la sirena —le dijo Marsh— y manténgala sonando hasta que yo le diga, ¿entendido ?

Regresó a la puerta del camarote de York y empezó a golpear otra vez, y de repente empezó a aullar la sirena a vapor. Una vez, dos veces, tres… Unos aullidos largos y lastimeros. Marsh mandó parar con un gesto del bastón.

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